Regreso a Encélado

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Recuperación » 21 de diciembre de 2049, Encélado

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21 de diciembre de 2049, Encélado

El Bosque de Columnas estaba localizado a unos ciento cinco kilómetros hacia el noreste. Valkyrie avanzaba mientras se mantenía cerca del fondo del mar. Los astronautas en la superficie y en la nave espacial estaban actualmente dormidos, así que todo estaba tranquilo y en silencio. A Francesca le encantaban estos turnos en los que estaba sola con sus pensamientos, la maquinaria, y el entorno. Había un ambiente meditativo dentro de Valkyrie. El agua gorgoteaba en el circuito de calefacción de los chorros, los motores eléctricos zumbaban, y el sistema de soporte vital siseaba. Todos los aparatos tenían diferentes ritmos, y juntos interpretaban una melodía que Francesca encontraba muy relajante. Antes, Valentina había preguntado si debería ponerse a los mandos durante un rato, pero Francesca rechazó su oferta porque aún no estaba cansada.

Los faros delanteros mostraban el suelo rocoso. De vez en cuando su color cambiaba del gris oscuro al marrón grisáceo o incluso al negro amarronado, y a veces el negro tenía unos tintes azulados. Ocasionalmente, cuando los faros se concentraban en un depósito de hielo, el suelo marino se volvía cegadoramente brillante y parecía estar iluminado desde debajo. Sin embargo, todo seguía siendo estéril.

La delgada capa de células, con sus estructuras eléctricas visibles bajo la luz de infrarrojos, y que Marchenko ya había descubierto años atrás, no estaba por ninguna parte. Francesca siempre imaginó que el océano helado y la criatura de Encélado eran un solo ser, absolutamente inseparables. Si eso fuera cierto, la criatura ya no existía y ella no tendría manera de recuperar el cuerpo de Marchenko, así que esperaba estar equivocada. ¿Podía ser que hubieran recorrido todo este camino para realmente tener que regresar con las manos vacías?

La consola zumbaba suavemente. Francesca había bajado el volumen de todos los mensajes para evitar despertar a Valentina. Era poco después de las tres de la mañana y el sistema de radar detectó contornos en la distancia. La distancia era correcta, así que ese debía de ser el Bosque de Columnas. Al menos una cosa no había cambiado. Su corazón latía más rápido. Desde ese momento, el tiempo pareció alargarse.

Francesca aumentó la energía del motor un adicional veinte por ciento; Valkyrie debería poder manejarlo durante un rato. Se giró en redondo y vio que Valentina seguía dormida. Nada en este viaje dependía de esa mujer rusa, porque ella ya había cumplido su misión. Francesca aún se preguntaba por qué Shostakovich insistió en que su hija participara en esta misión submarina. Valentina no parecía estar segura de la razón tampoco, y ahora mismo estaba obviamente teniendo un buen sueño. Se estiró sensualmente. ¡Era todavía tan joven! Francesca intentó recordar cuando ella misma tenía veintitantos años. Siempre había intentado ser mejor que los demás, incluidos los chicos que estaban haciendo el curso de piloto con ella; ella había tenido éxito y había acabado siendo la primera de la clase.

Al ser la hija de un billonario, ¿había Valentina tenido que demostrar su valía así? Francesca se dijo que no debía ser injusta. No conocía demasiado sobre la joven como para juzgarla. Era extraño que hubieran tenido que aterrizar en Encélado antes de dejar de considerar a Valentina una traidora.

La consola zumbó de nuevo. Francesca miró el monitor. Habían llegado al Bosque de Columnas. Ella dirigió Valkyrie muy cerca de él y luego apagó los motores. El gorgoteo y el zumbido desaparecieron. Solo quedó el siseo, como si fuera una sinfonía apagándose despacio hasta que un solo instrumento tocaba las últimas notas. Los faros proyectaban brillantes conos en el agua que hacían que las columnas blancas arrojaran sombras. Francesca estaba igual de impresionada con la visión ahora como lo había estado la primera vez. «El bosque se alza rígido y silencioso. ¿No había sido Martin quien había citado este maravilloso verso de un poema por aquel entonces? O tal vez estoy equivocada, porque el astronauta alemán no está muy interesado en poesía», pensó. Pero ahí estaba, el bosque con sus miles de columnas, y era silencioso de muchas formas.

