Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 16

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Jasiel no ha podido contactarse con Rael, Gabrielle o cualquiera de los ángeles que acompañaban sus reducidos grupos de viaje.

Eso, aunado a lo que ocurrió hace no más de un par de horas, nos tiene a todos al borde de un ataque de histeria.

El ángel en cuestión hace rato que dejó de preocuparse por mantener la compostura, pero Mikhail no ha dejado de lucir en control de sí mismo. Yo, por mi parte, no he dejado de crearme mil y un escenarios fatalistas en la cabeza que, por más que trato, no puedo apartar lejos. Estoy cayendo en una espiral de angustia y pánico tan grande que apenas tengo tiempo de pensar y de ser consciente de mí y de lo que ocurre a nuestro alrededor.

—¿Qué vamos a hacer? —Jasiel irrumpe el silencio en el que nos hemos sumido, y suena impaciente y preocupado.

A pesar de que su pregunta ha sido echa al aire, sus ojos están fijos en Mikhail, en un obvio confrontamiento. La pregunta no es para Haru o para mí. Es para el demonio de los ojos grises y él lo sabe a la perfección. Todos lo hacemos.

No responde. Se limita a mirar al ángel con una expresión que se encuentra a la mitad del camino entre la frustración y la serenidad ensayada. Está claro que él tampoco lo está pasando bien. Que su mente, al igual que la nuestra, corre a toda marcha en busca de una respuesta a todas aquellas preguntas nuevas que han surgido las últimas horas.

—¿Creen que se encuentren bien? —El cuestionamiento me abandona los labios casi de inmediato y tres pares de ojos —el de Haru incluido— se posan en mí. El gesto cargado de disculpa que Jasiel me dedica me revuelve el estómago.

La sola idea de pensar en las brujas —esas mujeres que han sido mi familia durante los últimos años— en peligro o… peor, me produce un dolor agudo en el estómago. Un ardor intenso en el pecho. Un espasmo de pura angustia me recorre el cuerpo solo de imaginarme lo peor, y cierro los ojos con fuerza para ahuyentar la imagen tortuosa que ha empezado a formarse en mi mente.

El silencio es la única respuesta que tengo a mi pregunta y, a pesar de que agradezco la honestidad y el hecho de que nadie ha tratado de ofrecerme falsas esperanzas, me siento miserable. Al borde del colapso.

—Debo ir a buscarlos. —La voz de Mikhail llena el ambiente luego de un largo rato. Poso la vista en él y noto, de inmediato, como Jasiel lo mira también. El demonio debe notar la confusión en nuestros rostros, ya que, al cabo de unos instantes más, añade—: A Gabrielle y a Rael. Debo encontrarlos.

Jasiel niega.

—¿Estás loco? —suelta, con desesperación—. No puedes hacer eso. Es peligroso para Bess y Haru que se queden sin la protección de un ángel de tu jerarquía. Yo solo, por más que quisiera, jamás podría enfrentarme a un demonio mayor si nos llegásemos a topar con uno. Lo sabes.

—Jasiel, yo soy un demonio mayor. —Mikhail suena sereno, pero hay un dejo de tristeza en su declaración.

—No. —Jasiel ataja—. No lo eres. No del todo. Eres un demonio mayor, por supuesto… pero también eres un arcángel.

—Soy un peligro para ustedes.

—Y también un escudo grande y poderoso. Tu poder va más allá del bien o del mal, Mikhail. Tienes que entenderlo —el ángel refuta—. No puedes huir solo porque te da miedo herir a alguien. Si te vas y algo sucede, vas a lamentarlo el resto de tu existencia. No permitas que el miedo te ciegue.

El gesto de Mikhail es surcado por una emoción ansiosa y aterrorizada.

—No es miedo lo que siento —refuta, y su tono se llena de frustración—. Tenemos que averiguar si Gabrielle, Rael, las brujas y el resto de los Sellos se encuentran bien. Tenemos que encontrarlos y ponerlos a salvo.

—Pues hagámoslo —Jasiel asiente, con determinación—, pero hagámoslo de la manera correcta. Vamos a Los Ángeles; al punto de reunión. Hasta donde yo sé, si ellos están bien y el único traidor era Arael, estarán esperándonos allá mañana. Llevamos un día de retraso si ese es el caso. Tenemos que irnos lo más pronto posible y ver si han logrado completar el viaje.

