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43. CHANCHULLO N.º 18.746

Aunque ya estemos en primavera sigue haciendo rasquilla y no me resulta fácil despegarme de Nikki. A lo que hay que añadir que empieza a horrorizarme tener que verme las caras con Mo y Ali en el pub. Decido postergar el encuentro llevándola primero a desayunar y luego al estudio de edición en Niddrie, donde grabo unas cuantas copias de Paul pasándoselo bien.

«¿Qué es todo esto?».

«Ah, sólo un poco de actividad extracurricular», le cuento, mientras llamo al publicista de Leith por el móvil verde. Nikki me anuncia que tiene que asistir a clase y que me llamará luego. La observo mientras se prepara para marcharse; su culo se mueve con elegancia enfundado en esa falda larga. Es curioso, pero en los tiempos que corren por nuestra asquerosa cultura marimachorra, hay muy pocas mujeres que tengan el garbo necesario para llevar una falda como es debido, así que uno se fija en las que lo tienen. Se pone el largo abrigo con capucha, se sube la cremallera y veo su sonrisa deslumbrante incluso bajo esa capucha con ribetes de piel mientras se despide con un gesto de la mano y sale.

Le digo a Paul que nos veamos con urgencia, a mediodía en el Shore Bar junto a Water of Leith. Llegamos allí exactamente al mismo tiempo. Paul parece estar nervioso, pero no tanto como pronto lo estará. Le pongo delante una factura, un talonario y una pluma. «Vale, Paul, si eres tan amable de contrafirmar todo esto».

«Pues sí que te veo con ganas», dice, colocándose las gafas —evidentemente hipermétrope—, y a continuación examina la factura y el talonario. «¿Es que no puede esperar?…, ¿qué?…, este es el dinero para el vídeo didáctico… ¿Adónde va a parar? Yo no he visto estas facturas. ¿Qué es esto de Bananazzurri Films?».

Echo una mirada en torno al bar de techo alto y paneles de madera con enormes ventanas. «Es mi productora de cine. Así llamada en honor a los pisos Banana que hay a la vuelta de la esquina, donde me crié y con una alusión ingeniosa a mis raíces italianas».

«Pero… ¿por qué?».

«Bueno», le explico, «Sean Connery llamó Fountainbridge Films a su productora en honor al lugar donde se crió. Me parecía de un guachi que te cagas hacer otro tanto».

«Pero ¿qué tiene que ver esto con el proyecto educativo de Empresarios de Leith Contra la Droga?».

«Nada en absoluto. Es para financiar una película titulada Siete polvos para siete hermanos. Existen ciertos gastos de puesta en marcha. Es una película para adultos, o pornográfica, si lo prefieres».

«Pero… pero… ¡esto qué cojones es! ¡No puedes hacer algo así! ¡Ni hablar!». Paul se pone en pie, como si fuera a soltarme un soplamocos. Con esto no contaba.

«Mira, devolveré el dinero a su sitio en cuanto ponga orden en el resto de mis finanzas», le explico para apaciguarle. «Los negocios son así. A veces tienes que robar a Peter para pagar a Paul, o al revés», sonrío, pensando en el pornógrafo holandés Peter Muhren, alias Miz.

Paul se levanta y empieza a caminar hacia la puerta. Se detiene y me señala con el dedo. «Estás loco si esperas que firme eso. Y voy a decirte una cosa ahora mismo: ¡pienso ir al comité y a la policía y contarles lo granuja que eres!».

Está levantando bastante la voz. Afortunadamente, el bar sigue vacío. «Resulta curioso», le cuento, «yo que pensaba que eras un tipo que sabía de dónde sopla el viento. Veo que me equivocaba». Saco una copia del vídeo. «Puede que a tu jefe le interese esto, colega. Destrúyela si quieres, tengo más copias. No sólo para él; hay una para el News y otra para el capullo ese del ayuntamiento. Sales tú metiéndote una raya de farlopa y hablando del bacalao que consigue tu jefe».

«Bromeas…», dice lentamente, mirándome fijamente. A continuación percibo un escalofrío en su mirada.

«Resumiendo: no», le digo, entregándole la cinta. «Llévatela si no me crees. Llévatela de todas formas. Y ahora siéntate».

Parece que lo sopese durante un segundo o dos. Después se deja caer en su asiento, obediente y chafado, mientras se acerca una chavala con dos grandes tazones de cappuccino. En el Shore saben hacer un cappuccino. Tengo el triste presentimiento de que el de Paul se va a desaprovechar, ya que tiene la cabeza en otra parte; a decir verdad, es probable que ya esté preparando sus papilas para el sabor del rancho carcelario. Esto va mucho, pero que muchísimo más allá de la peor de sus pesadillas. Pero no quiero que ande por ahí amuermado y depre, porque la gente lo notará y acabará por delatarse. «No andes fustigándote. No eres el primer capullo que se lo tiene más creído de la cuenta y acaba enculado», le digo, mientras pienso en Renton, «ni serás el último. Considéralo como una experiencia educativa. Nunca te fíes de un arrabalero con un fajo», le digo con un guiño cómplice, «porque es inevitable que proceda del bolsillo de un primo. El primo eres tú», le digo, señalándole. «Pero saldrás fortalecido de esta, te lo garantizo».

