Regreso a Encélado

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Recuperación » 3 de abril de 2049, ILSE

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3 de abril de 2049, ILSE

Martin vio la avalancha rodando hacia él. Llegó tan rápido que supo que no escaparía, y el consiguiente pánico inundó su mente. «¿Debería tumbarme y protegerme la cabeza con las manos? ¿Mirar hacia la masa de nieve? ¿Qué debería hacer?». El impacto fue duro cuando una avalancha de placa le golpeó en el pecho y le derribó, de modo que perdió por completo la orientación. Fue lanzado por la fuerza de la montaña de nieve que descendía sobre él.

El mundo giraba con violencia a su alrededor, volviéndose gris y negro. Martin intentó proteger su rostro, pero fracasó. Aspiró punzante nieve fría y la tragó. Esperaba con desesperación poder evitar una colisión con un árbol. Su cráneo golpeó varias veces el duro suelo, y esperaba oír el revelador crujido que indicaría que su columna estaba rota. Por suerte para él, no pasó nada a excepción de un intenso dolor de cabeza. Luego todo se quedó en silencio.

Todo a su alrededor era negro. Martin abrió los ojos. ¿No debería verse todo blanco bajo la nieve? «Por supuesto que no», pensó. La capa sobre él debía tener varios metros de grosor y nunca llegaría a la superficie. Un enorme peso presionaba contra su pecho. Respiraba todo lo bien que podía, pero no había suficiente aire. Se dio cuenta de que tenía un fuerte dolor de cabeza… ¿o había estado ahí antes? Al mismo tiempo comenzó a sentir náuseas y sin darse cuenta quiso llevarse la mano a la boca, pero no podía moverse. Aún así, su cerebro envió la orden a su brazo y se movió. Sintió la cálida piel de su mano sobre sus labios. «¿Qué está pasando aquí? ¿Se ha formado una cavidad en la nieve?». Martin se puso de lado y entonces lo vio: el LED azul en la puerta. Aquello no era un sueño. Se hallaba tumbado en su cabina y se estaba ahogando.

—¿Marchenko?

Apenas consiguió proferir un susurro, pero no hubo respuesta. ¿Qué había pasado? ¿Había golpeado algo el módulo de mando, dejándole solo en el anillo de habitación, flotando por el espacio? Estaba cansado y quería dormir, aunque no se le permitía. Recordó un libro sobre montañismo en el Himalaya. El protagonista sufría de mal de altura, y los síntomas eran dolor de cabeza, náuseas, y agotamiento. Martin apenas podía respirar. Abanicó frenéticamente algo de aire con su mano. Aún quedaba aire en la cabina, así que ILSE no había sido golpeada por un meteorito. Algo más debía estar fallando; había muy poco oxígeno en el aire.

—¿Marchenko? —Volvió a intentarlo, pero si Marchenko estuviera disponible, la condición de Martin habría disparado una alarma hacía tiempo.

¿Se había caído el ordenador principal? En ese caso, los sistemas de apoyo deberían haberse activado. El sistema de soporte vital era, sin duda, el más importante y no se le habría permitido que fallara. Tenía que salir de su habitación y encontrar la causa de todo aquello… y rápido. ¿Qué pasaba con los demás? Martin se incorporó y consiguió controlar sus náuseas. La gravedad seguía siendo perceptible, otro signo de que no había habido una catástrofe. Tras dar dos pasos, llegó al interruptor de la luz y la cabina se iluminó. No veía ninguna razón que explicara por qué no podía respirar. Martin salió corriendo al pasillo. Como siempre, la luz estaba encendida.

—¿Jiaying? ¿Francesca? ¿Amy? ¿Valentina? —gritó frenético, sus procesos mentales desordenados por la hipoxia. Nadie respondió.

Martin miró el reloj. Eran las tres de la mañana y, excepto Valentina, quien estaba de turno en el módulo de mando, las demás deberían estar dormidas. Sacudió el picaporte de la pequeña cabina de Jiaying. La puerta se abrió y pulsó el interruptor de la luz. Jiaying estaba tumbada en la cama, bajo solo una sábana, y su respiración era superficial. ¡Tenía que despertarla! Saltó hacia la cama y la abofeteó con firmeza en las mejillas, pero ella no se movió y sus ojos permanecieron cerrados. Volvió a abofetearla.

¿E paza?

Apenas podía entender lo que ella murmuraba, pero era obvio que no iba a conseguir que se levantara de la cama. Martin tenía que determinar el problema, así que salió corriendo de la cabina. Ojalá pudiera llegar a Valentina en el módulo de mando. ¡No! ¡La escotilla que llevaba al radio estaba cerrada! Tal vez era intencional y alguien quería matar a todo el mundo en el anillo cerrando las salidas y desactivando el suministro de oxígeno. Sin embargo, la nave también cerraría automáticamente todas las escotillas si encontrara un error técnico en el sistema de soporte vital para parte del casco. Pero ¿desactivaría todas las comunicaciones? Martin no podía creerlo, pero eso no importaba ahora. Tenía que arreglar enseguida el problema antes de que el mal de altura que estaban sufriendo todos se convirtiera en un mortal edema cerebral de gran altura.

¿Qué podía haber pasado? Martin consideró cómo funcionaba el sistema de soporte vital. Sus pensamientos parecían deslizarse, aunque todo debía hacerse con rapidez. El sistema de soporte vital medía el contenido en oxígeno y, si era demasiado bajo, añadía oxígeno fresco al aire reciclado, el cual se creaba constantemente del gas exhalado a través de métodos electroquímicos.

