Pandemónium

Pandemónium


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Sus ojos están clavados en la multitud de personas que, de manera desordenada, hacen una fila delante de las tropas de rangos menores.

Soldados de la Legión están encargándose de darles provisiones a todos los refugiados del interior de la ciudad y su vista recorre cada rostro de aquella hilera con una lentitud tan tortuosa que le hace sentir ridículo. Absurdo ante ese hábito desagradable y desesperado que ha adquirido con el paso de las semanas.

Pese a eso, no deja de hacerlo. No deja de buscarla entre la gente, porque, a pesar de que no lo recuerda, él sí que sabe quién es ella y qué es lo que hace en ese lugar.

Aquel que alguna vez fue nada más y nada menos que Miguel Arcángel busca entre la gente a la chiquilla por la que se enfrentó a todo, y que ahora no recuerda absolutamente nada porque él así lo quiso. Porque ese fue el precio que tuvo que pagar para traerla de vuelta.

Todavía siente los recuerdos de ese día como si formaran parte de un extraño sueño. De un doloroso instante que aún no logra comprender del todo, pero que está ahí, quemando en la parte posterior de su cabeza cada segundo del día. Torturándolo hasta sus límites.

Todavía es capaz de recordar a la perfección lo que sintió al ver a la chica desplomada en el suelo, luego de que empujara el cuerpo de Lucifer a través de la grieta. Incluso, aún es capaz de sentir el peso de su cuerpo entre sus brazos, de cuando la acunó contra su pecho y gritó su nombre en medio de lágrimas desesperadas. De alguna manera, aún es capaz de sentir la tibieza de su piel, el aroma de su cabello y la languidez de sus extremidades.

Mikhail creyó que conocía el dolor más brutal del universo, pero no fue hasta que tuvo el cuerpo inerte de Bess Marshall entre los brazos que se dio cuenta de que no tenía idea de lo que era el sufrimiento.

El resto de lo que pasó fue como un borrón para él. Recuerda que le gritó al Creador, enfurecido por lo que le hizo. Recuerda, también, que le rogó por verla de nuevo. Que amenazó con renunciar a todo si no tenía oportunidad de volver a verla.

De su mente, también es capaz de evocar una memoria sobre ella, a través de una espiral de energía. Un portal que les permitió verse, pero no tocarse.

Sabe que pudo hablarle y que, ahí, en ese momento, tomó la decisión. Así que, cuando ella desapareció una vez más, él se aprovechó de su posición de Ángel de la Muerte y le habló al Creador.

Le pidió por ella. Le rogó que la trajera de regreso, porque la chica no lo merecía. Porque Bess merece una vida larga, pacífica y tranquila. Porque hizo demasiado por la causa y, de no haber sido por ella, nada de esto habría salido tan bien como lo hizo.

Después de todo, fue esa diminuta humana quien cerró la grieta más grande al Inframundo. Fue quien, con ayuda de Mikhail, desterró a Lucifer a sus tierras oscuras muy debilitado por la batalla campal que tuvo con el ahora Ángel de la Muerte.

Esa noche, ahí, en medio de la lucha entre el Cielo y el Infierno, Miguel negoció con el mismísimo Creador por la vida de Bess.

Renunció a ella con tal de que pudiese volver. De que tuviera la oportunidad de vivir esa vida que él siempre quiso darle.

El Creador, ante el acto desinteresado de Mikhail, accedió y la trajo de regreso. La trajo de vuelta, bajo la condición de que perdería todos sus recuerdos sobre él y su historia juntos.

Mikhail, porque la ama, accedió a ello.

Desde entonces, sus días en la ciudad en ruinas se han convertido en un martirio interminable. Uno en el que solo es capaz de mirarla desde la lejanía, y rogarle al cielo que lo esté llevando todo bien.

