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45. EASY RIDER

Digamos que llevo la cabeza bien jodida; más que nada porque salí puesto de Lou Reed[39] y me metí unas gelatinas para bajar; así que no pensaba con claridad cuando me llamó Chizzie el Bicharraco. Nunca ha sido un tipo que me mereciera una gran opinión; lo cierto es que es malo, pero como que se me pegó en la cárcel. No sabía que hubiera salido. El caso es que estaba desesperado por tener algo de compañía y a Chizzie le habían pasado el nombre de un caballo —un chivatazo de un colega suyo llamado Marcel— que nunca falla. Así que Benny el de Slateford acepta la apuesta y nosotros volvemos al garito para observar a nuestro hombre, el forastero que tiene las apuestas en su contra por 8 a 1, Snow Black, triscar hasta la línea de llegada de Haydock en la carrera de las 14.45.

No lo podía creer, tío. Desde el principio nuestro hombre va en cabeza. Cuando ya va por la mitad corre en solitario. Un par de los otros caballitos recortan un poco la distancia durante la recta final, pero nuestro hombre va que vuela, a tope. A decir verdad, es la carrera más desigual que he visto jamás. No es que nos quejemos ni nada por el estilo, tío. Lejos de ello. Nosotros en plan: «¡¡¡SIIIIÍ!!!!» y nos damos un enorme abrazo debajo de la tele que hay en el bar y de repente me quedo paralizado durante un segundo pensando en quién más habrá estado entre esos brazos y en cómo se sentirían. Me aparto con la excusa de ir a la barra y traer más bebidas para celebrarlo. En el bolsillo, mientras escarbo en busca de los billetes, encuentro más gelatinas.

Cuando volvemos donde el corredor de apuestas, la expresión del rostro de Benny le delata. «Buen chivatazo, ¿eh?», refunfuña.

«Ya lo creo, compadre», sonrío yo.

«Hay que mantener los ojos y oídos abiertos», dice Chizzie con una sonrisa maliciosa. «Cuestión de suerte, chaval. Unas veces se gana y otras se pierde».

Y la sensación es la mejor que se puede tener, tío, porque me he llevado cuatro de los putos grandes y Chizzie ocho y medio. ¡Cuatro de los grandes! ¡Voy a llevar a Ali y a Andy de vacaciones! ¡A Disneylandia, a París! ¡De puta madre, Marcel, y dicho sea de paso, también de puta madre, Chizzie, por compartir el dato conmigo!

Volvemos al bar y nos echamos unas cuantas cervezas para celebrarlo; después decidimos bajar al centro. Quiero deshacerme del amigo Chisholm cuanto antes, pero el gachó se ha portado conmigo y estoy en deuda con él, así que lo suyo sería hacerle compañía durante un rato. Estamos esperando un taxi o incluso un bus, pero no hay tu tía; en lo que se refiere a los vehículos de motor pal transporte de pasajeros la cosa está Scottish, tío, Scottish Football Association[40] total. Entonces Chizzie se pierde de vista por donde el parking de la fábrica de cerveza S&N. Pensé que sólo había ido a echar una meada, pero al cabo de un ratito se arrima un Ford Sierra azul y quién está al volante sino el bicharraco felino que responde al nombre de Gary Chisholm.

«Su carruaje, chaval», dice Chizzie, con el diente de oro brillándole como el colmillo de un tigre.

«Eh, vale…», suelto yo mientras me subo… Y supongo, tío, que como los políticos dicen que estamos en una sociedad sin clases,[41] da igual de quién sea el coche que cojas. To pa tos, ¿no?

«Hay que bajar al centro y pillar cacho para la medianoche, so cabrón», me suelta, y prorrumpe en una risa aguda y extraña capaz de arrancarle a uno la piel a tiras.

Dejamos el buga en Johnston Terrace y nos vamos dando unos brincos hasta la Milla Real, donde subimos a la parte de arriba de Deacon Brodie’s. Saludamos con un gesto de la cabeza unas cuantas caras recién salidas de los juzgados. Al cabo de un rato la cerveza me mata, y es que ahora ya no la aguanto muy bien; siempre he sido un menda más de cualquier otra droga.