Si los sensores para la concentración de oxígeno fallasen, debería sonar una alarma, a menos que todos comenzaran a proporcionar falsas lecturas, engañando así al sistema de control. ¿Era eso posible? Martin sacudió la cabeza. Entonces alguien que conocía el sistema bien debía haber manipulado los sensores. El sistema no notaría que se estaban asfixiando y no tenía modo de alertar de ese hecho.

«Espera un momento». Había otros sensores monitorizando el entorno. El medidor de presión, por ejemplo. Si consiguiera provocar una pérdida de presión, saltaría una alarma, provocando que el sistema bombeara aire fresco en este sector. Al menos, eso esperaba. Aún así, ¿cómo podía crear un agujero en el casco exterior, que tenía treinta centímetros de grosor y estaba diseñado para soportar el impacto de meteoritos más pequeños? Si tuviera el gran taladro del taller allí arriba… «Si, si, si…».

Martin no tenía un taladro y, si en vez de eso lanzara una silla contra la pared, eso solo provocaría unos arañazos en la cubierta de la pared. Necesitaba otra idea, pero no podía concentrarse porque su cabeza estaba a punto de explotar y el contenido de su estómago de verdad quería salir. Se apoyó en la pared y se dirigió al WHC. Tal vez se sintiera mejor después de vomitar. Se metió un dedo en la garganta y consiguió dirigir varios trozos de su última comida y muchos jugos gástricos hacia el váter. El agrio olor le hizo vomitar de nuevo.

Una lástima que no hubiera sensores de náusea informando de estos problemas al equipo médico. ¿Qué pasaba con el olor? Había detectores de humo en los pasillos. ¿Podría disparar una alarma? Pero ¿cómo iba a encender fuego en el espacio? Por supuesto, fumar a bordo estaba estrictamente prohibido. No encontraría cerillas ni mecheros. Los métodos que Martin había aprendido en la Tierra durante el entrenamiento de supervivencia serían inútiles allí. No obstante, había productos químicos que provocaban reacciones fuertes, y pensó en ello mientras su cabeza era exprimida por un puño enorme e invisible.

Podrían tener ácidos o bases fuertes a bordo, pero no allí, en sus dormitorios. Se giró en redondo. ¿Qué tenía que ofrecer el WHC? Se acordó del kit de primeros auxilios, y metió la mano en el armarito debajo del váter que estaba marcado con una cruz roja. Recordó que el kit proporcionado por los rusos seguía conteniendo permanganato de potasio como desinfectante.

De niño solía tratar a sus peces contra los parásitos con pequeñas dosis de este producto químico, y seguía sabiendo lo que pasaba cuando lo mezclabas con azúcar. ¡Ahora solo necesitaba azúcar! Le quedaba un poco de chocolate negro en su cabina, pero eso no funcionaría. ¿Dónde podría encontrar azúcar? ¿Y disminuiría aún más el contenido en oxígeno?

Estaba respirando cada vez más rápido, aunque la fatiga que le incitaba a volver a la cama solo aumentó. ¡Amy! A Amy le gustaba hacerse té en su cabina. Tenía una tetera eléctrica, bolsitas de té, y probablemente terrones de azúcar. Caminó lo más rápido que pudo hacia la siguiente puerta, donde vivía la comandante. Abrió la puerta de su cabina. Amy estaba tumbada en la cama, retorciéndose y dando vueltas. Hedía allí, así que ella ya debía haber vomitado, y él no tenía tiempo de intentar despertarla. La tetera eléctrica estaba en una estantería, y junto a ella había un bol con varios terrones de azúcar con forma de corazón. «Espero que no sean regalo de Hayato», pensó, «pero Amy tendrá que perdonarme si los uso para salvarle la vida».

Martin cogió el azúcar y quiso salir corriendo al pasillo cuando, de repente, se le doblaron las rodillas. No podía continuar. «Sería mejor que me tumbase aquí, en el suelo, y me echara una siesta. Después, todo parecerá mejor. El dolor de cabeza desaparecerá y todo irá bien. Todo va a ir bien… no… mierda, nada irá bien. Tengo que salir de aquí… ahora. Coger azúcar y el como se llame de potasio, salir gateando, hacer fuego». Se metió uno de los corazones de azúcar en la boca. El dulce sabor pareció darle fuerzas renovadas y llegó al pasillo. Era bastante sencillo. «Mezclar el azúcar y el como se llame de potasio, añadir agua». Escupió en el pequeño montón. Apareció humo bruscamente. «¡Funciona! ¡La reacción ha comenzado!».

Un diminuto fuego creció, uno microscópico, y no tenía suficientes productos químicos como para hacer uno grande. El detector de humo estaba en el techo y Martin se desesperó. Levantó la vista, pero el LED parpadeante del detector de humo seguía siendo verde. Se había acabado… debería tumbarse y dormirse. Había peores formas de morir. Luego oyó una respiración temblorosa.

Alguien iba caminando hacia él por el pasillo. Era Francesca. Tenía un aspecto horrible, pero conseguía mantenerse erguida. Vio lo que él había hecho en el suelo y que había fracasado, aunque inmediatamente ofreció una solución. Cogió la mezcla ardiendo con su mano desnuda, estiró los brazos, y la presionó contra el detector de humo. Aunque el dolor debía haber sido inmenso, permaneció en calma, casi como si no le importara. El LED verde se apagó y apareció una luz roja. Una penetrante alarma sonó, tan fuerte que Martin tuvo que taparse los oídos aun cuando estaba en el suelo. Francesca soltó la mezcla. Se miró las manos, cayó contra la pared del pasillo y se deslizó hacia abajo. Al mismo tiempo, pequeñas escotillas se abrieron en el techo y rociaron agua, mientras que el aire acondicionado se encendía, intentando expulsar el humo del fuego fuera de la zona para sustituirlo por aire fresco.

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