Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 33

Página 34 de 54

Han pasado horas desde que fui arrastrada hasta el diminuto armario en el que he sido encerrada y no puedo dormir. No puedo dejar de pensar. No puedo dejar de atormentarme con lo ocurrido hace un rato y tampoco puedo arrancarme del sistema la angustia y la preocupación inmensa que siento en estos momentos.

Mis niveles de ansiedad han alcanzado un punto sin retorno tan abrumador, que temo estar a nada de perder la cordura por completo.

Todo el cuerpo me tiembla. Mi estómago es una bomba de tiempo a punto de hacerme vomitar lo poco que tengo dentro, y el corazón me late tan rápido, que temo no ser capaz de hacerlo ralentizar su marcha antes de que me estalle dentro de la caja torácica.

No sé qué está pasando allá afuera porque nadie ha venido a verme todavía. No sé dónde está Mikhail. No sé qué carajos ha ocurrido con Haru y qué diablos pasará con nosotros ahora que la verdadera naturaleza del demonio de los ojos grises ha sido expuesta. Eso, por sobre todas las cosas, es lo que me tiene al borde del precipicio.

Hace unas horas, cuando estaba aovillada en un rincón de la pequeña estancia, sentí un puñado de tirones dolorosos en la cuerda que me ata a Mikhail; pero luego de eso, no he sido capaz de sentir nada a través de él. Estoy volviéndome loca por eso.

Le ruego al cielo que eso signifique que se encuentra bien, pero la realidad es que no tengo la certeza de ello.

He tratado de decirme a mí misma una y otra vez que él se encuentra bien. Que, al menos, se encuentra con vida todavía; pero la angustia no se marcha. No me da tregua y crea escenarios horrorosos en mi cabeza.

Con todo y eso, he tratado de mantener la calma y no he dejado de repetirme una y otra vez que, si algo terrible estuviese ocurriéndole a Mikhail, a estas alturas, lo sabría. El lazo que nos une me lo diría… ¿o no?

Cierro los ojos y ahuyento el pensamiento lo más rápido que puedo.

Ahora mismo, no puedo concentrarme en eso. No puedo permitirme pensar de esa manera, porque voy a enloquecer si me lo permito.

«Piensa, Bess. No puedes quedarte con los brazos cruzados. Tienes que hacer algo», me urge el subconsciente, pero por más que trato, no soy capaz de pensar en nada que no sean escenarios catastróficos. No soy capaz de hacer nada más que ahogarme en el mar de miseria que mi mente se ha creado para ella misma.

«Estoy tan cansada».

Me llevo las manos a la cara y reprimo las inmensas ganas que tengo de llorar. Si puedo ser honesta, no he me han abandonado ni un instante desde que dejé la habitación de Mikhail y fui a verificar cómo se encontraba Hank.

No debí hacerlo. No debí decirle que no confiaba en él. Debí esperar. Debí…

El sonido del cerrojo abriéndose me llena los oídos y, a toda velocidad, me giro sobre mi eje.

Sin ceremonia alguna, la puerta se abre, revelando la luz artificial de la habitación contigua. Al ser golpeada de lleno por ella, parpadeo un par de veces y me cubro los ojos con el dorso de la mano solo para tener un vistazo de la silueta que se ha adentrado en el diminuto armario.

—Mi padre quiere verte. —La voz de Hank llena mis oídos mucho antes de que pueda acostumbrarme a la nueva iluminación y mi estómago cae en picada.

Cuando soy capaz de tener un vistazo de su rostro, casi deseo no haberlo hecho.

Un escalofrío desagradable me recorre entera, pero este no es provocado por el aspecto aparatoso que tiene el parche en su nariz, ni la inflamación de sus ojos amoratados. Mucho menos es provocado por el sonido aguardentoso de su voz. Lo que hace que me sienta incómoda y aterrada del chico que se encuentra de pie frente a mí, es la forma en que me mira.

Es la hostil indiferencia con la que se ha plantado en el umbral y la oscuridad que le tiñe la expresión cuando me observa.

Trago duro, pero no digo nada. No soy capaz de hacerlo. Solo me quedo aquí, quieta, mirándolo con fijeza, mientras me escruta a detalle; como si pudiese desvelar mis más profundos secretos con solo verme como lo está haciendo ahora.

Finalmente, luego de un par de eternos segundos, se aparta del camino y hace un ademán hacia el exterior.

