Protocolo urgente para agresiones sexuales en entornos de izquierdas
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Querida comunidad contextataria,
Hoy voy a ser, me temo, minoría absoluta (editorial), como aquel disco de Extremoduro. Ahora que ha pasado la tormenta, después del barro, con las costras del lodo aún pegadas en el suelo pero con el cielo algo más despejado, quizá sea un momento algo más conveniente para escribir sobre lo de Errejón.
No comparto la línea expresada por otras compañeras aquí, en CTXT, en lo que a este caso se refiere, ni tampoco el silencio mantenido por tantos compañeros ante lo mismo. A veces es sanísimo llegar un poco tarde a ciertas noticias y en este caso, además, prudente, conociendo el arco del personaje y observando el curso reciente de los acontecimientos. Total, que me he dicho que quizá lo más práctico sería ofrecer algunas claves útiles en esta carta semanal, esta vez, en forma de protocolo. Allá van.
1. ¿Se ejerce violencia machista en mi colectivo, partido, medio de comunicación, sindicato, cooperativa, o coalición electoral?
Sí, joder, obviamente. Ninguna estructura está libre de esta violencia en una u otra forma, nivel o grado. Lo que define su vocación feminista es la capacidad y la voluntad que tienen para cambiarlo. Así que superemos ese debate viejuno sobre el machismo en la izquierda, que haberlo haylo(s), y hagamos algo por cambiarlo, que es lo que debería diferenciarnos de los reaccionarios.
No sirve encogerse de hombros. Existen multitud de materiales elaborados por excelentes expertas ahí fuera que sirven para arremangarse y ponerse a trabajar en construir la transformación política y organizacional, así que no, no digas que no lo sabías. Si se está dispuesto a hacerlo, la cuestión es profunda, compleja, y claro, nos remueve. No pasa por hacer sesudos papeles que duerman en una carpeta perdida, ni comparecer en cursillos de una tarde, ni parir felices ocurrencias sin conocimiento ni consenso. Tampoco por tirar de soluciones “mediadas” y chapuceras, hechas para parchear vergüenzas… y que siempre terminan pagando las mismas.
Estos días de tormenta han llovido muchos “yo opino que”, o “yo es que creo que”. Y sí, es estupenda la generosidad con la que los feminismos invocan a todo el mundo a tener voz y opinión –incluso aunque jamás se opinaría con la misma vehemencia sobre otras cuestiones que se desconocen–, pero una cosa es opinar y otra es conocer la realidad de las violencias machistas, en concreto, las sexuales. El reconocimiento (praxis fundamental del feminismo) pasa por valorar la voz y el criterio de quienes sí trabajan con esto día a día con una situación laboral profundamente precaria para la mayoría de ellas, por cierto; de quienes se han dejado las pestañas investigando, defendiendo y dando voz a las víctimas, litigando contra agresores o peleando derechos políticos para todas las mujeres. Sin ellas, no tendríamos herramientas para afrontarlo cuando ocurre. Y creedme, las necesitamos. Recurrir a su genealogía, a su conocimiento situado y a su experiencia generosa es un ejercicio político fundamental. Despreciarlo, al contrario, es toda una declaración de intenciones.
2. ¿Qué ocurre si una compañera decide denunciar una agresión o una situación de violencia machista?
Pues que ella decide cómo, cuándo y a través de qué canales hacerlo. Si no quiere denunciar en una comisaría –aunque a la ministra Ana Redondo no le quepa en la cabeza todavía– tiene, igualmente, derechos, recursos y espacios a los que acudir. Los centros de crisis existen ya en muchas ciudades, así como está consagrado el derecho a exigir una atención especializada al margen de una denuncia policial. Gracias a haber parido dos leyes feministas y orgánicas, por cierto, la de Violencia de Género y la Ley del Sólo Sí es Sí, podrá, además, y pese a todos los fallos y mejoras posibles, elegir el camino judicial, o no hacerlo.
Venimos del silencio más absoluto, más profundo y doloroso –dense una vuelta por los testimonios que día a día comparte Cristina Fallarás, si no lo han hecho, y díganme si toda esa violencia no es suficiente para, como dice Irantzu Varela, quemarlo todo. Pero ahora, por fin, ese silencio se está quebrando. La forma en que cada una decida hacerlo es parte de ese proceso necesario para exponer y reparar el daño. Nadie dijo que hubiera de ser ordenado, justo, ponderado y elegante. Es una revolución. Ninguna revolución ha sido ordenada.
Ejercer el “YoSíTeCreo” es más que una enunciación: es escucha, acompañamiento y no cuestionamiento, principios fundamentales que quienes hemos trabajado en la intervención conocemos bien. Bastante le cuestionará ya el juez, el comisario, los trolls de twitter, allegados, opinólogos, y expertos de ocasión. El deber de una organización, es, al menos, minimizar el daño, y preservar los espacios seguros.
3. Pero, ¿y si el agresor es un compañero? ¿un cuadro político? ¿un gran activo?
Es doloroso pensar que personas con las que se comparten tantas cosas, tantos horizontes y proyectos comunes, puedan ser unos machistas recalcitrantes que no hayan interiorizado ni uno solo de los debates que nos han atravesado las dos últimas décadas, en muchos casos porque no les importaba ni interpelaba lo más mínimo. Más decepcionante aún es reconocer que algunos de ellos sean agresores sexuales y que han hecho daño a otras personas. Y también es delicado reconocer hasta qué punto todas y todos alguna vez hemos legitimado, normalizado, o restado importancia a esas agresiones. Pero lo que plantea el feminismo contra las violencias machistas es, precisamente, que tengamos todas las conversaciones necesarias y pendientes para evitar esa normalización, para detectar esas conductas y para reparar esos daños.
