Q

Q


Tercera parte. El beneficio de Cristo » El ojo de Carafa (1541-1544)

Página 92 de 173

El ojo de Carafa (1541-1544)

Carta enviada a Nápoles desde la ciudad pontificia de Viterbo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 1 de mayo de 1541.

Al muy honorable señor Giovanni Pietro Carafa, en Nápoles.

Señor mío reverendísimo:

Las noticias que Vuestra Señoría me da sobre la derrota del Emperador en Argel y sobre el descalabro de sus tropas en Hungría a manos de los turcos permiten confiar a este corazón en ver pronto al Habsburgo doblegarse bajo los golpes de sus adversarios y disgregado su inmenso poder. Si a esto añadimos las nuevas procedentes de Francia, a saber, la intención de Francisco I de reanudar la guerra, creo que el momento es particularmente propicio para las esperanzas de Vuestra Señoría y de este su servidor. Nunca antes el Emperador se ha encontrado con tantas dificultades para custodiar sus inmensas fronteras; nunca antes sus deudas con los banqueros alemanes fueron tan elevadas ni estuvieron tan lejos de poder ser saldadas.

No es de extrañar, por consiguiente, que trate de reunir a la Cristiandad bajo su bandera, haciendo concesiones a los príncipes protestantes en Alemania, a fin de que acudan en su ayuda a las llanuras húngaras y a los Balcanes contra el avance de Solimán. Los luteranos están ya consolidados en Sajonia y en Brandeburgo y el Emperador está dispuesto a tomar nota y a condescender y a que Roma se quede para siempre al margen de aquellos principados.

No obstante, la esperanza de quien trata de obstaculizar el poder de Carlos V es que los príncipes no cedan a sus lisonjas y continúen mirándolo como se mira a un enemigo fuerte con el que negociar, pero no para elegirlo como aliado. Las simpatías de Felipe de Hesse no son, efectivamente, una buena señal: el Emperador ha hecho la vista gorda sobre la bigamia del landgrave con tal de tenerlo de nuevo de su lado y este se ha prestado a un vil mercadeo.

Pero tanto da; la intención que Carlos persigue por cualquier medio es la de empujar a la Iglesia Romana y a los teólogos luteranos a sentarse a una misma mesa y no cabe ninguna duda de que dará guerra: no habiendo conseguido derrotar a los príncipes luteranos, hoy quisiera convertirse en el paladín de la Cristiandad reunida bajo la enseña de la nueva cruzada contra los turcos, convencido de que ello le haría invencible. Para esto está dispuesto a gastar todos los recursos que le quedan.

Afortunadamente, tengo el placer de enterarme de que la Dieta de Worms no ha dado los frutos deseados por Carlos: los doctores luteranos continúan mirando de reojo a la Santa Sede y a los principados católicos.

Puesto que conocí en persona a Lutero y a Melanchthon en la época de su ascensión, puedo añadir que son hombres demasiado orgullosos y suspicaces para condescender a una reconciliación con Roma. Lo cual juega a favor de los planes de Vuestra Señoría y por el momento impide ese acercamiento entre católicos y luteranos que hoy sería funesto.

No obstante, el peligro, en vez de llegar de más allá de los Alpes, podría surgir del seno mismo de la Santa Iglesia Romana.

El nuevo hábito que Vuestra Señoría ha tenido a bien concederme llevar para seguir sirviendo a la causa de Dios y la privilegiada atalaya a la que he logrado acceder, me permiten contar en efecto con noticias de primera mano y reunir cuantiosos elementos que el interés de mi meritísimo señor necesita que no se vean desatendidos. Una vez más la perspicacia de Vuestra Señoría se ha revelado más que eficaz.

