Perfect

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Capítulo 33

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CAPÍTULO 33

Algunos días se merecen una segunda oportunidad.

«¡Idiota!». Debería haberme imaginado que estaba ocupado al ver que no me respondía. Volví a casa, me puse cómoda, me metí en la cama y me tapé con las mantas por encima de la cabeza.

Cuando abrí los ojos vi que entraba la luz de la luna por la ventana. Debí de dormirme porque me despertó el teléfono. Lo cogí y vi que la pantalla estaba llena de avisos de llamadas y mensajes de Noah. Iba a necesitar un rato para ponerme al día escuchándolos y leyéndolos todos. Me dejé caer de nuevo en la cama y traté de despejarme.

Finalmente me levanté, saqué una bebida light de la nevera y una bolsa de donuts de chocolate Sweet Sixteen. Necesitaba cafeína y azúcar. Mientras repasaba mentalmente las últimas horas, me di cuenta de que no me arrepentía de haberle dicho a Noah que lo quería. Lo que odiaba era la visión de Brooke tapada con una sábana saliendo de su habitación, una habitación en la que yo había pasado tantas horas y donde me había enamorado de Noah. No soy idiota. Sabía que se acostaban desde poco después de empezar a salir, pero mientras no tuviera que verlo con mis propios ojos, podía convencerme de que no estaba pasando.

Alguien llamó a la puerta con brusquedad, sobresaltándome.

Abrí y allí estaba Noah, apoyado en el marco, vestido con unos vaqueros y una camiseta de color gris claro. Era un conjunto sencillo, pero siempre que lo veía vestido así me quedaba sin aliento.

—Hola —me saludó. Su expresión neutra no dejaba adivinar su estado de ánimo.

—Hola —susurré. La sangre me circulaba tan deprisa por las venas que me mareé un poco.

—Brooke ha roto conmigo. —Me soltó a bocajarro.

—Oh, Dios mío, Noah. Lo siento. Debería haber esperado a que me respondieras en vez de presentarme en tu casa de esa manera. ¿Qué le has dicho?

—Adiós. —Los ojos de Noah brillaban, y sus labios empezaron a curvarse en una sonrisa. Se apartó del marco y me mostró un plato con un trozo de pastel de chocolate que llevaba escondido.

Entró y cerró la puerta de una patada sin romper el contacto visual en ningún momento. Yo caminé de espaldas mientras él se dirigía hacia mí con seguridad.

—¿Dónde está Emily? —me preguntó.

—Pasando un fin de semana de chicas en Hilton Head.

Me empotró contra la barra que separaba el salón de la cocina. Dejó el pastel y apoyó las manos a un lado y a otro, encerrándome entre sus brazos mientras se inclinaba hacia mí y me susurraba:

—¿Lo decías en serio?

—Totalmente en serio. —Respondí sin aliento.

El corazón me latía tan deprisa y con tanta intensidad que me vibraba todo el cuerpo.

—No me lo puedo creer. Por fin eres mía —dijo asombrado.

—Siempre lo he sido.

—Lo sé, pero ahora puedo tocarte y podemos hacernos cosas el uno al otro sin que me pidas que pare. Porque… no me vas a hacer parar, ¿verdad?

—No, nunca más. A partir de hoy voy a vivir a todo gas. ¿En qué tipo de cosas estabas pensando?

—La primera de ellas te incluye a ti desnuda y un trozo de pastel de chocolate —respondió con una sonrisa traviesa—. ¿Qué ha cambiado?

—¿Realmente quieres que hablemos ahora?

—He pensado que no estaría mal quitárnoslo de encima cuanto antes, porque cuando mis labios entren en contacto con tu cuerpo, no creo que tengan ganas de ponerse a hablar durante un buen rato.

—Dios… —suspiré.

Nos observamos en silencio, devorándonos con la mirada. Creo que ninguno de los dos acababa de creerse lo que iba a pasar.

—A la mierda. Me da igual lo que haya cambiado —dijo Noah antes de meterme la lengua en la boca.

Me agarró por las caderas y me sujetó con fuerza mientras se frotaba contra mí. Ya estaba húmeda, y eso que aún nos separaban varias capas de ropa. Enredé los dedos en su pelo moreno y suave mientras nuestros gemidos y suspiros llenaban la sala.

