Pandemónium

Pandemónium


Ceremonia

Página 51 de 54

—Soy inmensa —digo, mientras me miro en el espejo y examino desde otro ángulo cómo se me ve la barriga en el sencillo vestido blanco que llevo puesto.

Las ganas de llorar debido a la frustración regresan y me digo una y otra vez que no puedo hacerlo. No cuando acaban de terminarme el maquillaje.

Hace un par de semanas, cuando lo compré, no parecía la piñata que parezco ahora.

—Estás hermosa. —Como si se hubiesen puesto de acuerdo para decirlo, Niara y Emily pronuncian al unísono.

Me vuelco para encararlas.

Quiero rugirles que no se atrevan a mentirme. Que sé que luzco abotagada e hinchada, y que los pliegues suaves de tela delicada que inician debajo de la cintilla que enmarca el busto solo acentúan el estado de «súper embarazada» que tengo ahora mismo; pero también sé que ellas no tienen la culpa de nada.

Lo cierto es que, pese a que debería sentirme como la mujer más feliz del mundo por el día que es, la verdad es que soy un manojo de nervios. De recuerdos. De hormonas alborotadas y sentimientos a flor de piel.

Los ojos se me llenan de lágrimas.

—Bess… —Niara se apresura, intentando evitar mi llanto, pero es demasiado tarde.

Lágrimas pesadas y calientes me corren a raudales por las mejillas cuando me envuelve entre sus brazos.

—Oh, maldita sea… —Ems me extiende un pañuelo que no utilizo de inmediato.

—Voy a casarme y mi mamá no está aquí —gimoteo, de nuevo, hecha un mar de emociones encontradas, y al abrazo de Niara se suma el de Emily.

Ambas me aprietan con fuerza sin decir nada de momento, y no es hasta que me recompongo y me aparto de ellas para tratar de limpiarme el rostro sin estropearme el maquillaje —más de lo que ya lo he hecho—, que Niara dice:

—Tú mejor que nadie sabes que lo está, Bess. Quizás no físicamente, pero está aquí, cuidando tus pasos y estoy segura de que está encantada de saber que estás siendo feliz. Porque lo eres, ¿no es así?

Asiento, incapaz de confiar en mi voz para hablar.

—La extraño tanto…

Es el turno de Ems de acercarse a mí para acunarme el rostro con las manos.

—Lo sabemos —dice, con dulzura—. Y sé que no somos tu madre o tu padre o tus hermanas, y que nunca podremos remplazarlos, pero nos tienes a nosotros. Y somos tu familia… —Me mira la barriga con una sonrisa en los labios—. Aún cuando ya estás empezando a formar la tuya.

Parpadeo, en un débil intento de ahuyentar las lágrimas nuevas que se me acumulan en la mirada, pero es imposible. Al contrario, se deslizan y tengo que secarlas de nuevo.

—Todo allá afuera está… Oh, joder. —La voz de Rael se interrumpe a sí misma en el momento en el que pone un pie dentro de la habitación, y la atención de todas se vuelca hacia la entrada.

Viste una camisa de botones abierta en color azul claro, unos pantalones negros de vestir y un saco abierto, sin corbata. Mikhail ha requerido que nadie traiga, y la verdad es que es mejor así, puesto a que hemos decidido que queríamos algo muy —muy— pequeño.

Pese a eso, luce impresionante. El cabello dorado que usualmente usa suelto y que le llega a la altura de la barbilla, ha sido recogido en una especie de trenza que, en otros, luciría ridícula, pero que en él luce elegante y de buen gusto.

Sonríe cuando me mira.

—Mikhail va a perder la cabeza cuando te vea. Estás preciosa, Annelise.

Una sonrisa ansiosa tira de mi boca, pero todavía me enjugo las lágrimas.

—Parezco una piñata —lloriqueo, al tiempo que esbozo un puchero.

—¿De qué hablas? Estás espectacular. —Me guiña un ojo—. Y no es por presionar ni nada, pero el juez ha llegado. En el momento en el que estén listas podemos empezar.

—Vamos en un minuto —prometo y él asiente antes de dedicarle una mirada a Niara.

—No puedo esperar para quitarte ese vestido —dice dirigiéndose a la bruja, sin importarle que estemos escuchándole.

—¡Largo de aquí, exhibicionista! —Niara se queja, pero se ha ruborizado por completo, mientras sonríe como una idiota.

Él suelta una carcajada antes de guiñarle un ojo y cerrar la puerta tras de sí.

Cuando lo hace, Emily anuncia que me retocará un poco el maquillaje.

