Regreso a Encélado

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Recuperación » 17 de diciembre de 2049, ILSE

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17 de diciembre de 2049, ILSE

El día anterior, Martin había buscado en todos los archivos de bitácora desde hacía tres años. Watson no se había olvidado ciertamente de cómo se había realizado el aterrizaje por aquel entonces, pero no hacía daño que Martin buscara errores que pudieran evitarse esta vez. Intentó reconstruir sus propios recuerdos con la ayuda de los archivos, y funcionó sorprendentemente bien. Cuando cerró los ojos incluso pudo oír llorar al recién nacido Sol.

Su tarea no se había vuelto más fácil. A través de varios ciclos, la tripulación adaptó la órbita de ILSE a la de Encélado. Sin embargo, para pasar de un camino alrededor de Saturno a uno alrededor de una luna mucho más pequeña, la nave tendría que desacelerar bruscamente. Entonces ILSE se estaría moviendo a una velocidad relativa a la superficie de Encélado que podía compararse a un avión de pasajeros aterrizando en la Tierra. Si la nave estuviera moviéndose demasiado rápido, la pequeña luna, con su diámetro de solo quinientos cinco kilómetros, no podría sostenerla.

Además, ya habían pasado por todo esto antes. «Funcionó la última vez, así que deberíamos conseguirlo sin problemas esta vez», razonó Martin. Estaba impresionado por lo mucho que esta afirmación parecía calmarle. Junto con los demás, estaba esperando la señal. Watson tenía el control, y él había controlado su trabajo hacía tres años.

El IA comenzó la cuenta atrás. Cuando llegó a cero, una fuerza presionó a Martin contra el asiento. La sensación era casi tan fuerte como la que había sentido durante el despegue del cohete ruso. Los motores iban apuntando en su dirección de vuelo. Esto permitió a Martin ver Saturno a través del ojo de buey, y el planeta llenó por completo su campo de visión. No tuvo que sufrir fuerzas g durante mucho tiempo; tras menos de un minuto, la aparente ingravidez de la caída libre regresó.

Todos habían decidido no perder el tiempo. La selección de un lugar de aterrizaje era sencilla; tenía que ser cerca de Valkyrie, la tuneladora que iba a llevar de nuevo a varios de ellos al fondo del océano helado. La zona en las proximidades del polo sur tenía significativamente más peñascos que en su primer lugar de aterrizaje, pero Francesca creía que ella podía controlarlo. También colocarían la pistola láser y su planta de energía allí, completando así la tarea asignada por Shostakovich.

ILSE solo necesitaría rodear la luna una vez antes de descender.

—Tengo una zona de unos doscientos por ciento cincuenta metros cerca de Valkyrie que debería ser adecuada para un aterrizaje —informó Watson.

—¿Distancia exacta?

—Mil doscientos metros, comandante.

—Eso es bueno —dijo Amy—. ¿Qué pasa con el entorno? ¿No hay montañas altas?

—Nada por encima de los cien metros. En el este hay rocas volcánicas de unos ochenta a cien metros de altura. Por lo demás, la zona está rodeada por campos de hielo agrietados.

—Puedo manejar eso con facilidad. El vector de aproximación está en dirección sur, así que unas cuantas rocas no supondrán un problema —dijo Francesca.

—¡Entonces entremos en el módulo de aterrizaje! —exclamó la comandante.

—Espera un momento, Amy. Todavía no hemos decidido las tareas de distribución —dijo Valentina.

—Confiamos en los equipos probados —dijo Amy—. Francesca y Martin bucearán dentro de Valkyrie. Tú y Jiaying vais a ocuparos de la sonda de aterrizaje y a rellenar nuestras provisiones de masa de reacción para los motores.

—No estoy de acuerdo —dijo Valentina—. Parte del acuerdo era que yo iría a bordo de Valkyrie.

—Marchenko, ¿puedes confirmarlo? Ha pasado mucho tiempo desde que lo discutiéramos.

—Lo confirmo, comandante. Creo que Shostakovich no quería perderse ese suceso. Para un científico, sería una experiencia increíble. Por lo tanto, su hija tiene que tomar parte de la excursión.

—Vale —dijo Amy—. Pero Valkyrie solo está diseñada para dos, y en el viaje de vuelta también tenemos que hacerle sitio a Marchenko… ¡con suerte!

—No es absolutamente necesario que yo tenga que bajar —dijo Martin. No estaba demasiado ansioso por verse metido en un tubo de metal para bucear en las profundidades del océano una vez más.

Amy ponderó este tema y Martin podía imaginarse por qué.

—Tú y Francesca… ¿funcionaría eso de verdad, Valentina?

—Yo no tengo ningún problema con ella —contestó con gesto impasible.

—Pero yo sí que lo tengo con ella —dijo Francesca.

—Entonces tengo que sustituirte por Martin. La última vez él lo hizo realmente bien.

—Eso está fuera de la cuestión —exclamó la piloto italiana—. ¿Tengo que recordarte de qué va todo esto? Yo tengo que bajar ahí.

—Pues tendrás que llevarte bien con Valentina durante un tiempo. ¿Puedes hacer eso?

—Sí, comandante —contestó Francesca con los dientes apretados.

Martin se sintió secretamente aliviado. Ahora no tenía que volver a las profundidades del océano. En vez de eso podía cuidar de la sonda de aterrizaje y del láser con Jiaying.