Puedo, así pues, afirmar con certeza que el que va constituyéndose aquí en Viterbo, en la sede del Patrimonio de San Pedro, es un verdadero partido favorable al diálogo con los luteranos, el cual puede presentar un flanco fácil a las aspiraciones del Emperador. Vuestra Señoría suele calificarlos de espirituales, aludiendo con ello a los cardenales abiertos a algunas de las peligrosas doctrinas de Lutero y de ese nuevo heresiarca ginebrino del que hoy todos hablan: Juan Calvino; no obstante, por más que sea cierto que el círculo viterbés gravita en torno al cultísimo cardenal Polo, debo informar a mi señor que el círculo de personas del que este se ha rodeado desde que fuera nombrado Gobernador Papal del Patrimonium, incluye a literatos de todo tipo, laicos y clérigos procedentes de medio mundo, unidos por el propósito común de abrir la Iglesia a las demandas concebidas por el pérfido Lutero. Y justamente esta ingenua aceptación de todo intelecto que se adhiera a su causa ha permitido a este solícito servidor de V. S. entrar a formar parte del círculo y ganarse los favores de sus miembros más ilustres: se han mostrado más que contentos de contar en sus filas con un literato que conoce bien los textos producidos en las universidades germánicas.

Permítaseme, pues, exponer la impresión que he podido sacar del que sin duda debe considerarse el inspirador de esta congregación, o sea, el cardenal inglés Reginaldo Polo. Este goza de la intachable fama de mártir del catolicismo, por haber tenido que escapar de su tierra natal a causa del cisma perpetrado por Enrique VIII, y esto hace difícil levantar cualquier tipo de sospecha sobre su ortodoxia. Es hombre culto y refinado, incapaz de desconfianza ni de mala fe, un genuino defensor de la posibilidad de poner en marcha un diálogo con los protestantes con el fin de volver a llevarlos al cauce de la Santa Iglesia Romana.

Tal como decía poco antes, no hay que extrañarse de que el Emperador mire a este piadoso hombre de Iglesia como a un campeón de sus propios intereses.

Polo goza también de los favores del cardenal de Bolonia Contarini, el elegido por Su Santidad el papa Paulo III para llevar a cabo nuevas gestiones con los luteranos de Ratisbona, tras el fracaso de la Dieta de Worms. A estos se añaden el cardenal Morone, el obispo de Módena, Gonzaga de Mantua, Giberti de Verona, Cortese y Badia en la Curia pontificia. Todos tienen con respecto a las doctrinas protestantes una posición más bien flexible, predicando la persuasión de los hermanos que se han apartado del recto camino de Roma, y en consecuencia aborreciendo la persecución de tales ideas por medio de la fuerza de la coerción.

Reginaldo Polo, como Vuestra Señoría no ignora, es hombre de letras que estudió en Oxford juntamente con ese Tomás Moro cuyas peripecias tanto han sacudido a la Cristiandad. Mártir amigo de mártires: sus credenciales parecen realmente intachables. Concluyó posteriormente los estudios en Padua y por consiguiente es también un buen conocedor de la realidad italiana.

No es difícil, por tanto, imaginar lo mucho que se entiende con los literatos de los que se rodea y muy en especial con Marco Antonio Flaminio, poeta y traductor que goza de los favores de Su Santidad Paulo III, y del que, por dicha razón, Vuestra Señoría tiene ya seguramente que haber oído hablar. La asociación entre Polo y Flaminio formada aquí en Viterbo no es, en mi opinión, menos peligrosa que la que se consolidó hace más de veinte años, en Wittenberg, entre Martín Lutero y Philipp Melanchthon. Cuando una fe obcecadamente vivida se topa con las letras, lo que de ello nace es casi siempre algo grandioso, tanto para bien como para mal.

Cuanto antes me sea posible hacer llegar a Vuestra Señoría posteriores noticias acerca de lo que se trama en Viterbo, antes podrá verse satisfecho el deseo de serviros.

Beso las manos de Vuestra Señoría y me encomiendo a su gracia.

De Viterbo, el día 1 de mayo del año 1541,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

Carta enviada a Roma desde la ciudad pontificia de Viterbo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 18 de noviembre de 1541.

Al reverendísimo y meritísimo señor mío Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Muy honorable señor mío:

Me entero con satisfacción del fracaso de la iniciativa llevada a cabo por el cardenal Contarini en Ratisbona. Tal como había previsto, los luteranos se han mostrado inamovibles con respecto a la doctrina de la justificación por la fe y, a pesar de la condescendencia de Contarini, la hábil diplomacia de Vuestra Señoría ha sabido prevenir y rechazar el fatal acuerdo que parecía a punto de ser sancionado.

