Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 5

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—Déjenme ver si entendí —Axel dice, en un susurro bajo, mientras nos alejamos a paso rápido de la casa en la que habitamos—. ¿Estamos haciendo esto a escondidas de las cucarachas que brillan?

El sonido de nuestras pisadas sobre la hierba crecida en los patios traseros de los vecinos, es el único ruido que acompaña nuestra caminata silenciosa.

Barro la vista por la extensión de terreno con aire nervioso, para asegurarme de que nadie nos escucha —o nos sigue— y, luego de eso, asiento.

Las cejas del íncubo se disparan al cielo y noto como trata de ocultar una sonrisa burlona a pesar de la oscuridad que nos rodea.

—No sé por qué esto me fascina, pero lo hace —dice, al tiempo que hace ademán de aplaudir de la emoción.

Niara, quien luce como si pudiese vomitar en cualquier momento, lo mira con cara de pocos amigos.

—Esto no es un día de campo —dice, entre dientes—. No hay motivo alguno para estar tan feliz al respecto.

El íncubo le dedica una mirada condescendiente.

—¿Y quién dice que estoy contento? Estoy que me hago en los pantalones del miedo. No tienes idea del desastre que hay allá abajo. Estoy todo menos contento de volver a casa. —Esboza una sonrisa horrorizada—. Es solo que esto de la adrenalina es adictivo. Esto de ir en contra de las reglas siempre me ha parecido… excitante.

—Eres un idiota —Niara masculla, pero soy capaz de escuchar la sonrisa en su voz.

—Gracias, cariño —Axel dice—. Es muy amable de tu parte puntualizar mis atributos más grandes.

Una pequeña sonrisa se desliza en mi boca antes de empezar a escalar la cerca baja que rodea el patio de la casa que hemos invadido.

Cuando —con torpeza— logro saltarla sin romperme los dientes, miro hacia atrás una vez más solo para comprobar que el ruido no haya atraído la atención de los ángeles que vigilan los alrededores.

Niara y Axel saltan la barda con una facilidad de envidia y casi hago un mohín debido a eso. No puedo creer que ambos sean tan físicamente capaces de hacer tantas cosas, mientras que yo soy la incompetencia andando.

—Un par de casas más y podremos tomar la calle —digo, a pesar del hilo disperso y distraído de mis pensamientos. Niara y Axel no parecen darse cuenta de eso y asienten al mismo tiempo.

El resto del camino por los patios traseros es silencioso —dentro de lo que cabe—. Al terminar la calle, por fin nos atrevemos a abandonarlos, para tomar la acera.

Las luces de las luminarias son intermitentes y eso no hace más que ponerme de nervios. Cada sombra proyectada por su errático movimiento hace que la ansiedad aumente de manera exponencial. Cada sonido crepitante que emiten al no recibir la carga adecuada de energía eléctrica me pone los pelos de punta y, para cuando finalmente nos hemos alejado lo suficiente como para considerar la posibilidad de robar un coche abandonado, estoy a punto de pedirles a mis acompañantes que volvamos.

Estar aquí afuera, en este lugar que alguna vez estuvo lleno de gente y que ahora luce como un pueblo fantasma, está haciendo estragos en mi salud mental.

—¿De verdad es necesario que hagamos esto? —Niara suena ansiosa cuando habla, pero no deja de trabajar en el coche que hemos encontrado y que ahora tratamos de robar—. No estamos tan lejos de casa. Si los ángeles llegan a escuchar el motor del coche, van a venir a ver qué sucede.

—A no ser que quieras caminar un montón de kilómetros hasta la carretera, sí: es necesario —Axel responde.

—¿No puedes llevarnos volando o algo por el estilo? —Niara frunce el ceño, pero no despega la vista de los cables con los que maniobra.

—Solo podría llevar a una y no creo que quieras quedarte aquí a esperarnos, ¿no es así? —El íncubo alza una ceja y Niara pone cara de pocos amigos.

—¿Y por qué tengo qué quedarme yo? ¿Por qué no puede quedarse Bess?

—¿Quieren dejar de discutir? —mascullo, pero no sueno enojada en lo absoluto. Al contrario, hay un dejo divertido en mi voz.

Niara hace un pequeño mohín antes de continuar con la tarea que se ha impuesto.

Al cabo de unos instantes que se sienten eternos, hace arrancar el coche con un rugido que reverbera en toda la calle.

