Perfect

Perfect


Capítulo 26

Página 29 de 44

CAPÍTULO 26

El cáncer es un punto de inflexión, un dictador y el poderoso mago de Oz, que se presenta en forma de un monstruo que todo lo devora.

Llevaba dos días conviviendo con el diagnóstico. Aún no me lo acababa de creer, pero cada vez que veía la cara de Emily o la de mis padres era imposible no darse cuenta de que era muy real. Tenía hora para hacerme la resonancia magnética al día siguiente, por la mañana, y con el médico por la tarde.

Mi madre se puso en contacto con la universidad y les explicó la situación. Obviamente no iba a poder volver al siguiente semestre, y me daba una rabia horrible. Odiaba que algo que no podía controlar dictara todos mis actos. Tendría que ir a recoger mis cosas antes de empezar el tratamiento.

Y, además, tendría que hablar con Matt y contárselo cara a cara. Estaba en casa de unos amigos hasta la víspera de Navidad, que era cuando salía su vuelo a casa. Noah nos acompañaba para ayudarnos. Mis padres irían con el jeep y Noah y yo iríamos en su camioneta.

Habíamos pasado juntos todo el tiempo posible. No sabía cómo afectaría eso a su relación con Brooke. Nunca tocábamos el tema. De hecho, ni siquiera hablábamos de mi enfermedad. Cada vez que salía en la conversación, él guardaba silencio, pero siempre estaba a mi lado, ayudándome en todo lo que necesitaba.

Sin decir nada, recogimos los objetos que me habían acompañado en mi cortísima carrera universitaria. Lisa no estaba; estaba en Misuri, de vacaciones con su familia. El día anterior habíamos mantenido una conversación telefónica llena de lágrimas por ambas partes. Había prometido venir a visitarme cuando pudiera. Aunque ya no fuera mi compañera de habitación, sabía que seguiría estando en mi vida. A veces conoces a alguien y sabes inmediatamente que esa persona tiene que estar en tu vida. Con Lisa me pasó eso.

Cuando el coche de mis padres estuvo lleno, regresaron a casa. Les dije que Noah y yo volveríamos después de que hablara con Matt. Noah me llevó hasta donde estaba Matt y esperó en el coche a que hablara con él. Le había enviado un mensaje para decirle que estaba allí y que me acercaba un momento a hablar con él.

No sé por qué estaba nerviosa mientras subía la escalera. Cuando llamé a la puerta, esta se abrió inmediatamente. Matt me abrazó como si llevara años sin verme.

—Dios, me alegro mucho de verte —dijo.

—¿Estás bien? —repuse—. Nos vimos hace cuatro días.

—Lo sé, pero te he echado de menos. ¿Es que un hombre no puede echar de menos a su mujer? —preguntó mientras empezaba a besarme el cuello.

—Matt, tenemos que hablar. Debo decirte algo. —Se apartó y me miró con preocupación.

—¿Estás rompiendo conmigo, Palo? Porque en mi defensa diré que estaba colocado y no sabía lo que estaba haciendo.

—¿De qué estás hablando? —Di un paso atrás.

—Cuando alguien dice «Tenemos que hablar», normalmente quiere romper contigo.

—Te acostaste con Danielle, ¿no?

—Pero pensé en ti todo el rato. No fue tan ideal como me imaginaba que sería. Como está tan buena, pensé que sería mejor que…

—¿Mejor que yo?

Me abrazó por la cintura y me susurró al oído:

—No te enfades, Palo. Ya te he dicho que no me gustó. —Volvió a besarme el cuello.

—Tengo cáncer de hueso. Probablemente van a tener que amputarme la pierna y luego me darán quimioterapia. —Le solté a bocajarro.

Él dio un paso atrás y me miró sin expresión. Como no decía nada, pensé que estaba esperando a que terminara de hablar, así que dije:

—Acabo de recoger las cosas de mi habitación. No volveré el semestre que viene.

Durante un rato permaneció en silencio, pasándose la mano por el pelo. Finalmente suspiró hondo y dijo:

—Me han nombrado director de producción en la obra del semestre que viene.

Por un momento pensé que había oído mal. Cuando me había imaginado esa conversación, nunca se me había pasado por la cabeza una reacción parecida.

Me dirigí hacia la puerta. Antes de llegar, oí los pasos de Matt acercándose.

