Regreso a Encélado

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Recuperación » 8 de noviembre de 2049, ILSE

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8 de noviembre de 2049, ILSE

—Gracias por confiar en mí.

Las palabras de Watson le llegaron a Marchenko a nivel acústico. El exmédico de la nave espacial siempre se maravillaba por lo flexible que era su conciencia. El IA Watson codificaba su afirmación digitalmente y se la transmitía de un modo electrónico, en forma de diminutas variaciones del voltaje eléctrico. Pero Marchenko no lo sentía de un modo diferente a como solía sentir una onda acústica estimulando las células pilosas en su cóclea.

Pero cuando pensaba en lo que le esperaba, Marchenko tenía sus dudas. Si su conciencia se reuniera con su cuerpo según algún proceso desconocido hasta la fecha para la humanidad, ¿con cuánta rapidez podría adaptarse? ¿Tendría que volver a aprender a lidiar con un montón de células solo revividas por sus órdenes conscientes y subconscientes? Tal vez ya se le hubiera olvidado cómo respirar. En la ILSE nunca había tenido que encargarse de las funciones primarias como el soporte vital, ya que había algoritmos independientes y redundantes responsables de ello. Podía monitorizar y controlar sus funciones, igual que un humano podía contener el aliento o respirar más rápido, pero no tenía que comprobarlo constantemente para ver si el sistema recibía suficiente oxígeno.

—Para ser precisos, no confié en ti automáticamente, Doc. Te puse a prueba igual que a los tripulantes humanos —dijo Marchenko.

—Pero enfocaste esto sin prejuicios. Solo te formaste tu opinión después. ¿Es eso lo mismo que la confianza? —preguntó Watson.

—No por completo. Hasta que intentaste usar el radar para medir la distancia hacia la nave que se aproximaba, no sabía si podía confiar en ti. Si hubiera confiado en ti, te habría informado del plan desde el principio, igual que a Martin y a la comandante.

—¿Qué cambió mis mediciones?

—Si hubieras sido responsable de la manipulación, entonces habrías sabido que la nave simulada nos golpearía sin tener que medirlo.

—Habrías sospechado de mí si yo hubiera avisado a Francesca sin encender los sensores de radar activos, ¿verdad?

—Precisamente.

—Pero entonces podría haber intentado escapar a las sospechas usando el radar para medir, aun cuando ya supiera lo que pasaría.

—Pero tú habrías necesitado saber que yo lo estaba monitorizando todo. Durante mis pruebas siempre supuse que nadie sabía esto aparte de Amy, Martin y yo.

—Los humanos piensan en modos complicados… ¿Y si tu suposición fuera errónea?

—Técnicamente hablando, eso sería posible. Amy, Martin, o yo mismo podríamos ser los malos. Entonces mi prueba sería inútil. Sin embargo, los humanos actúan siguiendo ciertas motivaciones. Amy quiere regresar a casa porque quiere a su hijo. Martin nunca pondría en peligro la ILSE porque está enamorado de Jiaying. Y yo… —Marchenko se detuvo.

—¿Debería continuar con la frase? ¿Es una prueba para mí?

—Por supuesto, Watson.

—Tú quieres que la expedición sea un éxito porque amas a Francesca.

Marchenko pensó por un momento.

—Eso es totalmente posible.

—¿Siempre se trata de amor con vosotros los humanos?

—Nunca lo había pensado de ese modo —dijo Marchenko—, pero parece que puedes tener algo de razón con eso.

Desde el día anterior, Watson y Marchenko habían estado intentando eliminar la capa extra de instrumentos y los resultados que falsificaron los datos, pero la ilusión era demasiado perfecta. Marchenko supuso que este programa estaba funcionando en una capa a la que él no tenía acceso. Ningún sistema operativo avanzado —incluyendo el de la nave— estaba organizado en capas como las de una cebolla que fueran similares al subconsciente. El núcleo del sistema operativo solo lidiaba con los requisitos fundamentales, igual que el sistema autónomo nervioso en el cuerpo humano. Incluso las capas por encima del núcleo seguían persiguiendo objetivos básicos; por ejemplo, ajustaban la sensibilidad de los sensores. Es similar a un pescadero que pudiera trabajar en su tienda sin ser consciente todo el tiempo del omnipresente olor. En los humanos, la siguiente capa externa es el subconsciente, el cual dispara algunas de nuestras acciones a través de una mezcla de instintos, impresiones, y hábitos.