La mirada ansiosa de los tres viaja hacia todos lados, a la espera de la aparición de los ángeles —o de algo peor—, pero nada de eso ocurre. No creo que no hayan sido capaces de escuchar el vehículo con todo este silencio. Tenemos que darnos prisa si no queremos que nos encuentren.

—Vámonos —urjo y me precipito al asiento del copiloto, mientras que Axel se instala en el asiento trasero.

Niara azota la puerta para cerrarla y echa a andar el coche a toda velocidad en dirección hacia la carretera.

De vez en cuando echa un vistazo a los espejos retrovisores, solo para cerciorarse de que nadie nos sigue. Una vez que llevamos diez minutos de camino, nos relajamos un poco.

—¿Dónde aprendiste a hacer esto? —inquiero hacia la bruja, mientras observo que el indicador de gasolina marca menos de medio tanque.

—¿Qué cosa?

—Robar coches.

Se encoge de hombros.

—Daialee me enseñó —dice y hay un tinte de nostalgia en su tono—. ¿Dónde lo aprendió ella? No lo sé. Pero un día llegó a casa y me dijo que iba a enseñarme a hacer algo que en algún momento de mi vida podía ser de mucha ayuda. Supongo que no se equivocaba.

El silencio que le sigue a sus palabras está cargado de tristeza. De desasosiego y recuerdos agridulces.

—¿Falta mucho para que lleguemos? —Niara inquiere en un susurro, al cabo de unos segundos.

Axel, quien se ha mantenido silencioso casi todo el camino, dice:

—No. Una vez que lleguemos a la carretera, ustedes mismas notarán el desastre.

Niara asiente, al tiempo que pisa el acelerador otro poco.

No hace falta que Axel anuncie que hemos llegado al lugar indicado. No hace falta que pronuncie una sola palabra porque todo aquí se siente tan mal —tan erróneo— que es imposible no deducirlo.

—Esto no se siente nada bien… —Niara murmura y un destello de pánico se filtra en su tono.

Asiento en acuerdo. En el proceso, trato de deshacerme de la sensación de ahogamiento que me aprisiona los pulmones y la sensación de pesadez que se me asienta en los huesos.

Es como si, de pronto, la forma del mundo se hubiese distorsionado. Como si se hubiese desenfocado el lente del universo y ahora no se pudiera distinguir el lugar correcto de cada cosa. La forma real del tiempo y el espacio.

—Y conforme más cerca estemos, se sentirá peor —Axel dice, en un susurro tenso—. De hecho, no podremos acercarnos demasiado. No si queremos vivir para contarlo.

Aprieto los puños sobre el regazo solo porque su comentario solo evoca las palabras que dijo Mikhail cuando estuvo en casa. Esas en las que afirmó que era imposible acercarse a las grietas.

—¿Cómo sabes que podemos morir si nos acercamos a ellas? —Niara inquiere, al tiempo que aminora la marcha del vehículo.

—No lo sé —dice, en un susurro sombrío—. Cuando estás cerca de ellas, simplemente te das cuenta de que morirás si te acercas demasiado. Es como… el instinto de supervivencia, supongo.

Un escalofrío de puro terror me recorre la espina.

—¿Estás seguro de que con un portal podremos entrar al reino del Supremo? —pregunto, con un hilo de voz, presa de un miedo repentino y atronador—. ¿Estás seguro de que, una vez estando del otro lado, podremos acercarnos a las fisuras?

—Sí —dice, con determinación—. Estoy completamente seguro de ello.

—¿Y cómo vamos a regresar al lado al que pertenecemos si cerramos la salida? —Niara suena aterrorizada ahora.

—Se supone que tendríamos que poder regresar por el lugar donde entramos: el portal —Axel musita, con aire ansioso.

—En teoría —digo, con pánico en la voz.

—En teoría… —él repite, al tiempo que se inclina hacia adelante en el asiento trasero, de modo que es capaz de asomar la cabeza entre el asiento de Niara y el mío—. Si algo no ocurre de este lado y el portal no se cierra, claro está. —Hace una pequeña pausa y luego añade—: O no es cerrado por alguien de mi mundo. Todo esto, claro, si logramos entrar los tres… —Nos mira de hito en hito—. ,Quiero decir; si su cuerpo humano es lo suficientemente fuerte como para impedir que mueran al poner un pie en el Averno.