Chizzie empieza a hablar de viejos conocidos: talegueros, listillos y demás. No es la clase de conversación que me mole, tío, porque es como si siempre se acordara de los elementos más tocaos. Voy al servicio y pienso en el dinero que llevo en el bolsillo, tío, que con este dinero podría enrollarme a tope con una tía, y por alguna razón compro un paquete de gomas de la máquina y me lo echo al bolsillo. Noto las gelatinas, y me queman en los pantalones, tío. Esas van a bajar por el gaznate pronto.

Cuando vuelvo a salir veo que Chizzie está pensando en parecidos términos, y eso me pone nervioso. «Me muero de ganas de echar un puto polvo, ¿no?», me cuenta. Entonces se explica: «Es buena hora para los chochos, entre las cuatro y las seis. Es cuando te encuentras con esas guarras hechas polvo que llevan toda la tarde de pedo y ya no saben ni dónde están. Pues vale, Chizzie está al acecho».

Y ahora mismo no hace falta mirar muy lejos. En la barra hay una tía pelirroja. Lleva unos leotardos blancos abombados que han perdido elasticidad y que se diría que llevan dentro una cagada. Va totalmente pedo, tío, como para no acercarse, pero hostias, Chizzie va directo hacia ella. La invita a una copa, le dice algo y viene a sentarse con nosotros. «¿Todo bien, colega?», me pregunta. «Me llamo Cass», dice. Hostia puta, esta tía es medio borrachina. Se ríe ruidosamente, y acerca su rostro al mío, posando brevemente la mano sobre mis pelotas antes de aferrarme el muslo. Su rostro abotargado y enrojecido está justo al lado del mío y tiene los dientes amarillentos y podridos. Claro está que yo tengo unos dientes de mierda y, si lo pienso, mi rostro probablemente esté igual que el suyo por la bebida, porque Chizzie también está más colorao que un semáforo en rojo. Aunque a mí no se me enrojece el careto cuando bebo, porque a mí lo que me pasa es que se me va el color hasta quedarme tope blanco. La chica se lo ha currado un poco, porque lleva mogollón de sombra de ojos y lápiz de labios, y nos pregunta cuál es nuestro signo del zodíaco y todas esas cosas de tías.

Pero apesta, tío; se ha cagado encima de verdad.

Tengo bastante cara de sueño porque en estos tiempos no soy lo que se dice un tipo que le pegue mucho al alcohol. Esa cerveza espesa y fangosa, tío. Pero Chizzie se hace cargo y nos saca del pub y volvemos a subir por Johnston Terrace y nos metemos de nuevo en el coche chorizado. Chizzie casi se estrella contra un buga aparcado al salir en marcha atrás, pero lo arregla y salimos por los adoquines hacia Holyrood Park mientras empieza a caer la noche.

La tía esta es como muy chunga y tal. Jura como una camionera y ahora nos muestra su pubis pelirrojo y trata de echársenos encima desde el asiento de atrás, como colocándose entre los dos. Chizzie jura porque está encima del cambio de marchas y no puede acceder a él y durante un ratito armamos bastante barullo yendo cuesta abajo. «¡Echadle un vistazo a esto, cabrones! ¿Quién quiere echar un polvo, pues?» brama. A ver, que yo hace siglos que no echo uno con Ali, pero habría que estar como un cencerro para acercarse a esta tía.

Chizzie se ríe y casi estrella el buga contra las grandes puertas negras de Holyrood Park, pero gira justo a tiempo y logramos entrar. Aparca y bajamos del coche. Miro hacia la gran colina donde está Arthur’s Seat. A nuestras espaldas hay mogollón de obras. Alguna movida gubernamental para votar, el Parlamento y todo ese rollo. Al irse el sol empieza a refrescar un poco.

«¿Adónde vamos?», dice ella de vez en cuando, arrastrando la voz, mientras seguimos a Chizzie hasta la parte de atrás de las obras. Nos colocamos detrás de una gran valla, lejos de la carretera y mirando hacia la colina. No hay nadie alrededor, aunque por encima de la pared aún hay obreros haciendo horas extra, aunque no pueden vernos.

«A buscar algún sitio guapo para meternos marcha», dice Chizzie guiñándole un ojo. Ahora ya oscurece. Encuentro una gelatina en el bolsillo y me la echo al coleto de puros nervios, tío, de puros nervios.