Sé que está esperando a que salga de la habitación, pero no quiero hacerlo. No si eso significa tener que estar al alcance de sus manos. En estos momentos, me aterra más la idea de él haciéndome daño, que la de enfrentar a su padre.

Hank no dice nada. Se limita a esperar hasta que, luego de unos largos momentos de tensión, me atrevo a moverme.

Mis pies se sienten pesados y aletargados. Como si estuviese caminando dentro del agua, pero me las arreglo para llegar a la puerta en poco tiempo. Una vez ahí, Hank me toma con firmeza por el antebrazo, como si eso fuese a detenerme en determinado caso de que quisiera huir, y me hace avanzar hasta la salida al corredor.

No sé a dónde nos dirigimos, pero, en definitiva, no es a la oficina del comandante. He estado en ese lugar las veces suficientes como para saber que el pasillo por el cual avanzamos no nos lleva a ese lugar.

Hank nos hace dar un par de giros más hasta que somos introducidos a un andén frío, oscuro y casi desierto. Hay un par de soldados con armas de alto calibre flanqueándolo, pero de ahí en más, el subterráneo que da hacia las vías del tren está desierto en su totalidad.

—Por aquí. —Hank instruye, mientras nos dirige hasta el final de la plataforma y, una vez ahí, nos hace bajar por la pequeña escalera metálica que ahí se encuentra.

En el instante en el que mis pies hacen contacto con la grava, el hijo del comandante tira de mí y me hace avanzar en dirección a las vías y, luego, hacia el interior del túnel por el que, hasta hace no mucho tiempo, corría uno de los medios de transporte más eficaces de la ciudad.

No sé cuánto tiempo caminamos antes de que nos detengamos frente a una enorme puerta metálica. —una muy similar a la que encontré sellada luego de quedar atrapada en el derrumbe provocado por Mikhail—. Una vez ahí, Hank llama con firmeza y, desde el otro lado, la puerta se abre para dejarnos entrar.

La fría y húmeda estancia parece una bóveda de mantenimiento. Hay máquinas enormes por todos lados y, al fondo, hay otra puerta idéntica a esa por la cual entramos. Por un segundo, me pregunto si aquella puerta cerrada que encontré —esa que cumple la función de prisión— se verá igual por dentro que esta. No me sorprendería si así fuera. Tampoco me sorprendería enterarme de que, así como este lugar tiene dos accesos, aquel también lo haga.

Mis ojos echan un vistazo rápido al lugar.

No hay mucho que mirar en realidad. Hay un puñado de cajas apiladas al fondo y, al centro de todo, se encuentra un improvisado escritorio. Detrás de él, por supuesto, se encuentra el comandante y su mano derecha: Donald Smith. Por último, en un rincón, cruzada de brazos —y con gesto angustiado— se encuentra la doctora Harper.

Una pequeña punzada adolorida me recorre entera solo porque una parte de mí esperaba que ella no se encontrase involucrada en todo esto. Porque todavía hay una parte de mí que siempre espera lo mejor de las personas, y verla aquí solo comprueba que siempre supo más de lo que aparentaba. Que siempre ha estado involucrada de una manera muy personal con todo lo que ocurre por debajo de la mesa dentro del asentamiento.

La puerta se cierra detrás de nosotros y, solo hasta que esto ocurre, Hank deja ir el brazo del cual me sostenía. Una parte de mí desea puntualizar que, de haber querido hacerlo, habría podido liberarme, pero me trago las palabras y me muerdo la parte interna de la mejilla para no hablar de más.

Entonces, sin ceremonia alguna, la voz del comandante Saint Clair rompe el espeso silencio en el que se ha sumido la estancia.

—Jugaste bastante bien tus cartas, Bess Marshall —dice e, incapaz de pronunciar palabra alguna, lo miro fijamente—, pero se acabó el juego. —Se pone de pie y avanza a paso lento pero decidido en mi dirección. Una vez que se encuentra frente a mí, en posición amedrentadora, continúa—: Te voy a dar una última oportunidad de decir la verdad porque soy benevolente y porque nos has ayudado a detener una que otra catástrofe potencial dentro del asentamiento; pero más te vale decírnoslo todo, porque si no —se inclina hacia adelante, de modo que nuestros rostros quedan a escasos centímetros el uno del otro. En ese instante, su voz baja hasta convertirse en un susurro amenazador—, tu amigo va a pagarlo muy caro.