Inclinándose hacia delante, Noah deslizó las manos sobre mis caderas buscando mis nalgas.

—Rodéame con las piernas —me ordenó susurrándome en la boca.

Separé los muslos y, cuando él me elevó, le abracé la cintura con ellos. Lo necesitaba más cerca y lo necesitaba ya.

Me llevó a mi habitación y se detuvo al llegar a la cama.

Me deslicé por su cuerpo hasta tocar el suelo con los pies, sin que nuestros labios se separaran en ningún momento. Me sorprendió darme cuenta de que podía perderme en él en cuestión de segundos. Le solté el pelo para acariciarle la espalda. Le agarré la camiseta y tiré de ella hacia arriba. Noah se apartó de mis labios el tiempo suficiente para levantar los brazos y ayudarme a que se la quitara. Lo sentí estremecerse cuando mis manos entraron en contacto con su piel desnuda. Su estremecimiento me provocó uno a mí. Noah me miró y sonrió, satisfecho al ver cómo nuestros cuerpos se afectaban mutuamente.

Su lengua volvió a deslizarse entre mis labios, penetrando lenta y profundamente en mi boca. Luego inició un recorrido por mi mandíbula y mi cuello. Me acarició el cuello arriba y abajo varias veces con la nariz mientras susurraba:

—Eres preciosa. Te quiero muchísimo, más que a nada en este mundo.

Estaba tan abrumada por la felicidad y el deseo que al oír sus palabras estuve a punto de echarme a llorar. No me podía creer que un hombre tan increíble fuera mío y me quisiera. Noah siguió descendiendo entre mis pechos y llegó a la altura del estómago. Me levantó un poco la camiseta y me acarició con la nariz. Luego me rodeó el ombligo con la lengua y me llenó el torso de besos.

Lo sujeté del pelo y gemí:

—Oh, Dios, Noah…

Estuve a punto de correrme en ese momento y noté que él sonreía con la boca pegada a mi piel. Sus manos me recorrían las nalgas arriba y abajo, apretándolas ligeramente mientras su lengua seguía jugueteando. Bajé la cabeza y vi lo mucho que disfrutaba devorándome. Sentí que el calor y la humedad se apoderaban de mi entrepierna con tanta intensidad que pensé que no iba a poder aguantar mucho.

Sus dedos se colaron por la cinturilla elástica de mis pantalones y sus labios siguieron el camino de piel que los pantalones iban dejando al descubierto a medida que se iban deslizando hacia abajo. Me recorrió la parte superior de los muslos con la lengua antes de besarme con delicadeza entre ellos. Me fallaron las rodillas y acabé sentada en la cama. Era como si mi cuerpo se hubiera convertido en gelatina. Noah acabó de quitarme los pantalones, dejándome en bragas y camiseta.

Me acarició las piernas lentamente, arriba y abajo, y me di cuenta de que me estaba mirando la prótesis. Inspiré hondo y él alzó la cara hacia mí.

—¿Te importa que te la quite? Si no quieres que lo haga, no lo haré —añadió dirigiéndome una mirada cargada de preocupación, pero, sobre todo, de amor.

—Es bastante engorrosa, así que supongo que será mejor que me la quites. —Respondí con voz temblorosa.

Apretó el botón situado en un lateral de la pierna que sujetaba la prótesis a la funda y luego empezó a quitármela.

Me aparté un poco y le dije con timidez:

—Noah, tendría que ir un momento al baño para ocuparme de la funda.

—Puedo hacerlo yo; quiero hacerlo.

Se me escaparon un par de lágrimas.

—¿Qué pasa, cariño? Pareces asustada. Respira. Soy yo, Piolín.

Con la voz quebrada, respondí:

—La funda es de silicona y se calienta. Me hace sudar mucho. —Traté de controlar los sollozos, pero me daba mucha vergüenza la situación. A nadie le apetece hablar de partes del cuerpo sudorosas antes de hacer el amor. Sudar mientras lo haces, desde luego; pero antes, no—. Por favor, déjame ir al baño y ocuparme del tema.

—¿Cómo lo haces?

—Me lavo la pierna con agua templada y jabón.

Él se levantó, se inclinó para darme un beso y susurró:

—Quiero cuidar de ti en todo.