Mikhail niega con la cabeza.

—¿Y qué si no lo hicieron? ¿Qué si no consiguieron llegar?

—¿Qué si sí lo lograron? —Jasiel suena desesperanzado, a pesar de su intento de optimismo—. Tenemos que confiar en ellos, Mikhail. Tenemos que confiar en que lograrán llegar a la ciudad.

La mirada del demonio luce cada vez más descompuesta.

—Si en los grupos de viaje de Gabrielle y Rael hay traidores y alguno de ellos no llega al punto de reunión —el ángel continúa—, entonces, dejamos a Bess y a Haru en el refugio humano y vamos a buscarlos. —Mis ojos están fijos en Jasiel, quien, a pesar de lucir asustado, habla con firmeza—. Tenemos que garantizar la seguridad de ellos dos primero. Esa fue tu orden: mantener a todo el mundo a salvo. Estoy seguro de que Gabrielle y Rael tratarán de acatarla, así se les vaya la vida en ello.

La mandíbula de Mikhail se aprieta ante la declaración de Jasiel, pero la duda se filtra en su expresión y ese simple gesto me hace saber cuánto se preocupa por en ellos. Cuánto le importan Gabrielle y Rael y lo mucho que le asusta el saber que pueden estar en peligro.

—Ellos harán todo lo posible por conseguir llegar a Los Ángeles —la voz del ángel es baja ahora, pero suena más determinado que antes—; así haya traidores en el camino.

—Está bien. —La voz de Mikhail rompe el silencio luego de unos instantes. Está más que claro que las palabras que abandonan sus labios no son aquellas que quiere pronunciar. Él quiere ir a buscarlos. Cerciorarse de que se encuentran bien—. Vayamos a Los Ángeles. Si no están allá, entonces haremos lo que dijiste: nos aseguraremos de que Bess y Haru se mezclen en el asentamiento humano, y luego iremos a buscarlos.

Jasiel asiente, pero luce tan inquieto como Mikhail.

—Confío en que nada malo les ha ocurrido —dice, pero no suena convencido—. Ellos llegarán a Los Ángeles. Allá nos encontraremos. Ya lo verás.

El demonio no dice nada. Se limita a asentir con brusquedad, antes de girarse sobre sus talones y avanzar en dirección a los árboles que rodean el claro donde nos encontramos.

Poso la vista en él y lo observo de espaldas, mientras noto cómo sus hombros y sus brazos se tensan ante el escenario aterrador que se despliega delante de nosotros.

—Será mejor que descansen. —La voz de Jasiel me saca del estupor y me obligo a encararlo. No me mira. Sus ojos están fijos en Mikhail, pero no luce como si realmente lo mirase. Es como si su mente estuviera en otro lugar. A pesar de eso, parpadea un par de veces y desvía su atención hacia mí—. Dentro de unas horas más partiremos, así que deben tratar de dormir.

El sonido de su voz es amable, pero la tensión no se va.

Yo no puedo responder, así que me limito a asentir mientras me obligo a girarme en dirección al árbol en el que dormía hace un rato; sin embargo, luego de dar un par de pasos, me detengo en seco y miro a Jasiel por encima del hombro.

—¿Por qué tardaron tanto en regresar, Jasiel? —Mi voz es apenas un suspiro tembloroso. Un resuello que delata cuánto miedo me da saber su respuesta.

El ángel abre la boca, pero la cierra de inmediato. Pareciera como si tratase de decidir si debe o no decirme la verdad.

—Estuvo a punto de tener otra crisis. —Se sincera.

Un escalofrío de puro terror me recorre entera.

—¿Siempre son así de frecuentes? —pregunto, con un hilo de voz, al tiempo que me giro para encararlo una vez más.

Niega y desvía la mirada.

—Antes eran bastante esporádicas. Se han vuelto peor con el paso del tiempo. —Traga duro—. Bess, creo que… —Se detiene con brusquedad, como si no quisiera pronunciar eso que tiene en la cabeza—. Creo que Mikhail va a perderse en la oscuridad que lleva dentro.