—¿Dónde está? —inquiero, con un hilo de voz, pero con la ira encendiéndose en mi pecho.

—Confórmate con saber que está bien… —El comandante responde cuando se yergue sobre sí mismo y se lleva ambas manos a la espalda—. O algo por el estilo.

En el instante en el que pronuncia aquello, los Estigmas dentro de mí sisean con furia y comienzan a desperezarse con lentitud.

El nudo en mi garganta se aprieta ante la idea de Mikhail siendo herido por culpa de estos hombres; estando en el estado tan débil en el que se encuentra, a manos de esta gente.

—No voy a decir una palabra respecto a nada hasta que no lo vea con mis propios ojos —refuto, a pesar de que no estoy en posición de exigir nada—. Hasta que no tenga la certeza de que se encuentra bien.

Una sonrisa condescendiente y cruel es esbozada por los labios del hombre frente a mí y aprieto los puños para evitar sucumbir ante el deseo primitivo que tengo de golpearlo en la cara.

—Discúlpame, Bess, pero creo que no has entendido la posición en la que estás en estos momentos. —Entorna los ojos en mi dirección—. Tienes que saber que, en esta ocasión, soy yo el que pone las reglas.

Niego.

—No voy a decir una sola palabra hasta que no vea a Mikhail —escupo, con toda la entereza que el pánico me permite—. Y a Haru.

El comandante hace un gesto desdeñoso con una mano, al tiempo que me da la espalda y comienza a avanzar en dirección a su escritorio.

—El chiquillo está bien… —dice. Su voz es terciopelo puro, pero su mirada, cuando se gira para encararme, es tan oscura y peligrosa, que una punzada de preocupación me invade el pecho—. Por el momento. —Acota y una sonrisa cruel se dibuja en sus labios—. Pero si no hablas, haré que los hombres que lo custodian a él le saquen la verdad a base de golpes si es necesario.

Sin que pueda evitarlo, la energía de los Estigmas se precipita hasta las puntas de mis dedos y emite un estallido tan repentino, que todos los muebles de la estancia salen despedidos hacia las paredes.

Los gritos de sorpresa no se hacen esperar, pero el comandante no parece siquiera inmutarse ante la amenaza implícita que he lanzado al aire.

—Si le tocan un solo dedo a Haru o a Mikhail, voy a destruir este lugar hasta los cimientos —digo, con la voz enronquecida, luego de un tenso instante de silencio.

En el segundo en el que las palabras terminan de abandonar mi boca, Donald desenfunda el arma que lleva consigo y la apunta hacia mí.

—Ten mucho cuidado con la manera en la que tomas tus decisiones, Bess Marshall. —Rupert Saint Clair habla, con la jovialidad de quien se sabe a cargo de la situación—. No me importaría para nada desatar el mismísimo apocalipsis disparándote entre las cejas.

—Papá… —Hank comienza, pero el comandante alza una mano que lo silencia de inmediato.

—Tienes que entender, muchachita, que ahora soy yo quien pone las reglas —espeta, con brusquedad y violencia—. Te permití muchas cosas, pero ahora ha llegado el momento de tomar las riendas de la situación con mis propias manos. Si no me dices ahora mismo qué carajo es esa cosa a la que trataste de hacer pasar por uno de nosotros, voy a sacárselo a palos al chiquillo que vino con ustedes y, después, voy a matar al monstruo ese que está bajo mi custodia.

Lágrimas de impotencia me inundan la mirada, pero no derramo ninguna.

—Bess —la voz de Hank es firme, pero está teñida de una súplica sutil y suave—, dale lo que pide.

No respondo. No me muevo. Me atrevo a decir que ni siquiera respiro en el intento de contener la ira que me hierve en las venas. En el intento de mantener a raya a los Estigmas que rugen furiosos en mi interior.

—No voy a decirle absolutamente nada hasta que no los vea. A los dos —sentencio, con toda la seguridad y firmeza que puedo imprimir.

El gesto furibundo que se apodera del comandante me eriza los vellos de la nuca, pero me las arreglo para alzar la barbilla y clavar los ojos en los suyos con fiereza.

—Bien —dice, al cabo de unos largos instantes—. Tú lo quisiste de esta manera. —Mira a su hijo y luego hace un gesto en mi dirección; entonces, añade—: Llévatela de aquí y trae al niño y a Chiyoko.

