Radix
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Lo inenarrable
[Todo lo que se mueve vuelve sobre sí mismo más pronto o más tarde. Lo sé mejor que ningún humano. El movimiento es una esfera: una decadencia de vectores de la curva del cosmos que se expande a las espirales de galaxias, estrellas, planetas y células… expandiéndose de nuevo a través de la blastosfera, el ojo y el cráneo.]
La luna estaba tendida sobre su espalda en el cielo diurno, y Nobu Niizeki contemplaba el aire claro a su alrededor mientras caminaba. En su mente, la luna era una alegre plegaria; todos los verdaderos amores perdidos de la tierra giraban con ella, claros como la música. Todo lo que alguna vez había intentado alzarse sobre sí mismo estaba allí: células de plantas explotando, caracolas marinas ampliando sus espirales, y la concha expandida del cráneo, tan parecido a la luna.
Nobu se detuvo bruscamente. El murmullo del mar se había reducido. Alerta, miró a su alrededor para ver que la monótona curva del mar se había convertido en un horizonte de colinas. Se encontraba en el borde de la playa, donde las conchas rotas y las sombras demoníacas de las algas secas se mezclaban con tierra oscura y largos tallos de bambú. ¡Estaba a una docena de pasos más allá del borde de su prisión en la playa!
Un temblor de loca alegría casi detuvo su corazón. Miró de nuevo a las zanjas de arena, la bajada del borde de la playa y la larga curva de la orilla golpeada por las olas que brillaba con la caricia del mar. ¡Estaba libre! Un arrebato de éxtasis casi le tiró al suelo.
Después de más de doce siglos…
Su cara se contorsionó, pero se apoyó en sus sentimientos. Tenía que asegurarse. Aunque, por supuesto, estaba seguro: conocía muy bien sus límites; había presionado contra ellos durante doce siglos, y durante todos esos siglos éstos le habían devuelto la presión, invisibles e inevitables.
Se dio la vuelta, y el verdor del mundo ante él le lastimó con su enormidad. Dio varias zancadas atrevidas hacia adelante y entonces echó a correr hacia el brillante mundo de su libertad.
[V… símbolo del descenso y el retorno: el viaje de luz desde la libertad sin identidad hasta la identidad sin libertad de cristal y su rebote a través de la vida hasta la luz de nuevo. V, el atemporal emblema mentediós encontrado incluso hace cuarenta mil años, tallado en amuletos de hueso por Cro-Magnons tempolaxos.]
Un ort-carnero siguió a Nobu mientras se internaba en las montañas, alejándose del mar. Rubeus contemplaba al hombre abrirse paso entre las cañadas, todavía con su uniforme mántico, entorpecido por la alegría. El señor-ort ansiaba el poder de sentir sus pensamientos. Desde su creación, Rubeus había reflexionado sobre el destino de Nobu. ¿Por qué había dejado el Delph a este ser vivo y consciente en un pedazo de arena durante mil doscientos años?
El ort-carnero se situó en un punto más alto mientras la loca carrera de Nobu le guiaba hacia arriba. [¿Adónde vas, hombrecito?] Pero el mántico no era telépata, y Rubeus tuvo que contentarse con observar. Y preguntarse: [¿Qué vio el Delph, en estado de mentediós, fuera del tiempo, respecto a Nobu ahora, en este momento crucial? La escena es nebulosa.]
Sin embargo continuó, atraído por lo ilógico, lo caprichoso del destino de esta criatura. Nobu, gruñendo, continuó escalando el empinado terreno, en su rostro flotaba una luz religiosa. Entonces el pensamiento atravesó a Rubeus: [¡El Delph no tenía razón!] Al contemplar a Nobu, el señor-ort sintió la gravedad de la enormidad entre su cristal-lógico y la fantasía del Delph. [La fantasía es una herida. Sólo la razón carece de fisuras.]
El ort-carnero se asomó a un recodo para contemplar a Nobu. Lo miró fantasmagóricamente, con muda animación, silencioso y lento como una planta marina.
¿Cómo sobrevivir? Nobu yacía acurrucado y tembloroso contra un recodo de granito. Estaba en un bosquecillo de pinos blancos rodeado de aguanieve; finos arroyuelos manaban de los elevados riscos, cubriendo de neblina y rocío el alto cielo de roca. Había venido aquí atraído por la luz y las nubes… pero había olvidado el frío. Destellaba en sus manos y chispeaba en sus dientes. Quiso levantarse y continuar. Tenía un mundo para él que se expandía a través del olor de cedros rojos y pinares hasta las montañas de ensueño y un cielo cubierto de nubes de todas las formas. Pero los caminos que lo podrían conducir a otros lugares estaban cubiertos de espinos y escarcha. ¿Adónde ir? Todas las direcciones le hundían más en sus necesidades.
Un carnero de ojos helados le observaba con indiferente dignidad.
¿Qué es la alegría? El frío que le sacudía era alegre. Se le había negado durante tanto tiempo… había sido sólo una mente, un fantasma sin ansias atrapado en el tiempo, sabiéndolo todo, sin sentir nada. Ni siquiera el dolor hacía bien. Sonrió ante la quemadura del viento. El temor humano era el menor sentimiento del planeta.
El carnero se sobresaltó y se perdió de vista entre las zarzas. Nobu se sentó y se dio la vuelta para que su espalda le protegiera del avance del frío. Un zumbido flotó en los músculos de su cara. Sólo la libertad es misterio. Sólo el misterio puede llenar todo el espacio de la mente. Como un borracho, empezó a llorar.
Después de que el vapor de sus sentimientos se redujera en el viento de la montaña, se quedó cansado y vigilante. La nieve fundida plateaba su suave capilla sobre las rocas.
—Niizeki —dijo una mujer que apareció junto a él. Olía a lugares boscosos y a sombra, y la oscuridad de su rostro era íntimamente familiar.
—¡Assia!
—Ha pasado mucho tiempo, Nobu —dijo ella en Esper—. Ahora eres libre. Parte de un mundo nuevo. ¿Puedes levantarte?
Nobu se incorporó tambaleándose. Tras Assia, el tiempo parecía débil entre las nubes.