El peso de sus palabras cae sobre mí con tanta brutalidad, que me falta el aliento. Que el corazón se salta un latido y las entrañas se me retuercen ante el poder de mis emociones.

—No lo hará —digo, con tanta determinación que casi me lo creo—. Él es fuerte. Es el General del ejército del Creador. Es el mismísimo Miguel Arcángel.

—Bess…

—No. —Lo corto de tajo, porque no quiero escucharle decir que no debo guardar esperanzas. Porque no estoy lista para escucharle decir que el Mikhail que yo conozco va a desaparecer para siempre si las cosas siguen así—. Por favor, no.

Entonces, sin darle tiempo de decir nada más, me obligo a girar de nuevo y avanzar con Haru siguiéndome el paso de cerca. Me obligo a recostarme contra el árbol elegido y me arrebujo debajo de la manta, con la mente llena de humo y el corazón hecho un nudo de dolor y ansiedad.

Esta noche será muy larga. Y, por más que me gustaría que fuese diferente, algo me dice que no será la última que se sienta de esta manera.

Llegamos a Los Ángeles con menos de un día de retraso de viaje. Pese a lo que pasó en Tennessee, de alguna manera, Jasiel y Mikhail se han encargado de hacernos llegar apenas medio día más tarde de lo planeado. Eso ha logrado hacerme sentir aliviada.

Para el momento en el que ponemos un pie a las afueras de la ciudad, cerca del punto de reunión acordado, es de madrugada; así que la prioridad del ángel y el demonio es buscar un lugar para pasar lo que queda de la noche.

Ninguno de los dos habla cuando, con mucha cautela, nos abrimos paso hasta una casa abandonada que ha sido previamente revisada de pies a cabeza por Mikhail. Tampoco hablan cuando, en silencio, nos instalamos en la sala. El único momento en el que los escucho murmurar algo, es cuando deciden quién hará la primera guardia de la noche. Por supuesto, es Mikhail quien la toma. Es él quien obliga a Jasiel a quedarse adentro, con Haru y conmigo, para escabullirse bajo el cielo nocturno.

Paso la noche envuelta en una bruma de sueño ligero y alerta. A diferencia de hace unos días, que podía dormir un poco más y con más profundidad, mis horas de sueño se han reducido a este extraño manto de ligereza que me permite despertar a la primera señal de movimiento… O peligro. Tal es el caso, que me he despertado todas y cada una de las veces que Jasiel y Mikhail se han relevado para dormir.

Al llegar la mañana, es el ángel quien nos despierta y nos hace saber que es hora de marcharnos. Yo aprovecho la estancia en la casa para hacer mis necesidades primarias como una persona decente, lavarme la cara y ponerme el último cambio de ropa limpia que traje desde Bailey. Una vez lista y aseada, estiro los mechones de cabello corto hasta sus límites y los amarro en una pequeña —y ridícula— coleta en la base de mi nuca: el único lugar en el que puedo conseguir que se mantengan.

Finalmente, al cabo de apenas veinte minutos de habernos puesto en pie, nos encaminamos hacia la salida de la casa para emprender el viaje en dirección al punto de reunión.

Con la luz de la mañana, soy capaz de tener un vistazo de la desolación que lo invade todo. La vista de las casas abandonadas y las calles desiertas envían una punzada de dolor a mi sistema, pero me las arreglo para mantener el gesto inescrutable mientras barro los ojos por todo el terreno.

—Llegó la hora. —Mikhail pronuncia, en voz baja y tensa—. Vámonos de aquí.

—¿Crees que aún estén esperándonos en el punto de reunión? —inquiero, dirigiéndole la palabra a él en específico, luego de haber pasado los últimos días evitando hacerlo.

—Deberían. —Jasiel es quien responde—. Acordamos vernos al mediodía del día de ayer, pero también procuramos darnos un lapso de veinticuatro horas más para reunirnos en caso de que algún imprevisto se nos atravesara. En teoría, estarán esperándonos hasta el mediodía de hoy.

Mis ojos están fijos en el ángel ahora.

—¿El lugar de reunión está muy lejos de aquí? —pregunto, esta vez sin molestarme en mirar a Mikhail, porque sé que no va a responderme.

Jasiel niega.

