Pandemónium

Pandemónium


Iskandar

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La cálida luz que emite la lámpara del buró junto a la cama que comparto con Mikhail, es lo único que ilumina la habitación.

La noche ha caído hace un buen rato ya, pero las visitas apenas terminaron de marcharse a sus respectivos hogares.

Si puedo ser honesta, lo último que quería era tener un babyshower, pero Ems está de visita en casa una temporada y se empeñó en organizarlo. No tuve el corazón de decirle que no. Vino desde tan lejos y arregló las cosas en su trabajo para poder trabajar desde aquí durante un par de meses y ayudarme luego del parto. Por supuesto que no pude negarme cuando sugirió la posibilidad de organizar algo así.

Ahora que lo veo en retrospectiva, no puedo dejar de agradecer que lo haya hecho. Hacía muchísimo tiempo que no pasaba una tarde tan amena en compañía de la gente que quiero.

Nadie faltó. Incluso, Gabrielle y Hank hicieron acto de presencia vestidos como la gente civilizada; y, pese a que no éramos demasiados, lo pasamos increíble y trajeron detalles preciosos para el bebé.

—Ven aquí… —La voz ronca de Mikhail me saca del ensimismamiento en un abrir y cerrar de ojos, pero me toma unos instantes más espabilar y posar la atención en él a través del reflejo en el espejo. Se encuentra recostado en la cama, mientras que yo estoy sentada en el banquillo frente al tocador.

Desde esta perspectiva, soy capaz de tener un vistazo del espectacular hombre medio desnudo con el que comparto la cama, la ducha y todo lo demás.

Le regalo una sonrisa suave y dejo el cepillo con el cual me peinaba el cabello sobre el tocador antes de girarme para encararlo.

Todavía llevo puesto el vestido de invierno que elegí para hoy, pero ya me he deshecho de las botas y las medias gruesas que me cubrían las piernas. También, me he encargado de despeinar el moño con el que intenté ponerle orden a mi melena alborotada.

—Quiero tomar una ducha. —Le digo, al tiempo que esbozo un puchero ridículo.

—Vas a resfriarte. Está haciendo frío. La tomas mañana. —Me reprime, pero lleva una sonrisa sugerente en los labios—. ¿Por qué mejor no vienes aquí e intentamos dormir un poco?

La expresión que lleva en los labios no promete, para nada, una noche de sueño reparador.

Es mi turno de sonreírle.

—¿Estás tratando de seducirme, Mikhail? ¿Luego de darme esta barriga que apenas me permite moverme? —bromeo al tiempo que me levanto y avanzo con lentitud hacia la cama—. ¿Crees que voy a dejar que me toques luego de esto?

Me trepo sobre el colchón con toda la gracia que el bulto que llevo en el estómago me permite, para luego instalarme a horcajadas sobre él.

Para ese momento, estoy sin aliento y agotada, pero me las arreglo para regalarle mi mirada más sugerente.

—Pues estás en todo lo correcto. Por supuesto que voy a dejar que me toques —digo, para luego, añadir—: Las veces que quieras.

Una carcajada ronca se le escapa antes de que se incline para besarme el cuello.

—Ah, ¿sí? —murmura contra mi oreja, y el aliento se me atasca en la garganta.

No soy capaz de responder. Me quedo callada mientras absorbo el contacto suave de sus labios contra el punto en el que la mandíbula se une con el cuello.

—¿Has pensado en algo de lo que nos dijeron hoy? —inquiere, dejando una estela de besos a lo largo de mi cuello, pero no logro entender a qué se refiere.

—¿Acerca de…?

—El nombre que le daremos.

Me aparto para que deje de besarme y así pueda enfocarme en lo que dice.

Me mojo los labios.

Lo cierto es que no habíamos hablado sobre ello. Sobre el nombre que le daremos a nuestro hijo. Desde un principio había dado por sentado que se llamaría como él: Mikhail. O, Miguel.

Hoy, sin embargo, al escucharlo decir abiertamente que le gustaría que nuestro pequeño tuviese su propio nombre, no uno heredado, todo cambió de perspectiva.

No había buscado nombres ni nada por el estilo porque creí que todo estaba claro; pero, con esto, ahora no tengo idea de qué diablos haremos.

—Nos sugirieron nombres muy bonitos —digo, porque no sé qué otra cosa comentar.

—Pero, ¿a ti? ¿Cuál te gusta? —inquiere, suave y calmado.

Me muerdo el labio inferior.

—¿Honestamente? No me había puesto a pensar en eso. Había dado por sentado que se iba a llamar… bueno… tú sabes.

Él asiente, comprensivo, y me regala una sonrisa tranquilizadora.

—Yo tengo uno en mente, desde hace mucho tiempo… —dice, y pocas veces luce así de dubitativo. De… tímido—. Pero, no sé si te guste.

Asiento, para instarlo a que continúe hablando.

—Si no te agrada puedes decirlo con toda confianza —pronuncia, para luego añadir—: Es solo una sugerencia, pero estoy abierto a lo que tú…

—Mikhail —lo interrumpo—, solo… dilo.

—Iskandar.

—Iskandar. —Pruebo el nombre, fascinada de la sensación cálida que me provoca en el pecho.

Asiente.

—Tiene origen griego. Significa «Defensor de la humanidad».

Arqueo una ceja, pero la sonrisa que tira de las comisuras de mis labios lo dice todo.

—Bastante apropiado, ¿no lo crees? —bromeo y Mikhail sonríe.

—Desde que hablé con El Creador, no puedo dejar de pensar en que es un nombre adecuado. Fuerte. Como él.

La manera en la que habla del pequeño que llevo en el vientre hace que el pecho me duela debido a la cantidad de emociones —todas dulces— que me embargan.

—Iskandar… —digo, una vez más, al tiempo que me froto la barriga y sonrío un poco más—. Me encanta.

—¿De verdad? —Mikhail luce aliviado. Feliz.

—Lo digo en serio. —Asiento—. Creo que es perfecto para él.

—Yo también lo creo. —Las manos grandes de Mikhail se posan en mi estómago, en un gesto posesivo y familiar.

—¿Qué hay del apellido? —inquiero, embelesada con la imagen de él, inclinado para besarme en el estómago—. Deberá tener uno y Marshall no suena muy apropiado para él.

El demonio debajo de mí se incorpora y me acomoda el cabello detrás de las orejas.

—Marshall es maravilloso —Mikhail me corta, al tiempo que deposita un beso casto sobre mis labios.

Hago un mohín.

—¿Es en serio? ¿Iskandar Marshall? —Hago una mueca de desagrado—. Además, en el registro civil su padre deberá tener un apellido. No puede solo… no tenerlo.

Mikhail suspira.

—¿Qué te parece… Knight?

Lo pienso unos instantes.

—Iskandar Knight —pruebo, en voz alta.

—A mí me gusta. —Mikhail se encoge de hombros—. Y puedo utilizarlo para mí mismo cuando sea necesario.

Sonrío.

—A mí también me gusta —concuerdo y me inclino para besarlo.

—La familia Knight —musita, como si no pudiese con la posibilidad de tener una familia.

Si puedo ser sincera, yo tampoco lo hago.

—Nuestra familia, amor —susurro, mientras me inclino para besarlo. Él me corresponde de inmediato.

—Nuestra familia, Cielo —dice, contra mi boca y el corazón se me hincha de esta maravillosa sensación que solo él puede provocarme.

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