—El Delph… —empezó a decir, pero ella le hizo callar.
—Te lo explicaré todo.
[Newton en 1730 en el página 374 de la cuarta edición de Opticks: «El cambio de Cuerpos en Luz y Luz en Cuerpos está muy acorde al curso de la Naturaleza, que parece deleitada con la Transformación».]
Nobu estaba sentado en un bosquecillo de árboles negros y ondulantes. Assia y un eo se encontraban en un polígono de luz a respetuosa distancia, dándole tiempo para reflexionar sobre lo que ella le había dicho. En su mente, él aún veía la playa de su exilio y, esporádicamente, el tintineo de los delfines en el mar de la mañana.
Sacudió la cabeza hasta que su sangre zumbó. El dolor era sagrado. Hambre, Lujuria, Fatiga, e Ignorancia eran de nuevo sagradas, porque en el hechizo del Delph no las había sentido. Pero la majestad de su humanidad se cubría de necesidades, y sufría al pensar que pronto estaría de nuevo perdido entre comidas, sueño y mujeres. Había desaparecido el conocimiento, así como la antigua sabiduría que había aprendido a ver en la pluma de una gaviota y en un grano de arena. Había desaparecido, ahogado por su cualidad física. Era carne de nuevo. Aquello era el más cruel castigo del Delph.
Deriva abrió los ojos para ver una cara oscura y sonriente.
—Soy Nobu Niizeki —dijo el hombre amablemente. Le rodeaban Assia, Jac y un eo-ort con cara de maniquí—. Te encontramos en el templo de Raynii después de que los eo nos contaran la captura de Sumner.
¿Captura? Deriva se sentó, y la oscuridad brilló en sus ojos. ¿Dónde está?
—Deberías descansar, amigo —le aconsejó Jac.
Deriva le apartó y miró a Assia. ¿Dónde está?
—Rubeus le mantiene en trance —dijo ella—. El ort está intentando romper su mente. Vamos a tratar de liberarle.
Jac ayudó al né a ponerse en pie.
—Está a un salto-enlace de distancia. El eo puede ayudarnos a entrar en la cámara-sueño de Oxact.
—Escapar, sin embargo, puede resultar imposible —añadió el eo—. El enlace de Oxact es de una sola dirección. Cuando lo atraveséis, saldréis al exterior, pero no aquí. Tendréis que pasar a través de todos los orts de Rubeus.
—Estaréis a salvo conmigo —dijo Jac—. Rubeus me quiere vivo.
—Francamente —advirtió el eo—, es un riesgo demasiado grande. Sumner se entregó a su destino. Creo que ahora debemos confiar en el tiempo.
Yo también voy, dijo Deriva, se levantó tambaleándose, mareado. Se encontraban en lo alto del árbol-forma abierto en Ausbok, asomados a las brillantes orillas del río. ¿Qué me pasó?
—Uno de los sicarios distors de Rubeus te drogó —dijo Assia—. Aún estás aturdido, y tal vez sería mejor que esperaras.
No. Deriva sacudió el aturdimiento de su cabeza. Yo también voy. Ayudadme, por favor.
Nobu llevó a Deriva al arco del enlace, y los otros les siguieron. Al ver al distor, tan extraño y a la vez tan parecido a un ser humano, y tras notar su telepatía rebullendo mágica en su interior, Nobu se sintió afectuosamente atraído. Todo lo que Assia le había contado sobre la mente-máquina Rubeus y su dominación del mundo se concentraba aquí en el sentimiento y amistad de este mutante hacia otro humano. Nobu sintió la sangre enaltecida, y se dispuso a ayudar, fuera cual fuese el coste.
—Si tenéis que ir —dijo el eo—, entonces que todo el mundo permanezca cerca. Os enviaré directamente a la cámara de trance donde está Sumner. En cuanto lo rescatéis, regresad al enlace. Lo he preparado para que al menos os saque de Oxact. Desde allí, tendréis que usar los dos seh que tenéis, el de Assia y el de Jac, y viajar al norte hasta el próximo enlace. Eso os traerá de regreso aquí.
Assia cogió la mano de Nobu. Era extraño verle vestido con las ropas amarillas de los eo.
—Nobu… no tienes por qué venir. Ni siquiera conoces a Sumner.
—Te conozco a ti —dijo él con su habitual cortesía—. Además, Rubeus es el reverso oscuro del Delph. Ahora como hombre debo de hacer lo que pueda. —El continente de tiempo en el cual había existido libre como un dios, sin ansias y enaltecido, aún estaba a la vista. Sólo la claridad que había conocido entonces había desaparecido. La fatiga era más intensa de lo que recordaba.
Vamos, urgió Deriva. Y entraron en el enlace.
[Chandogya Upantshad se refiere al yo más interior como la Luz Interna.
Al-Ghazali enseñó que todo es una gradación de luz.
Rumi escribió: La luz forma el embrión en el vientre…
¿Por qué, si no, salimos de la oscuridad con ojos?
En los Gathas Zoroástricos la fuerza vital es llamada luz perdida.]
Encontraron a Sumner solo, atado en el vórtice de iluminación de la catapulta de trance. Arcos de metal blanco se expandían en largas curvas por interminables corredores, la luz azul trémula en los suelos pulidos como espejos.
Deriva corrió hacia Sumner e inmediatamente empezó a desatarle. Cara de Loto… ¡despierta!
Mientras le quitaban las bandas, hexaedros de luz solar circularon alrededor de la cámara y desaparecieron. Bajaron a Sumner al suelo, donde se sentó, con el rostro aturdido. Deriva le abrazó, y con toda su presencia empática lo enraizó en el aquí y ahora. Esto es real. Estás despierto. ¿Puedes sentirlo?
Sumner asintió, las sangrientas profundidades de su trance más alejadas ahora con el abrazo telepático del né que con todas sus vidas pasadas.
—Deriva —murmuró—. Gracias. —Miró a los otros: Nobu, Jac, Assia. Le miraron como una iluminación: caras en un campo de fuerza. La expresión de Nobu era un hipnotismo de fascinación, y Sumner le recordó de su caza de sombras con Corby—. ¿Dónde está Rubeus?