«Ya va siendo hora de darte lo tuyo, nena», se ríe Chizzie, y el mamón se desabrocha la cremallera sin más y se saca la polla, una cosa gruesa y como de goma; las pollas de los demás son tope feas, tío. «Eh, tú, venga», le dice a la tía, con un tono de voz realmente amenazante, «amórrate a esta».

La majarona esta parece un poco perpleja, como si se diera cuenta de qué va todo esto por vez primera. Pero entonces se encoge enérgicamente de hombros, se arrodilla y empieza a chuparle el pito a Chizzie. Chizzie se queda ahí de pie con cara de aburrimiento. Después de un minuto más o menos, suelta: «Vaya una puta mierda. Ni siquiera sabes cómo hacerlo», dice. Después me mira a mí y con una sonrisa malévola me suelta: «Voy a tener que enseñarle a esta guarra bobalicona de aquí cómo mamar una polla, Spud».

Para, la coge del pelo y la lleva a rastras hasta un palé de ladrillos sin abrir. «Vale…, ya voy…, ya voy, joder», chilla ella, mientras le golpea la muñeca.

Chizzie se está pasando de la raya. «¡Tranqui, Chizzie! ¡Hostia puta!», grito, pero la gelatina empieza a hacer efecto y es como si la voz se me fuera apagando.

«Cierra la puta boca», suelta Chizzie, haciendo caso omiso, y ella le mira con gesto iracundo. Él la obliga a volver a ponerse de rodillas junto a los ladrillos. «Ponte de pie ahí encima, Spud», dice. Ahora ya voy bastante pasao así que me subo encima de los ladrillos sin más.

«Vale», suelta Chizzie, «sácate el puto rabo».

«¡Sí, claro! Vete a… too…», digo arrastrando la voz mientras la cúpula Dynamic Earth sale de mi ángulo visual… Entonces empiezo a troncharme de la risa.

«¡Venga, puto acojonado!», me grita la majarona, y la expresión de su rostro es espantosa, tío, como si fuera yo el que la hubiera tirado del pelo cuando en realidad no le hice nada.

«Nah…, no es eso», suelto yo, «sólo intento ir de colegas, digamos…».

Chizzie se ríe y grita: «¡Venga, cacho cabrón! Sólo pretendo dejarle algo claro a la puta guarrona esta…».

La tía está como ida y yo estoy a punto de irme. «Raymond me dijo: podrás recuperar a la cría», musita la tía, borracha y en su propio mundo, como yo…

«Venga, tú, so cabrón», suelta Chizzie mientras observo la extraña expresión de su cara y empiezo a reírme como un chavalín atontolinado mientras él me desabrocha la bragueta y me saca el pito. No siento nada, pero Chizzie me tiene cogido por el rabo. ¡Chizzie! Baja la vista para mirar a la chavala. «¿Sabes las tías y las mamadas?», me dice a mí. «En la vida he conocido a una que supiera hacerlo bien». Después vuelve a dirigirse a ella: «Tú presta atención porque esta es la mejor educación que vas a recibir jamás», le suelta, antes de volverse de nuevo hacia mí. «Así son las putas tías. Siempre piensas que las tías sabrán cocinar por tu madre, pero aunque se las apañen con los platos sencillos, nunca pueden acercarse a nada que requiera imaginación o… sutileza. ¿Cómo es posible que los mejores cocineros, los de la tele y tal, sean tíos? Con las mamadas pasa lo mismo. La mayoría sólo se atiborran la boca de polla y a chupar, subiendo y bajando, como si intentaran convertir su boca en un coño. Cuando estuve en la galería de los pederastas un tío me enseñó cómo se hacía…, primero recorres toda la polla con la lengua…», y me agarra la polla y empieza a lamerla…, «en el caso de Spud no lleva demasiado tiempo…, ja ja ja».

La Dynamic Earth…, ahí dentro se tiene que estar guay.

«Qué jeta tienes, cabrón», jadeo mientras su fría lengua recorre sutilmente mi hipersensible piel peneana… Chizzie parece el presentador de un programa de educación infantil o de cocina o algo así… El lugar da vueltas a mi alrededor y se está haciendo de noche…

«¡Hazlo, guarra!», le espeta Chizzie, y durante un instante creo que me lo dice a mí, pero es a la tía, y ella empieza a seguir sus instrucciones, metiéndose el extremo de su polla en la boca.

