Perfect

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Capítulo 21

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CAPÍTULO 21

Hoy no tengo nada que anotar en mi diario. ¡Joder! Estoy a punto de entrar en una prestigiosa facultad de Periodismo. ¿Cómo puede ser que no tenga nada que decir? Yo siempre tengo una opinión lista para cualquier cosa; una opinión, una idea estúpida, lo que sea…, pero hoy no.

Y ¿qué pasa si esto sigue cuando llegue a la facultad? Seré el hazmerreír. Los demás estudiantes me mirarán, me señalarán con el dedo y se reirán de mí. Una periodista que se queda sin palabras es… ¡MIERDA! Ni siquiera puedo acabar esa frase. Tendré que volver a casa. Me criticarán a mis espaldas y el único trabajo que conseguiré será el de medidora de sujetadores para ancianas. Nadie quiere hacer ese trabajo. Pero así es el karma, y me temo que así va a seguir toda la semana.

Tardé aproximadamente un mes y medio en aclimatarme, pero la vida en la universidad me sentó bien. Lo más duro fue acostumbrarme a estar lejos de casa. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo bien que vivía allí. En la facultad tenía que hacer la colada y limpiar el baño cuando me tocaba. En ese momento, empecé a valorar más a mi madre.

Mi compañera de habitación, Lisa, era una chica de pueblo, de Misuri, de esas que no se andan con tonterías. Era muy guapa; tenía una melena cobriza y ondulada que le llegaba por los hombros, unos ojos verdes grandes y brillantes y curvas donde tocaba. Era inteligente y divertida, una gran compañera de cuarto. Era muy agradable volver a tener una amiga, pues la consideraba mi amiga, aunque hacía muy poco que nos conocíamos.

Mi horario de clases era muy completo, sobre todo para una alumna de primer curso. Me había matriculado de cinco asignaturas, una de las cuales era obligatoria para mi especialidad. El campus era muy grande y las distancias entre instalaciones eran enormes, pero ya me orientaba sin problemas. Entre una cosa y otra, las jornadas se hacían muy largas. Había días en que estaba tan cansada que lo único que cenaba era un par de cucharadas de cobertura de chocolate que guardaba en la neverita de la habitación. Otros días no cenaba nada. El lado bueno de estar tan ocupada era que no había ganado ni un gramo, al contrario de lo que les pasaba a muchos estudiantes de primer curso con el cambio de dieta. Al revés, me había adelgazado un poco.

Aún no había vuelto a casa de visita. Sabía que, si volvía demasiado pronto, recaería, y de momento estaba consiguiendo olvidarme de Noah. Estar tan ocupada me ayudaba a no pensar en él. Durante los fines de semana me dedicaba a ir a fiestas y a conocer gente, pero las noches eran muy duras. Pasaba mucho rato estudiando en la habitación, sin embargo, a la que me descuidaba, Noah se metía en mi cabeza.

Habían pasado cinco meses desde la última vez que había hablado con él. Al pensar en él aún sentía dolor y soledad; me sentía mucho más sola ahora que el día en que destrocé nuestra amistad. Si dejaba que la tristeza se apoderara de mí, empezaría a llorar y me pasaría la mitad de la noche llorando, escondida en el lavabo para que Lisa no me viera y no empezara a hacerme preguntas.

Una noche, mientras estaba estudiando para un examen de psicología, Lisa se dio cuenta de que llevaba veinte minutos sin pasar página. Se levantó de la cama, cogió dos vasos y una botella de vino que había metido en la habitación de contrabando y me dijo:

—Muy bien, cadete espacial, es hora de beber. —Lisa se dejó caer en la otra silla, frente a mí.

Levanté la cara, sorprendida de verla ahí. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no la vi hasta que me plantó un vaso de vino delante.

Se echó hacia atrás en la silla, apoyó los pies en la mesa y me preguntó:

—¿Vas a contarme de una vez en quién estabas pensando, perdida en el espacio?

—Estaba concentrada. —Respondí antes de beber.

—Claro, estabas concentrada. ¿Cómo se llama?

—¿Cómo se llama quién?

Ella negó con la cabeza.

—El tipo por el que lloras cuando te encierras en el baño por las noches.

Sus palabras me pillaron desprevenida.

—No sabía que me oías. Me metía ahí para no molestarte; lo siento.

—Pues suéltalo todo.

—No es nadie, de verdad. —Me avergoncé al oírme decir esas palabras. Noah nunca sería «nadie» para mí, ni siquiera si no volvía a verlo nunca más—. Quiero decir que era alguien muy importante, pero que ya no está en mi vida.

—Pues no me lo creo. Llevamos aquí más de un mes y te oigo llorar al menos una vez a la semana y…, bueno…, ¿a qué viene eso de ir acostándote con todo el mundo?

Me atraganté con el vino al oírla decir eso.

—¿Perdona?

—Es que no me imaginaba que fueras un panecillo de Frankfurt.

—¿Un qué?

—Un panecillo de Frankfurt. Te abres de par en par cada vez que ves una salchicha.

—¡No es verdad! —No es que me hubiera enfadado con ella, pero me sorprendía dar esa impresión. Me pregunté si el resto de los alumnos pensarían lo mismo que ella.

—Tú y yo hemos ido a cuatro fiestas desde que estamos aquí y, que yo sepa, te has enrollado ya con tres tíos. O estás tratando de olvidar a alguien, o quieres vengarte de alguien o eres un panecillo de Frankfurt. Si a eso le añado las llantinas nocturnas, deduzco que tratas de olvidar a alguien.

Di un buen trago al vino mientras decidía si compartir o no con ella todo lo que Noah significaba para mí. Nunca me ha resultado fácil abrirme a la gente; solo lo hacía con Noah. Tal vez si hablaba con Lisa me desahogaría un poco y me dolería menos.