Por una vez, no emitía ninguna señal física. Las columnas solo reflejaban. No brillaban en ningún rango de frecuencia. Además, el bosque estaba en silencio porque no respondía a ninguna de sus preguntas. Años atrás, Martin había mencionado su teoría de que el bosque podría ser una especie de archivo. Francesca abrió el archivo de fotos tomadas durante su último viaje y las comparó con las actuales. ¿Podía ser que dos nuevas filas de columnas hubieran aparecido? Comparó las coordenadas exactas y descubrió que, de hecho, nuevas columnas se habían añadido. Pero eso no respondía su pregunta más significativa: ¿Dónde estaba este ser? O lo que era más importante, ¿dónde estaba el cuerpo de Marchenko?

Francesca decidió darse un paseíto, así que se movió con mucho silencio. Quería que Valentina siguiera durmiendo, porque quería disfrutar de este tiempo en el bosque ella sola. Una vez estuviera fuera, contactaría con la tripulación de la superficie por radio. Se cambió de ropa en silencio; se puso primero el pañal y luego el LCVG contra el frío. Luego pasó junto a la rusa durmiente hacia la popa de Valkyrie, donde el traje espacial destinado para Marchenko estaba acoplado al SuitPort desde el exterior. «Es bueno que pensara con tanto adelanto», pensó Francesca. Si ella usara ese traje, no podrían seguirla fácilmente. Aunque había dos trajes adicionales a bordo, Valentina tendría que inundar la nave antes de poder salir. Francesca definitivamente tendría una considerable ventaja.

Se dio cuenta ahora de que su subconsciente lo había planeado así desde el principio. Cuando Francesca situó el traje de Marchenko en el exterior del SuitPort, creó la oportunidad de abandonar la nave sola y en secreto, sin que Valentina pudiera seguirla. Ella quería encontrar el cuerpo de Marchenko, y lo buscaría hasta que lo encontrara. Ella nunca volvería sin él, sin importar lo que dijeran los demás. Era obvio que se lo debía, y no podía fracasar en esta misión.

Francesca descendió despacio hasta el fondo. La unidad de calefacción lanzaba aire caliente contra el visor de su casco. Allí abajo, el mundo era extrañamente digital. Donde quiera que iluminara su luz, existía de inmediato, y lo que estuviera fuera del haz de luz no existía; solo oscuridad y luz, cero y uno. No había nada en el centro, ni atardecer, ni amanecer, ni gris. Francesca se imaginó teniendo que vivir en un mundo así. Una cosa era haber nacido allí, como la criatura que había existido durante millones de años, pero un visitante nunca se sentiría como en casa allí. Ella había emprendido un largo viaje para llevar a Marchenko de vuelta a casa.

De nuevo se giró hacia Valkyrie. Ella solo podía ver la proa, donde estaban los faros. La popa desapareció en la oscuridad. Valentina debía seguir durmiendo.

—Rossi a comandante. Estoy entrando en el bosque —dijo.

—Espera un momento —respondió Marchenko—. Voy a enviarte las coordenadas del centro. Ahí es donde necesitas ir.

—Gracias.

—Buena suerte —dijo ahora la voz de Marchenko—. Y, por favor, no tomes ningún riesgo innecesario. No merece la pena.

«Ojalá fuera tan sencillo», pensó Francesca. Ella se giró hacia el bosque. La luz de su casco le permitió ver la fila más cercana. Cuanto más se acercaba, más pequeño se volvía el campo de visión. Estaba directamente delante de la primera columna y miró hacia arriba. Un cosquilleo le recorrió el cuerpo cuando se dio cuenta de que ella estaba enfrentándose a un objeto artificial no creado por humanos, el resultado de una tecnología alienígena. Era un método no conocido para el hombre. Las columnas crecían a partir de simples células cálcicas, en esencia como los arrecifes de coral, pero esta idea podría estar basada en un error humano básico.

«Somos arrogantes», pensó. «Un arrecife de coral o una colonia de hormigas… Crecen de un modo similar a esta columna, siguen un plan, y son el resultado de tecnología no humana. Aún así, no me colocó junto a ellos para admirarlos».

