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22 de septiembre de 2049, ILSE
Sintió un dolor repentino cuando una mano se le clavó en el hombro. Martin se despertó de inmediato pero permaneció inmóvil. Jiaying se incorporó en la cama junto a él, respirando pesadamente. Estaba intentando despertarle.
—Siento muchas náuseas —susurró. Luego se tapó la boca con la mano. Martin se levantó de un salto. ¿Cómo podía ayudarla? Jiaying presionó su otra mano contra su vientre.
—¿Tienes dolores?
Ella asintió.
—¿Calambres?
Ella volvió a asentir. ¿Podía ser un cólico biliar? Cuando su madre sufría a veces de cólico, ella se quejaba de calambres abdominales y náuseas. Jiaying se levantó, se giró hacia la puerta, la abrió de un tirón, y corrió hacia el WHC. La oyó vomitar varias veces.
—Marchenko, ¿puedes oírme?
—Sí.
—Eres médico. Jiaying siente náuseas, está vomitando, y sufre dolor abdominal. ¿Tienes idea de qué puede ser?
—Eso no es muy específico. Tendría que palparla.
—¿Puedo hacerlo yo siguiendo tus instrucciones?
—Podemos intentarlo.
Jiaying volvió cinco minutos más tarde.
—Voy a intentar determinar, con la ayuda de Marchenko, si se trata de la vesícula biliar, lo que mi madre llama «cólico biliar».
—Vale —respondió Jiaying débilmente. Se tumbó en la cama. Jiaying se levantó la parte de arriba del pijama para que él pudiera ver su vientre. Tenía un gran lunar junto a su ombligo.
—¿Dónde se origina el dolor? —preguntó Marchenko.
—En el vientre, hacia arriba y a la derecha —respondió Jiaying.
—Bien. Deberías empezar a palpar las otras zonas primero —explicó Marchenko—. Pero con cuidado. Si Jiaying reacciona en algún lugar o si su abdomen se tensa…
Martin presionó con cuidado contra su piel.
—¿Te duele esto?
—Directamente no.
Su dedo se movió en el sentido de las agujas del reloj y se aproximó a la zona superior derecha.
—Vale, Marchenko, continúa.
—Ahora sigue presionando despacio con la punta de tus dedos en el cuadrante superior derecho, por debajo de las costillas, moviéndote hacia arriba y hacia dentro.
Martin siguió las instrucciones.
—¿Duele?
Jiaying negó con la cabeza.
—No más que antes.
—Deja los dedos donde están, Martin. Jiaying, por favor, respira hondo.
Su novia siguió la orden de Marchenko. Respiró hondo y exhaló. No pasó nada.
—Vale —dijo Marchenko—. Probablemente no sea la vesícula biliar. En ese caso, habríamos notado «la señal de Murphy», un dolor punzante al inhalar. Comprobemos el riñón… espera un segundo, Martin.
Hubo una pausa. «¿Qué ha pasado? ¿Adónde ha ido Marchenko?».
Hubo un chirrido en los altavoces.
—Lo siento. Acabo de oír que Amy también está vomitando. Probablemente no sea una coincidencia. Martin, por favor, haz una rápida comprobación de las cabinas de Francesca y Valentina para ver si también están enfermas.
—No me dejes —dijo Jiaying suavemente—. Mi vientre… me duele tanto.
Marchenko intentó reconfortarla.
—Volverá en un momento. Controlaremos todo esto.
Martin soltó su mano y corrió hacia el siguiente sector. La puerta del WHC estaba abierta y Amy se hallaba allí, vomitando.
La puerta de la cabina de Valentina estaba cerrada. Llamó vigorosamente.
—Valentina, ¿va todo bien?
Pasaron varios segundos antes de que oyera una reacción. Volvió a llamar a la puerta.
—Sí, ¿qué pasa? —preguntó la rusa soñolienta.
—¿Te duele algo?
—¿A mí? ¿Por qué piensas eso?
—No pasa nada. Lo explicaré más tarde.