Es una desilusión amarga para los miembros del círculo de Reginaldo Polo, en cuyos rostros sombríos leo hoy la derrota.

A pesar de ello, no conviene envainar la espada, pues el peligro representado por estas mentes está todo menos vencido. Y justamente es de una nueva amenaza de la que me apresuro a dar minuciosa cuenta, a fin de que Vuestra Señoría sepa aconsejar a Su servidor acerca de las medidas que considere oportuno tomar.

Las conversaciones de Ratisbona han supuesto el peligro de que la doctrina de la Santa Iglesia Romana sobre la salvación se viera contaminada por la de los herejes luteranos.

Como V. S. sabe, los teólogos protestantes, haciéndose fuertes en determinados pasajes paulinos mal interpretados (Mt 25, 34; Rm 8, 28-30; Ef 1, 4-6), afirman que aquellos a quienes Dios ha elegido como sus santos desde los orígenes del mundo, y solamente estos, se salvarían en el Último Día. La realización de buenas obras como prenda de salvación eterna sería, pues, una pura ilusión. La salvación estaría garantizada para los elegidos, no por las acciones meritorias, sino más bien por el don divino de la fe y por nada más. En consecuencia, ninguna buena obra que el cristiano lleve a cabo puede intervenir para cambiar este don originario recibido por algunos hombres, los elegidos, los predestinados a la salvación en los designios de Dios.

No es preciso recordar lo peligrosa que esta doctrina es para el buen orden cristiano, que debe afirmarse por el contrario justamente sobre la base de la libre elección de la fe o de su rechazo por parte de los hombres. Por lo demás, no dudo en afirmar que precisamente la doctrina conocida como justificación por la fe es el pilar que sustenta todos los actos nefandos llevados a cabo por los luteranos en veinticinco años. Ella es el pilar de su teología invertida, además de aquello que les confiere la fuerza necesaria para enfrentarse a la Santa Sede sin la menor humildad, para poner en entredicho la jerarquía de la Santa Iglesia Romana, y todo ello en nombre de la inutilidad de un juez para las acciones humanas y de una autoridad eclesiástica que administre la regla y juzgue precisamente quién es digno de entrar en el Reino de Dios y quién no. V. S. recordará sin duda que una de las primeras osadías de Lutero fue precisamente la de no reconocerle al Santo Padre la autoridad de la excomunión.

Pues bien, lo que el cardenal Contarini no pudo, a saber, el desvirtuar y atentar contra la doctrina católica de la salvación por medio de las obras, lo podría hoy el cada vez menos restringido círculo de acólitos del cardenal Polo.

Ya en el pasado tuve que referir a Vuestra Señoría la fascinación peligrosa que ejercían sobre los espíritus sin preparación los escritos de aquel joven ginebrino que parecía haber recogido el testigo de Lutero a la hora de sembrar la herejía. Me refiero a ese Juan Calvino, autor de una mefítica obra, la Institución de la religión cristiana, en la que se confirman y refuerzan muchas de las ideas alumbradas por la mente herética del monje Lutero, en primer lugar la conocida como justificación por la fe.

Precisamente, dicha obra ha inspirado la que considero la publicación más peligrosa para estas tierras italianas desde los pérfidos sermones de Savonarola y que debemos al genio extraviado de las mentes viterbesas, entre las cuales me encuentro.

Me refiero a un breve tratado cuya peligrosidad supera con creces su volumen, ya que hay expuesta lisa y llanamente, en un lenguaje perfectamente comprensible para cualquiera, la doctrina protestante de la justificación por la fe como si ella no contradijera en absoluto la doctrina de la Iglesia.

No cabe duda de que se trata del intento de este círculo de literatos y clérigos de introducir en la base doctrinal elementos que favorezcan el acercamiento entre católicos y luteranos, aceptando en su totalidad la doctrina de la salvación defendida por estos últimos.

El autor del texto en cuestión es un fraile benedictino, un tal Benedetto Fontanini de Mantua, en la actualidad residente en el monasterio de San Nicolò l’Arena, en las laderas del monte Etna. Pero las manos que han trabajado en la redacción del texto, introduciendo en él traducciones casi literales de la Institución de Calvino, son las de Reginaldo Polo y de Marco Antonio Flaminio.