Bess Marshall no recuerda absolutamente nada sobre él. No sabe quién es Rael. Mucho menos es capaz de reconocer a Niara. Ni hablar de recordar a Dinorah, quien, durante la batalla, enfrentó a su hermana, Zianya, por haberlos traicionado, y pereció al estar atada a ella.

Para Bess, es como si los últimos cinco años hubiesen pasado en una realidad alterna. Una que le es ajena y de la que no es capaz de recordar nada.

Los espacios en blanco, como la muerte de su tía y su prometido, han sido modificados en su memoria y, para ella, han fallecido en el estallido del edificio en el que vivían debido a una fuga de gas.

Todo lo que alguna vez unió al Ángel de la Muerte con la chica, ha desaparecido para ella, y eso, a pesar de que fue una decisión que él mismo tomó, lo mata poco a poco.

—Mikhail —la voz ronca de Rael le llena los oídos y, de inmediato, se gira para encararlo. Durante unos instantes, se siente avergonzado. Torpe ante la idea de haber sido descubierto buscándola una vez más—, tenemos un problema.

El ceño de Mikhail se frunce un poco.

Desde que lograron controlar la plaga de posesiones y criaturas infernales en el mundo gracias a que Bess cerró la grieta más grande, los problemas son cada vez menos frecuentes.

Ahora, todas las energías están puestas en ayudar a los supervivientes lo más posible hasta que lleguen las órdenes definitivas del Creador. Al parecer, todo aquello del apocalipsis premeditado, fue parte también del plan orquestado por Rafael Arcángel y Lucifer; es por eso que ahora esperan las instrucciones necesarias para reparar la situación.

Lo cierto es, que el mundo, después de esto, jamás volverá a ser igual. Los humanos han descubierto la existencia del mundo energético, y es algo que los marcará para siempre.

—¿Qué ocurre? —El Ángel de la Muerte inquiere, al tiempo que trata de enfocarse en el soldado que, no solo ha recuperado sus alas —un regalo del Creador—, sino que se ha convertido en su mano derecha.

Rael, incierto, mira hacia todos lados y se muerde el interior de la mejilla.

Luego, tira de Mikhail y lo aparta del resto de los ángeles. Luego, se inclina hacia adelante y dice, en un susurro entre dientes:

—Dice Hank que ya se dio cuenta.

—¿Quién ya se dio cuenta de qué? —La confusión en Mikhail incrementa, pero no deja de sacarle de balance la manera en la que Rael habla sobre el hijo del comandante Saint Clair.

No hace mucho tiempo, ese chaval impertinente le había ayudado a escapar de un asentamiento hostil y violento. El saber que sobrevivió —no sin antes pagar el precio de tener que cargar con la muerte de su padre en sus propias manos—, le provoca una sensación de paz indescriptible.

Después de todo, Hank no es una mala persona. Solo es eso… una persona. Con todo lo bueno y lo malo que eso implique.

Le habría encantado poder decir lo mismo respecto a la doctora Harper. Ella, lamentablemente, fue asesinada a manos de Lucifer al oponer resistencia cuando se llevaron a los niños.

—Bess. —Rael lo trae de vuelta al aquí y al ahora, y abre los ojos como platos mientras cabecea, como quien trata de decir algo solo con la mirada para no tener que decirlo en voz alta.

—Rael, no te entiendo un carajo. ¿Quieres hablar claro de una maldita vez?

—Hank dice que Bess le pidió una prueba de embarazo a una de las doctoras voluntarias. —El ángel pronuncia en voz baja, pero para Mikhail se siente como si lo hubiese gritado a todo pulmón.

La sangre del cuerpo se le agolpa en los pies en el momento en el que el ángel termina de hablar y sus ojos se cierran con fuerza.

Había temido por ese momento desde el instante en el que se dio cuenta él mismo al sentir la energía abrumadora que expedía de ella. De su vientre.

No había querido pensar demasiado en ello. Pensaba que tendría más tiempo para asimilarlo antes de que algo como esto ocurriera.

