Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 46

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La energía debilitada de los Estigmas se revuelve cuando le pido que haga su camino hacia afuera, pero le toma demasiado salir y encontrarse con la superficie.

Al hacerlo, los hilos se entretejen entre sí y se empujan a sí mismos hacia el lugar que les indico.

Las hebras suaves comienzan a posicionarse en cada borde de la inmensa grieta y, de inmediato, soy capaz de percibir la abrumadora energía que emana. Una sensación aplastante me invade en el instante en el que los hilos se afianzan a los límites rotos de lo que alguna vez fue una Línea Ley.

Un ardor extraño que nace en mi vientre comienza a invadirme cuando el poder ancestral que corre a través de la grieta comienza a llegar a mí a través de los hilos que lo envuelven todo.

Un destello de pánico me estruja las entrañas, pero no dejo que eso me detenga. No dejo que acabe con mi determinación y concentro toda mi atención en la luz intensa que me encandila.

«Puedes hacerlo», me insto a mí misma y el aliento me falta.

El temblor de mis manos es incontenible, pero me obligo a plantarme con toda la entereza que puedo. Entonces, pese a mi debilidad, tiro de ellos.

Un estallido de poder me azota cuando la energía de la grieta comienza a doblarse, y la tierra debajo de nuestros pies se estremece. Un grito se construye en mi garganta cuando los Estigmas le demandan más energía a mi cuerpo, y caigo de rodillas sobre el suelo porque no soy capaz de contener el dolor insoportable que me invade.

Las heridas en mis muñecas sangran como nunca, siento la espalda hecha jirones y creo que voy a desmayarme.

Haru, de inmediato, se pone en guardia; listo para utilizar su poder para ayudarme; sin embargo, los hilos de mis Estigmas se envuelven a su alrededor y se tensan un poco para impedírselo. En ese instante, sus ojos confundidos se clavan en mí

—¡No! —Apenas logro arrancar de mis labios.

Aprieta la mandíbula.

Acto seguido, y para mostrarle qué es lo que busco en realidad de él, le ordeno a los Estigmas que, con suavidad, tomen un poco de su energía.

El entendimiento surca las facciones del chiquillo y, luego de eso, dice algo en dirección a Kendrew y Radha. Ambos, al escucharlo, me miran horrorizados.

Haru me observa durante un largo momento, como si entendiese a la perfección qué es lo que pretendo, y un músculo se salta en su mandíbula debido a la fuerza con la que cierra la boca. Pese a todo eso, traga duro, toma a sus hermanos adoptivos de la mano y se pone manos a la obra.

Al principio, apenas soy capaz de percibirlos, pero luego de unos instantes lo consigo.

Algo se envuelve alrededor de los hilos de mis Estigmas. Una energía familiar y cálida comienza a enredarse con el turbulento poder que llevo conmigo y se aferran a él con firmeza.

Un disparo de energía entra en mi cuerpo a través de la atadura que el niño —casi adolescente— acaba de crear.

El corazón me late a toda marcha, la vista se me nubla debido a lo cerca que estoy de perder la consciencia, y todo dentro de mí es espasmos y temblores incontrolables. Los Estigmas gritan por el esfuerzo que hacen y la grieta cruje bajo las demandas de la energía que los niños me proveen.

La tierra se sacude hasta los cimientos.

Alguien grita mi nombre.

Un grito antinatural me abandona los labios, pero no se siente como si fuese yo quien lo emitiera.

La luz se vuelve cada vez más incandescente y solo quiero gritarle a Haru que se aleje. Creo que lo hago, pero no estoy segura.

La grieta chilla y se moldea según la voluntad del poder destructivo que llevo dentro, y me desplomo en el suelo cuando siento cómo el hueco comienza a cerrarse.

Algo se estrella contra el borde de la grieta y un disparo de poder oscuro y siniestro lo invade todo.

Trata de llegar a los hilos de mis Estigmas.

En ese momento —y como puedo—, alzo la vista para encontrarme de lleno con la imagen de Mikhail, sosteniendo a Lucifer contra el borde de la grieta luminosa.

Sé, de inmediato, qué es lo que trata de hacer y, haciendo acopio del último soplo de control que me queda, tiro del borde de la grieta para cerrarla cuanto antes.

—¡Bess! —La voz de Mikhail llega a mí en un grito lejano—. ¡Ahora!

En ese momento, carga hacia adelante con tanta violencia, que el cuerpo de Lucifer es expulsado hacia el interior de la grieta.