Las indagaciones llevadas a cabo con extrema cautela me han llevado a descubrir que el cardenal Polo tuvo ocasión de conocer a fray Benedetto ya en 1534, cuando, huyendo de Inglaterra, acertó a pasar por el monasterio de la isla de San Giorgio Maggiore de Venecia. En esa época, en efecto, Fontanini residía allí. Debe saber V. S. que el abad del convento de San Giorgio Maggiore a la sazón no era otro que Gregorio Cortese, que hoy es un ferviente defensor de los espirituales en la Curia.

A este precedente añádese el hecho de que dos años después, en el 36, también Marco Antonio Flaminio se dirigió a aquel convento, llamado precisamente por Cortese con el pretexto de que se hiciera cargo de la impresión de la paráfrasis latina del Libro XII de la Metafísica de Aristóteles.

Así pues, el cardenal Polo, Cortese y Flaminio. Todos ellos amigos, todos muy próximos a la política conciliadora del cardenal Contarini de Bolonia. He aquí las mentes que han alumbrado esta obra terrible. Si fray Benedetto de Mantua amasó la arcilla, el círculo de los espirituales la modeló y transformó en un vaso lleno de herejía.

El título del tratado habla por sí solo, ya que retoma literalmente una expresión empleada en numerosas ocasiones por Melanchthon en sus Lugares comunes.

El beneficio de Cristo, o Tratado utilísimo para los cristianos del beneficio de Jesucristo crucificado. Este es el título de la obra cuya redacción es ultimada en estos días por Flaminio, y en el que se afirma claramente que:

Bastará la justicia de Cristo para hacernos justos e hijos amados sin necesidad de nuestras buenas obras, las cuales no pueden ser buenas, si, antes de que las hagamos, no somos nosotros buenos y justos por la fe.

Puede perfectamente Vuestra Señoría juzgar la amenaza que la difusión de este tipo de ideas puede representar para la Cristiandad y muy en particular para la Santa Sede, en el caso de que ganaran aceptación. Si luego el librito encontrase el aplauso entre los notables de la Iglesia, podría estallar una epidemia de consenso para los protestantes en el seno de la Iglesia de Roma. No me atrevo a pensar qué odiosas consecuencias podría ello tener en la política de la Santa Sede en relación con Carlos V.

Estoy listo, pues, para recibir nuevas directrices de vuestro ingenio, convencido como estoy de que sabréis aconsejar una vez más del mejor modo a este celoso siervo vuestro.

Poniendo toda mi confianza en Vuestra Señoría, beso sus manos.

De Viterbo, 18 de noviembre de 1541,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

Carta enviada a Roma desde la ciudad pontificia de Viterbo, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 27 de junio de 1543.

Al meritísimo y reverendísimo Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Señor mío meritísimo:

Escribo para comunicarle a Vuestra Señoría que ya sé con toda seguridad que ha sido dado a la imprenta El beneficio de Cristo en Venecia.

Hace unos pocos días Marco Antonio Flaminio regresó del viaje que ha realizado en el séquito del Santo Padre a Busseto para tener un encuentro con el Emperador. Preguntando a uno de los pajes de Flaminio he tenido conocimiento de cuáles han sido sus desplazamientos. Pues bien, las sospechas que alimentaba se han revelado fundadas. En efecto, Flaminio, tras haber participado en el encuentro de Busseto y haber pasado allí el mes de mayo, volvió sobre sus pasos realizando un insólito desvío hacia Venecia. Me ha contado el paje que visitó la imprenta de un tal Bernardo de Bindoni, pero que no estaba en condiciones de decir más. Pese a ello, estoy convencido de que no se ha tratado sino de la entrega o quizá ya de la última revisión del texto en cuestión.

Desde que hace un año el papa Paulo III confiara al cuidado de Vuestra Señoría la renacida Congregación del Santo Oficio, estableciendo que la herejía puede ser perseguida dondequiera que anide y con todos los medios que sean necesarios, los espirituales han tenido que espabilarse. La bula de Su Santidad Licet ab initio, el consiguiente relanzamiento de la Inquisición y últimamente la muerte del cardenal Contarini, llevaron a Polo y a Flaminio a moverse con extrema cautela. Sospechaba que imprimirían el librito en el extranjero; además, ellos no ignoran que Venecia goza de una especial libertad en materia de impresión y venta de libros, y si todavía subsistía en mí alguna duda acerca del motivo de la visita de Flaminio a la imprenta veneciana, estas consideraciones la ahuyentan por completo.