Francesca tocó la superficie de la columna con su guante, pero no sintió nada. Quería sentir la estructura bajo la punta de sus dedos, su dureza, sus líneas finas. Sin vacilaciones, abrió el cierre y se sacó el guante. El traje se sellaba automáticamente, así que ni un milímetro de agua entraría en la manga que ahora apretaba muy ceñida su antebrazo. Su mano estaba libre y la levantó delante de su casco para echarle un vistazo. Que visión más extraña. Una mano desnuda a más de un millardo de kilómetros de la Tierra.

El agua estaba tan fría que tenía que mover sus dedos para limitar el dolor. No tenía mucho tiempo. Con cautela, tocó las finas líneas de la columna. La superficie era rugosa. Las líneas de los signos grabados solo tenían un milímetro de grosor, pero ella creía que podía sentirlas claramente. Francesca cerró los ojos. ¿Podía recorrer los signos sin mirar? Se concentró y concentró todas sus sensaciones en la punta de los dedos, que se estaban entumeciendo con rapidez debido al agua fría. ¿Había un leve impulso eléctrico cuando seguía una línea, o solo se lo había imaginado? ¿Podía ser que las líneas estuvieran más calientes que el entorno?

Abrió los ojos de nuevo pero no vio diferencias. La bolsa de herramientas de su traje debía contener un aparato de visión nocturna. Lo sacó y tuvo la esperanza de que las baterías siguieran funcionando. Colocó el aparato delante de su visor y lo encendió. Su vista cambió. La oscuridad seguía siendo impenetrable, pero ahora no parecía azul, sino verde. Una vez más posó su dedo sobre los signos, pero esta vez con los ojos abiertos. Sintió el cosquilleo una vez más. Aumentó el factor de aumento al máximo y miró directamente el punto donde su dedo tocaba la columna. De verdad que había una diferencia de temperatura; el material no estaba muerto. Cuando movía su dedo, el punto lo seguía.

—Rossi a comandante —dijo Francesca por radio—. He encontrado algo.

Luego describió su descubrimiento.

Martin intervino:

—No quiero ser un aguafiestas, pero tu dedo está más caliente que la columna, así que energía térmica fluye de tu cuerpo a la columna. El punto que ves en infrarrojo procede de ti misma.

—Imposible —dijo Francesca—. Siento esta sensación de cosquilleo.

—Debe de ser el frío —respondió Martin.

—No tienes ni la más remota idea.

—Francesca, cariño —se oyó decir a la voz de Marchenko—, ¿tienes activado el aparato de visión nocturna? Entonces mira a tu alrededor. ¿Ves la red de fibras nerviosas que se juntan en el centro? Debería ser una visión maravillosa. Lo recuerdo claramente.

—No, Mitya.

Sabía lo que él quería decir: el bosque estaba muerto. No quedaba vida allí. Lo que fuera que ella estuviera percibiendo estaba provocado por su imaginación y por el deseo de ver algo. Pero ella también tenía que admitir que no había nada allí y solo había estado siguiendo un espejismo.

¿Debería darse la vuelta? Sería la elección más sensata. Valkyrie estaba a solo unos metros de distancia. Lo había intentado. ¿Borraba eso su culpa? Y su relación con Marchenko no era tan mala. Podían mantener conversaciones durante muchos años, durante décadas, hasta que ella muriera al final. Marchenko, por otro lado, era inmortal y estaba condenado a existir por toda la eternidad.

Francesca le dio un puñetazo a la columna pero no sintió vibraciones. No, era demasiado pronto para rendirse. Volvió a ponerse el guante sobre su mano helada. ¿Habría alguna vez un momento en el que le pareciera bien renunciar a su búsqueda? El traje expulsó el agua y volvió a cerrarse. La humanidad había llegado lejos. ¿Había llegado tan lejos como para rendirse sin reparos?