—Genial —Niara bufa—. Entonces, si no morimos al entrar al Inframundo y podemos acercarnos a la grieta para intentar cerrarla…

—Y si alguien no cierra el portal por el que entramos —Axel, interrumpe, acotando y Niara asiente, en acuerdo.

—Y si alguien no nos cierra la salida —Niara añade, ahora con el aporte de Axel—, estamos a salvo.

—Así es. —El demonio asiente.

—Si todo sale como esperamos, con suerte, estaremos de regreso para la hora del desayuno —Niara bromea y sé que trata de aligerar el ambiente, pero su comentario no hace más que poner en perspectiva todo lo que podría salir mal esta noche.

—Pan comido, ¿no? —Axel suena aterrorizado. No lo culpo. Yo también lo estoy.

Ambas asentimos, pero ninguna de las dos dice nada más al respecto.

El resto del trayecto lo pasamos en silencio. El único ruido que nos acompaña es el del motor del coche que Niara conduce. Todos estamos sumidos en nuestros propios pensamientos, sopesando todo aquello en lo que no pensamos al salir de casa hace un rato.

Con cada metro que recorremos, la sensación de pesadez incrementa. La densidad en el aire se vuelve tan gruesa que cuesta respirar. Con cada espacio de terreno que avanzamos, la energía que envuelve todo el lugar se turba y se agita con inquietud, y hace que los hilos de los Estigmas se remuevan con curiosidad en mi interior.

—¿Qué tan lejos estamos de la grieta? —Niara suena ansiosa ahora.

—No demasiado. —Axel también suena tenso y nervioso.

—¿Crees que sea bueno detenernos aquí entonces?

—No —intervengo—. Todavía no.

La mirada que ambos me dedican es escandalizada, pero trato de mantenerme impasible ante ella.

—No podemos acercarnos demasiado —Axel advierte.

—Lo sé. —Asiento, al tiempo que les dedico una mirada tranquilizadora—. Solo quiero estar un poco más cerca, ¿de acuerdo? Para estar seguros de que funcionará.

La boca del íncubo se aprieta en una línea recta e inconforme, pero no dice nada más. Se limita a asentir con dureza antes de clavar su atención en la carretera.

Unos minutos más transcurren antes de que los Estigmas se desperecen y se estiren, alertas a lo que ocurre alrededor. Su curiosidad me zumba en las venas y me llena las puntas de los dedos con un hormigueo incómodo y doloroso. Esa es la señal que necesito para saber que tenemos que detenernos. Si nos acercamos un poco más, no sé si podré controlarlos. Si podré impedir que busquen su camino hacia afuera para absorber lo que sea que ha llenado el aire. Si me atrevo a tentar a su fuerza, no sé si podré retraerlos en mi interior.

—Deberíamos detenernos ya —digo, y siento cómo los hilos sisean y recriminan por la decisión que he tomado.

Niara asiente.

—Sí —dice—. Ha comenzado a dolerme la cabeza. Este lugar es un desastre.

Así, pues, al cabo de unos instantes, Niara se orilla en la carretera y apaga el vehículo.

La oscuridad no se hace esperar cuando los faros del auto se apagan por completo y, durante unos instantes, nos quedamos a ciegas. Durante unos dolorosos segundos, somos engullidos por una oscuridad aterradora. Por un silencio ensordecedor y una horrible sensación de inquietud y desasosiego.

—¿Por qué no se oye nada? —Niara susurra, con un hilo de voz, mientras parpadeo un par de veces para acostumbrarme a la oscuridad.

—¿Qué? —digo, en voz tan baja, que apenas soy capaz de escucharla.

—No se oye nada —suelta, en un murmullo tan bajo como el mío—. No hay viento, ni grillos… Nada.

—Lo provoca la grieta. —Axel suena muy nervioso ahora—. Estamos demasiado cerca. Quizás debamos retroceder un poco.

Nadie dice nada luego de eso. Aguardamos en silencio, mientras el peso de lo que estamos sintiendo —de lo que está pasando— se asienta entre nosotros.

De pronto, estar aquí se siente equivocado. Las decisiones que habíamos tomado con tanta certeza esta mañana, se sienten erróneas ahora. Estúpidas por sobre todas las cosas.

A pesar de eso, nadie se atreve a decirlo. Nadie se atreve a admitir que esto se siente como una terrible equivocación.