«Mejor…, mejor», suelta él, «después tienes que darle golpecitos con la lengua al capullo… Me estoy empalmando pero qué bien, chaval…».

Yo también, pero no siento nada. Pero nada…

Y oigo a Chizzie y pienso en el tío que ganó el Oscar, cuando dijo «soy el rey del mundo» sólo porque había hecho una película pal cine que era un poco larga, porque la vi el verano pasado y tal, y pienso en Sick Boy y me juego algo a que él hace algo así delante del espejo, que suelta algo así como «soy el rey del mundo»… y Chizzie continúa, «… entonces empiezas a metértela en la boca, suavemente…, así, suave…, requiere un poco de sutileza, joder…, no es un concurso para ver cuánta polla te cabe en la boca…, no pares de mover la lengua…, sácala por toda la extensión de la polla…, mejor…, mejjoor…».

«Joder, Chizzie, tío», jadeo yo, mientras siento náuseas al mirar el espantoso rostro de Chizzie alrededor de mi polla. Si alguna vez hubo un rostro que no querrías imaginar alrededor de tu polla es ese, y me doy cuenta por primera vez de lo que está pasando aquí y la saco…

Echa chispas por los ojos y me lanza una mirada iracunda; después mira a la chavala bolinga que sigue chupándole la polla. «¡Has visto!», dice victoriosamente. «Al cabrón le estaba dando marcha… Guau…».

«Es que me iba a caer de los ladrillos… los ladrillos…», le dije.

Pero ahora lo veo todo a través de una especie de neblina de gachas acuosas mientras Chizzie aferra la cabeza de la chavala con violencia. «Ahora es el momento de acelerar el ritmo, ahora es el momento de chupar…, chupa…, ¡CHUPA, SO PUTA!». Y le folla violentamente la boca, forzándola hasta la garganta y montando un numerito de comentarista deportivo: «¡Y Chizzie está ya en la recta final, le está dando lo suyo a la muy guarra!; Chizzie cruza la meta… ¡¡¡¡¡UUAAAAAA!!!!!».

Aferra su melena pelirroja como en un cepo, empuja su pelvis contra su cara y la retira acto seguido, dejando a la chavala haciendo arcadas con su lefa y asfixiándose, tosiendo y frotándose la boca. Él le hace un gesto con la cabeza. «La felicito, acaba usted de graduarse en la Academia de Sexo de Chizzie».

Eso no ha estado bien, tío, no, no, no, así que me acerco tambaleándome y me arrodillo al lado de la chavala esta. «No pasa nada y tal», le digo, reconfortándola, y es como si nos hiciera falta a los dos, tío, a ambos, ¿sabes? Y de repente me dice: «Venga, los dos, ahora los dos, hijos de puta», y empieza a sobarme la entrepierna, y no me empalmo, así que empiezo a besarla en la boca y le suelto: «Vale…, vale…», y le saco los leotardos y las bragas. Tiro de ellos para desprender esa bola de mierda seca que parece una pelota de golf de color marrón, y después le meto el dedo en el coño y me empalmo. Me cuesta un poco sacar la goma del paquete y ponérmela en la polla pero tengo que hacerlo…, tengo que hacerlo…, tengo que hacerlo…, ella desprende glóbulos coagulados de mucosa de coño pegajosa y maloliente, ¿sabes?, y la polla me entra fácil. Mientras sucede todo esto oigo al tiparraco de Chizzie burlarse y mofarse y ella gruñirle como respuesta; yo me siento como si en realidad no estuviera. Como que empujo durante un rato, pero es una mierda, no es como pensé que sería. Mira que soy cretino por imaginar siquiera que sería como con Ali, y estoy enfadado, tío, enfadado conmigo mismo y ella grita, como medio burlándose, soltándome: «¡Venga, tú! ¡Más fuerte, joder! ¡¿Es eso todo lo que tienes?!». Y yo sigo empujando hasta soltar el chorromoco dentro de la goma que me envuelve…