—Se llama Noah. Crecimos siendo inseparables; era mi mejor amigo, pero ya no lo es. —Di otro trago. Sí, definitivamente abrirme a ella me sentaba bien.

Lisa irguió la espalda en la silla y me apuntó con el dedo.

—Escúchame bien, zorrón. No he abierto esta botella de vino de cinco dólares solo para que me cuentes la versión abreviada de tu amor de instituto. ¡Quiero detalles, y los quiero ya!

Esa noche permanecimos charlando y bebiendo hasta las tantas. Le conté casi todos los detalles de mi vida con Noah y me quité un peso enorme de encima. Lisa era la caña; sabía escuchar sin juzgar.

Lisa estaba en segundo curso, así que ya conocía a muchos de los alumnos. El fin de semana antes de que empezaran las clases me invitó a una fiesta que daba uno de sus amigos. Acepté porque pensé que sería una buena manera de conocernos mejor. Además, necesitaba un recambio para Brad. Echaba de menos el consuelo que me proporcionaba, aunque fuera temporal.

Las fiestas universitarias eran bastante abrumadoras. No conocía a nadie aparte de Lisa. Pero unas cuantas copas me ayudaban a soltarme, por lo que beber se convirtió en un ritual semanal. No me afectaba en los estudios, así que no suponía ningún problema. Después de beber, no me costaba acercarme a los tíos. No me valía cualquiera; tenían que ser chicos que me gustaran razonablemente y con los que me sintiera segura.

Conocí a Matt en la primera fiesta a la que fui. Era mono. Moreno, con los ojos castaños, alto, con buen cuerpo. No tenía la musculatura de Noah o de Brad, pero no me importaba. Era divertido o, al menos, él pensaba que lo era. Nos conocimos, nos emborrachamos y nos enrollamos. Por la mañana no hubo ningún momento incómodo porque me marché de su habitación antes de que se despertara. Matt se estaba graduando en Artes Escénicas, así que durante la semana casi nunca coincidíamos.

El fin de semana siguiente conocí a Jacob. También era mono, y también nos enrollamos, pero a la mañana siguiente él parecía pensar que habíamos iniciado una relación, así que, chao, chao, Jacob.

Luego llegó Thomas. Daba un poco de miedo, por lo que me limité a montármelo con él una noche en una fiesta. Después volví a Matt. Las cosas con él eran sencillas, tolerables; de momento me valía con eso.

Matt y yo empezamos a pasar más tiempo juntos. Supongo que podría decirse que estábamos saliendo. Me gustaba bastante, pero nunca podría amar a nadie aparte de a Noah. Él era el amor de mi vida, mi alma gemela. Nadie podría reemplazarlo.

A Lisa no le gustaban los chicos que elegía. Decir que odiaba a Matt sería quedarse corto. Al menos una vez a la semana trataba de hacerme romper con él.

—¿Adónde vas? —me preguntó.

Dudé un momento antes de ponerme la chaqueta.

—Matt va a pasar a recogerme. Iremos a tomar algo; ¿quieres venir?

Sabía exactamente cuál sería su reacción. Pondría los ojos en blanco y trataría de hacerme cambiar de idea.

—Ni loca. No pienso salir con ese capullo para tener que aguantar sus capulleces. Si comiera algo, acabaría vomitándolo cuando abriera la boca.

—No entiendo por qué odias tanto a Matt. Me dijiste que no lo conocías de antes, y siempre se ha portado bien contigo.

—Me importa una mierda cómo me trate a mí, lo que no me gusta es cómo te trata a ti.

—Me trata bien.

Sentí un cosquilleo en el estómago. Matt me había hablado mal delante de Lisa un par de veces, pero es que estaba muy estresado por las clases y por el montaje teatral que estaban preparando.

—Amanda, te trata como el culo. Te habla mal, te llama para quedar y luego no se presenta, liga con otras chicas delante de ti. No quiero ni imaginarme lo que hará a tus espaldas.

—¿Te has enterado de algo?

—No. —Lisa se acercó a mí—. No quiero hacerte daño. Es solo que… tú te mereces algo mejor que ese capullo.

Lisa me abrazó. Apartándome, le sonreí y respondí:

—Te lo agradezco, pero no, la verdad es que no.

En ese instante llamaron a la puerta. Lisa cruzó la habitación y abrió. Por encima del hombro, gritó:

—¡Amanda, el capullo ha venido a buscarte!

—Yo también me alegro de verte, Lisa —replicó Matt con ironía—. Hola, Palo.

Me llamaba así porque pensaba que estaba delgada como un palo. Me había puesto ese mote una noche después de acostarse conmigo. Se apartó de encima de mí y dijo: «Follarte es como follar con un palo. Eh, acabo de clavar mi palo en un palo. Ya tienes mote, te llamaré Palo».

A él le hizo mucha gracia, pero a mí ninguna. No podía evitar encogerme cada vez que lo oía.

—¿Vas a salir así? —me preguntó.

—Sí, ¿por qué? —Llevaba unos vaqueros, un jersey azul y mi abrigo negro y gris, de estilo marinero.

—Estaría bien que te arreglaras un poco de vez en cuando. Danielle siempre va muy sexi, aunque solo sea para un ensayo.

Danielle era la actriz principal de la obra que Matt estaba montando.

—Yo me veo bien.

—Tampoco te pases. Vas aceptable, nada más.

Con el rabillo del ojo vi que Lisa se estaba preparando para soltarle cuatro frescas. Lo agarré por el codo y me lo llevé de allí antes de que hubiera un baño de sangre.

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