Regreso a Encélado

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Recuperación » 18 de diciembre de 2049, Encélado

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18 de diciembre de 2049, Encélado

Era diferente estar allí esta vez. Martin se preguntó toda la noche qué le parecía tan distinto, pero no podía encontrar una explicación de por qué era así. Después de todo, no estaban allí por primera vez; no era como tener sexo por primera vez con una nueva pareja. Sabía exactamente qué esperar. Un humano ya había dado un primer paso allí, e incluso había habido una primera muerte. Su cuerpo aún recordaba claramente cómo se sentía al caminar por allí, así que no tendría que practicar la habilidad necesaria. También recordaba las vistas a través de los campos helados, con el gigante Saturno en un cielo que siempre le había parecido más oscuro que la noche más oscura en la Tierra.

Todo eso podría ser cierto, pero no cubría el punto más esencial: el mismo Encélado era diferente ahora.

Esta sensación fue confirmada cuando, tras agotadores preparativos —técnicamente hablando había pocas diferencias entre una excursión en Encélado y un paseo espacial—, Martin se desacopló del conector del SuitPort y bajó la escalerilla metálica. Aunque sus amigas no estaban lejos, una sensación de infinita soledad le dominó. Esta emoción incluso hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas, y que desgraciadamente no podía limpiarse por culpa de su casco. Las notó goteando por sus mejillas y era una sensación reconfortante, ya que demostraba que estaba vivo. Algo había muerto, pero él seguía vivo. «Espero que sean solo las hormonas», pensó, «o el estrés de estar encerrado durante meses, obligado a estar lejos de este grandioso paisaje». Había una cosa que tenía que decir, aun cuando lo recordaba muy bien: «La vista es incomparable».

Martin miró a su alrededor. En tres direcciones de la brújula, una llanura se extendía delante de ellos. No podía ver que detrás de él estaba fracturado, no llano. Habían elegido bien el lugar del aterrizaje. Proporcionaba suficiente espacio para mover el láser y su planta de energía, y para anclarlos al hielo. Una cordillera montañosa arrojaba agudas sombras negras hacia el este.

El contraste entre arriba y abajo era particularmente fascinante. El brillante hielo del fondo estaba cubierto por una capa fina como el cristal. La luna parecía brillar desde el interior, como una de esas pantallas de papel con una bombilla en el centro. Pero tan pronto como tu mirada se alargaba hacia el horizonte, el brillo pasaba de cien a cero. El cielo sobre Encélado era negro como boca de lobo, y el contraste con el suelo hacía que pareciera mucho más oscuro y vacío que cuando se veía desde la nave espacial. Sin embargo, este efecto solo continuaba hasta que mirabas hacia el este y veías Saturno. Allí, mirando desde la cara sur de Encélado, Saturno estaba solo unos grados por encima del horizonte. Esa debía ser la «ilusión lunar» conocida desde la Tierra que hacía que pareciera gigante. El sol, sin embargo, que debía haber acabado de salir, parecía mucho más pequeño de lo normal y no proporcionaba ningún tipo de calor. En el mejor de los casos, ciento cincuenta grados bajo cero era lo que el pronóstico meteorológico predeciría para los próximos días.

Martin se adentró unos pasos en la llanura. En realidad saltó allí, ya que caminar de un modo normal en gravedad baja era imposible. Se giró en redondo y se quedó asombrado al ver lo pequeña que ya parecía la sonda de aterrizaje. Alguien le iba siguiendo, saludando con un brazo. Martin sufrió un repentino flashback. Durante una milésima de segundo pensó que la persona era Hayato, pero entonces se dio cuenta de que tenía que ser una de las tres mujeres. Tal vez debía activar su radio bidireccional.

—… y deberíamos empezar a desempacarlo todo. Voy hacia ti —dijo la voz de Jiaying.

¿Así que había tenido el valor de dejar a Francesca y a Valentina solas en el módulo? Bueno, esas dos tenían que aprender a llevarse bien en algún momento.

Jiaying se acercó más y volvió a saludar con el brazo, y Martin le devolvió el saludo.