Lo cierto es que nadie esperaba que esto pasara. Nadie, ni en sus más remotos pensamientos, imaginó que aquella noche que compartió con Bess por última vez, traería esto como consecuencia.

La verdad de las cosas es que Bess Marshall espera un hijo suyo. Una criatura que, al ser el producto de un ser divino —y demoníaco— y una chica que había sido destinada para portar en la sangre el apocalipsis mismo, fue capaz de mantenerla con vida luego de que él murió a causa del poderoso veneno que le llenaba las venas.

Un bebé cuya naturaleza es tan peculiar y única, que la hizo fuerte cuando se enfrentó a Lucifer y le proporcionó la resistencia suficiente como para hacerla soportar hasta que la grieta fue cerrada en su totalidad.

La criatura que Bess lleva en el vientre, es una muy poderosa. Una que podría poner en peligro el equilibrio del universo como se le conoce; sin embargo, nadie es capaz de decirlo en voz alta. Al menos, no todavía.

Una palabrota escapa de los labios de Mikhail luego de que Rael pronuncia aquello, y se frota la cara con una mano antes de dejar escapar un suspiro largo.

—¿Qué le han dicho? —pregunta.

—Que tratarán de conseguirle una los próximos días. —Rael suspira—. ¿Qué planeas hacer? Es obvio que ese bebé no puede quedarse con ella. No va a saber cómo lidiar con él.

—No voy a alejarlo de ella, si eso es lo que tratas de insinuar —Mikhail espeta, irritado ante la sugerencia de su subordinado.

—¿Y si el Creador te lo pide?

—Rael… —La advertencia en el tono de Ángel de la Muerte es palpable.

Lo cierto es que aún no sabe qué pasará el día que el Creador se dé cuenta de lo que ha pasado. Espera que nunca tenga que averiguarlo, porque, si no, estarán en muchos problemas.

El ángel está a punto de replicar, cuando la voz de Gabrielle interrumpe su discusión susurrada aclarándose la garganta.

De inmediato, ambos se giran para encararla y la confusión los invade cuando notan la bandeja de comida que lleva entre los dedos.

La nueva cicatriz que surca su mejilla derecha —provocada por las batallas que tuvo que liderar en ausencia de Mikhail— le da un aspecto salvaje y atractivo; sin embargo, no es eso lo que los deja sin habla. Es el hecho de que carga comida humana lo que lo hace.

Gabrielle Arcángel nunca ha probado un solo bocado de los alimentos que consumen los humanos.

—Lamento interrumpir —dice, al tiempo que esboza una sonrisa sabionda—, pero necesito hablar contigo, Mikhail. Tengo un mensaje para ti. Es del Creador.

Inevitablemente, su corazón se salta un latido, pero se las arregla para asentir y despedir a Rael con una mirada.

Gabrielle hace un gesto que indica que quiere que empiecen a moverse y Mikhail la sigue, sin fijarse demasiado hacia donde se dirigen.

—¿Por qué el Creador no se contactó conmigo de manera directa? —inquiere y ella se encoge de hombros.

—No lo sé —dice, pero su sonrisa se ensancha—, pero ha dicho que es urgente.

La confusión incrementa dentro del Ángel de la Muerte.

—¿Qué dijo? ¿Qué mensaje me ha enviado? —Mikhail insta, con impaciencia.

En ese momento, Gabrielle se detiene, se gira para encararlo, pone la bandeja de comida entre sus dedos y lo gira, de modo que queda de frente a la fila de gente que espera por un plato de comida.

En la lejanía, es capaz de ver a Niara y a Rael, quien se acerca y envuelve un brazo alrededor de la cintura de la chica. Al parecer, a ninguno de los dos les importa guardar las apariencias acerca de lo que tienen el uno con el otro —a pesar de que está prohibido— y, junto a ellos, es capaz de ver a Haru, Kendrew y Radha jugueteando y riéndose a carcajadas.

Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios cuando los mira así de familiares los unos con los otros y no puede dejar de preguntarse qué pasará con ellos si no logran localizar a sus respectivas familias. O, peor, qué pasará si sí las localizan y ellos no quieren separarse.

Un suspiro largo se le escapa, pero decide que, por lo pronto, no se preocupará por ello. Cuando llegue el momento, sabrá qué hacer.

La hilera atiborrada de personas se mueve. La atención de Mikhail se posa en ella y, en ese momento, pese al hilo abrumador y turbio de sus pensamientos, la mira…

Su cabello está un poco más largo, de modo que se enrosca de manera graciosa por debajo de su mandíbula. Lleva puesto unos pantalones de chándal y una remera que le va grande, y charla con una chica afroamericana a la que le toma unos segundos reconocer como Emily, su mejor amiga del bachillerato. Al parecer, ese fue un regalo adicional del Creador para su chica de la piel de estrellas. Le regresó una cara familiar. Una amiga que la aprecia como si fuese su hermana.

El corazón se le estruja en el pecho al verla sonreír y tiene que reprimir las ganas inmensas que tiene de acortar la distancia que los separa y abrazarla.

Bess lo observa. Sus ojos castaños se clavan en él y comienza a avanzar hacia donde se encuentra.

El estómago de quien alguna vez fue un demonio se revuelve con intensidad y quiere golpearse por ello.

La chica se detiene. Clava su vista en él y luego en la bandeja que sostiene entre los dedos. Está esperando a que se la dé.

Mikhail así lo hace.

Sus dedos se rozan al intercambiar la charola y ella, sin siquiera dedicarle una segunda mirada, se da la media vuelta y avanza hacia su amiga, quien la espera con su propia comida a pocos metros.

En ese momento, Gabrielle se para sobre sus puntas, apoya las manos sobre los hombros del Ángel de la Muerte y se inclina hacia adelante.

—El Creador me pidió que te dijera. —Le susurra al oído—: Que lo disfrutes mucho. Que te lo has ganado.

Mikhail se gira sobre sus talones y la encara, con el ceño fruncido.

—¿Qué demonios…?

—Mikhail… —La dulce voz a sus espaldas le provoca un escalofrío y el corazón se le estruja con violencia.

Gabrielle sonríe, radiante.

—Dijo algo así como: «El tiempo que dure. Conservando él su naturaleza y ella la suya» —Le guiña un ojo.

—¡Mikhail! —Bess pronuncia, a sus espaldas y él, todavía confundido, se gira sobre su eje con lentitud.

Lágrimas pesadas y gruesas invaden los ojos de la chica y está ahí, de pie, con la bandeja de comida volcada en el suelo y los puños apretados.

En ese instante, las piezas caen en su lugar. El entendimiento lo azota y se da cuenta de lo que está pasando.

Ella lo recuerda.

Sabe quién es.

—¡Bess! —Apenas puede pronunciar y ella se abalanza sobre él. Acorta la distancia que los separa y se aferra a su cuello con fuerza.

Mikhail está listo para atraparla en el aire cuando salta a sus brazos y le estruja con violencia.

Un balbuceo ininteligible se le escapa de los labios y él hunde una mano entre las hebras desordenadas de su cabello.

—Bess, Bess, Bess… —Su nombre se le escapa como si de una plegaria se tratase, y ella lloriquea algo que no es capaz de entender.

Un beso feroz es arrancado de sus labios cuando Bess, sin importarle que haya un millar de personas mirándolos, le busca la boca y él, gustoso, le corresponde el gesto.

—Te recuerdo. —Ella susurra contra sus labios y un nudo se le aprieta en la garganta—. Te recuerdo, Mikhail.

—Lo sé, Cielo. —Él susurra de vuelta, sin dejar de besarla—. Y no tengo intención alguna de permitir que vuelvas a olvidarme.

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