—No muy lejos, supongo —dijo Assia—. Tenemos que darnos prisa.
Un martillo de luz golpeó la visión, y toda la cámara de sueño se volvió brillante y cegadora. Cuando la visión regresó, Jac había desaparecido.
—¡Jac! —gritó Assia, alzando la voz.
—¿Creéis que habéis conseguido algo? —tronó Voz a través de la cámara—. ¿Cómo podría yo hacer que Jac regresase sino dejándoos entrar en mi cubil? Y ahora que tengo lo que es mío, todos sois cadáveres.
Assia empujó a Nobu hacia el enlace y ayudó a Sumner a ponerse en pie.
—Rubeus nos ha golpeado con un rayo de partículas —dijo—. Lo que nos salvó fue el campo construido en el seh. Pero el seh no puede absorber demasiada fuerza. Tenemos que salir de aquí.
—Estáis en el pozo más profundo de vuestras vidas —dijo Voz, mientras la oscuridad se cerraba alrededor—. ¿Hacia dónde podéis correr? La distancia es pensamiento… y yo tengo la mente mayor.
Un chorro de luz surgido del seh de Assia barrió la habitación, señalando el camino al enlace.
—¿Qué hay de Jac? —preguntó Sumner, detectando un movimiento a través de la oscuridad.
—No sé lo que ha pasado. Nunca he visto nada parecido. Rubeus es más fuerte de lo que pensábamos. Tenemos que…
Assia se interrumpió al ver a un grupo de orts con cara simple surgir de la oscuridad. Sumner los había sentido acercarse, y mientras les rodeaban, dio rienda suelta a la violencia. Sus manos golpearon con fuerza rostros artificiales, derribando a tres orts antes de que la luz del seh de Assia se convirtiera en un láser cortante. Arrancó la cabeza del ort que forcejeaba con Nobu y trazó un arco con el rayo caliente, devolviendo a los otros a la oscuridad.
Atravesaron corriendo el enlace y salieron a un paisaje todavía en sombras. Por detrás del pico blanco de Oxact se alzaban vastas columnas de nubes encendidas por los lásers. Más cerca, las rocas destellaban a su alrededor, brillantes como coral.
—Es una guerra —casi gritó Assia—. Esas rocas han sido golpeadas con luz de metafrecuencia. Ausbok debe de estar contraatacando.
Deriva cogió la mano de Sumner, nervuda y cálida. ¿Podemos escapar?
—Sólo tenemos un seh —dijo Assia, conteniendo el gemido en su sangre—. El otro lo llevaba Jac.
Sumner miró a Assia con atención, tratando de sentir si estaba aún en trance o no. Sentía las venas negras y apretadas, pero el ánimo que vio en el rostro de ella le sirvió de apoyo.
Nobu se les acercó.
—El cielo está en llamas —dijo, sorprendido. Sus ojos ardían con una luz poseída, y su cara era un resplandor de terror mientras seguía los rápidos estallidos de energía que salpicaban el cielo. Dentro de la hostilidad de su miedo, Nobu observaba, no participaba. Se sentía sin cuerpo, aturdido por el horror que le rodeaba.
Sumner se soltó de la mano de Deriva y subió a un montículo para ver dónde estaban. Una luna infantil se ponía en el cielo donde los arcos de láser se entrecruzaban, y la brisa ululante parecía una chimenea de sonidos: sapos, insectos y la sirena de la roca ardiendo, cada vez más cerca… Localizó un zorro con ojos de espejo; entonces el pinar chasqueó con un fulgor destellante, y una sirena sonó con fuerza.
Sumner regresó con los otros. Nobu estaba agachado, deslumbrado y febril. Assia había sacado su seh y lenta y decididamente movía los dedos sobre las luces de control. Deriva se acurrucó a su lado.
—Hay un enlace a tres kilómetros al sur de aquí. Mi seh no podrá levantarnos a todos. Vamos a tener que correr.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Sumner, la voz le temblaba con las vibraciones de su pecho.
—Un ort nos disparó un rayo de partículas —dijo Assia—. El seh…
Otro estallido ensordecedor de energía blanca se formó sobre ellos.
—Aprisa —gimió ella—. Rubeus tiene armas que pueden aplastar el campo de fuerza del seh.
Sumner se colocó a Deriva sobre los hombros, y cogieron a Nobu por los brazos y echaron a correr. El pinar ardía, y a su luz trémula se abrieron camino entre los abetos hasta el lugar donde la tierra daba paso a una balsámica oscuridad. En el horizonte brillaba humo opalino como el ácido lechoso de un sueño febril. En el cielo, las estrellas caían.
Con el brillo del fuego, Assia pudo ver el trueno en la mirada de Sumner y el terror en la de Nobu. No iban a conseguirlo. Era consciente de que a todos les había llegado la hora de morir. Karma.
La oscuridad fue arrancada de la noche, y vio todo el bosque moviéndose ante ellos. Orts (millones de ellos), lo cubrían. Se movían como uno solo: hordas de ratas, lobos y panteras, con ojos de hielo y extrañamente sincronizados. Si algunos tenían disruptores de energía, el campo del seh se derrumbaría en segundos. Vaciló, pero Sumner siguió corriendo con Nobu. ¿No se daba cuenta? Gritó tras él, aunque el cielo chirriante impedía que la oyera. La oscuridad regresó mientras ella lo alcanzaba y señalaba hacia adelante. Sumner la miró salvajemente, y ella pensó que su mente ardía como su sangre. Un hacha de luz partió en dos la visión. Cuando esta regresó, Sumner la empujaba hacia adelante, señalando con la cara hacia la derecha. Entonces, en la sombra iridiscente del mundo moribundo, lo vio.
El deva (un tornado de luz rubí) explotaba a través del bosque. Un radiante arco de fuego ardía como una estrella, impidiéndoles la visión. Miraron hacia ambos lados, y cuando volvieron a mirar, la mitad del bosque había desaparecido. El deva se encontraba a sus pies, diezmando el ejército de orts.
