Perfecta

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Capítulo 5

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Capítulo 5

Zack hizo un esfuerzo por sacarse de la cabeza el recuerdo de lo sucedido la noche anterior y se instaló debajo de un árbol, desde donde veía todo lo que sucedía sin que nadie lo viera a él. Observó a Rachel entrar en la casa rodante de Tony Austin. Los noticiarios de la mañana habían abundado en detalles sensacionalistas de la escena de la suite y de la pelea subsiguiente, detalles que sin duda habían sido proporcionados por los huéspedes del hotel. Y ahora el periodismo había caído sobre el lugar de la filmación y la gente de seguridad del estudio luchaba por mantenerlos en la puerta de entrada del rancho, con promesas de una posterior conferencia de prensa. Rachel y Tony ya habían hecho declaraciones a los medios, pero Zack no tenía la menor intención de decirles una sola palabra. El asedio periodístico le resultaba tan indiferente como la noticia que recibió esa mañana de que los abogados de Rachel ya habían presentado demanda de divorcio ante los tribunales de Los Ángeles. Lo único que lo angustiaba era tener que dirigir esa última escena entre Rachel y Tony antes de dar por terminado el rodaje. Se trataba de una escena de sensualidad violenta y no sabía cómo lograría digerir la situación, sobre todo delante de todo el equipo técnico.

Pero una vez que pasara ese mal trago, sacar a Rachel de su vida le iba a resultar mucho más fácil de lo que creyó la noche anterior, porque debía admitir que, fueran cuales fuesen los sentimientos que ella le inspiró tres años antes, cuando se casaron, esos sentimientos desaparecieron poco después. Desde entonces, el matrimonio no fue más que una conveniencia sexual y social para ambos. Sin Rachel, su vida no sería más vacía, ni más carente de sentido, ni más superficial que durante la mayor parte de los últimos diez años.

Ante ese pensamiento Zack frunció la frente y se preguntó qué motivo habría para que con tanta frecuencia su vida le pareciera tan frustrante y carente de sentido, sin un propósito importante ni una gratificación profunda. Y sin embargo, recordó que no siempre fue así...

Cuando llegó a Los Ángeles en el camión de Charlie Murdock, la supervivencia misma era un desafío y el trabajo que consiguió con ayuda de Charlie, como peón de carga de los Estudios Empire, le pareció un triunfo enorme. Un mes después, el director de una película de segunda categoría decidió que necesitaba algunos extras más en una escena multitudinaria y reclutó a Zack. El papel sólo exigía que Zack se apoyara contra una pared de ladrillos, con expresión dura e introvertida. El dinero que ganó ese día le pareció una fortuna. Varios días después el director lo mandó llamar.

—Zack, muchacho, tienes algo que nosotros llamamos presencia —dijo—. Fotografías muy bien. En celuloide eres una especie de James Deán moderno, sólo que más alto y más buen mozo que él. Te robaste esa escena, con sólo estar allí parado. Si sabes actuar, te incluiré en el reparto de una película del Oeste que empezaremos a filmar.

Lo que entusiasmó a Zack no fue la perspectiva de actuar en el cine, sino el sueldo que le ofrecieron. De manera que aprendió a actuar.

En realidad, no le resultó demasiado difícil. Para empezar, antes de abandonar la casa de su abuela, hacía años que “actuaba”, simulando que las cosas no le importaban cuando en realidad le importaban mucho; además había decidido lograr una meta; demostrarle a su abuela y a todos los habitantes de Ridgemont que era capaz de sobrevivir por sus propios medios y que prosperaría en gran escala. Con tal de lograr esa meta, prácticamente estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, por difícil que fuera.

Ridgemont era una ciudad chica y no le cabía duda de que los detalles de su ignominiosa partida debían de ser conocidos por todos. Después del estreno de sus dos primeras películas, leyó todas las cartas que le enviaban sus admiradoras, con la esperanza de que alguien lo hubiera reconocido. Pero si así fue, nadie se molestó en escribirle.