—¡Palo, espera! ¡Me has pillado desprevenido! —Me agarró por el brazo y me dio la vuelta para que lo mirara—. No sabía qué decir. Pensaba que venías a romper conmigo porque te habías enterado de lo de Danielle.

—No me importas lo suficiente como para enfadarme. Y me importa un bledo Danielle. Tengo que irme; Noah me espera en el coche para llevarme a casa.

—¿Te lo estás tirando?

Todavía no me había soltado el brazo. De hecho, me estaba apretando con más fuerza.

—¿Qué? —Traté de liberarme, pero no pude—. Matt, suéltame. Me estás haciendo daño.

—No soy idiota, Amanda. Veo cómo reaccionas cada vez que llama. Y llama muy a menudo. ¿Cuánto tiempo hace que te lo estás tirando?

—Es mi amigo.

Traté de soltarme de nuevo, pero nada, tampoco lo logré.

En los siguientes segundos todo pasó muy deprisa. Una mano agarró a Matt por el cuello y lo clavó contra la pared. En ese instante me soltó el brazo, lo que hizo que me tambaleara. Al alzar la cara, vi que era Noah quien estaba apretando con fuerza el cuello de Matt, que abría mucho la boca tratando de respirar.

—No mola tanto apretar fuerte cuando eres tú al que aprietan, ¿eh, follapitufos? —Noah se apoyó en la mano, cortándole totalmente el paso del aire. A Matt se le empezaban a salir los ojos de las órbitas y la piel se le estaba volviendo azulada—. Piolín, métete en el coche —me ordenó.

—Noah, no puede respirar; no lo mates.

—Métete en el puto coche, ¡ya!

Me volví y salí del apartamento. Desde el pasillo, oí golpes, gruñidos y el ruido de muebles rompiéndose. Poco después, el ruido cesó y Noah salió. Me dio la mano y volvimos juntos a su camioneta.

Abrió la puerta del acompañante y entré. Lo observé mientras caminaba de un lado a otro delante del vehículo, tratando de calmarse. Luego se dirigió a la puerta del conductor. Antes de que entrara, oí dos fuertes golpes. Primero pensé que algo había impactado contra el lateral de la camioneta, pero entonces vi que Noah abría y cerraba el puño, que tenía enrojecido.

—Noah, ¿estás bien?

—¿Te había hecho daño alguna otra vez? —preguntó con los dientes apretados.

No supe qué responderle. Técnicamente, no me había pegado. Bueno, una vez, pero dijo que estaba jugando.

—No, no me ha pegado.

—¿Te ha hecho daño?

—Algunas veces me agarraba del brazo con demasiada fuerza, pero estaba borracho y…

Su pecho subía y bajaba rápidamente cada vez que soltaba el aire por la boca con brusquedad.

—¿Te ha forzado alguna vez? No me mientas.

Dudé unos instantes antes de susurrar:

—Sí.

Noah empezó a golpear el volante sin parar. Luego salió del coche y comenzó a golpear el metal mientras exclamaba «¡Joder, joder, joder!» una y otra vez.

Volvió a montar en la camioneta, la puso en marcha y salió del aparcamiento a toda velocidad. Tenía la frente cubierta de sudor.

—Noah…

Él levantó el índice y gruñó:

—Ahora no puedo hablar.

La hora y media de trayecto hasta casa la pasamos en silencio.

Cuando llegamos, me acompañó a la puerta. Mientras buscaba las llaves, trataba de encontrar algo que decirle, pero no se me ocurría nada.

—Gracias por todo, y siento lo de…

—¿A qué hora es el médico mañana?

—La resonancia a las diez de la mañana, y el médico a las tres de la tarde.

—Vendré a las ocho para ayudarte a descargar las cosas. Tendremos tiempo de sobra para llegar puntuales.

—No hace falta que vengas. Mis padres me acompañarán.

—Ya sé que no hace falta, pero quiero ir. Duerme un poco, nos vemos por la mañana.

Me dio un beso en la frente y se marchó.

Al día siguiente, mi vida empezaría a cambiar. Estaría llena de citas médicas, pruebas y hospitales en vez de clases y fiestas en la universidad. Ya no volvería a ser Amanda Kelly, estudiante de Periodismo; sería Amanda Kelly, paciente con cáncer.

Ir a la siguiente página

Report Page