Entró en el baño y volvió con un paño enjabonado y una toalla húmeda. Me quitó la funda y la dejó a un lado. Me enjabonó la pierna y luego la aclaró y la secó, masajeándola. No me atreví a mirarlo a los ojos. Me sentía desnuda y vulnerable.

Noah me sujetó la barbilla con dos dedos y me obligó a mirarlo.

—No tenemos que seguir si no estás preparada.

—Estoy nerviosa.

—¿Por qué?

—Porque eres tú y quiero estar preciosa y sexi para ti. —Me miró, confundido—. Una pierna ortopédica y un muñón no tienen nada de sexi.

Él me recorrió de arriba abajo con la vista y volvió a mirarme a los ojos en silencio varios segundos antes de decir:

—Llevo años esperando este momento. ¿Realmente crees que algo así me va a detener? Siempre has sido y serás la mujer más sexi que he conocido. Te quiero. Te quiero por lo que eres. No estoy enamorado de tus brazos o de tus piernas, de tus ojos, de tu corazón, de tu sentido del humor o de tu cerebro. Quiero el conjunto. Te quiero a ti, y eso no va a cambiar. —Se me volvieron a escapar las lágrimas. Con una sonrisa seductora, añadió—: Además, nunca he sido un hombre de piernas. Soy más de tetas, y las tuyas son espléndidas.

No pude contener la risa mientras me secaba las lágrimas.

—Te quiero, Noah.

—Dilo otra vez. —Se acercó a mí.

—Te quiero, Noah. —Repetí sonriendo.

—Una vez más. —Se acercó hasta que no quedó espacio entre los dos.

—Te quiero, Noah.

Sus labios se abalanzaron sobre los míos y nuestras lenguas chocaron con tanta fuerza que me echó hacia atrás. Lo abracé con brazos y piernas, acercándolo a mí. Le mordí la mandíbula y la recorrí con los dientes hasta llegar a la oreja. Le mordisqueé el lóbulo y susurré:

—Te necesito dentro de mí.

Se levantó y se quitó los zapatos mientras yo le desabrochaba el botón de los vaqueros. Le acaricié las nalgas y luego volví a la parte de delante para bajarle la cremallera. Los vaqueros le quedaban justo por encima de la uve. Le mordisqueé y le lamí los abdominales mientras me peleaba con la cremallera.

Tan concentrada estaba que, cuando me agarró de las muñecas y me detuvo, me quedé desconcertada unos momentos. Se inclinó hacia mí y me besó.

—Llevo toda la vida deseando probarte. Vamos a tomárnoslo con calma. Quiero ir muy lento; quiero probar cada centímetro de ti.

Noah se arrodilló frente a mí en el suelo y luego se sentó sobre los talones sin dejar de mirarme a los ojos. Me sujetó la pierna izquierda con delicadeza y la llenó de besos, suaves y delicados como plumas. Se desplazó lentamente hacia arriba, desde la parte interna del muslo hacia la externa y de vuelta al interior. Cuando llegó a la ingle, la abandonó y volvió a empezar con la derecha.

Comenzó por los dedos de los pies, siguió por el tobillo, la pantorrilla y la rodilla hasta llegar al muslo, cubriéndolo todo con sus delicados besos. Sin aliento, me recliné y contemplé su ascenso apoyada en los codos. Sus labios se desplazaron metódicamente de una cadera a la otra. Con ellos me estaba demostrando amor y veneración. Nunca había experimentado nada parecido. Me sentí hermosa, sexi, amada y protegida; me sentí adorada.

Noah siguió avanzando por mi torso, levantándome la camiseta a medida que iba ascendiendo y dejando al descubierto el sujetador de encaje amarillo que me cubría el pecho. Sentí vibrar su caja torácica un instante antes de que soltara un jadeo que me hizo estremecer. Los codos no me sostuvieron y caí de espaldas sobre la cama. Era la segunda vez que estaba a punto de correrme y todavía nos quedaban varias piezas de ropa puestas. No exageraba al decir que quería tomárselo con calma, y me estaba encantando. Todo lo que tenía que ver con Noah me encantaba porque lo amaba. Levanté los brazos y él acabó de quitarme la camiseta.