Después, durante un tiempo fantaseó con la posibilidad de regresar a Ridgemont con dinero suficiente para comprar Industrias Stanhope y dirigirlas, pero a los veinticinco años, cuando ya había amasado la fortuna necesaria para hacerlo, también había madurado lo suficiente como para comprender que el hecho de comprar la maldita ciudad y todo lo que contenía no modificaría nada. Para entonces ya había ganado un Oscar, lo proclamaban un verdadero prodigio y lo llamaban la “Leyenda del Futuro”. Podía elegir los papeles estelares que quisiera interpretar, tenía una fortuna en el banco y un futuro que todo hacía suponer sería espectacular.

Le había demostrado a todo el mundo que Zachary Benedict era capaz de sobrevivir y prosperar en la escala más fabulosa. Ya no tenía nada por qué luchar, no le quedaba nada que demostrar y la falta de ambas cosas lo dejaba extrañamente desinflado y vacío. Privado de sus antiguas metas, Zack buscó otras gratificaciones. Construyó mansiones, compró yates y condujo coches de carrera; escoltó mujeres hermosas a resonantes reuniones sociales, y después se las llevó a la cama. Disfrutaba de sus cuerpos y muchas veces también de su compañía, pero nunca las tomó en serio, y ellas tampoco esperaban que lo hiciera. Zack se había convertido en un trofeo sexual, buscado tan sólo por el prestigio que otorgaba dormir con él y, en el caso de las actrices, muy buscado por las influencias y conexiones que poseía. Como todas las superestrellas y símbolos sexuales anteriores a él, fue también una víctima de su propio éxito. No podía entrar en un ascensor o comer en un restaurante sin que lo acosaran sus admiradoras; las mujeres le metían en la mano llaves de habitaciones de hotel y daban generosas propinas a los conserjes para que les permitieran la entrada a su suite. Las esposas de algunos productores lo invitaban a fiestas de fin de semana y se levantaban de la cama de sus maridos para meterse en la suya.

Aunque con frecuencia aprovechaba el banquete de oportunidades sexuales y sociales que se desplegaban ante él, una parte de su ser —su conciencia o una faceta latente de moralidad yanqui— se sentía asqueada ante tanta promiscuidad y superficialidad, ante tanto narcisismo y psicopatía, ante todo lo que convertía a Hollywood en un albañal, un albañal prolijamente desodorizado para proteger la sensibilidad del público.

Una mañana despertó y de repente ya no pudo seguir tolerando todo aquello. Estaba harto del sexo sin sentido, aburrido de fiestas estridentes, enfermo de codearse con actrices neuróticas y estrellitas ambiciosas, y completamente disgustado con la vida que estaba viviendo.

Empezó a buscar una manera distinta de llenar el vacío de sus días, un nuevo desafío y un motivo mejor para existir. Como actuar ya no le resultaba un desafío, empezó a pensar en dirigir. Si llegaba a fracasar como director, ese fracaso sería muy resonante, pero hasta el riesgo de poner en juego su reputación surtió en él un efecto estimulante. Dirigir una película se convirtió en su nueva meta, y se propuso lograrla con la misma decisión que lo llevó a triunfar en las anteriores. El presidente de Estudios Empire trató de convencerlo de que no lo intentara, pero pese a sus ruegos y sus razonamientos, en definitiva no tuvo más remedio que capitular, tal como Zack esperaba.

La película cuya dirección le encargaron era un filme de suspenso de bajo presupuesto llamado Pesadilla y tenía dos papeles protagonistas: uno para una niña de nueve años y otro para una mujer. Para el papel de la niña, Empire insistió en Emily McDaniels, una ex estrellita infantil que tenía los hoyuelos de Shirley Temple y casi trece años, pero que representaba nueve y estaba contratada por el estudio. La carrera de Emily ya se despeñaba, cuesta abajo; lo mismo sucedía con la de una rubia sugestiva llamada Rachel Evans, a quien le adjudicaron el otro papel. En sus filmes anteriores, Rachel Evans siempre había hecho papeles secundarios y nunca demostró demasiado talento.

El estudio le impuso a Zack esas actrices con el transparente propósito de darle una lección; para que aprendiera que su fuerte era actuar, no dirigir. Era casi seguro que la película apenas devolvería el dinero que costara, y los ejecutivos del estudio esperaban que con eso terminaran los devaneos de su actor más cotizado y que Zack renunciara a desperdiciar su talento detrás de las cámaras.