Assia les condujo a través de la tierra calcinada. El llano de árboles arrasados parecía estirarse ante ellos, largo como el tiempo. La tremenda inclinación del cielo se oscureció por un momento, profunda y serena como el círculo del alma. Entonces los disparos lo inundaron todo y con un furioso chillido, el deva dejó de existir.
La muralla rota de orts, una oscuridad móvil, empezó a reagruparse. Globos de colores fantasmales se dispersaron con movimientos ventosos entre las criaturas uniéndolas en una cosa que se extendía. Un aullido escuálido se recortó contra los cuchillos del cielo.
El tiempo se abrió entonces para Assia. Estaba sola, aunque corría con todas sus fuerzas por delante de Sumner. Estaba sola en un arrebato de terror y sentimientos encontrados. Iba a morir. Después de tantos años, el tiempo tenía una vez más su destino. ¿Por qué correr? Pero seguía deprisa, hacia el borde más salvaje del universo. Su cara era pesado mármol: sin emociones, aunque un cúmulo de sensaciones golpeaba en su interior, moldeando la ironía de su última palabra, rompiendo las cadenas de su antigua vida. ¿Vida? La palabra ya no era sagrada. Un milenio de vida adoradora en jardines de meditación y lagunas de pensamiento no contaba más que una hoja al viento. El deva estaba muerto, asesinado por Rubeus. Ciudades enteras eran destruidas. Más arriba, el llano se elevaba a un horizonte lejano donde la luz que mataba gemía su extraña música y chirriaba como un ángel extático en otra vida. ¿Qué es la vida? El eco en espirital de un sueño.
Sumner oyó los pensamientos de Assia. El uno-con se mezclaba en su interior como los brillantes hilos de un sueño. Deriva temblaba sobre su espalda, y Nobu se apoyaba pesadamente en él, exhausto por la carrera. Sabía que si los dejaba caer, podría llegar al enlace. Vio interiormente dónde estaba: más allá de la luz difusa del campo roto, sobre una colina cubierta de granito.
El cielo se encendió en un mar arremolinado de verde icor. Superluz, sintió que pensaba Assia. Rubeus acerca la guerra.
El miedo se desnudó en su corazón, y no fue posible continuar. El mundo era un tabernáculo de fuego, y sólo era audible un aullido. Se habría detenido aquí, soltando su carga para morir de pie bajo el cielo descubierto, si no hubiera vuelto la cabeza para ver lo que tenía detrás. Los orts se reunían en el campo, sus caras diabólicas cargadas de emoción: los dientes y los ojos convertidos en lascas de cristal destellando bajo la noche que giraba.
Sumner apretó el paso, alcanzando a Assia antes de atreverse a mirar de nuevo atrás. Los orts eran una bestia. Se deslizaban acercándose de una manera que hizo que la sangre le golpeara como un martillo en la cabeza.
Assia se giró, sosteniendo el seh con las dos manos, dispuesta a disparar todo su poder contra los orts. Lanzas de energía surcaron el cielo, y sobre la ola de bestias esclavizadas aparecieron los raéis. Un millar de ellos surgió de las colinas cercanas, invisibles en la oscuridad, rugosos como lagartos, con tentáculos y relucientes bajo los esporádicos estallidos de los disparos.
La avanzada de orts se tambaleó y se rompió bajo el latigazo de los dardos envenenados que los raéis lanzaron tras ellos. Un grito salvaje aulló sobre la furia de los ecos del cielo, y aumentó su distancia sobre los orts.
La colina cubierta de rocas apareció ante ellos. El fuego humeante tiñó el horizonte de colores enloquecidos. Rubeus se acercaba. El suelo tembló, y tuvieron que dejar de correr para continuar en pie. Entonces una corona de humo estalló y los derribó.
El aire chisporroteó. Incluso con las caras hundidas en la tierra, su visión era un halo deslumbrante, sacudido por las llamas. Los colores se separaron, y con ruidosa lentitud, la visión regresó.
Estaban al pie de la colina. Los deslumbrantes ecos de las llamas chasqueaban sobre ellos, encendiendo el bosque arrasado con el fulgor del sol. Los raéis se habían desvanecido. Varios cadáveres translúcidos ardieron como gusanos de fuego en el campo, y luego desaparecieron bajo el renovado avance de los orts.
Sumner se puso en pie, con Deriva al lado. Ayudó a levantarse a Assia, y se volvieron hacia Nobu que se encontraba sentado contra una roca inclinada, la cara flotando en la luminosidad apagada, enormemente serena. Sumner se agachó para levantarle, pero Nobu le apartó.
—Marchaos —dijo, señalando la colina y luego el asalto de los orts.
Assia se agachó, esperando el último momento para lanzar todo el poder del seh en una única descarga. Miró por encima del hombro y vio los puntos brillantes como estrellas en los ojos de Nobu… y supo. El hombre era UniMente.
Nobu miró en otra dirección. Los orts estaban muy cerca, una gigantesca oleada de gritos rabiosos y mandíbulas espasmódicas. Como individuos eran salvajes, estaban poseídos por el vacío y se lanzaban hacia adelante convulsivamente. Pero como conjunto eran una bestia definitiva, un hervidero de destrucción. Con maligna inteligencia, se detuvieron antes de que Assia disparara su seh. La rugiente energía disolvió a los orts en una lluvia de huesos chispeantes y entrañas restallantes. Pero otros se abalanzaron hacia adelante, resistiéndose a morir bajo el frenético ataque de los que les seguían.
Assia subió la colina en una loca carrera. Sumner estaba junto a ella, alcanzando a Deriva de una zancada, sin atreverse a mirar atrás.
Nobu contempló la oleada de orts, sonriendo atemporalmente, libre del mundo y de sí mismo. Mientras permaneció sentado, junto con Sumner y Assia, tuvo una visión de terror. Había visto a cientos de miles de personas cayendo a plomo en el silencio como un trueno.
¡Cientos de millones! Todo lo que había vivido alguna vez. El horror había anulado su mente, y por eso cuando se despertó aquí, estaba hundido en su yo más profundo. La confusa situación se había centrado en él inmediatamente: Él era la situación, unido por la visión al centro de su ser.
