Querer lo que Dios quiere.

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San Francisco de Sales



Sucedió así: habiendo entrado a la casa para comer el Salvador, Juan, Santiago y Andrés, con su hermano Pedro, se pusieron de acuerdo, antes de sentarse a la mesa, para pedirle que curase a esa mujer. Esta petición nos recuerda la comunión de los santos por la cual, el cuerpo de la Iglesia está tan unido que todos sus miembros participan en el bien de cada uno de ellos. Por eso todos los cristianos tienen parte en las oraciones y buenas obras que se hacen en la Iglesia. Y esta comunión no es solamente en la tierra, sino que se extiende a la otra vida, pues nosotros participamos de las oraciones de los bienaventurados que están en el Cielo. En eso consiste la comunión de los santos, que está aquí representada en la curación de esta enferma, que no la consiguió ella, con sus ruegos, sino que se hizo por los ruegos de los Apóstoles intercediendo por ella.

La enferma es admirable; no sólo no va publicando su mal, ni se entretiene en hablar de él, ni cree su deber el llamar a un médico. Y lo que es más extraño, estando en su casa el soberano Médico que podría curarla, no le dice ni palabra, le mira como a su Dios, al que ella pertenece en salud y en enfermedad. Testimonia esta mujer así, que no quiere verse libre de la fiebre hasta que Dios no quiera… 

No basta estar enfermo porque esa es la Voluntad de Dios; hay que llevar la enfermedad como Él quiere y cuanto Él quiera, poniéndonos en sus manos y poniendo en ellas nuestra salud, para que esté también a sus órdenes… 

Su dulzura y su resignación fueron grandes al no alborotar con su enfermedad ni darla a entender con palabras, pues ni al Salvador ni a los que tenía alrededor les dijo que deseaba sanarse antes que estar enferma. Aunque puede ser bueno pedir la salud al que nos la puede dar, si es para mejor servir a nuestro Señor. Pero siempre hay que pedirla con esta condición: si es su voluntad. 

El Salvador miró pues a la enferma, que le estaba mirando. Se acercó a su lecho, la tomó de la mano e increpando a la fiebre, le mandó que la dejara. Instantáneamente quedó curada y levantándose, se puso a servirles. 

La curada demostró mucha virtud y el provecho que había sacado de su enfermedad; por haberla sufrido con tanta resignación, en cuanto estuvo curada sólo quiso usar de su salud en el servicio de El. 

No era de esas mujeres flojas y delicadas que, por una enfermedad de unos días necesitan luego semanas y meses para reponerse, para que los que todavía no se han enterado de su enfermedad, lo sepan en este tiempo y puedan compadecerlas. 

Fijaros en el amor con que esta mujer servía a su querido Maestro, con cuánto gozo y alegría. Cómo le miraba y cómo su corazón se abrasaba de amor por El. 

Pensad también en lo que hacían, por su parte, los Apóstoles, que habían visto el milagro. Y, por fin, tomad nota de cómo se ha de comportar uno en las enfermedades corporales y cuánto provecho se puede sacar de ellas.


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