—¡Es genial aquí fuera! Mira, ahí está Saturno, y por allí va subiendo el sol —dijo.

Martin sonrió. Era agradable verla tan feliz y excitada.

—Venga, saltemos un poco —le dijo. Cuando ella se acercó lo suficiente, la tomó de la mano y saltaron hacia arriba—. ¡Estamos volando! —exclamó Martin riendo.

Jiaying le siguió el juego. La siguiente vez, ella se agachó y tiró de él hacia arriba.

—¡Yujuuu! —gritó—. Todo el planeta es un enorme trampolín.

Siguieron saltando hasta que Martin se dio cuenta de que estaba sudando.

—Vamos, pongámonos a trabajar —dijo, y llevó a Jiaying hacia la sonda de aterrizaje. En realidad tenían mucho tiempo. Francesca y Valentina estarían de viaje durante varios días. Solo Jiaying y él mismo estarían en la sonda de aterrizaje… eso casi sonaba como unas vacaciones. Pero por si acaso necesitaran la ayuda de Valentina, deberían instalar el láser antes de que sus compañeras astronautas se marcharan hacia Valkyrie. La tarea no implicaba nada que pareciera estar más allá de las habilidades de Martin, pero al final podrían ser detenidos por algo tan simple como una contraseña obligatoria que la rusa hubiera instalado para permitir que la planta de electricidad produjera energía.

Los módulos del láser y la planta de energía estaban localizados en la misma jaula metálica donde había estado Valkyrie cuando aterrizaron por primera vez en Encélado hacía tres años. Cada una de las unidades pesaba tanto como la tuneladora, así que eligieron de nuevo el sistema de poleas. La primera vez, Hayato y él habían tirado de los cables mientras Jiaying les observaba desde la sonda de aterrizaje.

«¿Cómo le estará yendo al marido de Amy en la Tierra? ¿La echa de menos tanto como ella lo extraña a él?», se preguntaba Martin.

Pensó por un momento y entonces decidió cambiar los roles. Sería más fácil explicar el papel que él había adoptado previamente.

—Voy a enganchar la polea y la cuerda, y tú coge el tobogán. ¿Debería mostrar…?

—Martin, por supuesto que he leído la descripción de la tarea de antemano. Teniendo en cuenta tu vértigo, debería ser yo quien enganchara la polea. Eso sería lo mejor.

Él asintió. Debería haber sabido que Jiaying no haría nada sin prepararse antes. Le apretó el hombro, cogió la cuerda y la polea, y trepó al andamiaje. Él la observaba con fascinación.

Ella contactó con él por radio, preguntándole dónde estaba el tobogán y si él estaba allí solo para quedarse como un pasmarote.

Apenas había conseguido desenrollar la lona de plástico, que medía unos cinco metros de ancho, cuando Jiaying apareció de improviso junto a él. En las manos llevaba la delgada cuerda que estaba conectada a la parte de arriba del láser por medio de la polea.

—¿Cómo has…?

—He saltado. Solo pesamos dos kilos aquí —dijo Jiaying con una risita.

«Maldita sea, me he enamorado de una loca», pensó.

Ella se giró en redondo y se enganchó a la sonda de aterrizaje. Esa era la desventaja de la baja gravedad: mientras que el láser y la planta de energía solo pesaban media tonelada en vez de cuarenta, ella solo podía usar sus dos kilos para tirar de la cuerda. Por lo tanto, ella necesitaba el pesado módulo de aterrizaje como anclaje.

—Tira —dijo Jiaying, lanzando la orden a sí misma.

Martin le había enseñado la expresión y ella la pronunciaba muy bien.

La polea mejoraba su fuerza de tal modo que consiguió mover quinientos kilos. La cuerda que la conectaba a la sonda se tensó.

—Uy.

Jiaying estaba sorprendida; sus pies estaban perdiendo contacto. Estaba flotando varios centímetros por encima del suelo, tal vez porque el rodillo de desviación había sido colocado ligeramente más alto que la última vez.

Al principio, ella ni siquiera se dio cuenta de que su cargamento estaba empezando a moverse. Jiaying dejó que la cuerda se desenrollara centímetro a centímetro. Despacio y en un extraño silencio, todo el bloque se deslizó hacia abajo. Tras media hora, solo quedaban unos metros.