Zack lo sabía, pero nada lo detuvo. Antes de iniciar la producción, dedicó semanas enteras a ver las viejas películas en que habían actuado Emily y Rachel, y sabía que había momentos —muy breves—en los que Rachel Evans demostraba poseer cierta dosis de genuino talento. Momentos en que la “gracia” de Emily, que había desaparecido con la adolescencia, era reemplazada por una encantadora dulzura que se notaba en cámara pues era genuina.

A lo largo de las ocho semanas de filmación, Zack consiguió todo eso y mucho más de sus dos protagonistas femeninas. Logró transmitirles a ambas su propia decisión de triunfar; sin duda su sentido del momento preciso y de la iluminación, fueron una ayuda, pero lo más importante fue su manera intuitiva de saber cómo utilizar mejor a Rachel y a Emily.

Al principio a Rachel la enfureció que la acicateara y la hiciera repetir innumerables veces cada toma, pero cuando él le mostró los copiones de la primera semana, lo miró con una nueva expresión de respeto en sus ojos verdes.

—Gracias, Zack —le dijo con suavidad—. Por primera vez en la vida tengo la sensación de haber sabido actuar.

—También es como si yo realmente, pero realmente, supiera dirigir —contestó él en broma, pero se sentía aliviado, y lo demostró.

Rachel se sorprendió.

—¿Quieres decir que dudabas? ¡Yo creí que estabas convencido de todo lo que nos has hecho hacer!

—Si quieres que te diga la verdad, no he dormido bien una sola noche desde que empezamos la filmación —confesó Zack.

Y era la primera vez en años que se animaba a admitir que tenía dudas acerca de su trabajo. Pero ese día era muy especial. Acababa de comprobar que poseía talento para dirigir. Más aún, ese talento recién descubierto iluminaría el futuro de una simpática criatura llamada Emily McDaniels cuando los críticos tuvieran ocasión de ver su espléndida actuación en Pesadilla. Zack le tenía tanto cariño a Emily, que el hecho de trabajar con ella lo llevó a desear tener un hijo propio. Al observar lo unida que era con su padre y la alegría que ambos compartían, de repente Zack se dio cuenta de que quería tener una familia. Eso era lo que le faltaba en la vida: una esposa e hijos que compartieran sus éxitos, una familia con la que pudiera reír y por la que pudiera luchar.

Rachel y él celebraron esa noche con una comida que les sirvió el criado de Zack. El estado de ánimo confidencial que se inició más temprano cuando ambos admitieron las dudas que habían tenido sobre sus respectivos talentos, los condujo a una intimidad tranquila que, en el caso de Zack, no tenía precedentes y resultaba terapéutica. Sentados en el living de su casa, frente a una pared de vidrio que daba al mar, conversaron durante horas, pero no sobre el “negocio”. Eso resultó un agradable cambio para Zack, que se desesperaba por conocer alguna actriz que pudiera hablar de otra cosa. Terminaron en la cama de Zack, donde se regodearon con una noche de amor placentero y con una enorme dosis de inventiva. La pasión de Rachel parecía auténtica, y no sólo una forma de agradecimiento por haber logrado su lucimiento en el filme, y eso también le gustó. En realidad, mientras permanecían tendidos en la cama, Zack se sentía contento con todo: sus copiones, la sensualidad de Rachel, su inteligencia y su ingenio.

De repente ella se apoyó sobre un codo y se alzó para mirarlo.

—¿Qué es lo que realmente quieres de la vida, Zack? —preguntó—. Me refiero a lo que quieres en serio.

Él permaneció unos instantes en silencio y luego, tal vez porque se sentía débil después de horas de hacer el amor, o quizá porque estaba harto de simular que la vida que se había forjado era lo que quería, contestó con un dejo de burla.

—Una casita en la llanura.

—¿Qué? ¿Me estás diciendo que te gustaría actuar en una segunda parte de la película Una casita en la llanura?

—No, quiero decir que eso es lo que me gustaría vivir. Aunque la casa no tiene por qué estar en una llanura. He estado pensando en comprar un rancho en las montañas.