Me sujetó por la cintura y me levantó un poco para colocarme más cerca del cabecero. Permaneció sobre mí unos segundos, admirando mi cuerpo antes de inclinarse y besarme justo encima de los pechos. Se desplazó hasta el hombro sin dejar de besarme y me bajó el tirante del sujetador. Luego hizo lo mismo con el otro. Me incorporé lo necesario para que me lo desabrochara por la espalda. Sentir la tela rozándome los pezones al retirarla me hizo estremecer. Estaba tumbada en la cama, totalmente desnuda a excepción de las bragas, y no estaba incómoda ni sentía vergüenza.

Noah agachó la cabeza y me rodeó un pezón con los labios. Mientras me acariciaba el otro con el pulgar, succionó con fuerza. Lo soltó para mirarme a la cara. Sus preciosos ojos de color azul cielo estaban empañados por la emoción, igual que los míos. Nunca había sentido un amor tan intenso.

Tras permanecer observándonos unos segundos, Noah susurró:

—Gracias por dejar que te ame al fin.

Nos devoramos la boca unos instantes y luego él volvió a descender por mi cuerpo. Noté sus dientes sobre la cadera, cerrándose sobre una tira de las braguitas mientras sus dedos hacían lo mismo con la otra. Me las quitó y luego dijo:

—No las vas a necesitar durante un rato.

Volvió a sentarse sobre los talones, me cogió la pierna derecha y se la llevó a los labios. Mientras con las manos me recorría los muslos por fuera, con los labios lo hacía por la cara interna. Mi cuerpo se tensaba, cada vez más excitado. La tensión en mi entrepierna era casi insoportable. Noah dejó caer la pierna y se situó entre las dos. Yo agarré las sábanas con fuerza y arqueé la espalda. Noah me lamió y me succionó con labios y lengua mientras yo me retorcía descontroladamente. La única comunicación verbal entre nosotros fueron los gemidos de placer. Cuanto más me retorcía, más rápido se movía su lengua, hasta que, finalmente, me la clavó lo más hondo que pudo.

—¡NOAH! —grité mientras convulsionaba, perdida en una oleada tras otra de sensaciones.

Él se retiró un poco y noté la corriente de aire contra la zona acalorada cuando se echó a reír.

Ascendió por mi cuerpo muy lentamente, besándolo mientras subía hasta llegar a mis labios. Mirándome, me dijo:

—Eres mi sabor favorito.

—Tienes nuevos trucos. Y estos no los has sacado de Wal-Mart —bromeé, respirando con tanta dificultad como si acabara de correr una carrera de quince kilómetros.

—Me he estado entrenando para satisfacer a mi primera chica. —La mirada que me estaba dirigiendo Noah era de las que causan ataques al corazón. Era la combinación perfecta de hambre y amor.

Se levantó de la cama y se quitó los vaqueros y el bóxer al mismo tiempo. Contuve el aliento al verlo por primera vez. Nunca antes lo había visto desnudo. Su cuerpo era tan perfecto como su corazón. Succionándome el labio inferior, lo contemplé hipnotizada.

Noah me pilló comiéndomelo con los ojos.

—¿Qué miras, Piolín?

—¿Qué?

Al alzar la mirada vi la sonrisa más amplia y sexi que había visto nunca. Me ruboricé y aparté la vista.

Él trepó sobre mí a cuatro patas.

—A mí también me gusta mirarte… y desnudarte… y besarte… y recorrerte con la lengua de arriba abajo…, me gusta saborearte…

Volví la cabeza a un lado y cerré los ojos, disfrutando de sus palabras y de lo agradable que era sentirlo entre mis piernas. Noté su cálido aliento en el cuello.

—Piolín, mírame. —Abrí los ojos y busqué los suyos—. Necesito verte, oírte y sentirte para asegurarme de que esto es real; de que ya no tengo que seguir imaginándote.

Inspiré hondo. Nunca había mantenido el contacto visual mientras lo hacía con los demás chicos. Siempre los cerraba porque siempre me imaginaba que estaba con Noah. Mirar a alguien a los ojos en ese momento me parecía algo demasiado íntimo, algo que solo podría compartir con él.

Se deslizó en mi interior y empezó a mover las caderas. Al principio, suavemente, despacio; luego cada vez más deprisa.

—Es increíble, cariño. Encajamos a la perfección —jadeó con la boca pegada a mis labios.

—Te quiero tanto, Noah.

Nos corrimos al mismo tiempo. Fue el orgasmo más largo e intenso que había experimentado jamás. Y, por la expresión de Noah, parecía que a él le había pasado lo mismo. Permanecimos quietos, con las frentes pegadas, tratando de recobrar el aliento. De repente, me invadió una gran tristeza y me eché a llorar.