—¡Hijo de…!

—¡Papá! —La voz de Hank, fuerte y autoritaria, me interrumpe y el chico se interpone entre su padre y yo—. ¡Dame un poco de tiempo! Permíteme encargarme de esto y te prometo que…

—Te dejé encargarte de ella durante mucho tiempo. —Hace un gesto de cabeza en mi dirección, antes de añadir con brusquedad—: Y mira lo que conseguiste.

—Déjame hablar con ella —Hank insiste—. Sé que puedo llegar a un acuerdo. No podemos asesinarla. Necesitamos que nos proteja, ¿recuerdas?… La necesitamos.

Las palabras de Hank no hacen más que acentuar un poco más el mar enfurecido que me canta en las venas. Todo este tiempo ese fue su plan. Todo este tiempo, la posibilidad de utilizarme como escudo humano fue lo que siempre buscaron. Quizás, eventualmente, planeaban canjearme con los demonios para conseguir un boleto de salida de la ciudad. No lo sé. A estas alturas, nada de eso me sorprendería.

El comandante guarda silencio y mira a su hijo largo y tendido. No dice nada, pero hay duda en su expresión. Sé que está sopesando las palabras que Hank acaba de pronunciar.

Al cabo de unos largos y tortuosos instantes, asiente con lentitud.

—La verdad es que no entiendo qué esperas conseguir, pero adelante. Inténtalo. Habla con ella —dice, pero no suena para nada conforme con lo que acaba de decir. No parece conforme con la situación en lo absoluto—. En cuanto a ti… —dice, dirigiéndose hacia mí—, te aconsejo que no te confíes mucho ni te pongas muy cómoda. Hank no va a poder interceder por ti durante mucho tiempo. Tendrás que cooperar o te atendrás a las consecuencias de tu tozudez.

—Lo que hable con su hijo no va a cambiar en lo absoluto mi postura: si no los veo sanos y salvos, no les diré una mierda de nada —digo, al tiempo que clavo los ojos en él.

Las facciones del comandante se endurecen.

—Si esa sigue siendo tu postura, entonces, solo acaban de comprarte unas cuantas horas antes de que tome medidas respecto a ti, el chiquillo y el monstruo que los acompaña. —suelta, en un tono tan siniestro que me estremezco de pies a cabeza. Acto seguido, clava su vista en Hank, hace un gesto de cabeza en dirección a la salida para añadir—: Llévatela. Hemos terminado.

Hank asiente y, de inmediato, vuelve a tomarme del brazo para hacerme girar. Luego de eso, comienza a guiar nuestros pasos en dirección a la salida.

El camino de regreso al diminuto armario es silencioso y tenso, pero no dejo que la sensación de incomodidad que me embarga ante el silencio sepulcral de Hank, me distraiga del impulso de supervivencia que tengo. No dejo que me impida poner atención al lugar por el que avanzamos con el afán de memorizar el camino.

Nunca había estado aquí. Al parecer, el asentamiento es mucho más grande de lo que pensaba y guarda más secretos de los que esperaba descubrir. Eso, por sobre todas las cosas, pone un peso extraño sobre mis hombros. Una sensación insidiosa que me hace sentir incómoda y diminuta.

Llegamos a la habitación en la que fui encerrada sin cruzar palabra y, mientras me suelta, un impulso primitivo y animal me invade y, de pronto, en lo único en lo que puedo pensar, es en echarme a correr. Lo único que me grita el instinto, es que utilice el poder destructivo que llevo dentro para hacerle daño.

Pese a eso, me mantengo quieta en mi lugar. No puedo darme el lujo de dar un paso en falso y arriesgarlo todo de esa manera. Si voy a hacer algo para escapar, tengo que planearlo bien. Si voy a escapar, no voy a hacerlo sola.

El sonido de la puerta siendo cerrada me saca de mis cavilaciones y me giro sobre mi eje justo a tiempo para ver cómo Hank me encara.

La expresión de su rostro es igual de recelosa que la mía.

—Estoy tratando, Bess —dice, luego de un largo silencio—. De verdad, estoy tratando de encontrarle sentido a esto. A todo lo que pasó… —Sacude la cabeza en una negativa—. Pero no puedo.

