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3. Exhibición » 60. «… una película de Simon David Williamson…»

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60. «… UNA PELÍCULA DE SIMON DAVID WILLIAMSON…»

Noto un martilleo sordo y machacón tras uno de mis ojos. Estoy en la ducha, tratando de sacudirme otra resaca, deseando que de alguna manera los chorros de agua cayendo en cascada pudieran absorberse, interiorizarse. Que pudiera tener lugar una rehidratación instantánea. Cojo una botella de gel de baño y la aprieto para que el detergente viscoso y con sabor a hierbas sintéticas vaya a parar a la palma de mis manos; lo extiendo por el cuerpo, me preocupo por mi estómago, por si está perdiendo su tersura. Pienso en un tono de gimnasio. Descendiendo hasta el chichi, intento ser funcional, seria y eficiente. Intento no pensar en Simon: en sus oscuras cejas, en su esculpido rostro italiano, en su sonrisa de glaciar y en las dulces palabras que destilan esos labios de serpiente. Pero, sobre todo, en el pozo magnético que constituyen esos ojazos. Castaños, pero en apariencia negros, todo pupilas. En como nunca parecen encoger ni apartarse, ni siquiera cuando expresan desaprobación; simplemente pierden su lustre, dando paso a un tono mate de modo que ya no puedas ver tu reflejo en ellos. Como si no existieras, como si te sofocasen.

Intento concentrarme en la radio, colocada en el borde de la bañera. Un presentador lisonjero y demasiado efusivo le pregunta a una joven sobre sus discos favoritos y lo que esos temas significan para ella. Reconozco de inmediato los tonos lechosos, insípidos y gangosos de quien responde. Cuando menciona aquel disco, aquel disco de mierda, sé que es ella antes de oír a la presentadora nombrarla. «¡Jive Bunny y los Mastermixers, “Swing the Mood!” ¡Me encanta ese tema! Es que…, no sé…, ¿sabes cuando hay una canción cuando estás en una edad en la que todo parece posible…? Bueno, pues yo tenía catorce años y mi carrera como gimnasta empezaba a despegar de verdad…».

La puta Carolyn Pavitt.

Carolyn Pavitt y yo fuimos en tiempos, abrir comillas, «amigas del alma». Cerrar comillas. Era una etiqueta que nos ponían los demás; nuestros padres, nuestros maestros, nuestros pares, pero sobre todo nuestros entrenadores. Todo porque la pequeña Nikki y la pequeña Carolyn iban juntas a gimnasia. Pero aunque nos identificaran vía nuestra participación conjunta en aquel deporte, nunca vivimos aquella gran amistad nosotras mismas. En tanto niñas buenas se nos veía como espíritus afines. En realidad, desde el primer momento fuimos rivales a muerte.

Como gimnastas adolescentes competimos en serio. Al principio yo era mejor que la torpe de Carolyn, aunque el patito feo se convertía en cisne al tocar la colchoneta. El problema es que cuando la adolescencia nos cayó encima, a mí me tocaron las tetas y a ella los trofeos.

Y ahora me doy cuenta de que he puesto la ducha tan fría como puede ponerse, y que ya no oigo la voz de la «británica Carolyn Pavitt». Lo único que noto es la virulenta frialdad, la pesadumbre, la sensación de náusea y creo que voy a desmayarme, pero salgo de la ducha jadeando. Apago la radio y me seco con la toalla mientras un arrebol cálido y compensatorio se extiende desde el centro de mi ser hasta los últimos extremos de mi piel. Qué cabrona eres, Carolyn Pavitt.

Voy a mi habitación y me visto, preguntándome qué jersey ponerme, si el de cachemira ceñido o el de angora informe. Pienso en que me hace falta ir al gimnasio, y me pongo este último. Me pregunto cuál habría escogido ella. Pero hoy no hay nada que pueda deprimirme durante mucho rato porque estoy rebosante de emoción. ¡Simon llamó ayer a altas horas de la noche diciéndome que estuviera en el pub a las nueve y media de esta mañana porque va a proyectar un extracto de la película! Pienso en Carolyn. ¡Puedes meterte tu medalla de bronce de la Commonwealth por el culo, arpía artrítica en ciernes!