No había futuro, y esa realidad le dio una fuerza supranatural. El poder del cielo se sacudió en sus huesos. Su carne se tensaba con él, y mientras el poder se acumulaba, su consciencia se amplió y brilló. Oyó los pensamientos de Assia vibrando hacia atrás a través del tiempo: ¿Qué es la vida? Y él lo sabía, por supuesto, porque había estado despierto y consciente durante doce siglos, bailando en el pozo del ansia, sin ansia. Pero ese conocimiento no era nada… una hoja al viento desde el árbol-cielo de su ser. Él era el árbol: sus raíces en el vacío, su copa la nada del espacio.
El ki de la tierra fluyó hacia arriba, alzándose con infinita fuerza y amabilidad. El momento estallaba a su alrededor. Los demonios caían del viento: bestias que se debatían con frenética furia, los ojos gritos eléctricos. Pero no podían tocarle. La enorme fuerza que envolvía su cuerpo era impermeable. Sólo en el corazón, contempló a los orts dispersarse, incluso los más grandes retrocedían de la súbita e intensa gloria-luz que ardía a través de él.
Assia, Sumner y Deriva contemplaban desde la cima de la colina. El rayo arremolinado de luz que ardía alrededor de Nobu se debatía en los fuegocielos con tanta intensidad que tuvieron que cerrar los ojos. Estallidos de fuego blanco azotaron como escorpiones a los orts que trataban de sobrepasarle por el flanco.
Assia apartó a Sumner y Deriva. El enlace estaba al pie de la pendiente bajo un manzano cubierto de hiedra y cizaña. Al principio, el enlace no respondió. Las líneas de salto estaban cerradas, y Assia tuvo que abrir el panel del enlace y mandar una señal Ausbok. Aún esperaban que el salto se abriera cuando la colina explotó.
El campo del enlace bloqueó la onda expansiva, y observaron con aturdida maravilla cómo un vórtice de tierra y roca se disolvía en luz. El enlace se activó en el momento en que el paisaje se aclaró y lo último que vieron antes de atravesarlo fue el cráter humeante en el lugar donde había estado Nobu.
Sumner, Deriva y Assia salieron a un laberinto transparente de cristal dorado. Por todas partes radiaban corredores cristalinos y luminosas filas de espejos. Estaban suspendidos bajo una gigantesca arena de hexágonos brillantes, la mayoría de ellos llenos del movimiento de la gente. Sumner miró perplejo a las figuras oblicuas y boca abajo en los cubículos que los rodeaban.
—Gravedad cero —le dijo Assia.
—Sí —los saludó un eo—. Nos encontramos en un corredor de caída libre bajo Ausbok. —El eo llevaba ropas púrpura y la máscara de su rostro aparecía tensa con oscuros sentimientos.
—Nobu… —empezó a decir Sumner.
—Fue una muerte excelente —acabó el eo por él—. El rayo de partículas de Rubeus le golpeó directamente. Ahora es luz pura. —Rebuscó en el púrpura henchido de su manga y sacó un largo seh de plata. Una pared se volvió blanca como una pantalla y mostró un paisaje de la ardiente noche. El pozo donde Nobu había mantenido a raya a los orts destellaba con los colores lunáticos de la superluz de los prismas.
La imagen profunda de la pantalla cambió a una vista aérea de blanca incandescencia convertida en calor azul en los bordes.
—Reynii —anunció el ort. La luz cambió a otra vista aérea: una costa salpicada con el ardor astral de cientos de fuegos al rojo blanco—. Nanda.
La pantalla se replegó cuando Assia tocó el brazo del eo.
—Ya he visto suficiente —dijo—. No queda nada, ¿verdad?
El eo sacudió la cabeza una sola vez.
—¿Y las ciudades Massebôth? —preguntó Sumner, y Deriva le miró con sorpresa.
—Rubeus no las ha tocado todavía. Su poder, como el nuestro, es limitado. Se concentra en sus prioridades.
Assia preguntó, sin respirar:
—¿Y Jac?
La pantalla había desaparecido, siendo reemplazada por un suave brillo verde en las paredes y en el techo.
—Rubeus está mucho más evolucionado de lo que creíamos. Desarrolló un enlace molecular para Jac y lo usó para arrancarlo de nuestras manos. Pero hemos derribado los filtros del cielo de Rubeus. Desde que llegasteis, la Linergía se ha estado acumulando alrededor de Jac Halevy-Cohen. Los psin-ecos se están convirtiendo en un tenso foco dentro de él. En cuestión de minutos, a pesar de las limitaciones de su cuerpo, se convertirá de nuevo en el Delph.
Assia, que había permanecido sentada en silencio, con los ojos cerrados, se puso alerta.
—No. La línea ha pasado.
—El cielo está enfocando ecos —le dijo el eo pacientemente—. La psinergía es cruda, pero intensa.
—Pero es otra vez un hombre… no un mentediós.
—El cuerpo de Jac es el punto de apoyo del cambio. —El ort sostuvo su mirada—. Sufrirá.
Sumner se inclinó hacia adelante.
—¿El Delph regresará?
—No el Delph —contestó el eo, manipulando su seh—, sino el poder del Delph comprimido en el cuerpo de Jac. Rubeus no sabe todavía lo que está sucediendo… pero cuando se dé cuenta, empleará todo su poder para dominar a Jac y utilizar al mentediós contra nosotros. —Las motas de color del seh cambiaron rápidamente y desaparecieron. El eo alzó la mirada con los ojos dilatados—. Nuestras probabilidades disminuyen rápidamente. Sumner, querías que te usáramos. Ahora es el momento, eth. Te necesitamos para una misión mortal. Sólo hay una pequeña posibilidad de que tengas éxito. Es casi imposible que sobrevivas. Pero ésa es la forma de tu destino, ¿no es así?