Me quito de encima e intento subirme los pantalones con el condón todavía puesto. Ahora Chizzie va a por ella, la coge y la empuja hasta ponerla boca abajo y carraspea hasta sacarse unas flemas de la garganta mientras ella dice: «¿Qué cojones…?», pero él se baja unos mocos de la parte de atrás de la nariz y prepara un cóctel dentro de la boca. Después lo vierte sobre su ojete encostrado de mierda. Chizzie sólo es positivo en el sentido médico de la expresión, pero sólo en ese contexto, porque en la vida real es un gachó de lo más negativo, ¿sabes?, así que no se toma la molestia de ponerse una goma. Doy más o menos por supuesto que sabe o piensa que ella también lo es, pero lo más probable es que no le importe, porque se la está follando con dureza por el culo. Se supone que no hay que hacerlo así, se supone que hay que empezar despacio…, no es que Ali y yo hagamos eso ni hagamos nada ahora…, pero ella se limita a gemir y llorar lagrimitas, igual que una ballena embarrancada que sencillamente no consigue llegar al agua.

Cuando termina, se quita de encima y se limpia la polla cubierta de mierda en una parte limpia de sus leotardos blancos.

Ella se vuelve, con el rostro enrojecido y los mocos saliéndosele de la nariz, y le grita «¡Puto cabrón!» mientras se pone los leotardos.

«¡Cierra la puta boca!», salta Chizzie, soltándole un puñetazo en la cara. Se oye un crujido y yo me quedo tenso y paralizado, incluso a pesar de las gelatinas y la bebida, como si me hubiera golpeado a mí. Después ella suelta un chillido agudo cuando él le pega una patada que casi le pone la teta del revés.

Entonces me encuentro la voz porque eso es muy fuerte, tío. «Eh, ya vale, joder, Chizzie…», digo. «Eso es pasarse de la raya».

«Ya le diré yo lo que es pasarse de la raya, chaval», dice señalándola, mientras ella llora silenciosamente y se masajea la teta. «¡Guarras asquerosas que tendrían que darse un puto baño! ¡Vale, pues toma, aquí tienes un puto baño!».

Entonces empieza a meársele en el pelo, con una orina sucia y como rancia, tío. Y ella ni se mueve ni nada; se limita a quedarse ahí llorando. Tiene un aspecto tan lamentable, tío, tan mísero, que no parece un ser humano, y yo me pregunto, ¿será así como me ve la gente a mí cuando estoy hecho polvo de verdad y tal? Un corredor solitario, vestido de blanco de arriba abajo, pasa junto a nosotros, mira y se da la vuelta rápidamente sin interrumpir la marcha. Puedo oír a los tipos de la obra gritándose los unos a los otros. Desde luego, Chizzie es un tiparraco espantoso, todo el mundo lo sabe. Cualquiera que hiciera lo que hizo él… Pero Chizzie cumplió condena por aquello. Pagó su deuda a la sociedad y todo eso. Pero ¿qué pensarán cuando me ven a mí con él?

Y caigo de golpe, tío; caigo de golpe en que yo también soy un hijo de puta espantoso. Pero es como si a mí me faltara la… malicia, tío, la malicia para mostrarme como… enrevesado al respecto. Como la de la mayoría de la gente de este mundo, mi maldad es una especie de maldad pasiva, una especie de maldad por omisión, por no hacer nada porque en realidad nadie me importa lo suficiente como para intervenir, salvo que se trate de gente a la que conozca de verdad. ¿Por qué no puede importarme todo el mundo como la gente a la que conozco? Chizzie… pues es un majaron peligroso con el que ir de colegueo, pero en la cárcel se portó como un amigo y me llamó con lo del chivatazo y eso algo querrá decir… porque voy a llevar a Andy y Ali a Disneylandia y todo volverá a ir a las mil maravillas y en realidad será todo gracias a Chizzie…

Nos largamos, Chizzie y yo, cruzando el parque a la altura de la salida de Abbeyhill para ir a otro pub. Dejamos a la chavala boba con su miseria y su degradación; me vuelvo para mirarla, porque ella está donde yo voy, tío, lo sé, en cuanto Ali me mande a paseo se acabó, fin de trayecto…, y en realidad ya lo ha hecho, así que a lo mejor…, pero nah, porque tengo dinero y volveré con ella como está mandado y está el libro sobre Leith y vamos a ir a Disneylandia, tío…

