Regreso a Encélado

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Recuperación » 5 de noviembre de 2049, ILSE

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5 de noviembre de 2049, ILSE

Marchenko surcaba el espacio. Durante las pasadas semanas había usado su tiempo libre diario para descansar. Aunque no necesitaba dormir, descubrió que la soledad le ayudaba. Estar constantemente con la misma tripulación le crispaba los nervios, y varias veces se había descubierto dando una respuesta equivocada por rabia o puro deseo de hacer daño. Su primer viaje a las estrellas, por lo tanto, también era una especie de escape. Tras una pelea con Francesca, apagó todos sus sensores internos.

Amy le preguntó una vez qué estaba haciendo exactamente durante su tiempo libre, y Marchenko lo llamó «meditación». Cuando su conciencia estaba separada de todos los sensores internos, sentía como si se estuviera moviendo por el espacio él solo. Los instrumentos que miraban al exterior de la nave le alimentaban con todos los datos disponibles, pero tardaba un rato en crear una imagen para ellos. ¿Qué aspecto tenían los rayos gamma o equis? ¿Qué imagen encontraba para los campos magnéticos medidos por el magnetómetro, o para las partículas de energía alta de la radiación cósmica que estaban constantemente bombardeando la nave espacial?

Su creatividad e imaginación seguían siendo humanas. Eso podría deberse a que la estructura de su conciencia había sido formada durante sus muchos años de existencia humana. ¿Cambiaría eso en algún momento? ¿O tal vez ya había cambiado y no se había dado cuenta porque a él le parecía completamente normal?

Ahora Marchenko estaba tumbado de espaldas, con los brazos abiertos, mirando hacia arriba. Le recordaba a cuando era niño, cuando hacía mucho tiempo solía mirar al interminable cielo ruso mientras nadaba en el embalse local durante el verano. Los otros niños solían salpicar agua a los demás cerca de la orilla, o se hacían ahogadillas, pero él simplemente nadaba y flotaba. El vacío que le envolvía ahora era cálido, ya que la radiación cósmica de fondo lo había calentado hasta unos agradables dos coma siete grados Kelvin. Una ligera brisa soplaba desde la dirección del sol. La actividad de manchas solares demostraba que la Tierra experimentaría pronto una tormenta solar, pero allí fuera solo les llegaría un ligero viento de verano.

Él estaba situado dentro de un arrecife en un diminuto atolón en el océano. Ahí fuera sentía el oleaje. Donde el viento solar golpeaba el medio interestelar y se veía ralentizado por ello, en el llamado frente de choque de terminación, el mar era mucho más bravo que aquí. La zona en la que se había situado estaba principalmente vacío y árido. No había peces que pudieran amenazarle, y apenas plancton que pudiera provocar fisuras microscópicas en el casco exterior de ILSE. Sintió un cierto tirón ejercido por la enorme isla en las cercanías. Aún estaba más allá del horizonte, pero la atracción de su masa gradualmente empezó a acercarle a él, mientras que su campo magnético le repelía. No estaba apuntando directamente a la isla, ya que también se estaba deslizando por el océano mundial. Se encontrarían en unas semanas. No aterrizaría en ella —lo cual lamentaba de algún modo—, porque sabía que no dejaría ir a sus invitados de buena gana. Por lo tanto, se limitaría a visitar a una de sus acompañantes y, desde allí, se maravillaría de su majestuosa belleza.

Marchenko giró la cabeza a un lado despacio. El agua salpicaba, pero al mismo tiempo tenía que tener cuidado. No solo controlaba los sensores exteriores de ILSE, sino también los propulsores del Sistema de Control de Reacción, o RCS. Si se daba la vuelta conscientemente, la nave espacial rotaría alrededor de su eje central. Eso no supondría un problema auténtico ahora mismo, ya que ILSE estaba deslizándose por esas tranquilas aguas.

Quería echarle un vistazo a la Tierra, que se movía siguiendo su rumbo a lo lejos tras él, e intentó sentirla con todas sus fuerzas. Sabía que el campo gravitatorio de la Tierra se alargaba hacia el espacio de un modo indefinido, y pensaba que podía sentir algunos de sus efectos seductores. Pero, para ser honestos, eso estaba probablemente solo en su imaginación; la Tierra no tenía ninguna oportunidad contra la fuerza del sol. Ahora también apareció de nuevo el gigante Júpiter desde detrás del sol. Su entrada hizo que todos los demás planetas terrestres parecieran diminutos.