Cuando llego a Leith, Simon está muy animado. Es evidente que ha estado esnifando cocaína. Me besa en la boca, guiñándome ávidamente un ojo al separarse de mí.

Rab también está aquí y hablamos del trabajo para el curso. Es de esperar que a él le haya ido mejor que a mí. Le cuento que creo que me han suspendido porque no trabajé lo suficiente. Charlamos de cosas intrascendentes, pero su mirada, un tanto severa y a la vez apenada, me intranquiliza. Me siento junto a Mel, Gina, Terry y Curtis. Aparece Mark Renton, con aspecto muy tenso y furtivo, y Simon grita: «¡El Chico de Alquiler por fin consigue llegar a Leith! ¡Deberíamos llamar al resto de la pandilla para irnos de pubs por el barrio!».

Mark le hace caso omiso, me hace un gesto con la cabeza e intercambia saludos con los demás. Simon se acerca a la barra y sirve unas copas mientras sigue metiéndose con Mark. «Me preguntaba cuándo reunirías el valor para asomar la cara por aquí. ¿Te habrás cogido un taxi hasta la misma puerta, eh?».

«Por nada del mundo me perdería el debut como director de mi viejo amigo», dice Mark medio en tono de burla, «sobre todo cuando me ha asegurado que no corro peligro».

Algo pasa, pero Simon se limita a responder a la evidente agresividad de Mark con una sonrisa cargada de significado. «A ver…, ¿quién falta?… Miguel dijo que vendría…». Se vuelve para ver entrar a Mikey Forrester, resplandeciente con un chándal sobrecogedoramente blanco y con oro por todas partes, seguido por Wanda. «¡Ah! ¡Hablando del ruin de Roma! ¡Miguel! ¡Llegas justo a tiempo, ven aquí! Vestido para matar, ¿eh?», dice con sarcasmo. Forrester no parece darse cuenta y de hecho parece eufórico hasta que detecta la presencia de Mark Renton. Se produce una pausa gélida y fea antes de que intercambien gestos de reconocimiento fríos y recalcitrantes. La única persona que parece totalmente ajena al ambiente glacial es Simon. «Allá vamos, familia», ruge de modo triunfal mientras abre una caja de videocasetes y nos entrega una a cada uno.

A continuación Simon prepara unas rayas, pero todos menos Terry y Forrester rehúsan. «Así los pesos pesados tocamos a más», dice, con una mezcla de alivio y desprecio en la voz, pero no reaccionamos, ya que estamos examinando con incredulidad las carátulas de las cintas de vídeo.

Para mí la sensación de desilusión y traición es absolutamente repugnante que te cagas. Veo la carátula y el primer disparo de francotirador me llega al corazón. Mi cara con ese maquillaje; enorme, chillona y chabacana gracias al color de imprenta barato empleado. Lo que es más, ha utilizado la foto que prometió no utilizar, aquella en la que una teta se ve más pequeña que la otra. Parezco un travestí amanerado o la muñeca hinchable que le compró a Curtis; esa fotografía fea y estridente y las letras grandes: NIKKI FULLER-SMITH EN SIETE POLVOS PARA SIETE HERMANOS.

Lo que de verdad me saca de quicio, sin embargo, son los rótulos de crédito:

UNA PELÍCULA DE Simon DAVID WILLIAMSON

PRODUCIDA POR Simon DAVID WILLIAMSON

DIRIGIDA POR Simon DAVID WILLIAMSON

ESCRITA POR Simon DAVID WILLIAMSON JUNTO A

NIKKI FULLER-SMITH Y RAB BIRRELL

Es evidente que los demás se sienten igual que yo. «Ya vemos de qué va la película que te has montado», dice Rab, sacudiendo la cabeza y arrojando su copia a la caja de nuevo.

«No, él sí que la ha conseguido», digo yo, echando humo por las orejas y paseando la mirada desde la caja de los vídeos hasta Simon y otra vez de vuelta. Noto una sensación de opresión en el pecho y me estoy clavando las uñas en las palmas de las manos.