—¿Va todo bien? —preguntó Martin.

Jiaying asintió.

—Todo genial.

Comprobó su monitor biométrico. Jiaying no parecía estar exhausta. Martin tuvo que admitir que ella se había ejercitado un poco más durante su viaje de lo que lo había hecho él. «Donde las dan, las toman», pensó.

El tobogán terminaba a unos tres centímetros por encima del suelo. Jiaying desenrolló la cuerda lo suficiente, y el coloso que consistía del láser y el generador de fusión se apoyaron en la superficie. Aunque solo estaba a unos metros de distancia de la sonda de aterrizaje, esto no suponía ningún problema. Si algo fuera mal con la planta de energía, unos metros adicionales no ayudarían.

—Gracias a los dos —dijo Valentina desde el interior de la sonda—. Yo puedo encargarme del resto.

Jiaying y Martin se miraron. Uno de ellos tenía que volver si Valentina quería salir. Tanto el módulo de aterrizaje como Valkyrie tenían SuitPorts. Permitían que los astronautas se deslizaran desde el interior dentro de un traje espacial acoplado al exterior. El método del SuitPort ahorraba espacio en comparación con un compartimento estanco, pero la desventaja era que no podían salir más de dos personas al mismo tiempo. Hacía tres años, Martin y Francesca habían necesitado coger los trajes acoplados al Valkyrie, y esos estaban esperando dentro de la sonda de aterrizaje para ser usados de nuevo.

Mañana, Valentina y Francesca se pondrían los trajes mientras estuvieran dentro, y saldrían del módulo a través de la escotilla en su camino hacia la tuneladora. Esto provocaría que el aire fuera descargado desde la sonda de aterrizaje. Tenían suficiente oxígeno almacenado y podían crear más fácilmente a partir del hielo, usando un método electroquímico, pero durante su salida nadie podía quedarse en el módulo sin protección. Hasta entonces, tendrían que apañarse con los dos SuitPorts que podían acoplarse al exterior.

—¿Te importaría entrar? Me gustaría tener vigilada a Valentina —dijo Martin.

Miró la pantalla en su brazo. Aún tenía suficiente aire.

—Vale —dijo Jiaying—. Te veré más tarde.

Martin esperaba que Valentina ya hubiera empezado a hacer ejercicio diligentemente. Si solo había empezado con la fase de pre-respiración, él tendría que esperar mucho tiempo ahí fuera. Sin embargo, ella parecía estar bien preparada; cinco minutos después de que Jiaying acoplara el traje, sus brazos y piernas comenzaron a moverse de nuevo. Nunca había observado de un modo consciente el proceso de salida; se parecía un poco a una muñeca de trapo renaciendo poco a poco. Primero las piernas se estiraban y comenzaban a sacudirse. Martin sabía exactamente por qué. El LCVG se resbalaba mientras Valentina se metía en el traje, y ahora estaba intentando mover las arrugas hasta un punto en el que no le molestaran. Entonces los brazos comenzaban a moverse; al principio de un modo aleatorio, mientras Valentina se las ponía, luego con movimientos deliberados, ya que ella misma tenía que iniciar el desacoplamiento.

Martin sospechaba lo que pasaría a continuación. La rusa dio un primer paso sobre la luna… e inmediatamente rebotó. Era raro, porque el módulo de aterrizaje experimentaba la misma baja gravedad, y todos se habían adaptado a ello dentro. Pero ahí fuera, donde el ojo percibía un enorme objeto que recordaba a la vieja Tierra, la ancestral programación mental se abría paso y los astronautas, de un modo mecánico, querían dar pasos fuertes. Los humanos eran en realidad habitantes en exclusiva de la Tierra y simplemente no pintaban nada allí.

Valentina chilló, pero eso era normal al dar los primeros pasos en un nuevo mundo. Martin ya se sentía bastante en calma. Diez minutos más tarde ella alargó los brazos hacia él y, para entonces, ya se había adaptado a la situación.

