Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 45

Página 46 de 54

El cuerpo de Lucifer se estrella contra el de Mikhail con tanta violencia, que la onda expansiva del impacto nos lanza lejos de ellos.

El golpe de mi cuerpo contra el suelo me deja sin aliento y, por un segundo, no soy capaz de reaccionar. El cerebro me grita que me mueva lo más pronto posible, pero las extremidades apenas me responden. Estoy segura de que me he roto algo, pero no dejo que eso me impida arrastrarme lejos de donde la batalla se lleva a cabo.

La confusión aún me doblega los sentidos y una decena de preguntas se arremolina en mi cabeza, pero trato de no pensar mucho en ellas. En su lugar, me enfoco en la tarea de apartarme de aquí, y buscar a los niños.

Como puedo, me empujo con los brazos y las piernas para avanzar a gatas tan rápido como la anatomía magullada me lo permite; pero apenas me muevo un par de metros, cuando otra onda expansiva hace que ruede por el concreto. Por acto reflejo, me cubro la cabeza con los brazos y aguardo unos instantes antes de atreverme a echar un vistazo alrededor.

Haru, Radha y Kendrew se han agrupado en un rincón a unos metros de distancia de donde me encuentro, y miran hacia un punto en el cielo con gesto horrorizado y fascinado.

En ese momento, mi cabeza se alza para ver aquello que los perturba de ese modo, y el corazón me da un vuelco cuando veo el espectáculo luminoso y oscuro que tiñe el cielo.

Allá, en la lejanía, Lucifer y Mikhail luchan con fiereza el uno contra el otro. La energía que emanan es tan poderosa que, con cada impacto de sus ataques, la tierra retumba y cruje con violencia.

Es una imagen aterradora e impresionante en partes iguales.

Un gruñido escapa de los labios de Lucifer cuando Mikhail arremete con brutalidad en su contra, pero no se deja intimidar y atesta un golpe brutal contra el chico de los ojos grises.

Alguien grita mi nombre y mi vista se vuelca justo a tiempo para mirar cómo Dinorah y Niara se acercan llevando a cuestas el cuerpo malherido de Rael.

—¡Axel…! —Niara me dice, horrorizada, cuando está lo suficientemente cerca como para que la escuche; pero no logra concretar sus oraciones—: ¡Zianya!

—Lo sé. —Asiento, al tiempo que Dinorah me ayuda a incorporarme y carga parte de mi peso.

Un gemido adolorido se me escapa cuando tira de mí hacia arriba.

—¿Ese de allá arriba es…?

—Sí. —Corto a Niara a mitad de la oración mientras, como podemos, avanzamos en dirección a Haru, Kendrew y Radha.

—¿Qué no se supone que…?

—Sí. —La corto de nuevo y la confusión y el horror tiñen su rostro.

—¿Cómo…?

—Es el elegido. —Es el turno de Rael de interrumpir a la bruja. Tiene los ojos clavados en el cielo, justo en el lugar en el que la brutal batalla entre el Supremo del Averno y aquel que alguna vez fue Miguel Arcángel se lleva a cabo.

—¿El elegido? ¿A qué te refieres con el elegido?

—Para portar la energía del Hades. De Ashrail… —Rael suena vehemente y orgulloso; como si todo este tiempo hubiese esperado a que algo como esto ocurriera—. Mikhail es el nuevo Ángel de la Muerte. Ha sido elegido para portar ese poder. Puedo sentirlo. Lo emana.

Mi cabeza se sacude en una negativa frenética y trato, dentro de la neblina que turba mi cabeza, de seguir lo que está diciendo.

—Pero él murió —balbuceo, sin aliento, incapaz de atar los cabos sueltos que él parece tener bien agarrados.

Los ojos del ángel se clavan en mí y un fuego extraño se apodera de su mirada.

—¿Estás segura de que fue él quien lo hizo? —dice y la confusión dentro de mí incrementa.

—Lo vi morir.

—¿Estás segura de que fue su cuerpo el que pereció? Bess, somos energía y, hasta donde yo sé, había una lucha llevándose a cabo en su interior. Una lucha que no cesaría hasta que una de las dos partes ganara… O ambas partes encontrasen el equilibrio.

—Su corazón dejó de latir. Sus pulmones dejaron de respirar —digo, a pesar de que todo lo que dice Rael ha empezado a tener sentido poco a poco.

