Por las tumbas de las tumbas

Por las tumbas de las tumbas

Ángel Gabriel Cabrera

La fiesta de la cátedra estaba llovida de trigo. Yo bailaba -merecido o no- con la más bonita el vals de la boda de los dos terrícolas exiliados en la luna.

Salí del ruedo a hablar con el hombre que traía la crema que oficiaría de postre. Le pagué con un casco de corcel fosilizado y seguí bailando. Afuera, como el tiempo no corría (sí en nuestros adentros), no veíamos la hora de volver a la habitación; literalmente: no la veíamos, pues los relojes eran cosa del pasado.

Abrí la puerta. Encontré otra puerta. La abrí y había un laberinto, y en el laberinto una joven desnuda y maniatada. La desaté sin hablar y nos volvimos a la boda, que estaba en la dimensión de arriba.

¡Oh; sorpresa! Mi pareja tenía una bilocación que viajaba más allá de las ropas.

-¿Y más allá de los planetas, Eva?

-Sólo si me encuentro tremendamente concentrada, y eso me costaría la vida. Sabés que cometí muchos pecados en mi nombre y que sólo vos podrías adjudicártelos en el documento de la boda… pero no es nuestra, y estoy comprometida a ser la madrina si esta pareja logra procrear en un páramo así, sin hálitos ni cafeína.

-Comprendo- le dije.

Siguió lloviendo trigo, lo cual -como muestra del dolor telepático que le transmitía mi andar tambaleante- se trocó en una harina que bañó mis dedos y los de mi niña Silva y derritió la crema. Floreció el alcohol. No me gusta. Era una trampa sin trampa.

Bebimos y bebimos hasta intoxicarnos. Alguien nos acercó un revólver. Se lo di a ella y juré en nombre de todos los demonios. Presionó el gatillo y quedé enraizado en aquella luna. Debo decir que era el infierno del desarraigo en el arraigo. Deberé cargar con estas presiones.

Luego, la adolescente se disparó en el cráneo. Hace rato que los humanos no tenemos sangre en la cabeza. Fluyó alcohol mezclado con harina mientras la enviada Silva se concentraba en transportar a todos los seres a la Tierra. Lo cumplió, mas -como estaba destruida- seguía siendo tan apocalíptica su figura como un infierno.

Sonreí plácidamente; besé el cadáver de mi amada en la boca. Resucitó magistralmente, como obra de la harina y del brebaje que sellaba su rostro y no la dejaba hablar. Caos y desesperación pasiva para mí.

Sí; como lo sospechaste: yo estoy en un infierno, con mi compañera callada, que es lo mismo que si no estuviera; la gente invitada a la boda está horadándose en su planeta (nunca fue mío). La pareja tendrá que volver a autoexiliarse, sólo que ahora no tienen rocines; deberán sacrificar otras bestias supervivientes a la Hecatombe. Quiera Alá que haya espíritus peregrinos carniceros en Mercurio… y amor del cual sólo se encuentran restos en tumbas de tierra y tumbas de luna.

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