—Vamos a poner esta cosa en marcha —dijo ella, dando un salto hacia delante.

La «cosa» parecía una gigantesca caja de metal dentado, y Valentina deslizó una placa de metal en un extremo. Debajo había un agujero en el cual insertó una llave especial. Se abrió una segunda cubierta, revelando una pantalla y un teclado con teclas enormes. Era obvio que las teclas estaban fabricadas para ser usadas con los guantes de un traje espacial. Valentina tecleó varios comandos mientras silbaba con alegría.

—¿No tenemos que desempacar algo? —preguntó Martin.

—No. —Ella sacudió la cabeza—. Todo está preparado para usarse.

Martin se quedó decepcionado. Se había imaginado que una pistola láser tendría, al menos en parte, el aspecto de un anticuado cañón… pero ¿este ladrillo?

—¿Quién es responsable de diseñar los productos en tu compañía? —preguntó.

Valentina se rio.

—¿Me preguntas eso en serio?

—Simplemente esperaba algo más impresionante.

—Has estado viendo demasiada ciencia ficción. A excepción de nosotros, nadie verá nunca este aparato. ¿Por qué iba a necesitar un diseño elegante? Desde luego, mi padre no se gastaría dinero en eso.

Lo que ella decía era cierto, pero Martin seguía decepcionado por su aspecto tan poco impresionante.

—Supongamos que una nave espacial pasa volando por aquí. Y a tu padre le cae mal su capitán.

—Sí, el láser podría disparar a la nave y probablemente destruirla.

—Entonces ¿puede apuntar?

—Eso es absolutamente necesario —explicó Valentina—. Si queremos acelerar una mini nave espacial desde la Tierra, o desde los asteroides, usando un láser, nunca podemos predecir su trayectoria con absoluta precisión. Por lo tanto, este aparato de aquí debe ser capaz de apuntar a su objetivo. Échale un vistazo a la tapa de la caja. En el lado derecho, las cubiertas pueden moverse de un modo controlado. Debajo hay un cristal de alta calidad. Para apuntar, el sistema automático solo tiene que mover el láser hacia la posición correcta dentro de la caja.

Esto aclaraba por qué Shostakovich estaba implementando un proyecto tan grande en secreto. Los láseres distribuidos a través del sistema solar podían usarse como armas. Eso trastornaría significativamente el equilibrio de poder entre naciones. Martin se estremeció. ¿Y si el sistema caía en manos de un loco? ¿Podía Shostakovich ser ese loco? No se estarían equivocando si le llamaran bicho raro. Martin reprimió ese pensamiento.

—¿Y si Encélado está al otro lado de Saturno en ese momento? —preguntó.

—Eso no pasará. Calculamos los despegues de tal modo que todos los láseres estén siempre a tiro.

—Tanto esfuerzo por algo que no generará ningún beneficio… Tu padre incluso ahorra dinero en el diseño de los productos. ¿Por qué apoya el proyecto?

—Las estrellas, Martin —dijo Valentina—. Seremos capaces de acelerar nuestras mini naves espaciales hasta un veinte por ciento de la velocidad de la luz. Entonces necesitarán solo veinte años para llegar a la estrella más cercana… ¡Eso es factible! Y cada láser adicional que coloquemos más lejos añade más porcentaje de velocidad y acorta el tiempo de viaje en consecuencia. Mi padre cree que quien llegue a las estrellas será inmortal.

—¿Y tú?

—No soy religiosa, pero me fascina la idea de que abandonemos nuestro sistema solar, que los humanos nos extendamos gradualmente por la Vía Láctea. ¿No te fascina a ti también?

—En general sí, pero tú —o nosotros— seguimos estando lejos de ese objetivo. Esto no va de naves espaciales como ILSE, sino de diminutas sondas espaciales. Podrían transmitir imágenes de Próxima Centauri dentro de veinticinco años, pero pasarán siglos antes de que podamos viajar allí por nosotros mismos.

—Creo que ahí te equivocas, Martin —dijo Valentina.

Luego llevó su mano al visor de su casco y levantó el dedo índice. Fue solo cuando dijo «shhh» que reconoció el gesto.

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