—Hay que morir, para vivir. —Es el turno de Dinorah de hablar. Sus ojos están clavados en el cielo, en la impresionante batalla que se lleva acabo sobre nuestras cabezas, y recuerdo vagamente haber escuchado algo de lo que dice en la iglesia cuando era pequeña—. Murió la oscuridad en su interior, no él en su totalidad. Murió todo aquello que lo hacía un demonio y se levantó de nuevo como el Ángel de la Muerte. —Sus ojos se posan en mí y la emoción que veo en sus facciones es abrumadora—. Ese era su destino desde el principio. Por eso, desde que cayó, emanaba una energía extraña. Una mezcla de aquello que no podía unificarse, pero que, de alguna manera, terminó diluyéndose muy bien.

El corazón me va a estallar dentro del pecho, cientos de preguntas comienzan a invadirme y, al mismo tiempo, sé que lo que ellos dicen tiene bastante sentido. Siento los ojos llenos de lágrimas y la cabeza me duele, pero no puedo dejar de mirarlo. No puedo apartar la vista de la impresionante criatura en la que se ha convertido.

—Tenemos que salir de aquí ahora. —La voz de Rael me saca de mis cavilaciones de manera abrupta y mi atención se posa en él de inmediato.

Sus ojos siguen clavados en la batalla campal que se desarrolla allá, en el cielo, pero habla con una determinación férrea.

—No… —Mi voz es apenas un susurro tembloroso.

—No tenemos otra opción, Bess. —Los ojos de Rael se clavan en mí—. No tenemos mucho tiempo. Apenas pudimos quitarnos de encima a los demonios que nos custodiaban, y eso fue porque Haru se cargó a más de la mitad cuando se liberó para auxiliarte. Debemos escapar antes de que sea demasiado tarde.

—No podemos irnos —sacudo la cabeza en una negativa—. No sin él.

—Bess…

—Estoy cansada de huir —lo interrumpo, con un hilo de voz—. Tenemos que hacer algo para detener todo esto. Tenemos que hacerlo ahora.

—Lo lamento, Bess, pero no puedo permitirlo. —Rael me mira con una tristeza infinita, pero la certeza con la que habla no hace más que despertar un destello de enojo en mi interior—. Nos vamos ahora.

Acto seguido, Niara comienza a avanzar llevándolo a cuestas y Dinorah hace lo mismo conmigo. Rael ladra algo en dirección a los niños y los tres se ponen de pie tan pronto como el ángel termina de hablar. Entonces, empiezan a avanzar.

—¡No! —Un grito inhumano truena detrás de nosotros y mis ojos apenas tienen oportunidad de volcarse hacia atrás cuando, sin más, un látigo de energía oscura se estrella a pocos pasos de distancia de nosotros.

Un grito se me construye en la garganta y los hilos de los Estigmas sisean ante el peligro. El corazón me va a estallar del miedo que siento, pero trato de mantenerlo todo a raya. Trato de enfocarme en la pequeña tarea de seguir en movimiento.

Un segundo látigo de energía oscura nos roza por los pelos y, justo cuando estoy girando sobre mi eje, un tercero es dirigido hacia nosotros.

Los Estigmas hacen su camino fuera de mí, pero Mikhail es más rápido que ellos y se interpone, con las alas extendidas, entre el disparo y nosotros.

Su rostro está mirando en nuestra dirección y sus alas —sus impresionantes alas de plumas negras— reciben el poderoso ataque.

Un grito se construye en mi garganta cuando la energía oscura incrementa y empuja a Mikhail ligeramente hacia adelante, de modo que queda tan cerca, que solo tendría que dar un paso para poder tocarlo.

Su rostro está contorsionado debido a la fiereza del ataque, pero sus ojos están clavados en los míos con entereza.

—M-Mikhail… —Apenas puedo pronunciar.

—He tomado mi decisión, Bess —dice, con los dientes apretados y los brazos extendidos; como si necesitase la fuerza de ellos para apoyar la de sus alas—, y acepto absolutamente todas las consecuencias que traerá. —Hace una pequeña pausa y, entonces, su voz se suaviza—. Te elijo a ti. Así tenga que condenarme el resto de mi existencia, te elijo a ti.

Algo se revuelve en mi interior en el instante en el que pronuncia esas palabras. Una llama esperanzada se enciende y parpadea con debilidad, pero ahí está. Ha aparecido y no se apaga. Dudo mucho que pueda hacerlo.

—Así que, ahora, vete —dice, con la voz hecha un nudo de tensión—. Vete, que trataré de encargarme desde aquí.

—No voy a dejarte.

—No voy a permitir que te quedes.