Lo del punitivismo salvaje, lo de la presunción de culpabilidad masculina, lo del “retroceso moral” que implica romper el silencio e intervenir contra los agresores, todo eso son argumentos reaccionarios construidos desde el patriarcado encastillado. Y el patriarcado no es una abstracción, no es un “mal” que cae del cielo, como la DANA para Mazón; son las estructuras de poder construidas y perpetuadas por muchísimos hombres que vivían mucho más tranquilos cuando todo esto pasaba desapercibido o era incluso, la norma y la forma de ser poderosos. Al fin y al cabo, el sexo va siempre de poder, y la libertad sexual de las mujeres es, pues, un dispositivo político poderosísimo.
¿Se puede separar al artista de la obra? Lo dudo. Y mira que soy fan de Loquillo. Dicen que Errejón tenía muy clara la teoría pero fallaba en la práctica. Permitidme que discrepe profundamente. El problema estaba, precisamente, en la teoría: para decirse feminista y ser capaz de convivir cómodamente con todas tus contradicciones, que no te molesten ni te pongan a frente al espejo, es necesario articular y creerse un discurso capaz de ser compatible con el machismo y la violencia sexual cotidianos, capaz de ser un dispositivo de quita y pon, una marca de identidad que abanderar o no según convenga. Un feminismo compatible con jugar a ser el Lobo de Wall Street, con usar tu poder y tu capital social y político para follar “emancipándote de los cuidados”, y con sentar cátedra sobre consentimiento o libertad sexual mientras eres plenamente consciente de que la ejerces. Y si todo falla, poder exculparte en lo estructural, y en que unas cuantas exaltadas no hicimos el feminismo lo suficientemente sexy como para que sirviera a los hombres para emanciparse de sí mismos. Este quintacolumnismo con traje feminista, como lo llama mi amiga Bárbara, que es listísima, ha demostrado su flagrante fracaso, aún adornado con muchas frases subordinadas, léxico retorcido y aparente rebeldía. En política, persona y personaje, obra y autor, praxis y tesis, son indisociables.
4. ¿Y si se está produciendo un injusto linchamiento, la muerte civil, la quema en la hoguera?
Como con Plácido Domingo en la grada del Bernabéu, los canteranos del Real Madrid convocados por Ancelotti, Rubiales con sus business inmobiliarios en Santo Domingo, Jhonny Depp anunciando perfume en las marquesinas de autobús, Bertolucci (¡qué gran director!), Depardieu (mais, quel talent!), Omar Montes, Sean Penn, Russel Brand, o sin irme tan lejos, ese, ese y ese otro que tú y yo sabemos. De momento, tal castigo social no parece tan grave, tan generalizado ni con consecuencias tan terribles como anuncian algunas voces muy preocupadas, tanto como para usar un término como linchamiento, tradicionalmente asociado a las agresiones racistas, o incluso –maravillosa paradoja– el de la caza de brujas, que es precisamente lo que llevan haciendo siglos a las mujeres con agencia para hablar y organizarse.
En esto de cambiar de bando la vergüenza, hay quien quiere llamar “castigo” a lo que no es sino reprobación y reproche público o privado de un acto –agredir, violentar, maltratar, despreciar a las mujeres– que antes, muchas veces, se premiaba y aplaudía. Insisto: esta ruptura del silencio es lo mejor y más transformador en términos de disputa por el poder –y la clase, aunque eso no nos ocupe en estas páginas– que ha ocurrido en este ciclo político. Y remueve, y es incómodo, y nos agita. Y no siempre será ponderado ni calibrado. Como si cualquier lucha de emancipación y conquista de libertades lo fuera… Pero el hecho es que ha conectado con millones de mujeres y de voluntades y es, me temo, imparable. Y eso que hubo señores que en estas páginas, no hace tantos años, nos hablaban de “Saber Parar”.
5. Y… ¿si el agresor soy yo?
Pues, tronco, compañero, camarada, bro: hazte cargo. Hazte PUÑETERO cargo. El contexto podrá ser el neoliberalismo salvaje, el patriarcado estructural, la socialización masculina, el chachachá, el jagermeister o el perico, pero tuya es la agresión y tuya la responsabilidad. De nuevo se nos exige ser las más justas, las más ponderadas, no victimizarnos pero tampoco dejar caer a las víctimas, ni linchar ni ocultar, pero eso sí, debemos de articular –nosotras, eh, siempre nosotras– los protocolos, la gestión, la reparación y los recursos para que todo ello sea posible. ¿No es tiempo de que hagáis vuestra parte?
Y hasta aquí este protocolo, que ni siquiera es urgente, que llega tarde, que está escrito a trompicones. Confieso que el cansancio, la agitación y el revolcón emocional de estas semanas han hecho mella en muchas de nosotras. Gajes del oficio, supongo. Nunca fueron sencillas las revoluciones.
Gracias por estar ahí, un abrazo
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