—¡Un rancho! Todo el mundo sabe que odias los caballos y el ganado. —Se acostó de lado junto a él y le pasó un dedo acariciante por el cuerpo, desde el hombro al estómago—. ¿De dónde eres, Zack? Y por favor, no me cuentes ninguna de esas mentiras inventadas por el estudio de que creciste solo, que formaste parte de un rodeo y después te uniste a una pandilla de motociclistas.

El estado de ánimo sincero de Zack no llegaba hasta el extremo de confesar su pasado. Nunca lo había hecho y jamás lo haría. Cuando, a los dieciocho años, el departamento de prensa del estudio empezó a interrogarlo, él les dijo con toda frialdad que le inventaran un pasado. Cosa que hicieron. Su verdadero pasado estaba enterrado y esa conversación tenía sus límites. Su tono evasivo no dio lugar a dudas.

—No vengo de ninguna parte en especial.

—Pero estoy convencida de que no eres un chico vagabundo que creció sin saber qué cubiertos usar en cada ocasión —insistió ella—. Tommy Newton me dijo que ya a los dieciocho años tenías mucha clase, un gran “barniz social”, como él lo llamó. Eso es todo lo que sabe acerca de ti, y ha trabajado contigo en varias películas. Y ninguna de las actrices con quienes has trabajado sabe nada de ti. Glenn Close y Goldie Hawn, Lauren Hutton y Meryl Streep... todas dicen que es maravilloso trabajar contigo, pero que eres muy reservado con respecto a tu vida privada. Lo sé porque les he preguntado.

—Te equivocas si crees que me halaga tu curiosidad. —Zack no intentó ocultar su desagrado.

—No puedo evitar mi curiosidad —rió ella, besándole la barbilla—. Eres el amante ideal de todas las mujeres, señor Benedict, y también eres el hombre misterioso de Hollywood. Es sabido que ninguna de las mujeres que me han precedido en esta cama ha conseguido hacerte hablar sobre algo personal. Y como sucede que estoy aquí, en la cama contigo, y que esta noche me has comentado una cantidad de cosas que son personales, supongo que te he atrapado en un momento de debilidad o que... simplemente tal vez... te gusto más que las otras. En cualquiera de los dos casos, debo tratar de descubrir algo acerca de ti que ninguna otra mujer sepa. Como comprenderás, aquí lo que está en juego es mi amor propio femenino.

Su franqueza y su desenvoltura convirtieron el enojo de Zack en una divertida exasperación.

—Si quieres seguir gustándome más que las otras —dijo con una mezcla de broma y advertencia—, no sigas tratando de averiguar y habla de algo más agradable.

—Agradable... —Se acostó sobre el pecho de Zack, lo miró sonriente a los ojos y enredó los dedos en la mata de vello de su pecho. Basándose en ese lenguaje corporal, Zack esperaba que dijera algo sugestivo, pero el tema que Rachel eligió no pudo menos que hacerle gracia—. Veamos... ya sé que odias a los caballos, pero que te gustan las motocicletas y los automóviles veloces. ¿Por qué?

—Porque —bromeó él, entrelazando sus dedos con los de ella— ellos no se reúnen en tropillas con sus amigos cuando uno los deja estacionados, ni te critican cuando les das la espalda, sino que van hacia donde tú quieres.

—Zack —susurró ella, apoyando la boca contra la de él—. Las motocicletas no son las únicas que van hacia donde tú quieres. Yo también.

Zack sabía a qué se refería. Señaló. Ella se deslizó hacia abajo e inclinó la cabeza. A la mañana siguiente, Rachel le preparó el desayuno.

—Me gustaría filmar una película más, una película importante, para demostrarle al público que soy una verdadera actriz —dijo mientras metía pastelitos en el horno.

Saciado y relajado, Zack la observó moverse por su cocina. Sin vestir ropa sexy ni lucir un extravagante maquillaje, le resultaba mucho más atractiva e infinitamente más hermosa. Y además ya había descubierto que también era inteligente, sensual e ingeniosa.

—¿Y después, qué? —preguntó.

—Después me gustaría retirarme. Tengo treinta años. Lo mismo que tú, quiero vivir una existencia verdadera, una vida con sentido, pensando en algo más que en mi figura y mis posibles arrugas. La vida es mucho más que esta tierra de fantasía, superficial y relumbrante, en la que vivimos y que le infligimos al resto del mundo.