—No, pero de todos modos tenemos que darnos prisa. Las rondas de seguridad de los humanos del asentamiento son alrededor de las dos de la tarde. Si queremos que tanto las brujas como ustedes, los sellos, alcancen a refugiarse antes de esa hora, debemos estar a tiempo en el punto de reunión —explica—. De otro modo, tendremos que esperar hasta que las brigadas recolectoras salgan del asentamiento para poder acercarlos a ellas; pero no nos gustaría que fueran ellas quienes los encontraran. Los recolectores salen armados y tienen órdenes de disparar a cualquier cosa que consideren una amenaza, por pequeña que esta sea. No queremos arriesgarnos a que los ataquen sin siquiera darles la oportunidad de explicarse. De decirles que son humanos, que no han sido poseídos por algún demonio y que necesitan refugio.

La sola idea de imaginarnos siendo atacados por un puñado de personas aterrorizadas, me eriza los vellos de la nuca, y un estremecimiento de puro horror me recorre entera.

—Será mejor que nos demos prisa, entonces. —Me obligo a decir, luego de que me aclaro la garganta para sonar resuelta.

Jasiel, sin decir una palabra, asiente, pero su atención se vuelca hacia Mikhail de inmediato. Está esperando a que él de la orden expresa, y no puedo evitar pensar en la poca capacidad de decisión que tienen estos seres. De lo mucho que dependen de un líder y una dirección para funcionar como se debe.

Una punzada de lástima me recorre, pero la empujo lejos y me concentro en la forma en la que Haru se encamina hacia el demonio de los ojos grises. Él sabe que Mikhail no viajará conmigo, así que ni siquiera se molesta en hacérnoslo difícil. Se limita a avanzar hasta el lugar en el que se encuentra y treparse en la espalda de la criatura en cuestión.

Esa manera de viajar tan peculiar parece encantarle al chico de los ojos almendrados y a Mikhail no parece molestarle. Yo, pese a eso, viajo de otro modo con Jasiel: del mismo en el que lo hacía con Mikhail cuando este se permitía tocarme… o estar cerca de mí.

Llegamos al punto de reunión —el cual no es otra cosa más que la cima de un edificio cerca del centro de la ciudad— con mucho tiempo de antelación al mediodía. No hay absolutamente nadie cuando lo hacemos.

Al aterrizar, Mikhail y Jasiel revisan los pisos superiores del edificio solo para verificar que estamos solos y para buscar a los demás, pero regresan con las manos vacías y las caras tensas por la preocupación al cabo de un rato.

No puedo culparlos. Llegados a este punto, yo también me siento aterrorizada. Muerta de miedo ante la infinidad de escenarios fatalistas que han comenzado a hacerse presentes.

—¿Qué vamos a hacer? —El sonido de mi voz es aterrorizado, pero a estas alturas del partido, no me importa. Estoy al borde del colapso nervioso y no me interesa pretender que no es así.

—Esperar. —La respuesta viene de la voz de Mikhail y mis ojos viajan a él de inmediato.

El gesto sereno e inescrutable que esboza me hace querer golpearlo.

—¿Esperar? —escupo, con incredulidad.

Él asiente.

—Todavía no es mediodía —dice, con una tranquilidad que amenaza con sacarme de mis casillas—. Acordamos esperar hasta el mediodía y eso es lo que haremos.

—Debieron llegar hace veinticuatro horas, Mikhail —siseo, al tiempo que acorto la distancia que nos separa y lo encaro.

—Igual que nosotros. —Asiente y clava sus ojos en los míos—. A ellos, al igual que a nosotros, pudo habérseles atravesado algo. Tenemos que esperar y darles tiempo para llegar.

Sé que tiene razón. Que, antes de perder la compostura, debemos agotar todas nuestras opciones y, aunque la idea de esperar sea insoportable, es lo único sensato por hacer ahora.

Aprieto la mandíbula y me trago una maldición. Las ganas que tengo de gritar son tan grandes que temo no poder reprimirlas por mucho más tiempo, pero me obligo a hacerlo y a apartarme de Mikhail. A morderme la punta de la lengua para no decir cualquier estupidez provocada por el calor del momento y avanzo lo más lejos que puedo de él. En estos momentos, si pudiera huir de mí misma, lo haría. La tortura mental a la que me he sometido es tan abrumadora, que apenas puedo mantener la ansiedad a raya.