Un grito inhumano se me escapa. La tierra se estremece con intensidad. La luz se intensifica. El vientre me duele. La cabeza me da vueltas. No puedo respirar…

…Y el enorme agujero se cierra.

Un estallido lanza mi cuerpo lejos del lugar en el que la fisura se encontraba y caigo en el suelo como si fuese solo un trozo de tela. Una muñeca de trapo arrumbada por un niño descuidado.

El cielo está teñido de tonalidades púrpuras y hay estrellas en él.

Un pitido constante me invade la audición y todo es un borrón inconexo.

Una figura sobrevuela encima de mi cabeza, pero he dejado de prestarle atención. He dejado de mirarla porque aquí está mi madre. Aquí está mi padre. Aquí están Freya y Jodie.

Mis ojos se llenan de lágrimas y parpadeo un par de veces solo para comprobar que realmente están aquí. Que realmente son Dahlia y Nate quienes han aparecido en mi campo de visión, y que son Jasiel y Daialee quienes me sonríen y me miran con orgullo.

«Se acabó, Bess», susurra una voz desconocida en mi cabeza, pero que me trae una paz que jamás había experimentado. «Todo acabó ahora».

Entonces, todo se vuelve… negro.

Blanco.

Todo, en su totalidad, es blanco.

El suelo inmaculado, la inmensidad del vacío luminoso que me rodea… Absolutamente todo aquí es vacío. Plenitud. Ambas cosas al mismo tiempo.

Conozco este espacio. Lo visité muchas veces en mis sueños, cuando hablaba con Daialee; sin embargo, ahora se siente distinto. Como si se tratase de otro lugar. Uno especialmente hecho para mí.

Estoy parada al centro de todo y ya no hay dolor. No hay malestar. No hay angustia. No hay otra cosa más que una tranquilizadora sensación de paz.

Giro sobre mi eje con lentitud para tener un vistazo de la estancia, pero aquí no hay nada. Solo un espacio grande e interminable.

Es en ese momento, cuando estoy a punto de terminar de girar en redondo, que la escucho.

Es una voz tan dulce y cálida, que el corazón se me estruja y un nudo se forma en mi garganta tan pronto como la reconozco.

—Cariño, lo hiciste muy bien. —Mi madre pronuncia y su voz reverbera en cada rincón—. Hiciste lo que tenías que hacer.

—Mamá… —Apenas puedo pronunciar.

—Estamos muy orgullosos de ti —continúa, y las lágrimas que se me escapan son de alivio y liberación—. Siempre supe que podrías hacerlo, mi amor. Ahora puedes descansar. Se ha terminado todo.

El entendimiento me llena el cuerpo tan pronto como sus palabras me llegan a los oídos y, pese a lo que creí que haría… sonrío. Sonrío y me enjugo las lágrimas.

Se acabó.

Por fin se terminó.

Cerré la grieta y ahora estoy aquí, lista para irme.

—De acuerdo —digo, al tiempo que asiento—. Estoy lista para irme ahora. Solo… —Hago una pequeña pausa, a sabiendas de que quizás estoy pidiendo demasiado—. Solo me gustaría poder despedirme… de él.

Silencio.

—Está bien. —La voz de mi mamá suena tranquila y serena cuando habla—. El Creador ha dicho que te lo mereces.

Una espiral de energía comienza a formarse a unos cuantos pasos de distancia de donde me encuentro y, poco a poco, se expande hasta formar una especie de agujero negro. Un hueco lo suficientemente grande como para caber en él.

De manera inevitable, se me forma un nudo en el estómago ante la perspectiva de verlo una vez más; pero me digo a mí misma que no tengo tiempo para sentirme nerviosa. Que esta es la última vez que voy a tener la oportunidad de verlo a la cara y que no puedo desperdiciarla.

Mis pasos hacia el agujero son lentos pero decididos, y me llevan hasta el lugar indicado más rápido de lo que espero.

El pulso me late con fuerza detrás de las orejas y me pregunto cómo es posible que sea capaz de provocarme esto incluso en este plano.

Mis ojos están llenos de lágrimas sin derramar y tengo el corazón hecho un nudo de emociones; pero a pesar del mar de sensaciones que amenaza con ahogarme, me planto delante de la espiral.

Líquido turbio y claro me refleja el rostro, como si se tratase de un espejo, y espero durante unos largos instantes antes de que, poco a poco, la imagen empiece a transformarse.