Una declaración sin precedentes como ésa en boca de una actriz convirtió a Rachel en una bocanada de aire fresco para Zack. Además, si pensaba no seguir trabajando, por lo visto había conocido a una mujer a quien él le interesaba como persona, no en función de lo que pudiera hacer por su carrera. Estaba pensando en eso cuando Rachel se inclinó sobre la mesa de la cocina y preguntó con suavidad:

—¿Mis sueños se pueden comparar de alguna manera con los tuyos?

Zack se dio cuenta de que le estaba haciendo un ofrecimiento, y que lo hacía con tranquilo coraje y sin jueguitos. La estudió unos instantes en silencio y luego no hizo el menor intento de ocultar la importancia que atribuía a lo que estaba por preguntarle.

—¿Hay hijos en tus sueños, Rachel? —Ella contestó con dulzura y sin vacilar.

—¿Hijos tuyos?

—Hijos míos.

—¿Podemos empezar ahora mismo?

Ante la inesperada respuesta, Zack lanzó una carcajada. Entonces ella se le instaló en las rodillas y la risa se convirtió en ternura y en una esperanza vibrante, emociones que él creía muertas a los dieciocho años. Deslizó las manos bajo la camisa de Rachel y la ternura se trocó en pasión.

Se casaron cuatro meses después, en el gracioso mirador del parque de la propiedad de Zack en Carmel, en presencia de un millar de invitados, entre los que había varios gobernadores y senadores. Zack estaba sonriente. Era el día de su boda, y lo invadía una sensación de optimismo al imaginar cálidas veladas con hijos sobre las rodillas y la clase de familia que nunca había tenido. Esa fiesta importante era idea de Rachel y él cedió, aunque hubiera preferido una ceremonia sencilla con un par de amigos presentes.

El padrino de la boda fue el vecino de Zack en Carmel, el industrial Matthew Farrell. Se habían conocido tres años antes, cuando un grupo de admiradoras de Zack trepó la cerca que rodeaba la propiedad y en su huida hicieron sonar la alarma en ambas residencias. Esa noche, Zack y Matt descubrieron que compartían varios gustos, entre ellos el buen whisky, una tendencia a la brusquedad más despiadada, la intolerancia hacia las falsas pretensiones y, más adelante, una filosofía similar con respecto a las inversiones financieras. El resultado fue que, además de amigos, terminaron siendo socios en varias empresas.

Al estrenarse Pesadilla no ganó un Oscar, ni siquiera recibió una nominación para el premio, pero logró abultadas ganancias, recibió excelentes críticas y revivió las tambaleantes carreras de Emily y Rachel. La gratitud de Emily y su padre fue inmensa. Sin embargo, Rachel descubrió que todavía no estaba dispuesta a renunciar a su carrera ni a tener el hijo que Zack tanto deseaba. En realidad, la carrera que antes aseguraba no interesarle se convirtió en una obsesión que la consumía. No soportaba faltar a una fiesta “importante” ni ignorar una posibilidad de recibir publicidad, por mínima que fuera, y mantenía en vilo a los empleados de Zack, su secretario, su jefe de relaciones públicas, para que respondieran a sus exigencias sociales y llevaran a cabo sus ambiciosos planes publicitarios. Le desesperaba hasta tal punto su necesidad de fama y de aplausos, que despreciaba a cualquier actriz más conocida que ella y era tan insegura con respecto a su talento, que le daba terror trabajar en una película que no estuviera dirigida por Zack.

El peso de la realidad demolió el optimismo que Zack experimentaba el día de su boda. Había sido embaucado por una actriz inteligente y ambiciosa que estaba convencida de que sólo él poseía la clave que la conduciría a la fama y la fortuna. Zack lo sabía, pero se culpaba a sí mismo más que a Rachel. La ambición la llevó a casarse con él y, aunque no le gustaran los métodos que ella había empleado, Zack comprendía los motivos que la impulsaron, porque en una época también él tuvo necesidad de demostrar lo que valía. Por otra parte, él se casó movido por una cándida ilusión que lo llevó a creer, aunque por corto tiempo, en la imagen de una pareja fiel, rodeada de niños felices de mejillas rosadas que les pedían que les contaran cuentos a la hora de dormir. Por su propia infancia y experiencia, él debió saber que esas familias eran mitos creados por poetas y productores cinematográficos. Y, ante esa realidad, la vida se volvía a extender ante él con una monotonía insoportable.

