Regreso a Encélado

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Recuperación » 22 de diciembre de 2049, Encélado

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22 de diciembre de 2049, Encélado

Valentina vio cómo la piloto se sentaba en el hueco en el centro de la plataforma. Con su aparato de visión nocturna, la figura con el traje espacial sobresalía en el entorno. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Francesca se había quitado de verdad el guante? El calor corporal hacía que la mano brillara en modo infrarrojo. La piloto comenzó a tocar el anillo con sus dedos, pero ¿por qué? Nadie había preparado a Valentina para el modo tan extraño en que actuaba esta tripulación. Le habían contado que eran un poco ingenuos, más santurrones y menos pragmáticos, y que solo aceptaban argumentos que encajaran en su visión del mundo. Sin embargo, este diagnóstico solo podía aplicarse al noventa y nueve por ciento de la humanidad.

¿Qué intentaba conseguir Francesca con su extraño comportamiento? Valentina se quitó el visor de visión nocturna y entonces lo vio: donde quiera que sus dedos tocaban el anillo, un brillo azul aparecía. Debía de ser luz fría, lo cual explicaba por qué no lo había notado con la visión de infrarrojos.

De repente, la italiana se derrumbó. «¡Ahora o nunca!». Valentina avanzó hacia Francesca, aunque aún no tenía un plan real. Hasta ahora todos sus planes en este viaje habían fracasado, así que decidió concentrarse solo en el siguiente paso. Si todo hubiera salido bien, ella sería la que estuviera sentada en ese hueco ahora, sin peligro de que la molestaran. Francesca estaba empezando a mostrar signos de vida de nuevo. «Solo tres metros más», se recordó Valentina. La piloto italiana volvió a ponerse de pie y, por suerte, Francesca estaba dándole la espalda. Moviéndose con sigilo, Valentina llevó su mano izquierda al bolsillo interior de su traje espacial y sacó su arma arrojadiza.

—Hola, Francesca —dijo mientras presionaba el arma contra sus costillas, esperando que la piloto entendiera este gesto. Valentina sabía que Francesca era una soldado adiestrada y debería darse cuenta de que su oponente solo tenía que apretar el gatillo.

—Hola, traidora —respondió Francesca.

—No estás sorprendida.

Francesca se rio.

—Siempre supe que no te traías nada bueno entre manos.

—No sabes nada.

—Estabas intentando matarnos todo el tiempo.

—No, solo te habría neutralizado a ti. Habríais pasado unos meses tranquilos en vuestras cabinas. Esto no iba de mataros. Todo lo contrario.

—¿Me estás amenazando con un arma para no matarme? ¿Entonces qué?

—No me malinterpretes. Si fuera necesario, apretaré el gatillo, pero lo lamentaría. Sería un sacrificio necesario para la causa.

—¿Qué tipo de causa hace que merezca la pena matar a personas?

—Vosotros no lo entendéis. Estáis pensando en pequeño. ¿Qué es una víctima si después ningún humano tendría que morir jamás?

—Oh, así que Shostakovich está buscando la inmortalidad —dijo Francesca con una risotada.

«La típica arrogancia de aquellos que creen estar del lado del bien, pero que lo destruyen todo por su ignorancia», pensó Valentina. Se había encontrado con frecuencia con gente así. Los médicos a cargo de los trasplantes en el Hospital Estatal tampoco quisieron darle a su padre un nuevo hígado voluntariamente, aunque el suyo estaba destrozado por el cáncer. Pero si su padre sobreviviera a la enfermedad, podría ayudar a más personas que el borracho a quien supuestamente iban a hacerle el trasplante de hígado.

—Este «ser», como lo llamáis, ha existido durante millardos de años —dijo Valentina—. Es prácticamente inmortal. ¡Imagina lo que podríamos aprender de él! Solo necesitamos tomar un cultivo de células. Ya viste lo avanzado que es el laboratorio genético de mi padre. ¡Podríamos darle la inmortalidad a los humanos!

«Y por supuesto tu padre sería el primero en beneficiarse de ello. Él sería su propio conejillo de indias. ¡Ese había sido siempre el plan!».

—¡Simplemente podrías haberlo pedido! —gritó Francesca.

—Era probable que alguien dijera que no, y entonces nuestra oportunidad de conseguir el material habría sido de cero. ¡Nunca habríais comenzado este viaje! Pero tienes razón. Por la presente le pido al ser un cultivo de células. Estoy convencida de que puede oírnos. El anillo lo delató. Está aquí, en alguna parte. Tres minutos… le doy tres minutos y luego te dispararé. Si no reacciona, entonces tu muerte será culpa suya. ¿Qué son unas cuantas células comparadas con una vida?

Valentina sintió a Francesca derrumbarse entre sus brazos. Parecía tener problemas para mantenerse erguida, pero ¿era simplemente una distracción?

—Si de verdad puedes oírnos, ELLO, entonces no permitas que tus células caigan en las manos de esta mujer —susurró Francesca.

Luego se derrumbó. Valentina arrastró su cuerpo hasta el borde de la plataforma, lo dejó allí, y se sentó junto a ella.

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