Deriva observó con atención a Sumner y Assia, sintiendo el vigor del horror acumularse en los músculos de su cerebro. Empatizó con su sufrimiento, y su telepatía lo sostuvo en el rapto de un poder profundo: era consciente de una pauta primaria, la diferenciación molecular entre hombre y mujer. Consciente a nivel más profundo que las moléculas. Y aunque no podía visualizar lo que sentía, sí sintió las formas que subyacían bajo aquello, como la matriz atómica proyectando el cristal, radiando en el macromundo y distinguiendo los géneros. La feminidad de Assia era fuerte. Había sido refinada a lo largo de los siglos desde el activo humanismo del principio de su vida en la India hasta el espíritu meditativo de su Ser-abierto en Nanda. Pero Nanda ahora era otro fantasma, como la India.
Lo femenino se mueve hada adentro, pensó Deriva. En la Fuente, se está en la Muerte. Son lo mismo. El intervalo de en medio no es más que un sueño.
Rubeus se encontraba al borde de un montículo de roca en su forma de ort humano. Desde su puesto de observación, el desierto más allá de Oxact era un amasijo de largas sombras contra los colores lascivos y fundidos del cielo. La lucha se alejaba. Algo parecido al tiempo barrió a través de la noche: nubes, revuelos de negrura, balanceando sus alas sobre las mesetas.
[Estoy ganando.] El corazón de Rubeus estaba a la vez jubiloso y meditabundo. Tenía a Jac. Pensaba que los eo accederían a sus demandas. Pero un oscuro conocimiento se arremolinaba justo al borde de su mente, demasiado lento y vasto para ser accesible, como el desconocimiento que se desarrolla a lo largo de nuestras vidas.
Se retiró del borde y se movió a través de la luz que destellaba del cielo ardiente en dirección al lugar donde se encontraba tendido Jac. La cabeza del hombre estaba apoyada contra una piedra redonda, y su cara era febril, los ojos sin propósito. El cielo resplandecía verde y plata, y Rubeus vio que el hombre estaba en trance.
Jac estaba sumido profundamente en la angustia de la aceptación del poder del Delph: la Linergía. Dentro de una completa inmovilidad, las olas de psinergía flotaban alrededor de él como el fino calor de un sentimiento. Rubeus pronunció su nombre en voz alta, y los ojos de Jac se enfocaron. En un momento, su consciencia se despejó, y se dio cuenta de lo débil que había sido. Era un estratopiloto, un guerrero. ¿Por qué se dejaba utilizar? Se abalanzó hacia adelante, pensando en golpear y morir rápidamente, pero sus movimientos eran confusos. El ort le empujó con fuerza hacia atrás, y cayó en el brillante humo revuelto de su cuerpo.
Cuando abrió los ojos, lo que asomó por ellos era puro vacío. Ésa era toda la advertencia que conseguiría Rubeus. Ahora se le presentaba su única oportunidad de destruir a Jac, pues la Linergía aún se estaba afinando. Pero Rubeus sólo vio miedo, viviendo como lo hacía en su imaginación. ¿Cómo, si no, podía vivir? No era más que una media-alma, una nimiedad de la propia fuerza del Delph. Las luces que rondaban en los ojos de Jac, para Rubeus eran reflejos del cielo, el miedo retenido en la córnea.
—De pie. Levántate. —Rubeus alzó a Jac y le apoyó de nuevo contra la roca. Nubes negras y rasgadas surcaban el cielo. Rubeus sostuvo la cara de Jac con una mano y pronunció su nombre bruscamente.
Pero Jac no oyó su nombre en ninguna parte cerca, tampoco en la voz de Rubeus. Despertó sobresaltado y vio que el mundo ardía con colores petrificados, las nubes se agrupaban como bestias y los ojos de Rubeus vidriosos y fijos como los de un insecto. Sus manos se cerraron sobre el brazo del ort, y en ese instante, la Linergía que se acumulaba rompió en consciencia. Su cara pareció descomponerse, y entonces un aullido surgió de él con tanta violencia que Rubeus retrocedió.
—¡NO! —Jac era un grito ahogado por un cuerpo. El cuerpo se arqueó como un rayo y se sumergió en otro sueño. Rubeus se acercó con cautela, inclinándose sobre donde estaba caído. Alzó la cabeza de Jac y vio una luz ácida que se arremolinaba en las cuencas de los ojos, profunda, lejana. Sin embargo, no comprendió. Levantó a Jac y apoyó su cabeza contra la roca. El cielo había comenzado a respirar en él. A través de sus ojos sensex, en el ultravioleta, el ort pudo ver la luz etérea zumbando y vaporizándose en el cráneo del hombre. La respiración de Jac se convirtió súbitamente en un grito, y el corazón de Rubeus comenzó a sudar.
Jac supo ahora lo que estaba sucediendo. La Linergía entraba en él, haciéndole sentir como la cabeza encogida de una vida anterior. De repente, demasiado rápido para que su carne lo sostuviera, el Delph se expandía, explotando sus células, haciendo arder sus huesos. Se puso rígido y se agarró a Rubeus y gritó:
—¡Mátame! ¡Mátame!
El poder fluía en él de todas partes, y sus gritos se transformaron en largos y extraños gemidos. Bruscamente, el remolino de nubes giró sobre los fuegocielos y la oscuridad engulló la cúspide de roca. En la negrura, los gritos de Jac eran tan enormes que carecían de dirección.
Rubeus se volvió contra él, pequeño y envarado. El golpe alcanzó a Jac en la sien y le sacudió en un remolino de luz cegadora. El rostro de Jac estaba enmascarado con un terror de algo más allá de su vida. Por su cara, corrían fuegos de carne grises y azules, goteando en coágulos radiantes.
El dolor era insoportable. Bajo la luz dorada de su brillo, Jac entrevió a Rubeus escondiéndose entre dos nudos de roca. El dolor era un movimiento de espejos, que se abría paso por todas sus partes ocultas.
No tengas miedo. Sabes lo que se encuentra tras este dolor. Retén este pensamiento hasta que brille: en el principio fue la agonía.