Mi señor sabe perfectamente qué peligrosa arma puede ser la imprenta: sin ella Lutero sería todavía el profesor de la desconocida universidad de una pequeña y fangosa ciudad sajona.

En espera de poder proporcionar pronto nuevas informaciones útiles a mi señor, beso las manos de Vuestra Señoría.

De Viterbo, 27 de junio de 1543,

el fiel observador de Vuestra Señoría,

Q.

Carta enviada a Roma desde la sede central de la compañía Fugger en Augsburgo, fechada el 6 de mayo de 1544.

Al ilustrísimo y eminentísimo cardenal Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

A Vuestra Señoría reverendísima le deseo salud y toda clase de bienes, en la esperanza de que estas líneas, pergeñadas por un piadoso cristiano siervo devotísimo de la Santa Iglesia Romana, no conozcan otros ojos que los de Vuestra Señoría.

Los largos años de amistad que ligan a mi familia y a Vuestra Señoría permiten que no haya necesidad de embellecer con falsas palabras la gracia que me dispongo a solicitar de Vos. En más de una ocasión Vuestra Eminencia ha querido concederme el honor de prestar nuestros servicios a los negocios que Vos teníais en tierras germánicas; más de una vez esta alma se ha visto honrada de prestar su ayuda, con los medios que el buen Dios ha querido concederle en la tierra, a las operaciones y a las negociaciones que Vuestra Señoría ha emprendido aquí; entre dichos servicios puede incluirse el haber puesto a su disposición una ingente suma de dinero para los agentes que V. S. mantiene en tierras alemanas y en la corte del Emperador.

Pues bien, una tal deuda podría desaparecer de repente, como si nunca hubiera existido, de los libros de contabilidad de esta compañía, en el caso de que quisierais concedernos lo que pedimos.

Debéis saber que nuestra compañía ha sido objeto de un engaño formidable y espantoso, al que es necesario poner remedio cuanto antes; y puesto que no considero conveniente para los intereses de la familia dejar que la cosa trascienda al común, me veo obligado a solicitar la intervención de Vuestra Señoría.

Sin entrar demasiado en los pormenores del infernal ardid, baste con saber que desde hace algún tiempo había advertido una cierta incongruencia en las cuentas anuales de la compañía: algo no cuadraba perfectamente, una cuestión de simples comas, de alguna cifra irrelevante, en los libros de contabilidad; y sin embargo, quedaba la sensación, dado que los vastos intereses de los Fugger en Europa son casi de por sí incalculables, de imaginar lo fácil que puede ser descubrir pequeños resquicios. Pero el resquicio existía, y cada año que pasaba la sensación iba adquiriendo el cariz de la sospecha y paulatinamente de la certeza. Era como si las filiales periféricas de la compañía equivocaran mínimamente las cuentas, como si redondearan por exceso la cantidad de dinero emitida en forma de letras de cambio. Tanto es así que al principio pensé en uno de nuestros agentes como responsable del engaño: y sin embargo, eso parecía extraño, ya que antes de elegir a los hombres a quienes confiar la administración de nuestros intereses los valoramos de pies a cabeza y a menudo hasta los vinculamos a nuestro patrimonio personal, de forma que sean una sola y misma cosa con el interés de la compañía.

Y en efecto estaba equivocado, pues el parásito procedía del exterior.

No puede imaginarse V. S. qué gastos y el tiempo que se han requerido para descubrir a los culpables: nos hemos visto obligados a enviar comisarios especiales a cada filial y a cada agencia Fugger, con el fin de que supervisaran durante un año entero las actividades de préstamo. Entre agencias y filiales son más de sesenta en toda Europa.

Hizo falta un año entero para recorrer en sentido inverso, de mercader en mercader, los movimientos de las letras de cambio emitidas por nosotros y comprender qué era lo que no cuadraba en nuestras cuentas. Fue de este modo como pudimos descubrir que algunas de las letras de cambio cobradas en nuestras agencias eran falsas.