Los minutos pasan con una lentitud agonizante. Cada maldito instante se siente eterno; como si se estiraran más allá de sus límites con la única intención de volverme loca y, sé, con cada segundo que pasa, que algo ha sucedido. Que algo les ocurrió en el camino, justo como a nosotros; y sé, por sobre todas las cosas, que no corrieron con nuestra suerte.

No quiero ser así de fatalista, pero hay algo dentro de mí que no deja de susurrarme una y otra vez que no van a llegar.

Para cuando se llega el mediodía me siento tan histérica y fuera de mí, que he comenzado a morderme las uñas hasta un punto doloroso. La ansiedad que experimento es tan brutal que siento que voy a vomitarme encima en cualquier instante.

—Mikhail —la voz de Jasiel irrumpe el silencio en el que nos hemos sumergido y mi vista se posa en él de inmediato. Se encuentra de pie, con la mirada fija en el horizonte y gesto descompuesto—, no han llegado.

Silencio.

—No van a llegar. —continúa, al no obtener respuesta—. Algo debió ocurrirles en el camino.

Escucharle decir eso en voz alta instala un nudo en la base de mi garganta.

Mikhail, quien había mantenido su rostro fijo en un punto en el cielo, se vuelve para mirarlo. Su expresión es tan sombría, que un escalofrío me recorre entera, pero es el silencio con el que le responde a Jasiel lo que termina de acentuar esa aura oscura que lo ha envuelto.

Luce descompuesto, agotado y preocupado, y esta vez no trata de ocultarlo. No trata de ponerse la máscara de serenidad encima porque sabe que algo ha pasado. Algo muy, muy malo…

—¿Qué vamos a hacer, Mikhail? —Jasiel insiste, y suena cada vez más angustiado.

Los ojos del demonio se cierran con fuerza y noto como toma una inspiración profunda. Está tratando de tomar una decisión, eso me queda claro, lo que no sé es qué tan seguro puede llegar a sentirse de su siguiente movimiento.

Cuando sus ojos se abren de nuevo, su expresión cambia. El brillo asustado de su mirada ha sido reemplazado por una determinación que casi me hace sentir cobijada. Que casi me hace sentir como si todo fuese a estar bien.

—Lo que dijimos que haríamos —Mikhail responde, con seguridad—: Nos aseguraremos de que Haru y Bess estén sanos y salvos en el asentamiento humano, y luego iremos a buscar al resto.

—¿Crees que estén a salvo en el asentamiento? —Jasiel inquiere—. Luego de lo que ocurrió con Arael, no confío en nadie. Ni siquiera en los ángeles que están custodiando a los humanos desde la lejanía. Tú mismo me dijiste hace un rato, allá abajo, mientras revisábamos todo, que no podemos contactarnos con ningún ángel con puesto aquí, en la ciudad, porque la traición de Arael lo ha cambiado todo.

—¿Qué, en el infierno, es lo que sugieres, entonces? —La voz de Mikhail estalla, de pronto, dejando al descubierto su verdadero estado de ánimo—. ¿Quieres que nos quedemos con ellos y esperemos lo mejor para las brujas, los niños y el resto de aquellos que sí están de nuestro lado?

La mirada de Jasiel luce tan desencajada, que casi no puedo reconocerlo.

—¿Qué va a pasar si dejamos a Bess y a Haru aquí y alguien trata de hacerles daño? —dice.

—Bess y Haru son perfectamente capaces de manejar a quien sea que trate de acercárseles con dobles intenciones. —La declaración de Mikhail envía un cálido espasmo a través de la frialdad en la que se ha convertido mi sangre. A través de la ansiedad y la angustia de saber que es probable que algo horrible ha pasado con el resto de nosotros.

Jasiel enmudece y mira con fijeza al demonio, como si tratase de decidir si se ha vuelto loco o si concuerda con lo que ha dicho.