Entre los habitantes de Hollywood afligidos por un problema similar, la solución proscripta iba desde la cocaína a una variedad de drogas, legales o no, o al consumo de una botella de whisky por día. Pero Zack sentía el mismo desprecio que su abuela por la debilidad y no estaba dispuesto a aceptar muletas emocionales. Así que solucionó su problema de la única manera que se le ocurrió. Cada mañana se enfrascaba en su trabajo, y seguía trabajando hasta que, a la noche, volvía a caer rendido en la cama. En lugar de divorciarse de Rachel, pensó que, aunque su matrimonio no fuera idílico, era mucho mejor que el de sus abuelos, y no peor que otros que conocía. Y así le hizo una propuesta a su mujer: podía elegir entre divorciarse o bajar el nivel de sus ambiciones y tranquilizarse un poco, en cuyo caso él le concedería su deseo de dirigirla en otra película. Con sabiduría, y agradecida, Rachel aceptó esta segunda posibilidad.

Después del éxito de «Pesadilla» el estudio estaba ansioso por permitir que Zack protagonizara y dirigiera el filme que quisiera. A Zack le encantó el guión de una película de suspenso y acción llamada El ganador se queda con todo, que tenía papeles protagonistas para él y Rachel, y Empire invirtió el dinero para producirla. Poniendo en juego una combinación de paciencia, halagos, ácidas críticas y una ocasional demostración de gélido mal humor, Zack logró manipular a Rachel y al resto del elenco hasta que rindieron lo que él pretendía, y luego manejó las luces y los ángulos de cámaras para que lo captaran.

Los resultados fueron espectaculares. Rachel recibió una nominación de la Academia de Ciencias Cinematográficas por su interpretación. Zack ganó un Oscar como Mejor Actor, y otro como Mejor Director. Este último premio no hizo más que confirmar lo que los magnates de Hollywood ya sabían: que Zack era un genio como director.

Los dos Oscar proporcionaron una tremenda satisfacción a Zack, pero ni la más mínima paz interior. Aunque él ni siquiera se dio cuenta de ello. Zack ya no esperaba esa paz interior, y con toda deliberación se mantenía demasiado ocupado, para no extrañarla. En su necesidad de desafíos, durante los dos años siguientes dirigió y protagonizó otras dos películas: un filme erótico de suspenso y acción que protagonizó con Glenn Close y una película de aventuras en la que trabajó con Kim Bassinger.

Andaba en busca de un nuevo desafío cuando voló a Carmel para concretar un negocio con Matt Farrell. Esa noche buscó algo para leer y se topó con un libro que debía de haber sido olvidado allí por algún invitado. Mucho antes de terminar de leerlo, Zack sabía ya que “Destino» sería su próxima película.

Al día siguiente entró en la oficina del presidente de los Estudios Empire y le entregó el libro.

—Aquí tienes mi nueva película, Irwin.

Irwin Levine leyó la solapa del libro, se apoyó contra el respaldo del sillón y suspiró.

—Está bien. Hablemos de negocios. ¿Cuándo quieres empezar a filmar “Destino»? ¿Has pensado en alguien para los papeles principales?

—Yo haré el papel del marido, y me gustaría que, si está disponible. Diana Coperland interprete el de la esposa. Rachel sería excelente para la amante. Emily McDaniels para la hija.

Irwin alzó las cejas.

—Rachel tendrá uno de sus ataques de nervios si no le ofrecemos el papel protagonista.

—De ella me encargaré yo —aseguró Zack. Rachel y Levine se detestaban mutuamente, aunque ninguno de los dos explicó jamás el motivo de tanto odio. Zack sospechaba que años antes debían de haber tenido una aventura que terminó mal.

—Si ya no te has decidido por alguien para el papel del segundo personaje masculino —continuó diciendo Levine, un tanto vacilante—, tengo que pedirte un favor. ¿Considerarías la posibilidad de dárselo a Tony Austin?