Los dientes ardieron, la carne chispeó y Jac gritó. Lo atravesó un tremendo resplandor vertical, y la forma cedió. Rubeus gimió al ver el cambio. La cara de Jac ardió como un harapo de carne, ondeando en el cielo y su cuerpo se convirtió en un saco de fuego. Surgieron colores tridimensionales ondulantes, convertidos en una música silenciosa, y los últimos jirones de carne se evaporaron en la nada como una furia de brillantes adornos hacia las nubes.
Rubeus se deslizó por el borde oscuro de la torre de roca, esperando con toda la fuerza de su cuerpo para deslizarse en la oscuridad sin ser visto y regresar a Oxact. Tras él, donde había estado Jac, brillaban chispas convertidas en un fulgor blanco flotante. Un trozo del sol colgaba en el flujo de fuego como un ojo que todo lo ve. La noche del desierto se desató en torno a los rayos que procedían de él. Mientras Rubeus activaba su seh y saltaba en el aire oscuro, uno de los rayos lo alcanzó. Colgó inmóvil, completamente poseído, sus sorprendidos ojos reluciendo de miedo.
Jac alcanzó el nivel de mentedios. El conocimiento duró menos de un segundo. Pero en ese tiempo, advirtió las extensiones olámicas de su ser. Y no le importó que Rubeus le hubiera traicionado o que fuera a morir. Le rodeaban pautas de fuego… las estrellas: emblemas de todas direcciones, las intersecciones de nunca y siempre. En los dibujos de las estrellas vio el origen: la luz, el ardor y la falta de yo del Lo, el viaje chtónico, disertando en geometría, resonando por la concha del tiempo como un lenguaje: mesones convirtiendo a los átomos en ser, comunidades moleculares comunicándose, sin fin para el Lo, sólo suma, tiempo, las decepciones sin futuro, hasta la suma final, el fuego mental de la consciencia que arde a través de la droga de los sueños y los anales de sufrimiento de vivir con el dolor viviente.
La muerte era todo lo que quería ahora, disolverse sobre estas rocas agrietadas por el calor y convertirse en los elementos del desierto: óxidos de metal, sales y oscuridad. Pero el poder de la voluntad ya no le pertenecía. El lento flujo de fuego que formaba una columna que se internaba en las nubes de tormenta se hizo más brillante. El control regresaba lentamente a Rubeus a medida que la psinergía de Jac se estancaba. El poder de la voluntad del Delph aún era inmenso, pero ya no era suyo. Permaneció suspendido en la noche brillante, esperando como las rocas, el pulso de las estrellas que se movían nítidamente a través de él.
Idea y Acción quedaron invertidas. La voluntad del Delph desapareció, y Dios fue real una vez más. Rezó. Rezó para que Rubeus no le usara, para que el poder le fuera quitado y fuera no-creado. Y por su miedo advirtió que ya era menos de lo que había sido un instante antes. De nuevo el origen no tenía ningún sentido para él.
No podía moverse. Rubeus era una música en él, cadenas de pensamientos discordantes. El Delph rehusó concentrarse en ellos. Los pensamientos eran oscuros y malignos. Miró hacia los amasijos de piedra contra los colores alzados en el cielo y al ort detenido en mitad del aire, las agujas de terror todavía asomadas a sus ojos, aunque su consciencia había regresado a Oxact. Dentro, Jac se sumergió en Voz: [Cuanto más sabes, menos consciente puedes ser.]
Ésta es la situación, dijo el eo-ort, o lo pensó, y Sumner lo comprendió todo. El conocimiento era transparente en el acto, y todo aquello que miraba estaba súper impuesto por el designio exacto de su comprensión.
Deriva y Sumner se encontraban en un pabellón de cristal verde en uno de los hangares de enlace de Ausbok. Una enorme comprensión como los ritmos del mar resonaban en la gran cámara. Sumner comprendía allá donde mirara. En aquel humo irisado que se revolvía en la forma espejo sobre ellos se originaba el conocimiento. Nombres, procesos, conceptos, empezaron a formarse en la mente de Sumner: pautas… todo eran pautas que se ensanchaban y estrechaban, interacciones más grandes que las matemáticas. Nada podía ser conocido, sólo seleccionado; toda la realidad era simple periferia, la verdad meramente método. Lentamente las pautas se volvían simétricas e imperturbables en los ojos de Sumner, pero no había tiempo de retenerlas.
Eos vestidos con ropas de color del sol (los de la mitad-interna, la casta de los pensadores, los soñadores y administradores), le ataviaban con una armadura negra. El material era flexible y frío como la seda, pero Sumner comprendió que era opaco a la radiación. No había cremalleras o cierres: las planchas negras giraban en varillas transparentes y se ajustaban al cuerpo.
También estaban armando a Deriva. En su pecho sin vello, casi femenino, estaban colocando circuitos de tubos respiradores.
La luz refractada se dibujaba en sus rostros, y finas chispas azules e intermitentes recortaban sus rasgos, preparándolos para los cascos y visores que les esperaban. Sumner contempló sin pensar los negros óvalos de las ventanas tras las cuales los eo de ambas mitades observaban ceñudos, calibrando, rezando profundamente. Comprendió. Tras sus ojos distinguió a Oxact, la montaña blanca de Rubeus repleta de cristales de psinergía. Deriva y él atravesarían un enlace hasta la cima de las colinas, y entonces un transporte supralumínico (el único poder súper-luz que tenían los eo) les llevaría a la montaña. El objetivo era la cumbre. Allí se hallaba un pabellón mentediós. Conducía al centro mismo de la montaña, dentro del corazón de Rubeus.
Un material azul-negro aleteó en las varillas de los eo y rodeó sus cabezas, hasta convertirse en ajustados cascos. En un momento, atravesarían el enlace y la súper-luz los llevaría a la montaña de Rubeus hasta donde los eo tenían psinergía para propulsarlos. No sería lejos. En la asombrosa tranquilidad de su nuevo conocimiento, Sumner advirtió lo limitado que era el poder de los eo. Su psinergía se agotaría en cuestión de minutos, y la única defensa, los deslices temporales que rodeaban Ausbok, se derrumbaría.