«¿Qué derecho tienes a hacerme esto a mí?», suplica.

«Acabas de responder a tu propia pregunta, colega. Piénsalo. Y, ahora, ten la amabilidad de irte a tomar por culo, que tengo negocios que atender. Entiéndeme, antes tómate el cappuccino. Aquí los hacen estupendos».

Pero no, lo deja, y yo pienso en cómo intento reducir el consumo de las drogas del milenio: la cafeína y la cocaína. No obstante, mientras se marcha tambaleándose, deshecho, y se mete en su coche para volver a su chalé en las afueras, con la carrera pendiente de un hilo, me tomo su café y, mientras permanezco sentado observando a las gaviotas graznar, pienso: sí, Leith es donde está el mogollón. ¿Cómo pude aguantar tanto tiempo en un lugar tan sucio y tan gris como Londres?

Lo de Derek Connolly, el actor, ha supuesto una pequeña bonificación. A él y a su novia, Samantha, les apetece hacer el papel del hermano que quiere sexo convencional y al que seducen en el bed & breakfast. Así que alquilamos un lugar costroso donde los Links. Rab se queja de que tiene trabajos que hacer para la universidad, pero tras un rato camelándole, consigo que baje con Vince, Grant, el vestuario y las cámaras DV. Hacemos un poco de rápido rodaje guerrillero de la secuencia de sexo convencional, incluida la parte de la seducción, y los resultados son muy buenos. Si contamos la orgía incompleta, ya me he «hecho» a dos de los siete hermanos.

Vuelvo a mi pub para interesarme por el estado de la tropa. Están bastante ocupados. Veo entrar por la puerta lateral a Begbie y al tal Larry, con el rostro dispuesto en modalidad depredador-killer, así que decido visitar a Terry antes de marcharme a Glasgow con Nikki. Mo está que se sube por las paredes por tener que volver a quedarse sola. Entra Ali con aspecto alborotado. Le digo a Moira que así son las cosas y que me voy a Glasgow a investigar las posibilidades de ampliación del negocio. «¿Expansión? ¿Glasgow? ¿Qué me dices?».

«Una cadena de pubs temáticos con Leith como motivo. Llevar la franquicia del Port Sunshine hacia el oeste y luego hacia el sur». Echo una mirada alrededor de esta pocilga en descomposición. «Exportar la marca», me río. «Notting Hill, Islington, Camden Town, el centro de Manchester, Leeds… ¡caerán como fichas de dominó!».

«No hay derecho, Simon», dice mientras sacude la cabeza, pero intento escabullirme antes de que Begbie y su compañero de aventuras anales me guipen. Demasiado tarde: me ha visto y ya está aquí.

«¿No vas a quedarte a echar unos putos tragos?», dice en tono más o menos imperativo.

«Me encantaría, Frank, pero tengo que visitar a un amiguete que está en el hospital antes de coger un tren para Glasgow. Llámame al móvil durante la semana y nos juntaremos a remojar el gaznate».

«Vale…, dame otra vez tu puto número».

Escupo el número del verde y Begbie lo introduce en su teléfono, fijándose ostensiblemente en que no es aquel del que procedía el mensaje de texto. «¿Este es el único puto móvil que tienes?».

«No, tengo otro para los negocios. ¿Por qué?», pregunto. En realidad tengo tres móviles, pero el de las tías sólo me compete a mí.

«Recibí un puto mensaje de texto de algún cabrón pasándose de listo. Parecía un número del extranjero. Cuando devolví la llamada, no funcionaba».

«¿Sí? Llamadas insultantes, ¿eh? El día menos pensado empezarán a acosarte, Franco», bromeo.

«¿Y eso qué coño quiere decir?», dice Begbie con una mirada fulminante.

Siento que la sangre se me hiela; casi había olvidado la insondable profundidad de la paranoia de este hombre. «Es una broma, Frank, cálmate, colega, hostias», le digo para salir del paso, cerrando el puño y dándole un toque cómplice en el hombro.

Se produce una pausa de unos dos segundos que se diría que dura diez minutos, mientras veo abrirse un inmenso agujero negro en el que se vierte mi vida. Entonces, justo cuando pensaba que me había permitido una licencia excesiva, parece calmarse y hasta él mismo bromea: «A mí qué van a acosarme, más bien parece que todo quisque me esté rehuyendo que te cagas. Incluidos mis presuntos colegas, joder», dice, y ahora me mira con expresión dura pero expectante.

«Lo dicho, Frank, nos juntaremos a lo largo de la semana. Últimamente ando un poco liado, aprendiendo a llevar esto, pero pronto estaré libre», le cuento.

El tal Larry me mira con una sonrisa astuta y maliciosa. «He oído que también andabas liado con otras historias, colega».

Noto un pinchazo frío recorriéndome la columna mientras me pregunto quién habrá estado largando, pero asiento enigmáticamente y me largo, sonriéndole a Franco y a Larry. Antes de marcharme, me vuelvo hacia Mo. «Una cerveza para los chicos, Mo; invito yo. ¡Hasta luego, chavales!», canturreo, y cuando me pierdo de vista, subo por el Walk dando brincos, con las piernas más ligeras que las de un crío, encantado de haberme escabullido del mogollón del bar.

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