Qué fácil resulta ahora pensar en Simon, mi amante, como Sick Boy. Los murmullos de protesta se intensifican pero él hace oídos sordos, limitándose a silbar con indiferencia mientras saca otra casete de la caja. «¿Qué cojones tuviste tú que ver con el guión?», pregunta Rab con urgencia. «¿Qué fue de la producción esmerada de alto nivel en la presentación? Parece una mierda», dice, dándole una patada a la caja.

Si…, no, Sick Boy, no tiene la menor intención de disculparse. «Sois unos niños muy desagradecidos», se burla imperiosamente. «Podría haber puesto a Terry como codirector y a Renton como coproductor, pero sólo quieren vérselas con un único nombre, para cuestiones de contactos, para evitar que la parte financiera de la operación se salga de madre. Así el que carga con todo es este pobre idiota», dice señalándose a sí mismo con indignación, «¡y así es como me lo agradecéis!».

«¿Qué tuviste que ver tú con el guión?», vuelve a preguntar Rab en un tono lento y sin que se le altere la voz, mirándome a mí.

«Necesitaba unos cambios. En tanto que director, productor y editor, estaba en mi derecho».

Terry le echa una mirada fugaz a Renton, que enarca las cejas. Terry echa la cabeza hacia atrás y sus ojos escudriñan el techo manchado de nicotina. Yo me desmorono por dentro, no tanto por la traición como por la forma tan arrogante y relajada que Simon tiene de tomársela. Está ahí de pie, con su camiseta negra, sus pantalones y sus zapatos, como un ángel del Averno, cruzado de brazos, mirándonos por encima del hombro como si los demás fuésemos un trozo de mierda que hubiese logrado desprenderse del zapato. Me he entregado a un absoluto hijo de puta.

Ahora estamos sentados en silencio, con un matiz de mayor aprensión, mientras Sick Boy, emocionado y como una moto, carga una de las cintas. Besa la carátula de la cinta de vídeo. «Lo hemos conseguido. Tenemos un producto. Vamos a vivir». Después se acerca a la ventana, se asoma a la bulliciosa calle de abajo y grita a pleno pulmón: «¿Lo habéis oído? ¡VAMOS A VIVIR!».

La observo, sentada junto a Mel y a Gina: la primera copia editada que vemos de nuestro trabajo. Empieza como esperábamos, con la escena de la televisión, donde Mel y yo nos lo montamos. No puedo evitar pensar en el buen aspecto que tiene mi cuerpo; ágil, moreno, flexible. ¡Me defiendo más que bien comparada con Mel, que es cinco años más joven que yo! Echo una mirada alrededor de la habitación para tratar de calibrar las reacciones. Ahora a Terry se le ve caradura y presumido, perdido en el porno. Curtis, Mel y Ronnie están a la expectativa, y Rab y Craig, incómodos. A Renton y a Forrester se les ve inescrutables. A Gina, torpemente excitada, casi tímida.

Después entramos en la cantina de la plataforma, donde los «hermanos» charlan acerca de su viaje a «Glasburgo». Parece un tributo torpe, propio de aficionados, a la escena inicial de Reservoir Dogs, pero de algún modo funciona. Mientras la cosa avanza sigue teniendo una pinta aceptable, aunque Simon farfulla no sé qué acerca de «clasificaciones» y «copias en condiciones». Pasamos a una escena en la que Simon y yo estamos en el tren y después follamos en lo que se supone que es el retrete del tren, pero que en realidad es el cagadero de aquí.

«Fuaa», suelta Terry. «Fíjate en ese puto culo…». Después se vuelve hacia mí y sonríe. «Perdona, Nik».

Le guiño un ojo como respuesta, porque empiezo a sentirme mejor. Es más o menos lo que nos esperábamos y, seamos justos con Simon, lo ha editado bastante bien. En conjunto, transcurre a un ritmo vivo, aunque la interpretación es pobre y en un par de ocasiones el tartamudeo de Curtis es evidente, y se ve que Rab no está impresionado con la calidad de la imagen. Pero algo tiene, sin embargo: cierta energía. Sólo cuando llevamos recorridas unas tres cuartas partes de la película me doy cuenta de que Mel está lívida de rabia. La oigo diciendo: «No…, no…, eso no está bien», casi para sí misma. Me vuelvo y la veo sentada estupefacta mientras observamos cómo chupa la enorme polla de Curtis. Pero la está chupando después de que él acabe de darle por el culo. «¡Qué es esto!», chilla.