—Lo siento mucho —murmuré.

—No tienes que disculparte por nada. —Me besó las lágrimas—. No llores, Piolín.

—He perdido tanto tiempo y te he hecho daño.

—Contigo nunca se pierde el tiempo. Siempre has estado en mi vida, en mis pensamientos y en mi corazón. No me arrepiento de nada, ni siquiera del tiempo que estuvimos separados, porque esos meses me demostraron que te pertenezco. Siempre he sabido que algún día estaríamos juntos. Tuve que aprender a ser paciente y a esperar. Y ha valido mucho la pena.

Noah y yo encajábamos perfectamente a todos los niveles. Tan bien encajábamos que lo pusimos en práctica tres veces más antes de levantarnos de la cama.

Seguía teniendo cáncer y me quedaban varias sesiones de quimio, pero la vida era maravillosa. Tenía al lado al amor de mi vida, mi alma gemela, mi héroe: ¿qué podía ser más perfecto que eso?

—Me gusta cómo te queda el pelo así.

—Me he hecho un moño en la coronilla. Es un desastre.

—Pues me gustas desastrada —replicó Noah, besándome el cuello.

Me costó un poco convencerlo, pero al final logré que se diera un baño de espuma conmigo. Lo de meterse en el agua desnudo conmigo le apetecía, pero lo de la espuma no lo tenía tan claro. La bañera era bastante grande, así que pudo estirarse. Yo me senté sobre su regazo, de cara a él. Las burbujas estallaban a nuestro alrededor.

Nos estábamos comiendo el pastel de chocolate. Acababa de darle una cucharada de cobertura y noté que se le había quedado un poco en los labios. Me incliné sobre él y le succioné el inferior.

—Esta es la mejor manera de comer pastel —afirmé, y seguí devorándole la boca.

Él gimió y noté que se endurecía bajo mi cuerpo. Me sujetó la cara con las dos manos y rompió el beso.

—¿Va todo bien? —le pregunté.

—Estoy con la mujer a la que amo y adoro, que además resulta que está buenísima. Veo piel desnuda y pastel de chocolate. ¿Qué podría ir mal? —Hizo una pausa antes de añadir—: Antes no me respondiste cuando te pregunté qué había cambiado.

—Mi modo de percibir las cosas. He gastado un montón de tiempo presente viendo las cosas desde el punto de vista del pasado y tratando de anticiparme al futuro para que no me pillara desprevenida. Crecí, pero mi percepción de la gente que me rodeaba no cambió. Siempre pensé que los demás eran mejores que yo; que los demás conocían los secretos de la vida, pero no querían compartirlos. Pero entonces enfermé y conocí a un amigo que compartió sus respuestas conmigo. Ahora sé que lo único perfecto es el presente porque en él respiramos, nos movemos, amamos y sentimos, y podemos decirles a las personas que están en nuestra vida lo que significan para nosotros.

—Siempre que estoy contigo, consigues llegarme al alma. Siempre pensé que no podía amarte más, pero cuando descubrí que estabas enferma… —Noah no pudo seguir hablando. Tragó saliva mientras una lágrima le caía por la mejilla.

Se la sequé con la mano.

—Noah… —tenía la voz temblorosa por las lágrimas que se agolpaban tras mis ojos—, no quiero dejar pasar ni un solo día más de mi vida sin decirte lo mucho que te amo. Hasta este momento he malgastado mi vida por no decirte que te quiero desde el 23 de marzo de 1990. No sé qué nos deparará el futuro, pero sé que nunca dejaré de amarte. No sabría cómo hacerlo.

—Piolín, déjalo —me ordenó con la voz ronca por el deseo.

—¿Eh?

—El pastel, déjalo. Ahora.

Dejé el plato en la repisa de la bañera. Noah me sujetó por la nuca y me atrajo hacia sí. Nuestros labios se unieron y nuestras lenguas supieron lo que tenían que hacer sin que nadie les diera instrucciones. Sosteniéndome en sus hombros, me elevé un poco y me dejé caer sobre él lentamente mientras su boca y sus dedos encontraban mis pezones, ya endurecidos.

—El mejor baño de espuma en la historia de los baños de espuma —afirmé gimiendo.

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