Francesca miró hacia Valkyrie una vez más. ¿Había movimiento en las sombras? «Imposible», se dijo a sí misma. Se giró en redondo y entró en el bosque. Las columnas eran considerablemente más altas que ella. En la Tierra, este bosque parecería abierto y brillante, ya que los árboles no tenían copas, pero aquí cincuenta kilómetros de océano ocupaban el lugar de este rasgo en particular. El Bosque de Columnas era sombrío, y aun cuando ahora sabía que no quedaba ningún rastro de vida, sintió que la estaban persiguiendo.

Comprobó su rumbo en la pantalla del brazo. Tendría que darse prisa si quería llegar a su destino con suficiente oxígeno. ¿Debería llamar a la Valkyrie y permitir que la llevara al centro del bosque? Esto le parecía mal. Años atrás, Marchenko también recorrió ese camino. Tal vez le encontrara si seguía sus pasos al pie de la letra.

Cuanto más avanzaba Francesca, más denso se volvía el bosque. Sin embargo, las columnas eran más bajas allí que en la entrada. Se detuvo y examinó los signos. ¿Podía ser que fueran menos complejos allí? Sería lógico pensar que el guion que se estaba utilizando también reflejaba el desarrollo de la criatura. ¿Quién sabía cuántos millones de años ya había viajado hacia el pasado? En algún momento tendría que regresar, ganarse la amistad de este ser, y permitirle que le enseñara el guion para poder leer todas esas historias.

Francesca miró su reloj. Llevaba caminando casi una hora. La localización donde Marchenko se había encontrado con el ser y había perdido su cuerpo no estaba muy lejos; a solo unos quinientos metros según la pantalla. Aquí las columnas parecían bastante desgastadas. ¿Tuvo que aprender la criatura a producirlas, así que las columnas más antiguas eran de calidad inferior? ¿O esto simplemente reflejaba los millardos de años que habían pasado?

Podía mirar por encima de las últimas filas de columnas. A una distancia de cincuenta metros, la luz del casco brillaba sobre una especie de plataforma dentro de un claro. La plataforma tenía unos cuatro metros cuadrados y un metro de altura, y estaba en el centro del bosque. Marchenko debía haberse encontrado con la criatura allí.

Francesca oyó un fuerte ruido, miró en derredor asustada, y luego se dio cuenta de que eran los latidos de su propio corazón. Desactivó los micrófonos internos. Eso la dejó en absoluto silencio. Ahora el claro estaba frente a ella como el ojo de un huracán. No había ni el menor rastro de corrientes, de calor, de energía, de vida.

—Todo está muerto aquí —informó por radio.

—Sí, querida, yo también puedo verlo. Vuelve. Has hecho todo lo que has podido. Te estoy muy agradecido.

No, aún no era el momento. Estaba allí, en el centro, sobre la plataforma donde el encuentro entre este extraño ser y su novio Dimitri había tenido lugar, un encuentro que se llevó su cuerpo, pero que le dio a su conciencia la vida eterna. Ella se acercó a la zona con pasos cortos. El cuadrado de la plataforma parecía consistir del mismo material del que estaban hechas las columnas. ¿Era esta la célula germinal? Hacía miles de millones de años, ¿comenzaron a cooperar las células allí, creando algo mucho más grande a partir de muchos componentes individuales débiles? La idea misma inspiraba admiración.

Este ser tendría una historia que había comenzado cuando la Tierra aún estaba en su fase primigenia. Aun cuando se pasó toda su vida en este océano, debía ser mucho más avanzado, tanto que los humanos no podían entenderlo. Ni tampoco podía comprender esta entidad los motivos primitivos de la humanidad. Teniendo esto en consideración, el hecho de que salvara a Dimitri Marchenko dos años atrás fue un golpe de suerte casi imposible por el que debería sentirse agradecida. Desde la perspectiva de esta criatura, la actual existencia de Marchenko estaba a un nivel mucho más alto que la efímera existencia física a la que ella estaba sometida.

Pero Francesca no podía estar agradecida. Sentía la pérdida, que era tan física como si alguien le hubiera arrancado un brazo o una pierna. Avanzó y subió a la plataforma. La iluminó con la luz de su casco. En el centro del recuadro vio un anillo. Tenía un diámetro de alrededor de un metro. Dentro había un hueco de medio metro de profundidad. El reborde del anillo estaba elevado y mostraba varios signos de la variedad más reciente, como los que había visto en las columnas exteriores, grabados con precisión y trabajados con muchos detalles. La inscripción debía ser relativamente nueva; ¿podría serlo todo el anillo? ¿Servía alguna función?