Andamos tambaleándonos un rato y entramos en un pub. Más o menos le digo a Chizzie que se pasó de la raya y él se vuelve y me dice: «No tengas compasión con esas capullas. Ese es tu problema, Spud, eres demasiado amable con la peña. Los tipos como tú pensáis que si a todo quisque le cayeran bien los putos refugiados y tal, entonces todo saldría bien, pero no es así como funcionan las cosas. ¿Sabes por qué, chaval?». Su rostro está a escasos centímetros del mío, pero apenas puedo centrar la vista en él. «¿Sabes por qué? Porque se quedan contigo, por eso. Fíjate bien en lo que te digo».

Voy medio achispado, totalmente pasado y con un fajo en el bolsillo. Pero hay algo en el rostro de Chizzie que me enoja. En realidad no tiene nada que ver con lo que ha dicho o lo que le ha hecho a esa mujer ni nada de eso. Más o menos resuelvo el enigma: es esa forma que tiene de enarcar las cejas y quedarse mirándote y luego echar la cabeza, hacia atrás. Sé que le voy a pegar un puñetazo a este tipo como un par de minutos largos antes de hacerlo. Ese par de minutos los empleo en vacilarle, de manera que tanto él como yo sepamos más o menos lo que se avecina.

Entonces le lanzo una sin más y creo que he fallado porque no he sentido nada ni en la mano ni en el brazo, pero veo que le sale sangre por la nariz y oigo gritos por todo el bar.

Chizzie se lleva la mano a la cara después de mi golpe, y después se incorpora, coge el vaso y vacía la cerveza. Yo también me incorporo, y él me ha lanzado un golpe y ha fallado y el camarero nos grita. Chizzie deja el vaso pero está chillando: «¡VENGA, EN LA CALLE!».

Y voy saliendo pero me paro a pensar; yo no salgo a la calle con Chizzie ni de coña, tío, así que me paro en la puerta y dejo que salga él primero. Cuando lo hace cierro la puerta del pub a sus espaldas y echo el cerrojo. Chizzie trata de abrirla a patadas, para volver a entrar e ir a por mí, pero los dos camareros salen, abren la puerta y le gritan que se vaya a tomar por culo. Chizzie trata de entrar pero el tío le agarra, así que Chizzie le suelta un puñetazo. El tío y Chizzie se pegan y el otro tío me agarra a mí y me echa. Así que ahora somos Chizzie y yo contra los del pub, lo cual resulta como bastante fácil para los gachós del pub porque yo voy borracho y de gelatinas y Chizzie va borracho y además yo no sé pelear. Así que nos llevamos una pequeña soba y ellos vuelven adentro, dejándonos maltrechos y gimiendo en plena calle.

Caminamos por la calle alejados el uno del otro, gritando e insultándonos, y luego hacemos las paces más o menos e intentamos seguir bebiendo. Pero no quieren servirnos en ningún pub, salvo en una cloaca donde dejan entrar a cualquiera, sin que importe lo pedo y lo magullado y lo ensangrentado que vaya; al cabo de un rato pierdo el conocimiento, y cuando me despierto me doy cuenta de que Chizzie ya no está. Me levanto, me acerco a la puerta y aparezco en alguna parte de Abbeyhill sin poder hacer otra cosa que seguir adelante.

«¡ALISON! A-LI-SOON…», oigo gritar mientras los críos pequeños que están jugando en la calle de Abbeyhill Colonies me miran cautelosamente y tal, y me resbalo y me caigo unos cuantos peldaños abajo y me levanto ayudándome con el barandal. Vuelvo a escuchar el grito y por primera vez caigo en la cuenta de que sale de mí.

Llego tambaleándome hasta Rossie Place, pasando por delante de las enormes casas de vecinos rojas de camino a Easter Road y sigo gritando. Es como si tuviera dos cerebros: uno que piensa y otro que grita.

Pasan dos chavalas con camisetas de los Hibs y una de ellas me suelta: «Cierra el pico, so zumbao».

«Me voy a Disneylandia», les digo.

«Pues para mí que ya estás allí, macho», me contesta una de ellas.

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