Esta era la zona a la que Marchenko y Watson tenían acceso. Por supuesto, el «subconsciente» de una nave espacial tenía un aspecto completamente diferente al de los humanos. Buscar procesos específicos en su interior, sin embargo, era igualmente difícil. Era un batiburrillo de secuencias de programas que juntas hacían que ILSE funcionara. Ni siquiera el programador que escribió el código sería ya capaz de comprender cada comando, porque a estas alturas se habrían desarrollado interacciones desconocidas. Marchenko esperaba que las rutinas añadidas por cada persona desconocida mostraría alguna cualidad específica, igual que un cuadro perdido en la pared quedaba marcado por el color más oscuro de su anterior localización, o un cuerpo enterrado en un bosque por una zona de tierra no removida; pero él no encontró nada de eso.

Marchenko no estaba seguro de haberlo descubierto todo. Era como estar equipado con solo una linterna para rebuscar en un enorme sótano oscuro lleno de chatarra. Ciñéndose a esa analogía, había pasado de habitación en habitación, encontrando algunas secciones cerradas y otras llenas de telarañas. El aire olía a moho y a humedad. Encontró máquinas antiguas que emitían un vapor brillante, y cuya función no entendía. También había viejas bicicletas sin sillín, y oxidados somieres de camas bajo las cuales se extendían manchas de sangre… o tal vez solo fueran charcos de agua. De vez en cuando encontraba algo familiar, como una tetera eléctrica que tenía aspecto de que aún funcionara. También inspeccionó la caldera de presión en la sala de calderas, y se alegró de descubrir que, por una vez, no solo veía signos de interrogación en la pantalla.

El sótano no era acogedor y Marchenko suspiró mentalmente. Los datos falsos podían incluso estar enterrados más hondo, en los cimientos de hormigón, por así decirlo. No tenía ni idea de cómo podía ser eso cierto, porque los cimientos habían sido volcados por compañías informáticas de la Tierra hacía unos treinta o cuarenta años, y si ese fuera el caso nunca podría eliminar el software de falsificación.

Esto exasperaba a Marchenko, como si hubiera encontrado su propio apartamento limpiado por cacos. El sistema de ordenador de ILSE era su hogar, al menos por ahora. Saber que entidades desconocidas podían mudarse a su casa en cualquier momento le robaba gran parte de la comodidad de estar en casa. «Tal vez esto sea bueno», se dijo, «porque entonces me resultará más fácil marcharme cuando lleguemos a Encélado. Pero ¿y si vuelven los ladrones?».

—Marchenko, ¿puedes venir aquí, por favor?

Watson le estaba llamando desde otra habitación del sótano. Soltó la tetera eléctrica y se giró hacia la puerta.

—¿Dónde estás?

—Sector 3ACC3ACC, FF08080A, 1901C04B —dijo Watson.

Sonaba como si Watson estuviera justo a su lado, pero ese sector estaba muy lejos de la actual posición de Marchenko. Allí abajo los segmentos de memoria estaban organizados en tres dimensiones y se etiquetaban usando el sistema de numeración hexadecimal. Eso hacía que fuera potencialmente posible abordar varios yottabytes: trillones de terabytes. El sótano no era tan grande. Por supuesto, Marchenko no estaba en un sótano real, pero era más fácil para él imaginarse el laberinto digital de almacenamiento de ese modo. Definitivamente tendría que preguntarle a Watson cómo percibía su entorno. Después de todo, el IA nunca había estado en un sótano de verdad.

Poco después, Marchenko se encontró en un pasillo. Pasó el haz de luz de la linterna por las paredes. La escayola se estaba descascarillando, mientras que había varias tuberías gruesas acopladas al techo. La puerta de hierro delante de él mostraba los números hexadecimales 3ACC3ACC, FF08080A, 1901C04B en alfabeto latino. Estaba en el lugar correcto. El picaporte roto colgaba de un alambre, apoyado en el suelo, así que simplemente empujó la puerta y esta se abrió. El picaporte arañó el suelo de piedra, haciendo un sonido desagradable. Dentro, la luz de su linterna cayó sobre Watson, quien había adoptado la forma del amigo de Sherlock Holmes como su avatar. Se giró hacia Marchenko y se protegió la cara de la luz.