—No quiero perderte —suelto, en un susurro aterrorizado, al tiempo que las lágrimas me asaltan.

Una sonrisa temblorosa se le dibuja en los labios.

—Siempre voy a hallar el modo de encontrarte —dice, y un gruñido se le escapa de los labios cuando el ataque incrementa un poco más—. Vete ya.

Dinorah tira de mí con fuerza para alejarnos de la pelea y, renuente, la sigo tan rápido como puedo.

—Ahora comprendo. —La bruja musita a toda velocidad, pero no suena como si hablase conmigo en realidad—. Entiendo por qué, cuando estabas en peligro, Mikhail podía encontrarte. —Sus ojos se clavan en mí—. Entiendo el motivo, Bess. Mikhail y tú están destinados. Condenados. Ambas cosas.

—¿De qué hablas?

—El deber de Mikhail siempre fue el convertirse en el Ángel de la Muerte. Su caída era necesaria para prepararlo para este momento. Ashrail, incluso, dijo que Mikhail estaba convirtiéndose en algo como él. En una especie de Ángel de la Muerte, ¿no es así?…

Asiento.

—El motivo de esa conexión que comparten, es porque tú eres el Cuarto Sello —dice—. “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven». Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía.” —Me dedica una mirada larga—. Tu conexión con Mikhail radica en el hecho de que él siempre estuvo destinado a convertirse en el Ángel de la Muerte. Aquel que te sigue y te encuentra porque su destino es estar siempre detrás de ti.

Es en ese momento, mientras la escucho hablar y sorteamos los ataques de energía oscura que Mikhail no alcanza a contener, que todo cae en su lugar. Que la respuesta a la eterna pregunta llega a mí.

Por eso siempre hemos tenido una conexión extraña y poderosa. Por eso siempre ha existido entre nosotros una unión que ninguno de los dos es capaz de explicar.

El nudo que tengo en la garganta es casi tan intenso como ese que tengo en el estómago debido al pánico que me embarga.

Rael grita desde la lejanía que nos atrincheremos detrás de una montaña de escombros y así lo hacemos antes de que un estallido salvaje retumbe en todo el lugar. Yo, sin poder evitarlo, me arrodillo y trato de mirar lo que está pasando con Mikhail y Lucifer.

El demonio ha tomado a Mikhail por el cuello y ahora lo empuja con violencia en dirección a la grieta abierta que emana una energía extraña y turbia. El —ahora— Ángel de la Muerte apenas puede extender las alas para impedir que Lucifer lo empuje al interior de la grieta.

Un disparo de energía oscura escapa de las manos del Supremo unos instantes antes de que el cuerpo de Mikhail se introduzca un poco más en el hueco.

—¡Mikhail está tocando la grieta! ¡¿Por qué no le pasa nada?! —grito, histérica, para hacerme oír a través del caos de la guerra que nos rodea.

—Estamos en el campo de energía —Rael explica, al tiempo que suelta un gruñido adolorido—. En el ojo del huracán. Ese pequeño espacio en el que el poder destructivo de la grieta no logra alcanzarte.

Estoy a punto de replicar, cuando un gruñido aterrador escapa de los labios de mi chico de los ojos grises. De inmediato, el pecho se me llena de una sensación horrible. De un presentimiento aterrador y apabullante.

Tengo que hacer algo. Tengo que ayudarle. Tengo que impedir que Lucifer gane e inclinar la balanza hacia el lugar correcto, cueste lo que cueste.

Un puñado de piedras se me asienta en el estómago y mi corazón se salta un latido debido al pánico creciente.

Sé que no hay otra manera. Sé que tiene que ser así, aunque no lo quiera… Y también sé que estoy aterrada por ello.

«No hay otra salida. Tiene que ocurrir ahora. Te has escondido el tiempo suficiente. No tengas miedo. Tienes que confiar», me digo a mí misma y el aliento me falta ante la perspectiva de lo que podía llegar a ocurrir si todo sale mal.

Los Estigmas se revuelven incómodos en mi interior gracias a su debilidad, pero en mi mente ronda una idea aterradora. Una idea que podría no funcionar, pero que es lo único que tengo ahora mismo. Lo único que se me ocurre…

El corazón me late a toda velocidad, la angustia me revuelve las entrañas, pero me las arreglo para tragármelo. Para comprimirlo todo en una bola en mi vientre y, acto seguido, me giro para clavar los ojos en Haru.

Él, en el instante en el que nuestras miradas se encuentran, parece entenderlo y, con una sola mirada, se comunica con sus hermanos adoptivos.