Con lentitud, las facciones femeninas de mi rostro son reemplazadas por unas más duras. Angulosas. Oblicuas…

El rostro de Mikhail se dibuja del otro lado de la espiral y a él le sigue su anatomía. Está muy lejos de aquí. Tan lejos, que cuando trato de introducir la mano para tocarle, mis dedos se encuentran solo con el aire.

—Bess… —Él pronuncia, en el instante en el que se percata de mi presencia y la angustia en su voz me provoca una punzada de dolor.

Sé que esto está doliéndole. Sé que esto lo está torturando como nunca nada lo había hecho.

—¿Se acabó? —inquiero, con un hilo de voz, solo porque necesito que me lo confirme él mismo. Mientras espero por su respuesta, un par de lágrimas traicioneras me abandonan.

Él, con la mandíbula apretada, asiente.

—Todo acabó, Cielo. —Una sonrisa temblorosa se dibuja en sus labios—. Lo conseguiste.

Es mi turno de sonreír, con todo y las lágrimas que me caen a raudales por las mejillas.

—Tengo que irme —digo, al cabo de unos instantes—, pero no quería marcharme sin decirte… —Me quedo sin aliento y me trago un sollozo—. Sin decirte que te amo.

No me atrevo a apostar, pero creo haber visto una lágrima deslizándose por una de sus mejillas.

—También te amo, Cielo.

—No sabes cuán agradecida estoy contigo por todo lo que hiciste por mí todo este tiempo —digo, porque no quiero quedarme con las ganas de hacerlo—. Jamás voy a poder retribuirte tanto; es por eso que espero que el Creador te dé la vida que te mereces. Que te devuelva ese lugar que siempre te ha pertenecido y que seas tan feliz como sea posible.

—Mi lugar está contigo, Bess —dice, y el dolor que escucho en su tono hace que las lágrimas incrementen.

—Y el mío contigo —digo, porque es cierto—. De alguna manera, siempre buscaré el modo de encontrarte. De hacerte saber que aquí estoy. Contigo. Siempre. Hasta que tú me lo permitas.

—No quiero perderte. —Su voz se quiebra y un par de lágrimas más se le escapan.

—No me has perdido. —Le aseguro—. Nunca lo harás. Estamos atados, ¿recuerdas?…

Mi sonrisa se ensancha un poco más y el silencio le sigue a mis palabras.

—Voy a estar bien —pronuncio en voz baja, pero no sé si eso es algo que él quiera escuchar—. Lo sabes, ¿no es así?

—Estoy dispuesto a todo por ti, Bess Marshall —dice, con una entereza que me eriza los vellos del cuerpo—. Lo sabes, ¿cierto? —Hace una pequeña pausa—. Solo… Solo necesito, antes de que suceda cualquier cosa, que sepas que te amo. Que siempre voy a amarte. El resto de mi existencia. El resto de mi eternidad. Eres mi cielo. El lugar que yo he elegido como mi paraíso, y siempre será de esa manera. Lo sabes, ¿verdad?

—Mikhail…

—Mi mundo entero volvió a tener sentido en el instante en el que apareciste en mi camino. —Me corta—. Y no quiero quedarme con las ganas de hacértelo saber, Cielo. Te amo. Te amo y te amaré hasta que el mundo deje de existir.

Mi boca se abre para replicar, pero la voz de mi madre me interrumpe:

—Es hora —pronuncia, y una oleada de tristeza inmensa me embarga.

Esta vez, el llanto que se me escapa es intenso e incontenible.

Un sollozo brota de mi garganta sin que pueda detenerlo, y cierro los ojos ante la sensación cálida y fría que me invade.

—Te voy a echar mucho de menos —susurro, al tiempo que lo encaro.

Su mano se estira, como si tratase de alcanzarme, y el gesto me rompe en mil pedazos.

—Yo te echaré de menos aún más. —Me asegura, con la voz enronquecida por las emociones.

—Gracias, Mikhail, por todo.

—Gracias a ti, Cielo, por existir.

En ese momento, la imagen en el espiral se diluye.

Y así, sin más… Mikhail desaparece.

El llanto que se desliza por mis mejillas es incontenible, pero la paz que siento en el pecho es grande, poderosa y abrumadora.

—Bess… —Alguien dice a mis espaldas y me giro justo a tiempo para encontrarme de frente con el rostro amable y dulce de mi madre.

Lleva un vestido veraniego y una sonrisa radiante en el rostro.

—Mamá… —digo, en medio de un sollozo y me aferro a ella.

Sus brazos se envuelven a mi alrededor con dulzura y delicadeza, y me aparta el cabello de la cara.

—Ya pasó, cariño —murmura, con suavidad—. Es hora de irnos.

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