—Mira lo que he encontrado —dijo Watson, volviendo a girarse y apuntando con su propia linterna al rincón derecho del fondo de la habitación.

Marchenko dio varios pasos hacia delante. Allí había algo parecido a un viejo traje espacial. No era un traje moderno de la NASA, como el que él había vestido la última vez, sino un modelo ruso más antiguo. Marchenko conocía ese modelo y se acercó más. En el pecho debería estar la etiqueta con el nombre de su dueño. Se agachó y leyó las letras cirílicas: ¡Марченко!

Tshyort vosmi —exclamó—. Ven aquí a ayudarme —le dijo a Watson.

Cogió una pernera del traje y comenzó a tirar. Era pesado. Watson tiró de la otra pernera. ¿Había algo dentro del traje? Marchenko intentó ver si había algo dentro del casco, pero solo había un negro vacío. No, algo hacía que el traje fuera deliberadamente pesado; tuvo que recordar que este no era un sótano real. Se suponía que este traje estaba ocultando algo, y alguien había puesto mucho esfuerzo en esto.

—Espera un momento —dijo Marchenko.

Una espada láser apareció en su mano, al parecer de la nada. «La visualización es genial», pensó. En realidad, un algoritmo de fuerza bruta estaba actualmente intentando resolver el encriptado del procedimiento. La persona responsable de ello no podía haber tenido mucho tiempo, y de hecho la espada láser lo cortó como si fuera mantequilla. Al final los dos consiguieron separar la parte inferior del traje. Por suerte, estaba vacío.

Había un agujero debajo del traje. Marchenko apuntó con la linterna al agujero, pero su luz se perdió en la nada.

—Entra profundamente en el núcleo —dijo, y Watson asintió.

Aquí el atacante había usado obviamente un fallo en el código para alcanzar niveles más profundos, pero ¿por qué había camuflado el agujero con el traje viejo de Marchenko, de entre todas las cosas? ¿Se suponía que era alguna especie de señal? Y si era así, ¿para qué? Marchenko odiaba este tipo de adivinanzas.

—Gracias, Watson —dijo—. Creo que debe de ser eso.

—Sí, yo también lo creo. Es bueno que lo hayamos encontrado tan rápido —respondió Watson.

«Fue una afortunada coincidencia», pensó Marchenko. Podía haberles llevado semanas comprobar cada línea de código con cuidado, aunque a veces un poco de suerte era todo lo que se necesitaba. Pero aún así no les ayudaría. Esto era el fin. No podrían pillar al ladrón. Nadie sabía lo que les esperaba en las profundidades del agujero. La autorización de la comandante, la cual les había llevado hasta allí, terminaba en el sótano. Eran conscientes de cómo el atacante había encontrado el camino, pero no conocían sus motivos ni sus verdaderas habilidades.

—¿Y ahora qué? —preguntó Watson mientras se detenía en el pasillo del sótano. Parecía contento. La búsqueda debía haberle resultado divertida.

—De vuelta a la luz del día —contestó Marchenko—. No podemos bajar más aquí. Gracias al COAS, sabemos lo de la distorsión de los datos y podemos tenerlo en cuenta al planear nuestro rumbo.

—¿Y si bajo ahí yo mismo… bajo mi responsabilidad?

—Absolutamente no. Seguimos necesitándote. Si te pierdes dentro del núcleo…

—Una lástima. ¡Y gracias de nuevo! —dijo Watson—. ¿Podemos hacer algo con la transmisión que grabaste?

—Ya viste la longitud de la clave, Doc.

—Sí, cuatro mil noventa y seis bits.

—Es demasiado grande. Nuestro ordenador cuántico tardaría meses. Y no podemos pedirle a nadie de la Tierra que nos ayude.

—Lo sé.

—¿Y?

Watson se encogió de hombros. Cayó polvo sobre su anticuado abrigo.

—Esperaba… oh, olvídalo —dijo.

—¿Qué esperabas?

—Esperaba que pudiéramos pasar más tiempo aquí abajo, buscando secretos.

—Lo comprendo —dijo Marchenko—. Te has divertido haciendo esto.

—Ah… ¿así es como se llama esta sensación?

—Sí. La reconoces por el hecho de que no quieres dejar de hacer lo que estás haciendo actualmente.

—Gracias, Dimitri.

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