Los polvos traslúcidos, sombras para ojos y las manos expertas de mi amiga hacen que en menos de cinco minutos nos encontremos bajando las escaleras de la casa, en dirección al jardín trasero —el cual se conecta con el bosque que nos rodea.

El corazón me golpea con fuerza contra las costillas cuando atravesamos la puerta trasera, pero no se compara a la forma en la que el pulso me golpea detrás de las orejas cuando veo la preciosa decoración del inmenso jardín.

El césped está recién cortado, así que el olor es increíble y, pese a que hace muchísimo frío y no tarda en empezar la temporada de nieve, aún está verde.

Sobre el claro, se encuentra un montaje con un arco de madera adornado con flores color rosa tenue intrincadas y trenzadas en una enredadera repleta de botones de flores blancas.

Hay una mesa con un mantel blanco justo delante del arco y hay un florero sobre ella. En frente, hay dos bonitas sillas decoradas a juego con las flores y, detrás de ellas, hay unas cuantas hileras de sillas, donde ya hay gente sentada, conversando entre sí.

No estoy segura, pero creo haber visto a Hank junto a Gabrielle, y a Haru, enfundado en esa camisa blanca que no quería usar pero que Mikhail le convenció de ponerse.

Se me va a salir el corazón por la garganta. Estoy muy ansiosa. Aterrada, incluso, pese a que no sé por qué.

—Iré a decirles que estamos listas —Ems anuncia, al tiempo que se acerca al lugar y me deja a solas con Niara.

—Tranquila —dice en voz baja, con una sonrisa divertida en el rostro y es todo lo que necesito para saber que luzco asustada hasta el carajo—, va a pensar que no quieres casarte con él.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—No sé porqué estoy tan nerviosa —confieso.

Rueda los ojos al cielo.

—¿Por qué va a ser? Es el día de tu boda, Bess. —Me toma de las manos para apretármelas—. Vas a casarte y, pronto, serás madre. Tu vida está cambiando drásticamente. Tomando un rumbo que nunca habías contemplado porque estabas condenada a otra cosa. A otro destino. —Su sonrisa se ensancha—. Es natural tener miedo; sobre todo, cuando la idea de esta vida nunca te había pasado por la cabeza.

Dejo escapar el aire en una exhalación temblorosa.

—Niara, voy a ser mamá —digo, con un hilo de voz—. Apenas sé cuidar de mí misma. ¿Cómo voy a cuidar de otro ser humano?

—Tal como has cuidado de todos nosotros en su momento: con el alma. —Me guiña un ojo—. Cerraste una grieta al Inframundo, Bess Marshall. La maternidad será pan comido para ti.

Suelto una carcajada histérica y, luego, Ems y Rael aparecen en mi campo de visión.

—Todo listo —Ems anuncia y el nerviosismo, que ya había disminuido, incrementa de nuevo.

Entonces, nos ponemos en marcha.

Todo el mundo está en su lugar para cuando empezamos a avanzar a paso lento hacia el improvisado pasillo entre las sillas decoradas.

Rael va a mi lado y me lleva del brazo, como lo hubiese hecho mi padre de haber tenido la oportunidad de estar aquí.

Creo que hay música de fondo, pero estoy tan nerviosa, que no puedo escucharla. Quiero llorar, pero esta vez es de la emoción. De la felicidad.

El nudo de emociones que tengo en el estómago se aprieta con cada paso que doy. Sé que aquí está todo el mundo, pero no puedo mirar a otro lugar que no sea el final del pasillo. No puedo dejar de mirar hacia el lugar donde él se encuentra.

Está allá, al fondo, y viste un pantalón negro y una camisa blanca inmaculada. Su cabello parece haber sido asaltado por una ráfaga de viento, pero tiene la mandíbula recién afeitada.

Mikhail luce impresionante. Siempre lo ha hecho, pero hoy, parece sacado de una fantasía.

Me sonríe cuando estamos cerca y le regreso el gesto, sintiéndome plena. Segura. Enamorada.

Cuando nos detenemos frente a él, me mira de arriba abajo, con una sonrisa fácil en los labios, pero con los ojos oscuros por las emociones.

—¡Dios! Eres hermosa —dice con la voz enronquecida y reprimo las ganas que tengo de abrazarlo y besarlo.

—Y tendrás la suerte de que sea tu esposa. —Apenas puedo hablar y él suelta una carcajada dulce.

No estoy segura, pero creo que se ha limpiado una lágrima en un gesto discreto del hombro y el brazo.

—Soy la criatura más afortunada de la tierra, amor —dice y, en ese momento, el juez del otro lado de la mesa se aclara la garganta.

Lo encaramos y, luego, empieza la ceremonia.

Ir a la siguiente página

Report Page