«¿Cómo dices?», dice Sick Boy.

«De la forma que lo has montado, parece que se la chupe después de que me la haya metido en el culo», le gruñe a Sick Boy.

Y ahora soy yo quien recibe el mismo trato editorial. Un primer plano de mi cara, después un plano de la polla de Curtis, que parece entrar y salir de mi ojete aunque se trate de otra toma del de Mel. «¡A mí nadie me dio por culo! ¡Qué coño es esto, Simon!».

«Eso», dice Curtis para apoyarme, «tú no querías hacerlo, ¿verdad?».

«Así es como está editado», dice Sick Boy. «Creatividad. Usamos tomas eliminadas de Mel cuando le daban por el culo y en el estudio de edición pudimos colorear la carne de sus nalgas para que parecieran las tuyas».

Me repito, fijándome en cómo sube mi tono de voz, dominada por un pánico horrible. «¡He dicho que a mí nadie me dio por culo! ¿Por qué había que ordenar las secuencias en ese orden? ¡Esa no soy yo! ¡Es Mel!».

Sick Boy sacude la cabeza. «Mira, fue una decisión de edición, una decisión creativa. Como actriz no querías que te dieran por el culo y así se hizo. ¿Acaso crees que a Ving Rhames le dio por culo aquel tío que interpretaba a Zed en Pulp Fiction?».

«No, pero esta es una película porno…».

«Es una película», dice Simon. «Lo simulamos. Hicimos lo que hizo Tarantino con Ving Rhames porque Ving también lo simuló. ¿Crees que se volvió hacia Tarantino y le soltó: “Oooh, no quiero hacer esa escena porque a lo mejor la gente se piensa que soy mariquita”? ¡Y una mierda!».

«No», grito yo, «¡porque esto es diferente! ¡Es una película porno y en el porno lo que se espera es que los intérpretes no simulen, sino que realicen actos sexuales!».

«Pues mira, Nikki, seguimos los consejos de algunos experimentados pornógrafos que hay en Holanda y en el smoke[48] Mark y yo pensamos…, bueno, ya sabes…».

Me vuelvo hacia Mark, que levanta las palmas. «A mí déjame al margen», le dice a Simon, «el gran jefe eres tú. Lo pone en la carátula», dice levantando y blandiendo una cinta de vídeo. Ahora Rab interviene iracundo de nuestra parte, señalando a Simon y diciendo: «No es justo, Simon. Teníamos un acuerdo. Has traicionado a las chicas».

Mel está a punto de venirse abajo, ahí sentada, aferrada al respaldo de la silla. «Hace que parezcamos unas putas guarras. ¡Yo no conozco a ninguna chica que le chuparía la polla a un tío después de habérsela metido en el culo!».

Terry la mira con gesto imperturbable. «Haberlas, haylas, te lo aseguro», sostiene.

Eso parece turbarla. «Vale, ¡pero no en vídeo, Terry, no ante los ojos del mundo entero!».

Simon hunde las manos en los bolsillos de sus pantalones de cuero negro para evitar gesticular con ellos. «Mira, la gente sabe que las cosas no son así en la secuencia real. Saben que una vez que te has follado a alguien por el culo, te lavas el rabo antes de metérselo en la boca o en el coño».

«Pero no es así como aparecía en el puto guión», dice Mel, levantándose y chillando: «¡Nos has engañado, joder!».

Sick Boy se saca las manos de los bolsillos. «¡Nadie ha engañado a nadie!», grita, golpeándose la frente con la palma de la mano. «La edición es un proceso creativo, un arte diseñado para llevar al máximo la experiencia erótica. ¡Estuve en el estudio de edición durante cuatro días y cuatro noches, con los ojos escociéndome, y esta es la recompensa de mierda que recibo! ¡Sois unos fascistas!».