—¿Creen que si nos alejamos consigamos crear un portal lo suficientemente fuerte como para acceder al Inframundo? —Niara pregunta. Sé que trata de sonar tranquila, pero no lo consigue en lo absoluto. Al contrario, el miedo se filtra en su tono y se mete debajo de mi piel, contagiándome de él.

—No lo sé —Axel admite—, pero estar así de cerca puede ser muy peligroso.

—Estar en cualquier parte del mundo es peligroso en estos momentos —apunto.

—Touché —el íncubo responde antes de dejar escapar un suspiro largo—. Supongo, entonces, que nos quedamos aquí.

Niara y yo asentimos al mismo tiempo, pero no nos movemos de nuestro lugar. No hacemos otra cosa más que observar la oscuridad abrumadora que envuelve la carretera.

—Bien —digo, para darnos algo de valor—. Manos a la obra.

Abro la puerta del coche y salgo de él.

El golpe de energía que me recibe cuando bajo del auto me saca de balance y hace que el pánico incremente otro poco. Algo primitivo en mi interior me grita que debemos alejarnos de este lugar, pero la parte de mí que está obsesionada con intentar hacer algo para ayudar, no deja de pedirme que me quede. Que termine lo que empecé y que no sea una maldita cobarde.

Escucho cómo las puertas del coche son abiertas luego de que bajo del vehículo y, sin más, una pequeña luz emerge desde algún punto cercano.

Me toma unos instantes acostumbrarme a la nueva iluminación, pero cuando lo hago, soy capaz de ver el teléfono celular que Niara sostiene entre los dedos. Ha encendido la lámpara que hay en él y lo sostiene para iluminar el terreno en el que nos encontramos.

—¿Por qué cargas con él si no sirve para nada? —inquiero, porque no es un secreto para nadie que la telefonía celular quedó obsoleta hace unas semanas. Ahora, los teléfonos portátiles no son otra cosa más que tecnología desperdiciada. Tecnología avanzada que quedó reducida a cumplir funciones tan simples como reproducir música y dar la hora. Si tienes suerte, quizás puedes utilizar el tuyo como consola de videojuegos básicos, pero nada más.

Niara se encoge de hombros.

—La costumbre —dice, y suena avergonzada—. Por suerte, hoy nos ha servido de algo.

Cuando termina de hablar, coloca la mochila que trajo desde casa sobre el capo del coche, y me acerco para ayudarle a sostener la luz mientras ella saca todo el contenido.

Ha traído un antiguo Grimorio, un encendedor, tres bolsas con sal, velas, agua y el viejo tazón que utilizamos una vez para hacer contacto en el ático —ese que, se supone, guardan Dinorah y Zianya bajo llave.

El mero recuerdo de lo ocurrido en aquella ocasión, me eriza los vellos de la nuca, pero trato de no hacerlo notar. Trato de mantenerme serena porque sé que, si queremos que esto funcione, tenemos que utilizar un instrumento tan poderoso como este.

En silencio, Niara me pasa las bolsas con sal y abre el Grimorio mientras busca algo en él.

—Hay que trazar un círculo de sal en el suelo —murmura y yo, sin perder el tiempo, enciendo una de las velas, se la doy a Axel y él me acompaña hasta el centro de la carretera desierta. Entonces, empiezo a dibujarlo.

Apenas voy a la mitad del círculo, cuando Niara se acerca con el Grimorio entre los dedos, toma otra bolsa de sal y empieza a trazar símbolos dentro de la circunferencia que yo he empezado a formar. Cuando termino, me pide que dibuje un círculo más pequeño en el interior del grande —cuidando de no tocar los símbolos que ella está dibujando ahora—, para luego trazar una estrella.

Ella, al terminar de trazar los símbolos en la circunferencia, se arrastra hacia los espacios entre cada uno de los picos de la estrella y empieza a poner otros ahí. Yo, por instrucciones suyas, coloco una vela en cada punta de la estrella y en cada una de las intersecciones de las líneas de sal que marqué.

Antes de encender las velas, colocamos el tazón al centro del pentagrama y Niara murmura algo en un idioma desconocido mientras vierte un poco de agua en él. Luego, mientras encendemos cada vela, pronuncia otra serie de palabras desconocidas para mí y, cuando termina, toma un puñado de tierra de un costado de la carretera y lo deja caer en el interior del tazón.