Tenía que ser paciente. Dentro de un año volvería a aterrizar de nuevo en el Planeta Azul. Marchenko fijó su mirada hacia arriba. El firmamento, con su infinito número de estrellas, le deslumbraba cada vez que lo veía. Era un puzle gigante como ningún otro. Miró una sección, admiró la variedad de estrellas y galaxias en ella, todas las extrañas cosas creadas por las leyes de la naturaleza. Había estrellas variables que cambiaban su brillo con ritmo, como decoraciones navideñas, gigantescas explosiones de estrellas que morían y sus restos, estrellas neutrón y agujeros negros, que solo podía descubrir a través de los efectos que creaban, y todos los aún más absurdos monstruos del zoológico cósmico.

Entonces se dirigió a toda velocidad hacia la región. Se podría asumir que ahora los detalles se verían agrandados mientras la variedad disminuía, pero nada más lejos de la realidad. Vio otros monstruos estelares y nuevos fenómenos astrofísicos, pero nada se repetía de un modo sistemático. Le parecía imposible, pero cuando volvía a aumentar la resolución, lo mismo sucedía, y luego otra vez y otra y otra. Este universo evitaba que los humanos lo comprendieran por completo, y aún así era finito.

¿Qué sentido tenía todo eso? Marchenko no lo sabía, pero disfrutaba de las vistas. El término «meditación» realmente era apropiado. Flotaba, y mientras tanto el universo vertía su diversidad sobre su frente como aceite de una jarra, dispersando los pensamientos sin sentido de los mortales y eliminándolos… era pura relajación.

Algo parpadeó. Solo duró unos microsegundos, pero como sus sentidos estaban aumentados por los instrumentos de medición de ILSE, Marchenko lo notó. Procedía del norte cósmico, de la dirección de la estrella polar, y era como si alguien hubiera abierto y cerrado brevemente una cortina. ¿Qué podía ser eso? Había aprendido a nunca ignorar esas rarezas.

Marchenko aún recordaba cómo su padre siempre había escuchado los sonidos que hacía su viejo coche Zhiguli. Si había un ruido chirriante en el motor, incluso si era uno muy suave, lo desmontaba antes de que se desarrollara un problema mayor, ya que era casi imposible encontrar repuestos por aquel entonces. Básicamente, la tripulación de ILSE estaba en una situación muy similar. Nadie podría ayudarles si un instrumento fallase.

¿Qué podría haber sido ese parpadeo? Tal vez un micro meteorito había golpeado uno de los instrumentos y había provocado que informara de datos erróneos por un momento. ¿O había un problema con el sistema de control?

—Doc Watson, ¿puedes ayudarme? —susurró Marchenko. Podía comunicarse con el IA solo con pensar, pero era más fácil para él imaginarse hablando.

—Claro, Dimitri.

—He tenido un breve cambio de posición aquí cerca de la estrella polar, algo como un parpadeo.

—Alfa Ursae Minoris. Comprendo. Espera un momento.

—Probablemente no sea nada —dijo Marchenko, pero notó de inmediato que había hecho ese comentario más para calmarse a sí mismo que como una convicción verdadera. Cualquier sistema electrónico podría exhibir errores espontáneos, por supuesto, pero los instrumentos de la nave estaban dos y hasta tres veces asegurados contra esto.

—Eso es interesante —comentó Watson. Marchenko supo de inmediato que no le gustaría oír el resto—. Durante medio segundo, la estrella polar ha cambiado varios minutos de arco en la dirección de la eclíptica. Ahora su posición vuelve a ser totalmente correcta.

—¿Medio segundo? ¿Con qué rapidez reaccionan normalmente los algoritmos de corrección de los instrumentos ópticos?

—La tolerancia es de diez milisegundos.

—¿Has notado algo? Los instrumentos asegurados dos veces proporcionan datos erróneos durante quinientos milisegundos, aun cuando debería haber notado el error tras diez milisegundos.

—Eso es extraño, de hecho. La probabilidad de que tal error sucediera al azar es de una entre trescientas cincuenta mil.

—¿Qué indican las memorias de corrección, Doc?

«Si el instrumental hubiera corregido sus mediciones, debería haberse registrado en los archivos adecuados», razonó Marchenko.

—No sucedió ninguna corrección.

—¿Tienes idea de cómo encaja todo esto junto?

—La probabilidad es tan baja que este evento tiene que considerarse imposible según todos los estándares razonables.

—Sí, Doc, pero sucedió. Ahora usa tu imaginación.

—¿Imaginación?

—La búsqueda de posibilidades remotas que puedan explicar el evento.

—Podría haber un error en tu programación, Dimitri.

—Bien, ahora te estás moviendo en la dirección correcta.

Marchenko también tuvo una idea.

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