Martin ya iba corriendo de vuelta a su sector. Esperaba que Francesca estuviera bien… pero ¿qué pasaba con Jiaying y Amy?
—¿Francesca?
Su puerta también estaba cerrada por dentro. Llamó, pero solo oyó gruñidos. «Maldita sea».
—Watson, abre la puerta. Es una emergencia. Francesca está en peligro.
La lucecita junto a la cerradura pasó de rojo a verde. Martin entró a toda prisa en la cabina. Francesca estaba tumbada en su cama, retorciéndose y dando vueltas.
—Francesca, soy yo. ¿Qué pasa?
Le caía saliva por la comisura de la boca. Apretaba su vientre con sus manos y gemía.
—Marchenko, tiene los mismos síntomas que Jiaying y Amy.
—Esto no puede ser una coincidencia. La única explicación posible es envenenamiento. ¿Tal vez algo en el agua o en la comida?
—Watson, por favor, analiza el agua potable en busca de sustancias venenosas —instruyó Martin—. ¿Qué podemos hacer, Marchenko?
—Siempre y cuando no sepamos lo que es, solo una eliminación básica del veneno les va a ayudar.
—¿Y eso qué significa?
—Echarlo fuera. Tienen que vomitarlo todo, y si eso no sucede de un modo natural, tenemos que inducirlo.
—Amy ya está vomitando.
—¿Y Francesca?
—Está tumbada en la cama, gimiendo.
—Tienes que llevarla al WHC de inmediato… no, no importa dónde. Lo que sea que esté en ella debe salir lo más rápido posible. Puedes limpiarlo más tarde.
—Francesca, por favor, date la vuelta. —Martin intentó hacerla rodar hacia el borde de la cama—. Venga, tienes que vomitar. Solo inclínate por el borde de la cama. Si sigues tumbada de espaldas, el vómito podría colarse en tus pulmones.
Se dio cuenta de que ella estaba intentando ayudarle tanto como podía. Apenas había conseguido sacarle la cabeza por el borde de la cama cuando ella vomitó, justo en sus pies.
—Lo siento —consiguió decir.
—No importa, eso puede limpiarse. Solo sácalo todo.
Gradualmente, todo el contenido de su estómago aterrizó en el suelo.
—¿Cómo le va a Jiaying? —preguntó Martin.
—Acaba de entrar tropezando en el baño para volver a vomitar —respondió Marchenko.
Así que su novia aún podía sostenerse en pie, igual que Amy. Francesca era, sin duda, la que estaba peor.
—Valentina está ahora con Amy —dijo Marchenko.
—¿Tenemos eméticos a bordo? ¿No sirve el sulfato de cobre para inducir el vómito?
—Eso ya no se usa —respondió el exmédico de la nave—. Pero tenemos jarabe de ipecacuana en el botiquín. Primero tenemos que averiguar qué es. Si es algo cáustico, la ipecacuana estaría contraindicada. Pero como las tres ya han vomitado, tal vez no necesitemos usarla.
—Watson, ¿has conseguido ya algún resultado?
—Trazas minúsculas de varios triterpenos tetracíclicos. Con esta concentración no son venenosos, pero en cualquier caso no deberían estar ahí.
—Eso no significa nada para mí. —Martin estaba perplejo.
Marchenko continuó preguntando.
—¿Podrían ser residuos de agentes de guerra? ¿Algo de una guerra química, particularmente del antiguo bloque del este?
«¿Sospecha de Valentina?», se preguntó Martin.
—No, nada que conozcamos. Debido a las diminutas trazas, por desgracia no puedo determinar la clase exacta de sustancia. Parece más bien una mezcla de sustancias en vez de una sustancia pura, como se indica por la composición elemental.
—¿Puedes darnos algunos ejemplos de posibles sustancias? —preguntó Marchenko.
—Algunos son productos químicos —informó Watson—, como el dammarano, que se usa como aglutinante en pinturas. Los cicloartanos funcionan de un modo similar al estrógeno, pero muchos también ocurren de forma natural, como los tirucallanos del té negro, o las cucurbitacinas en las plantas de la familia de las cucurbitáceas.