Ahora se gritan el uno al otro. «¡Viscoso cabrón de mierda!», ruge Mel. Gina dice: «Calmaos», pero despide alegría por la desgracia ajena.

«¡Cierra el pico, puta prima donna!», le contesta Simon a Mel, y ahora exhibe una fealdad que nunca pensé que podía llegar a adquirir. Ya no es el tipo empresario enrollado que yo imaginaba, sino un repugnante y grosero matón de tres al cuarto.

Pero Mel no se achanta porque ella también se ha convertido en otra persona y da un paso al frente gritando al mismo tiempo: «¡CABRONAZO INSIDIOSO!».

Están vociferando a escasa distancia el uno del otro y no puedo soportar, el volumen de los chillidos de ambos y lo cómodos que se encuentran funcionando a este nivel. Es como las pesadillas infantiles en las que tus padres se transformaban en caricaturas demoníacas de sí mismos.

Gina sujeta a Mel y Rab apacigua a Sick Boy, que se da golpes en la frente o, más bien, cabezazos contra la palma de su mano. Terry mira a Mark con gesto de hartazgo. Mikey Forrester dice unas cuantas tonterías en apoyo de Simon y después le dice a Mark algo de que si es un pordiosero o de ir a ver a unos pordioseros. Mark salta iracundo: «Ese siempre fue tu estilo, chota cabrón de mierda…». Mikey le grita algo a Mark acerca de robar a los suyos y yo me estremezco pensando que pueda referirse a nuestro chanchullo 1690. Ahora todos gritan, se señalan con el dedo y se dan empujones. No puedo con esto. Me largo; bajo las escaleras hasta llegar al bar y salgo a la calle. Respiro profundamente el aire primaveral, fétido y lleno de gases de los tubos de escape, mientras subo por Leith Walk como un vendaval con la intención de poner tanta distancia entre ellos y yo como sea posible. No creo que nadie me haya visto marcharme.

Me dirijo hacia el centro, caminando dificultosamente entre un viento fuerte y tan frío que escuece, pensando en lo aburridos que son los tiempos que vivimos. Esa es nuestra tragedia: nadie, salvo explotadores destructivos como Sick Boy o sosos oportunistas como Carolyn Pavitt, posee auténtica pasión. Todos los demás están demasiado hundidos en la mierda y la mediocridad que les rodea por todas partes. Durante los ochenta la palabra clave era «yo» y en los noventa «lo último», en el nuevo milenio es «aparentar». Todo tiene que ser difuso y con su correspondiente coartada. Antes la enjundia era importante; luego el estilo lo fue todo. Ahora todo consiste en simularlo. Yo pensaba que eran auténticos: Simon y los demás.

Como un puño de hierro que me golpease en pleno pecho, caigo en la cuenta de que en esta aldea global de comunicaciones en la que ahora vivimos, de un modo u otro mi padre me va a ver recibiendo un enculamiento que en realidad no se produjo. Odio la idea del sexo anal; en tanto mujer, es una negación de tu feminidad. Pero, sobre todo, odio ser una impostora. Mi familia. Me imagino a los chicos de la universidad, a las nulidades amargadas e inmaduras a las que he rechazado, todos cascándosela ante mi imagen en sus habitaciones amuebladas. Otros pensarán que lo saben todo acerca de mí, todo acerca de mi sexualidad a partir de esa imagen. McClymont, en cuanto su mujer se haya ido a la cama, se quedará levantado con el mando a distancia y un whisky, meneándosela ante la imagen de mí recibiendo un encule. «Tome asiento, señorita Fuller-Smith. O quizá prefiera permanecer de pie…, ja, ja, ja». Colin lo verá; quizá hasta se acerque por el piso. «Nikki, he visto el vídeo. Ahora lo comprendo todo, por qué cortaste conmigo. Era una llamada de atención que no vi…, es evidente que estás dolida y confusa…».

Pasa un coche a toda velocidad y un chaparrón de nieve fangosa me golpea el costado, escurriéndose poco a poco hasta llegar a mis botas. Cuando llego a casa estoy abatida; Lauren está allí; de hecho, se acaba de levantar y todavía lleva puesta la bata. Llevo una copia del vídeo y me siento en el sofá a su lado. «Dame un pitillo», casi le suplico.