—Marchenko, ¿reconoces esto? ¿Estaba aquí antes? —preguntó por radio.

Ella envió las fotos tomadas por la cámara de su casco.

—No, solo había una nube —respondió—. No pude ver más porque cubría la zona, y luego había una sustancia con aspecto de mantillo por todas partes.

Francesca examinó la superficie. Esta vez la plataforma estaba limpia, sin mácula. El hueco con el anillo alrededor parecía nuevo, pero podría haber estado allí hacía diez años. Francesca se acercó más. ¿Qué había escrito en el anillo? ¡Ojalá pudiera descifrar los símbolos! En un cuento de hadas, sería un hechizo mágico que convocaba a un genio.

Se sentó en el hueco y giró una vez. Probablemente solo era decorativo, y si los humanos lo hubieran construido diría algo como «Agradecemos a nuestros patrocinadores, Fiat, Ferrero y el Vaticano». Se puso de rodillas, se inclinó hacia delante, y miró los símbolos más de cerca. Parecían artísticos y complejos, con un patrón que no sería muy adecuado para escribir a mano.

Una vez más se quitó el guante derecho y recorrió los símbolos cuidadosamente con sus dedos… ¡y se sorprendió! Donde tocaba el anillo, este comenzaba a brillar. ¿Era real? Se puso el visor de infrarrojos, pero la imagen solo mostraba oscuridad; era una luz fría. ¡Nadie la creería! Francesca observaba sus dedos mientras acariciaba despacio el material. Gradualmente, el frío entraba en la manga a través de su piel. La luz parecía proceder desde debajo de los símbolos grabados.

Se inclinó hacia delante, pero no pudo descubrir una sola fuente de iluminación. La luz era azul, un vívido azul cielo. Le recordaba al cielo de la Tierra en un bonito día de verano en la Toscana. Aun cuando su dedo seguía moviéndose, el brillo permaneció. Giró lentamente, deslizándose sobre sus rodillas, y poco a poco dibujó un círculo con brillo azulado que creaba un atmósfera mágica. Era una locura; probablemente había empezado a alucinar hacía un buen rato. Pero ¿cómo encajaba esa alucinación con el punzante dolor del frío en su mano?

Francesca apretó los dientes. Su intento por rescatar a Marchenko podría ser inútil, pero ella conseguiría completar el círculo. Continuó centímetro a centímetro. A su izquierda vio el punto donde había tocado el anillo en primer lugar. ¿Podía ir un poco más rápido? La luz seguía su dedo desnudo. No se preguntó si nada de eso tenía sentido. Ella solo quería terminar el trabajo.

El círculo se cerró y Francesca se derrumbó. Quiso ponerse el guante cuando sintió un movimiento de repente. El hueco en el que estaba sentada se movió hacia abajo. Aún tenía la oportunidad de alejarse de un salto. Levantó la mirada. A diez metros de distancia reconoció la silueta de un traje espacial. ¿Venía Marchenko a rescatarla? Ella sacudió la cabeza. ¿De dónde procedía toda esta confusión? Era ella quien quería rescatar a Marchenko.

El hueco se hundió más; tenía que ser una alucinación. ¿Había manipulado esa traidora de Valentina la provisión de oxígeno de Francesca para que el aire que respirase la envenenase poco a poco? Pero entonces, ¿por qué le seguía doliendo tanto su mano desnuda? Francesca miró hacia arriba, pero un reborde oscuro bloqueaba su vista. Ahora sintió la corriente. Agua fluía a su lado, por encima, por debajo, corriendo hacia la abertura que acababa de aparecer. A su alrededor solo había oscuridad y agua que corría. Alargó la mano a la izquierda, hacia la oscuridad, y esperó encontrar una pared, pero no estaba ahí. Entonces el hueco golpeó el suelo, el agua se desvaneció, y una última gran gota salpicó contra su visor desde arriba. La gota reventó para formar miles de gotitas, brillando como chispas bajo la luz azul que surgió en ese momento.

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