—Sé que estás preocupado, Jas. —Esta vez, cuando Mikhail habla, suena más tranquilo y recompuesto—. Yo también lo estoy, por eso te pedí que no te contactaras con nadie aún: porque no estoy seguro de nada de esto. —Hace una pequeña pausa—. Me encantaría que las cosas hubieran sido de otro modo. Que el viaje de todos hubiese sido fácil y llevadero; lamentablemente, no fue así. Es por eso que necesitamos ponernos en marcha cuanto antes. Cuanto más tardemos, más peligro corren todos. Tenemos que averiguar qué paso y, si podemos hacer algo para ayudarlos, ponernos manos a la obra. —Mikhail da un paso en dirección al ángel—. Y sé que es difícil confiar en que no van a traicionarnos de nuevo. Sé que es difícil no desconfiar de todo el mundo cuando nos hemos dado cuenta de que hay motivos para hacerlo, pero también sé que no podemos meter a todos en una misma categoría por culpa de unos cuantos. La maldad existe, Jas, eso ya lo sabes… pero también existe la bondad, las buenas intenciones, la lealtad, el honor y el sentido del deber. Quiero pensar que son más aquellos que están de nuestro lado, que aquellos que no; y, si me equivoco y hay alguien ahí afuera listo para ponernos a prueba, confío en que Bess, o Haru, o tú, o quien sea el involucrado, hará lo posible por sobrevivir. Por no permitir que la oscuridad gane. Así ésta se encuentre dentro de nosotros. —Habla de él mismo. Del poder demoníaco que lleva dentro, y eso no hace más que enviar una punzada de dolor a través de mi pecho.

Sus ojos se posan en mí.

—Bess es poderosa. Aterradoramente poderosa. —La manera en la que me mira hace que algo cálido me invada—. Ella puede cuidar de sí misma y de Haru un par de días si las cosas se complican. ¿No es así, Bess?

Durante unos instantes, no puedo hacer nada. No puedo apartar la vista de él y procesar el hecho de que está depositando su entera confianza en mí, en los Estigmas y en ese poder que tanto me aterra, a pesar de todas las decisiones cuestionables que he tomado las últimas semanas.

Yo, incapaz de confiar en mi voz para hablar, asiento.

Un destello de algo que no puedo reconocer atraviesa la mirada del demonio, pero desaparece tan pronto como llega y es reemplazada por un asentimiento duro que pretende ser resuelto.

—Está decidido, entonces —dice, mientras vuelve su atención a Jasiel—. Dejaremos a Bess y a Haru solos en el asentamiento durante unos días, bajo el cuidado de aquellos ángeles que se encuentran aquí y que consideramos de confianza, mientras encontramos al resto.

Jasiel, inseguro, pero más tranquilo expresa lo de acuerdo que está con la decisión.

Mi boca se abre para hablar. Para cuestionar durante cuántos días será esa ausencia suya que ya ha empezado a formar un vórtice de ansiedad en la boca de mi estómago, cuando ocurre…

Un grito ronco e ininteligible me inunda los oídos, al tiempo que un Haru aterrorizado pasa a mi lado como bala, mientras pronuncia cosas en ese idioma suyo que no entiendo.

A mi cabeza le toma unos instantes procesar que el grito ha venido del chiquillo y mi cuerpo entero gira sobre su eje al darme cuenta de que algo está sucediendo.

Que algo ha provocado el terror del preadolescente que viaja con nosotros.

Es en ese momento, cuando el corazón se me cae al suelo. Es en ese preciso instante, en el que el suelo debajo de mis pies se estremece.

Una mancha oscura y viscosa comienza a extenderse por todo el suelo de la azotea en la que nos encontramos. Una que es aterradoramente familiar y que evoca recuerdos paralizadores.

Esas cosas se llevaron a Mikhail al Inframundo. Esas condenadas cosas crearon el Inframundo tal como lo conocemos y, hasta hace poco, servían a Amon.

Los creadores del Infierno están aquí, en el techo del edificio en el que nos encontramos y están expandiéndose. Extendiéndose más allá de sus límites hasta abarcar un montón de terreno.

Un sonido aterrorizado amenaza con escaparse de mi garganta, el pánico comienza a expandirse por todo mi cuerpo y, de pronto, cuando mis pies, por inercia, empiezan a moverse en dirección contraria a la amenaza que nos asecha, los creadores comienzan a formar una silueta.

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