Ella se vuelve y ve las lágrimas en mis ojos. «¿Qué pasa, cariño?».

Le arrojo el vídeo al regazo. Empiezan los sollozos convulsivos y me derrumbo ante ella mientras me abraza. Ahora lloro con fuerza, pero es como si lo hiciera otra persona; lo único que hago es notar su calor y su olor a fresco a través de mis cavidades nasales burbujeantes y llenas de mocos. «No te preocupes, Nikki, todo se arreglará», dice arrullándome.

Quiero estar más cerca de su calor, quiero que su calor me arrope, quiero encontrarme en el centro de esa llama, que me proteja, lejos de todo lo que pudiera herirme. La estrecho más, con tanta fuerza que escucho un leve chillido salir involuntariamente de ella. Quiero que sea… Levanto la cabeza para besarla. Quiero que sea libre, no la persona reprimida que siempre exhibe, quiero que se estire y que se doble…, pero cuando bajo mi mano hasta su vientre plano y empiezo a acariciarlo, se tensa y me aparta. «No, Nikki, por favor, no hagas eso».

Mi cuerpo se tensa tanto como el suyo. Es como si ambas acabáramos de meternos una raya de coca de la fuerte. «Lo siento, pensaba que es lo que querías. Pensé que era lo que siempre habías querido».

Lauren sacude la cabeza con una mirada de incomprensión y de espanto. «¿De verdad creías que era bollera? ¿Que me gustabas? ¿Por qué? ¿Por qué no puedes aceptar que puedas gustarle a la gente, que incluso puedan quererte sin por ello querer follar contigo? ¿Tan baja tienes la autoestima?».

¿Es eso? No lo sé, pero sí sé que no pienso aguantarle esto a ella. ¿Quién se habrá creído que es? ¿Quién coño se creen que son? Carolyn Pavitt en A Question of Sport, Sick Boy Simon pavoneándose como si fuera un magnate del mundo cinematográfico… Y ahora Lauren, la moralista de Lauren, venga a provocar hasta conseguir lo que cree que quiere y luego sale corriendo que te cagas. «Lauren, tienes diecinueve años. Has leído los libros equivocados y hablado con la gente equivocada. Compórtate como si tuvieras diecinueve años. No intentes ser tu madre. No está bien».

«A mí no me vengas diciendo lo que está bien después de lo que acabas de intentar hacer conmigo», me replica con ademán incólume, toda ella arrogancia en su castidad.

Como endeble respuesta, sólo se me ocurre decir algo descerebrado. «¿De modo que lo que estás diciendo es que el sexo entre mujeres no está bien?, ¿es eso?».

«No seas idiota, joder. Tú no eres lesbiana y yo tampoco. No me hagas jueguecitos idiotas», dice.

«Pues me gustas un poco», digo tímidamente, y ahora me siento como si Lauren fuera la hermana mayor y yo la virgencita tontona.

«Pues tú a mí no. Compórtate y folla con alguien que quiera follar contigo, a ser posible sin que haya dinero de por medio por ninguna de las dos partes», se burla, poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la ventana.

Ahora noto un golpeteo sordo en el pecho. «¡Tú lo que necesitas es echar un polvo!», le digo, levantándome y saliendo disparada hacia el dormitorio justo cuando Dianne entra por la puerta principal. Se ha cortado el pelo al estilo paje. Le sienta bien.

«Hola, Nikki», dice con una sonrisa, luchando con las llaves, el bolso y algunas carpetas, mientras frunce los labios con pícaro deleite ante lo que evidentemente acaba de escuchar.

En ese momento se oye la voz de Lauren chillándome a voz en grito: «¡Sí, ya veo lo bien que te ha sentado tanta polla!».

Dianne enarca las cejas. «¡Uy! ¿Acabo de perderme algo?».

Consigo esbozar una débil sonrisa en su dirección mientras me dirijo a mi habitación, donde me derrumbo en la cama. No pienso volver a hacer porno y tampoco pienso volver jamás a esa puta sauna.

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