—Está listo —murmura, luego de que nos quedamos contemplando el resultado final de lo que será nuestro portal al Inframundo.

Mi vista cae en Axel, quien observa el pentagrama con gesto incierto.

—¿Crees que sea suficiente? —digo, en voz baja y ronca.

Axel asiente, pero no luce convencido.

—Lo que no sé, es si las protecciones que has fijado alrededor sean suficientes —dice, en dirección a Niara; quien, de pronto, luce preocupada.

—Hice todo lo que dice el Grimorio que se necesita para abrir un portal al Inframundo —se justifica—. No conozco nada de este tipo de magia. Es muy oscura. Yo…

—Está bien —la interrumpo, porque sé que está aterrorizada y porque sé que hizo su mayor esfuerzo—. Si algo sale mal, lo detendré.

La mirada horrorizada de la bruja se clava en mí.

—Bess, no puedes utilizar el poder de tus Estigmas…

—No, no puedo —concuerdo, interrumpiéndola—, pero lo haré si es necesario. No voy a dejar que nada les ocurra.

La chica frente a mí me mira con una aprensión dolorosa y asfixiante, y sé, por sobre todas las cosas, que no quiere hacer esto.

—Bess…

—Si algo no empieza a gustarnos, nos detendremos —digo, y no sé si lo pronuncio para tranquilizarla a ella o para tranquilizarme a mí.

Niara no dice nada luego de eso. Se limita a apretar la mandíbula y asentir con brusquedad.

—Bien —dice, tras un suspiro tembloroso—. Hagámoslo.

Para cuando nos sentamos alrededor del tazón, las ganas que tengo de vomitar se han vuelto insoportables. Las ganas que tengo de volver a casa y olvidarme de esta locura, son tan grandes, que apenas puedo mantenerlas a raya.

—Tenemos que tomarnos de las manos —Niara susurra y estira sus manos en dirección mía y de Axel. Mi mano toma la suya, pero cuando estiro la otra en dirección a Axel, duda.

Mi mirada inquisidora se clava en él y una mueca de disculpa se filtra en sus facciones.

—Quemas, ¿recuerdas? —se justifica y frunzo el ceño ligeramente.

—Me abrazaste hace unos días, cuando apareciste en la casa —suelto, acusadora.

—Y no te toqué la piel para nada; además, como estaba feliz de verte, no me importó si quemabas un poco. —Alza las manos como si estuviese apuntándole con un arma.

—Tenemos que tomarnos de las manos —Niara reprime—. Si no lo hacemos, la protección del pentagrama no funcionará.

Una palabrota escapa de los labios del íncubo, pero a regañadientes, estira su mano en mi dirección.

—Si me quedo manco por tu culpa, vas a tener que compensarme alejándote de Mikhail —masculla y, muy a mi pesar sonrío.

—Eres un idiota —digo, pero la sonrisa que tengo en los labios es amplia.

Sus dedos se cierran entre los míos.

Sin perder el tiempo, Niara nos pide que cerremos los ojos y empieza a pronunciar una cantaleta de palabras en un idioma que no conozco. Su voz es suave y tersa, como miel resbalando en la garganta, y no es difícil sentirse hipnotizado por el tono que utiliza para hablar. A pesar de que no sé qué es lo que está diciendo, se siente como si pudiese, de alguna manera, comprender la clase de invocación que está haciendo.

No pasa mucho tiempo antes de que la energía ya densa que nos rodea empiece a revolverse. Para que el poder que corre a través de la grieta se remueva en el ambiente, como si fuese un ser vivo. Una criatura curiosa ante nuestra presencia en este lugar.

Los vellos de la nuca se me erizan cuando un latigazo de algo abrumador me golpea de lleno, pero trato de mantenerme concentrada en lo que Niara pronuncia. Trato de mantenerme aquí, quieta, mientras una especie de calor comienza a arremolinarse en el pentagrama que hemos dibujado.

Una vibración baja y profunda se abre paso en el suelo debajo de nosotros y un destello de terror me invade el pecho. La horrible sensación de pesadez que se asienta sobre mis hombros es aterradora.

Axel se estremece a mi lado. No estoy segura de si es gracias a mi tacto o a la turbulencia que está empezando a arremolinarse en el aire.

Los Estigmas —curiosos e inquietos— se remueven en mi interior y toma todo de mí contenerlos. Impedir que salgan a intentar absorber la energía que nos envuelve.