Media hora más tarde, todos a excepción de la comandante estaban atados a sus asientos en el módulo de aterrizaje. Amy, quien se quedaría sola dentro de ILSE, ya se había despedido de todo el mundo.

—Voy a pasar a control manual —dijo Francesca.

—Yo recomiendo el modo automático —se opuso Watson.

—Vamos, divirtámonos.

—¿Por qué es divertido poner en peligro a la tripulación con una solución menos que óptima?

—No lo entenderías, Watson. Es por la emoción. Pasa cuando no todo es manejado de modo automático. También apuesto a que puedo aterrizar esta cosa al menos tan bien como tú.

—Debido al cambio en el lugar de aterrizaje, una comparación con los datos de aterrizaje de 2046 no es completamente factible.

—Oh, Watson, solo confía en mí.

—Vale, Francesca, entonces probaré el concepto de confianza. Estoy en ascuas. ¿Es esa la expresión correcta?

—Sí que lo es —gruñó Francesca.

—Entrada alta.

La voz de Francesca devolvió a Martin a la realidad. ¿Se había quedado dormido de verdad durante los últimos minutos? Se frotó los ojos. Ahora llegaba el momento cuando Francesca tenía que comprobar el lugar del aterrizaje. La vio pulsar varias teclas. Probablemente estaba ampliando la imagen de la zona, porque aún estaban a una altitud de tres mil metros. Si algo no se veía bien, aún podían salvarse y volver a ILSE desde allí.

—Se ve bien —anunció la piloto—. Vamos a continuar con nuestro descenso. Todo listo.

Martin encendió su propia pantalla. Encélado le parecía un viejo y arrugado conocido. La zona cercana al polo sur estaba recorrida por profundas fisuras, las llamadas Rayas de Tigre, a través de las cuales se lanzaban de vez en cuando chorros de vapor desde el océano hasta el espacio. Eso no les suponía ningún peligro. La primera sonda que los humanos habían enviado a Encélado, Cassini, había volado a través de varios de los penachos de vapor.

—Watson, ¿estado del sistema de aterrizaje? —pidió Francesca.

—Adelante. ¿Puedo decir «genial» en vez de eso? Prefiero esa palabra. Suena más… —respondió Watson.

—Puedes, pero mantén tus respuestas breves.

—Genial.

Pasó un minuto. Martin se dio cuenta de que estaba respirando más rápido, pero en realidad no había motivos para preocuparse.

—Mil metros —dijo Francesca.

Martin intentó calmarse recordando 2046, pero no funcionó. Por aquel entonces, ¿no había activado Francesca el modo de aterrizaje automático porque pensaba que era una locura descender en modo manual? No, debía estar equivocado.

—Ciento cincuenta metros. Entrada baja.

Habían llegado al punto de no retorno. Como Francesca no había abortado el aterrizaje antes de ahora, llegarían a la superficie de todos modos, vivos o muertos. ¿Y qué había de la gravedad allí? Incluso si comenzaran a caer como una piedra desde este punto, podrían sobrevivir al impacto debido a la baja gravedad. Martin recordaba cómo él y Hayato habían movido el Valkyrie usando la pura fuerza de sus músculos, aun cuando habría pesado varias toneladas en la Tierra.

Ahora Francesca tenía sus manos en los mandos de la derecha y de la izquierda. Ella ajustó la nave para que sus chorros principales apuntaran directamente hacia abajo. Martin comprobó la pantalla; iba bien. Noventa grados. Ni siquiera el modo automático habría hecho un trabajo mejor. Como Encélado no tenía atmósfera, el equipo de aterrizaje no tenía que temer repentinas ráfagas de viento. A pesar de saberlo, a Martin le sudaban las palmas de las manos.

—Preparados para aterrizar.

La imagen en la pantalla se desvaneció, con toda probabilidad debido a finos cristales de hielo que se veían removidos por los motores principales. El sonido de los motores se desvaneció, y Francesca los apagó. Parecía que ya iban suficientemente despacio. Era una sensación extraña, como de otro mundo. No se podía aterrizar así en otra parte. Rebotarían en un asteroide si su velocidad no fuera precisamente de cero al final. Y en cualquier cuerpo celeste más grande, un impacto sin controlar tras una caída de cien metros destruiría la nave.

Martin vio a Francesca sonreír. Era probablemente por eso por lo que insistía en el control manual. Llegar a una luna alienígena en caída libre debía ser un capricho especial para una piloto apasionada.

—Diez… nueve… ocho…

—Calla —dijo Francesca.

Watson abandonó la cuenta atrás. Majestuosamente y en completo silencio, la sonda de aterrizaje descendió hacia la capa de hielo que cubría esta misteriosa luna con un grosor de varios kilómetros. Luego la tocó muy despacio y con mucha suavidad.

—Bienvenidos a Encélado —dijo Francesca. Todos aplaudieron—. Rossi a comandante. Hemos llegado y todo el mundo está bien. Menos Watson, creo.

—Gracias, Francesca —respondió Amy—. ¿Qué le pasa a Doc?

—Creo que tiene miedo. ¿Tengo razón, Watson?

—No estoy seguro —respondió el IA—. Sentí un desagradable cosquilleo. Ese es el único modo en que puedo describirlo. Pero me resultó muy diferente a aquella vez cuando iba cayendo hacia el sol en la ILSE.

—Lo comprendo —dijo Amy—. Debe haber sido aprensión, una forma menor de miedo, mientras que la otra sensación es más como desesperación.

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