Los oídos me pitan, el corazón me arde y quiero vomitar; sin embargo, no dejo que eso me amedrente y le ordeno a los Estigmas que se deslicen con lentitud fuera de mí y se envuelvan alrededor de a Niara, Rael y Dinorah.

Entonces, cuando los tengo bien afianzados, me detengo, tomo una inspiración profunda y pronuncio:

—Lo lamento mucho.

Acto seguido, tiro de los hilos y las tres figuras se desploman inconscientes en el suelo. En ese momento, me pongo de pie tan rápido como el cuerpo me lo permite, le hago una seña de cabeza a Haru y me echo a correr —o algo por el estilo—, en dirección a la grieta.

Las pisadas apresuradas de los niños me siguen y, cuando logran alcanzarme, me ayudan a avanzar con mayor rapidez.

Llegados a ese punto, Mikhail ha logrado liberarse del impetuoso ataque de Lucifer y ahora luchan a muchísimos metros de altura. Eso nos da algo de tiempo para acercarnos un poco más.

Cuando estoy ahí, lo más cerca que se puede de la luz incandescente, me detengo y barro la vista por todo el lugar.

Estoy rodeada de caos. El mundo a mi alrededor es un borrón inconexo, extraño y sin sentido. La sensación de familiaridad me invade y sé, por sobre todas las cosas, que esto ya lo viví antes.

En un sueño.

En ese entonces no lo comprendía, pero ahora lo hago. Esto era lo que tenía que ocurrir. Así tenían que ser las cosas. Nunca hubo otra manera.

El nudo en mi garganta se aprieta y los ojos se me llenan de lágrimas asustadas. A pesar de eso, me obligo a mantener el mentón alzado y los dientes apretados.

Mikhail grita mi nombre, pero ni siquiera me inmuto. Mantengo la vista clavada en el espectáculo impresionante que es la grieta delante de mis ojos.

El viento me azota en la cara y el Ángel de la Muerte me llama a gritos de nuevo. Una mano diminuta se cierra en la mía y me aprieta hasta que duele. Mis ojos viajan en dirección a la figura pequeña que me estruja los dedos y me encuentro de lleno con la imagen de Radha, sosteniendo la mano de Kendrew con la mano que le queda libre. Kendrew, por su parte, sostiene la mano de Haru, quien tiene la cara manchada de sangre y suciedad y los ojos fijos en el caos que tenemos enfrente.

Mikhail grita mi nombre una vez más y me acuclillo para quedar a la altura de Radha. Ella me mira con aire aterrado y el remordimiento me escuece las venas por tener que someterla a este tormento.

Esta vez, no hay una vocecilla extraña y familiar hablándome al oído. Esta vez, es la propia voz de mi conciencia la que se abre paso hacia el exterior.

«Está bien», me dice y yo lo repito en voz alta:

—Está bien.

«Todo va a estar bien».

—Todo va a estar bien —digo, a pesar de que no tengo la certeza de ello.

Poso la vista en la luz incandescente de la grieta y el corazón se me estruja ante lo que está por ocurrir.

—Solo quiero que ellos estén bien —pido, en un susurro asustado y cierro los ojos unos segundos—. No permitas que nada malo les ocurra.

«Lo estarán», esta vez, la voz que retumba en mi cabeza no es familiar en lo absoluto. Es una tan distinta, que el pulso me da un tropiezo cuando la escucho.

Una exhalación temblorosa se me escapa luego de eso y, presa de un valor momentáneo y efímero, avanzo hacia la luz.

Los ojos de Haru se posan en mí cuando me detengo a una distancia aterradoramente cerca de la grieta y el miedo que veo en su mirada hace que una punzada de culpabilidad se mezcle con la revolución que traigo dentro.

—Yo lo haré —le digo señalándome a mí misma—. Ustedes solo me darán energía.

El ceño de Haru se frunce en confusión.

—Nosotros cerrar —pronuncia y niego con la cabeza.

—Yo la cerraré —digo—. Tú… —Levanto mi mano que sostiene la de Radha—, no te sueltes. Solo ayúdame.

Haru parpadea un par de veces, en clara señal de aturdimiento.

Sé que no ha entendido del todo lo que le he dicho, pero confío en que lo averiguará cuando llegue el momento de la verdad.

Así pues, con este pensamiento en la cabeza, poso la atención en la grieta frente a mí y cierro los ojos.

Acto seguido, le pido a los Estigmas que me ayuden una vez más.

Una última vez.

Ir a la siguiente página

Report Page