Visores transparentes con la brillante superficie de diamantes chasquearon sobre su rostro y el de Deriva. La visión era aguzada, reforzada por una luz clara y fuerte. El arco de enlace al que se dirigieron era un tintineo de fulgor metálico, una tranquilidad de chispas móviles bajo las rampas de metal blanco, los atriles curvados, y las negras ventanas ovaladas.
Los eo le colocaron un arma en la mano derecha: una pistola de rayos de partículas. Los destellos rojos de su lente brillaban en el aire con los finos movimientos de sus músculos. A su izquierda se escurrió una espada dorado-plateada: la espada de fuerza de Nefandi. Pensó/sintió: la espada era más que un arma; su intención era la de un amuleto de suerte.
Miró los vapores irisados de los espejodiscos y reparó cuánto de lo que iba a suceder era posibilidad: todo. El transporte superluz estaba metaordenado. Ni siquiera los de la mitad interior sabían en qué parte de la montaña se materializarían Deriva y él. La única esperanza que tenían, de la que habían carecido los otros que habían muerto intentándolo, era su fuerza como eth. Hasta ahora esa fuerza sólo había sido para Sumner palabras y suerte. ¿Existía aún? Los espejos de los eo no podían decírselo. Era un hombre en la conjunción adecuada con el sentido de las galaxias… adecuada de momento en momento. Pero en los momentos intermedios (en las intersecciones fuera de la luz, más rápidas que el tiempo), ¿qué le sucedería?
Las posibilidades empezaron a entremezclar sus pequeñas imágenes: el brillo negro de las bestias agrupadas, la falda de una montaña colapsándose como un sueño, el cielo lleno de inmensos golpes de luz, y él mismo tendido en un risco más alto que la luna, el visor de diamante salpicado de sangre, pegajoso con el amasijo de su cara sin vida. Una sensación enfermiza se cerró en torno a la visión. Miró las constelaciones de luz roja en la lente de su arma. Me han hecho nacer para esto, se recordó, y la imagen mental de su cara rota y la mirada perdida se desvaneció en dibujos de fuego.
Miró la forma ataviada de negro de Deriva: ¿No vas a quedarte aquí?
La voz de Deriva tembló en sus oídos: Si tú te quedas.
Con un corazón nuevo y frío, tomó el brazo de Deriva y entraron en el enlace.
El espacio chispeaba rojo y sin dirección. Deriva y Sumner se hundieron en una oscuridad salpicada de luminosidad antes de que los sehs construidos en sus armaduras los lanzaran al cielo. Al mirar el lugar donde se encontraban antes, vieron una laguna de lava hirviendo con el efecto de la superluz.
Deriva estaba telepáticamente unido a Sumner a través de sus cascos. En el cielo nocturno los iluminaba sólo la luz que fluía de las lagunas de roca líquida. Deriva se confundió con la brusquedad del enlace, y le dijo a Sumner que aterrizara al borde de un alto prado para poder orientarse.
Sumner sabía controlar su seh y el arma que llevaba en la mano, pero el conocimiento completo que había experimentado en Ausbok había desaparecido. Descendió en un pliegue de roca que asomaba a los ardientes terraplenes inferiores. Muy lejos en el cielo, la luna era grande como una jarra.
¡Lo conseguimos!, dijo Deriva con sorpresa, posándose junto a Sumner. A la luz de la noche, su negro caparazón era invisible, y el sesgo de su visor era un oscuro reflejo de la máscara de cristal de Sumner. Se acercó más, y cuando sus cascos se tocaron, Sumner compartió el enlace telepático de Deriva con los eo: la superluz les había llevado a lo alto de la montaña, lejos de dondequiera que Rubeus tuviera enfocado su poder. Deriva señaló la cima, una cresta nevada que humeaba con el etéreo fulgor verde de los fuegocielos, pero antes de que pudieran remontar el vuelo, la oscuridad que los rodeaba se convirtió en movimiento.
Amasijos de forma se recortaron contra los arañazos de las estrellas en el cielo, y gritos bestiales cegaron la audición. El corazón de Sumner dio un vuelco, recordando las bestias voladoras de su visión-horror: skre, las llamaban los eo. Las distinguió bajo el destello azulino del rifle de Deriva: gigantes escamosos con ojos de fuego y fauces abiertas surgían de las cuevas que les rodeaban. Sus caras eran un amasijo de afilados hocicos succionadores, los ojos desiguales y verrugosos, una negrura magullada en las manos y una humedad eléctrica en los ojos diminutos. Todo esto en un instante. Los amasijos se abalanzaron hacia él, y le cortó la cabeza a uno con un estampido. Deriva derribó a dos. Pero las formas infernales salían demasiado rápidas de la montaña, con los cuerpos brumosos por un fuego espectral. No importaba lo rápido que dispararan, los inundaban. Las cabezas les resonaban ya con los chirridos skre… una energía mortífera que ni siquiera sus campos de fuerza podían detener.
Sumner y Deriva se alzaron en el aire, y cuando los skre se lanzaron tras ellos, sus brumosos caparazones saltando a la noche, Deriva colocó su rifle en sobrecarga y lo dejó caer entre ellos. El estallido blanco convirtió la noche en día. Los skre que los seguían quedaron atrapados en la erupción de energía y cayeron envueltos en llamas al hervidero de maniática brillantez.
Sacudidos por el estampido, Sumner y Deriva ganaron altura. A sus pies, la falda de la montaña temblaba con olas de color, llena de fulgores. Mientras observaban el espectáculo, la pradera ardiente se alzó y arrugó como piel muerta. Chispas de luz caliente rociaron el cielo, chocando contra la fuerza de sus campos.
Se elevaron más, y el cielo se pobló de relámpagos. Todas las células de sus cuerpos se tensaron con el estallido del poder eléctrico que los asaltaba. Perdieron la comunicación.
Deriva se dirigió a la cumbre de la montaña, y Sumner le siguió martilleado por las fauces de la noche. Rayos retorcidos de energía chasqueaban violentamente contra los campos de fuerza, temblando y ululando como tormentas, estremeciendo sus entrañas. Sus músculos se aflojaban y se apretaban, y la respiración resultaba imposible. La visión se convirtió en audición, y se sintieron salir… salir hacia fuera.