—¿Plantas cucurbitáceas? Como, por ejemplo, ¿pepinos o calabacines?
A Martin se le ocurrió una idea.
—Sí, esos vegetales a veces contienen cucurbitacinas —dijo Watson—. En las variedades domésticas ha sido eliminado, pero a veces sucede que las semillas son fertilizadas por cucurbitáceas decorativas, por ejemplo, y luego tenemos las cucurbitacinas de los frutos de las plantas.
—Ayer comimos ensalada de calabacín —dijo Martin—. No me gusta el calabacín, así que no la comí.
—Habría sabido muy amargo.
—Jiaying mencionó que el calabacín estaba inusualmente amargo, pero pensó que era normal, porque hay cucurbitáceas amargas que son muy populares en China. Nos preguntábamos si deberíamos descartar las verduras, pero la comida fresca es tan rara que no quisimos desperdiciarla.
—Si es un envenenamiento por cucurbitáceas, no podemos hacer mucho más que conseguir que el veneno salga de sus sistemas lo más rápido posible, así que una ronda de jarabe de ipecacuana es lo mejor para todas las que comieron el calabacín, para asegurarnos de que lo sacan todo. Espero que no tengamos que hacerles un lavado de estómago —dijo Marchenko—. ¿Puedes ir a por el jarabe, Martin?
—Francesca, ¿estás? Tendré que dejarte sola por un momento —le murmuró Martin.
Francesca asintió y volvió a vomitar. De camino al módulo de mando no pudo evitar comprobar cómo le iba a Jiaying. Había vuelto a la cama.
—¿Todavía te duele mucho? —preguntó.
—El dolor ha remitido un poco.
—Tuve que asistir a las demás…
—No pasa nada. Marchenko me ha estado ayudando con palabras de consuelo. También me dijo que probablemente fuera el calabacín.
Martin asintió, se despidió con la mano, y se dirigió hacia el módulo de mando. Tal vez pudiera encontrar restos de calabacín para poder examinarlos más a conciencia. Buscó donde Valentina había preparado la comida, pero no pudo encontrar nada. Lo había limpiado todo bien y había dejado todas las sobras en el módulo de reciclaje. De ese modo la cucurbitacina probablemente llegaría al agua potable. Todo lo que contuviera agua era separado de los sólidos allí, para que no se perdiera ni un mililitro de valiosa agua.
Martin buscó en el botiquín. Encontró calmantes y antipiréticos delante. «¿Cómo se llamaba ese emético? El nombre empezaba con “i”», pensó mientras miraba una botella tras otra, sin tener ni idea de para qué se usaban. «Aquí está», dijo al recordar el nombre. Ipecacuana. Cogió la botella y la llevó al anillo de habitación.
—¿Quién debería tomarlo, Marchenko?
—Espera un momento… esta medicina tiene desventajas. No me gusta darlo, así que si podemos continuar sin usarlo… Por otro lado, considero que es mejor, teniendo en cuenta las circunstancias, que hacerles un lavado de estómago. Déjame pensar en ello, porque la medicina tardará unos veinte minutos en hacer efecto de todos modos.
Martin dejó la botellita y fue a la cabina de Jiaying. Estaba tumbada en la cama, pálida, pero consiguió volver a sonreír.
—Creo que me he librado de todo —dice ella—. Francesca se sirvió un plato más grande, si recuerdo bien. Le gusta mucho el calabacín. Ella dice que es por el nombre italiano[3].
Martin recordó esa escena durante su comida. Él había preferido una sopa instantánea. La comida fresca estaba bien, pero los pepinos, las lechugas, y un poco de berros eran suficientes para satisfacerle.
—¿Está bien Valentina? —preguntó su novia.
Él asintió. ¿Estaba intentando insinuarle algo? Era bastante extraño que todas las mujeres se envenenaran con la comida… a excepción de Valentina. Tal vez ella no hubiera sido consciente de que a Martin no le gustaba el calabacín cuando lo planeó. Y de todos modos, ¿cómo podía haberlo sabido?