—¡Nunca! —contestó Zack directamente. La adicción de Austin al alcohol y las drogas era tan legendaria como sus otros vicios, y era un hombre en quien no se podía confiar. Su última sobredosis accidental, cuando comenzaba a filmar una película para Empire, lo obligó a aterrizar durante seis meses en un centro de rehabilitación, y otro actor tuvo que asumir su papel.

—Tony quiere volver a trabajar y ponerse a prueba —explicó Levine con paciencia—. Los médicos me aseguran que ha abandonado sus hábitos y que es un hombre nuevo. Esta vez me inclino a creerles.

Zack se encogió de hombros.

—¿Y en qué se diferencia esta vez de las demás?

—En que esta vez, cuando llegó al Cedars-Sinaí, ya estaba prácticamente muerto. Consiguieron volverlo a la vida, pero la experiencia lo ha aterrorizado y está dispuesto a madurar y empezar a trabajar en serio. Me gustaría darle una posibilidad, un nuevo principio. —En la voz de Levine apareció una nota piadosa—. Es lo único decente que podemos hacer, Zack. Estamos todos juntos en esta tierra. Debemos cuidar unos de los otros. Tenemos que darle trabajo a Tony porque está hundido y porque...

—Y porque te debe una pila de plata por esa película que nunca terminó de filmar —agregó Zack.

—Bueno, sí, nos debe una cantidad importante de dinero por esa película —admitió Levine a regañadientes—. Pero vino a verme y me pidió que le permitiera pagar su deuda con trabajo, para poder demostrar que ahora es confiable. Y ya que por lo visto eres invulnerable a un pedido piadoso, considera los motivos prácticos por los que nos conviene utilizarlo. Pese a toda la mala publicidad que se le ha hecho, el público sigue adorándolo. Sigue siendo el muchacho malo, equivocado y buen mozo, el que todas las mujeres quieren consolar.

Zack vaciló. Si Austin realmente se había reformado, era perfecto para el papel. A los treinta y tres años, su apostura rubia y juvenil tenía las marcas de la disipación, cosa que de alguna manera lo hacía más fascinante para las mujeres de doce a noventa años. El nombre de Austin era particularmente taquillero. El de Zack, también; juntos tendrían la posibilidad de establecer un verdadero récord de venta de entradas. Y dado que, como parte de su cachet por dirigir Destino, Zack intentaba obtener un importante porcentaje de las ganancias de la película, ése era un punto que influía en su decisión. También lo era el hecho de que, aun borracho, Austin era mejor actor que muchos otros, y pensándolo bien era perfecto para el papel. Por otra parte, el hecho de utilizar a Austin en esa película significaría hacerle un favor a Empire, y Zack estaba decidido a que, a cambio, ellos le hicieran concesiones. Por ese motivo decidió ocultar el entusiasmo que le producía la idea.

—Le permitiré hacer una prueba, pero te advierto que no me entusiasma pensar en convertirme en niñero de un drogadicto, reformado o no.

Levine se levantó para estrechar la mano de Zack. El proyecto ya estaba en marcha y ese apretón de manos iniciaba la rueda de negociaciones contractuales.

Diana Copeland no pudo aceptar el papel de esposa de Zack porque tenía un compromiso anterior, de modo que Zack le encomendó el papel a Rachel. Algunas semanas después, los planes de Diana se modificaron, pero para entonces Zack ya tenía la obligación moral y legal de permitir que Rachel conservara el papel protagonice. Para su sorpresa. Diana pidió el papel secundario de la amante. Emily McDaniels aceptó fascinada el papel de la hija adolescente, y a Tony Austin se le encomendó el del otro personaje masculino. Los papeles secundarios se distribuyeron sin dificultad y Zack reunió a todos sus técnicos predilectos para formar el plantel de la película.

Un mes después de iniciado el rodaje de Destino, se empezó a correr la voz de que, a pesar de que la filmación estaba plagada de accidentes y demoras, los copiones —las porciones de la película que se enviaban día a día al laboratorio para ser procesadas— eran fantásticos. Todo Hollywood comenzó a predecir que el filme ganaría varias nominaciones para los premios de la Academia.

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