Niara se detiene de manera abrupta.

Su mano afloja su agarre en la mía, así que tengo que aferrarme con más fuerza para que no me deje ir. Luego, y sin ser capaz de detener mi curiosidad, abro los ojos y los clavo en la figura de la bruja a mi lado.

Lleva la mirada —blanquecina y aterradora— perdida en la nada y sus labios están entreabiertos. Luce justo como lo hacía la primera vez que utilizamos el tazón para hacer contacto.

Un estremecimiento me recorre las venas y los vellos del cuerpo entero se me erizan cuando el pánico se arraiga en mis entrañas.

Dirijo la atención hacia Axel luego de tener suficiente de la imagen de la bruja y toda la sangre se me agolpa en los pies.

Sus ojos, por el contrario de los de Niara, se encuentran completamente ennegrecidos. Su piel ha tomado el tono grisáceo que tiene la de los demonios, sus alas se han extendido a cada lado de su cuerpo con toda la amplitud posible y unos cuernos han aparecido entre su mata espesa de cabello. Él también luce perdido en un trance hipnótico. Él también parece estar en un lugar desconocido y lejano.

Otro escalofrío me eriza los vellos del cuerpo y un nudo de ansiedad y terror se aprieta en mi estómago. La insidiosa sensación de que algo terriblemente malo está sucediendo no deja de taladrarme el pecho. No deja de meterse debajo de mi piel y de paralizarme en el lugar en el que me encuentro.

No sé qué hacer. No sé qué debo pronunciar o qué es lo que debo de hacer para concretar el ritual; mucho menos sé si lo que le pasó a Niara y a Axel es algo normal. Es por eso que me quedo aquí, quieta, mientras trato de decidir mi siguiente movimiento.

Con la mirada recorro todo el lugar, a la espera de que algo —cualquier cosa— suceda, pero nada pasa. Nada cambia.

Una punzada de inquietud me revuelve el estómago, pero trato de ignorarla. Trato de alejarla de mi sistema mientras clavo la vista en el tazón que se encuentra al centro del triángulo que hemos creado con nuestros cuerpos.

Los Estigmas en mi interior se agitan un poco más cuando la energía del lugar se tensa, y una sensación viciosa y extraña comienza a colarse entre mis huesos.

Algo ha empezado a cambiar. Algo está tornándose… diferente.

«Pero ¿Qué?».

El silencio sigue siendo ensordecedor, la densidad que nos rodea es tanta, que no puedo sentir otra cosa que no sea la cantidad de energía que va y viene en este lugar y, justo cuando estoy a punto de soltar la mano de Axel para tomar el Grimorio que descansa sobre el regazo de Niara, lo escucho.

Al principio suena tan profundo, que no logro identificarlo como se debe, pero conforme pasan los segundos, soy capaz de notarlo.

Un gruñido ronco, profundo y bajo se abre paso en el silencio. Un sonido que al principio suena lejano, comienza a tomar forma hasta reverberar en cada rincón y cada hueco en la carretera. Hasta hacer que la tierra debajo de nosotros se cimbre y se estremezca al compás de su rugido.

El corazón se me dispara en latidos irregulares y aterrorizados.

Los hilos de los Estigmas se estiran, nerviosos y alertas, ante lo que está ocurriendo y toma todo de mí mantenerlos a raya.

El hedor a azufre me invade las fosas nasales, el olor a podredumbre se me mete en la nariz hasta que me taladra el cerebro y hace que me den ganas de vomitar.

Un escalofrío de puro terror me recorre entera cuando un nuevo gruñido lo invade todo y, de repente, las velas se apagan, la oscuridad lo engulle todo y el gruñido se corta de manera abrupta.

El corazón me golpea con violencia contra las costillas, el pánico me atenaza las entrañas de una manera tan poderosa, que no soy capaz de moverme. Lo único que soy capaz de hacer, es escuchar el sonido irregular de mi respiración. El sonido del pulso detrás de mis orejas.

«Esto está mal. Esto está muy, muy mal».

Mi mirada —ansiosa y angustiada— viaja de un lado a otro, en un intento desesperado por ver más allá de mis narices, pero no consigo absolutamente nada. No consigo otra cosa más que acrecentar el terror que ha comenzado a fundirse en mis venas.

En ese instante, otro gruñido ronco y profundo invade todo el lugar y, entonces, el universo implosiona.

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