Pues bien, el elemento común en los mercados en que indagamos era la presencia de un aparentemente inocuo mercader de lino, azúcar y pieles curtidas. Por más que ello pueda parecer algo raro por nuestra parte, seguimos sus desplazamientos comerciales y nos parecieron cuando menos insólitos. Sin comerciar en bienes demasiado preciados, aquel cubría distancias el doble de largas que las que hubieran bastado para vender su mercancía: lo que desde Suecia podía ser vendido en el mercado de Amberes, era transportado a Portugal; lo que desde Brest podía encontrar un excelente mercado en Inglaterra, terminaba en la plaza de Hamburgo, y así sucesivamente. Nuestro mercader daba prioridad, en resumen, a las plazas periféricas. En un principio pensamos que una elección semejante podía deberse a la esperanza de unas ganancias mayores, pero descubrimos que no era así, ya que los precios puestos por este no eran en absoluto superiores a la media. Pero el detalle aún más extraño era que resultaba ser un acreedor de nuestra compañía, que había abierto una cuenta en nuestra filial de Amberes hace seis años.

Su nombre es Hans Grüeb, alemán por tanto de nacimiento. No obstante, mis comisarios no han encontrado rastro de este nombre en ningún mercado alemán. Parece que este apareció por vez primera en Amberes en 1538. Por tanto indagamos en esa ciudad, descubriendo que su socio en los negocios es un personaje de lo más ambiguo y sospechoso, un tal Loy, o Lodewijck de Schaliedecker, o Eloi Pruystinck, hasta hace seis años un simple operario que pone tejados y ya conocido por las autoridades de Amberes por ser sospechoso de herejía.

Estábamos seguros ya de haber identificado a los responsables del terrible engaño en detrimento nuestro. Todavía no sabemos cómo estos han conseguido reproducir copias perfectas de letras de cambio Fugger; no obstante, no tenemos intención de esperar más, corriendo el riesgo de sufrir ulteriores daños.

Ahora bien, el motivo por el cual me he decidido a solicitar la intervención de Vuestra Señoría es que no considero conveniente en una situación de dificultad de este tipo el denunciar a los dos sospechosos a las autoridades locales. La compañía sufriría un daño irreparable si diera a conocer la noticia de que circulan por los mercados letras de cambio nuestras falsificadas. Se produciría, en efecto, una terrible crisis de confianza en relación con nosotros y en poco tiempo correríamos el riesgo de ver a los acreedores retirar su dinero de nuestras arcas. Me permito añadir que tal consecuencia sería nefasta para muchos y no solo para los Fugger: los intereses de la compañía se hallan estrechamente vinculados a los de muchas cortes, no siendo la menos importante de ellas la Santa Sede.

Pues bien, existe para nuestra común suerte una posibilidad que permitiría a unos y a otros resolver este problema, sin que nadie sufra un gran perjuicio.

Como decía, el tal Eloi Pruystinck era sospechoso desde hacía algún tiempo de herejía, ya que practica y predica el régimen de comunidad de las mujeres, la renuncia a la propiedad privada y niega, tal dicen mis informadores, la existencia del pecado. Hasta ahora la astucia de este pequeño hereje les ha permitido a él y a sus compinches escapar siempre de las acusaciones de blasfemia y apostasía. Pero desde que Su Santidad Paulo III ha restablecido la Inquisición, poniendo a su cabeza a Vuestra Señoría, puedo esperar que dichos eloístas sean finalmente incriminados y procesados.

Lo que solicito de la magnanimidad de Vuestra Señoría no es ni más ni menos que dirija la atención del Tribunal del Santo Oficio sobre estos condenados herejes, amén de arteros estafadores, a fin de que cesen de propalar sus ideas blasfemas y al mismo tiempo de lesionar los intereses de nuestra compañía, sin que de este modo se sepa nada del daño que nos han causado.

Confiando humildemente en la intervención de Vuestra Señoría, y confirmando la amistad que nos une, beso las manos de Vuestra Señoría.

De Augsburgo, 6 de mayo del año 1544,

Anton Fugger, siervo de Dios

Ir a la siguiente página

Report Page