El gesto torturado que comienza a apoderarse de sus facciones hace que una punzada de arrepentimiento me recorra, pero de todos modos, me quedo en silencio; a la espera de que siga hablando.

—Creí, cuando dijiste que ya no querías más mentiras, que lo había arruinado, ¿sabes?… —Me mira y una sonrisa triste se desliza en sus labios—. Que te había hecho algo horrible al ocultarte lo del calabozo; pero tú… —Hace una pequeña pausa y la expresión dolida que se había apoderado de sus facciones se acentúa un poco más—. Tú hiciste exactamente lo mismo que yo. Me mentiste. Me ocultaste la verdad. Y ahora… —Se relame los labios—. Ahora de verdad empiezo a preguntarme si lo que pasó entre nosotros la última vez solo ocurrió porque querías obtener más información al respecto. No dejo de preguntarme si me besaste porque de verdad sientes algo por mí o solo tratabas de conseguir algo más.

No respondo. Me limito a mirarlo fijamente.

—He metido las manos al fuego por ustedes…, por ti, desde el día uno —continúa—. Y no porque esperara alguna clase de retribución a cambio; sino porque me gusta creer en la bondad de la gente. —Hace una pequeña pausa—. Pero ahora, no dejo de cuestionarme si de verdad todo eso ha valido la pena. Si de verdad ha sido buena idea arriesgar tanto por ti, cuando tú no has hecho más que omitir información y jugar conmigo.

—Las cosas no son así, Hank —digo, cuando él concluye—. Yo mentí para protegernos a todos. Mentí para salvarnos la vida.

—¡Los rescatamos del maldito exterior! —exclama— ¡A los tres! ¡Les curamos las heridas, les dimos comida, un techo y un lugar donde refugiarse! ¡¿De qué mierda estabas protegiéndote?!

—¡Hank, escucha lo que estás diciendo, por el amor de Dios! —digo, al tiempo que niego con la cabeza—. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Confiar en todos ustedes a la primera de cambios? ¿Hablar sobre Mikhail o sobre mí así, sin recelos y cautelas? —Un bufido exasperado se me escapa, al tiempo que una sonrisa triste se desliza en mis labios—. El mundo allá afuera se está acabando y a mí me han jugado el dedo en la boca tantas veces en el pasado, que ya no puedo confiar en nadie. A veces, ni siquiera confío en mi propio juicio. Así que no esperes un voto de confianza ciega, porque sabes que no funciona de esa forma.

Mis palabras quedan colgando en el aire durante unos instantes. Asentándose entre nosotros. Creando un abismo cada vez más grande y profundo.

—¿Quién es él? ¿Qué es? —Sé que se refiere a Mikhail—. ¿Qué es tan especial sobre él que prefieres tener un arma apuntada hacia el pecho antes que decir algo sobre su naturaleza?

—Lo siento, Hank, pero no voy a decírtelo. No, si no tengo la garantía de que él estará bien. De que lo dejarán marcharse y de que Haru podrá ir con él. —La voz se me quiebra ante la realidad de mis palabras. Después de todo, siempre he estado dispuesta a sacrificarme si eso garantiza el bienestar de aquellos que me rodean.

—¿Tanto te importa que estás dispuesta a quedarte aquí solo para que él se marche? —inquiere, pero no respondo. No puedo hacerlo. El nudo que tengo en la garganta es tan grande, que no puedo ni respirar.

—Estás enamorada de él, ¿no es así?

Silencio.

Hank niega y suelta una carcajada corta y amarga. Su gesto, sin embargo, no deja de ser una mueca dolida.

—Bien… —dice, al tiempo que asiente y desvía su mirada de la mía—. Ya entendí.

Entonces, sin decir una palabra más, se gira sobre su eje y sale de la habitación. Acto seguido, escucho cómo le echa llave a la puerta.

Una oleada de desasosiego me invade el cuerpo tan pronto como desaparece de la habitación. La culpabilidad que me provoca el saber que me aproveché de sus sentimientos es tan abrumadora, que no puedo dejar de sentirme miserable. No debí hacer lo que hice. No debí aprovecharme de la situación.

No debí hacer tantas cosas estos últimos días, que no sé ni siquiera por dónde empezar a resarcirlo todo… Si es que aún hay algún modo de hacerlo.

Cierro los ojos.

Una inspiración profunda es inhalada por mis pulmones y me quedo así, con los ojos cerrados y el aire contenido en el pecho, mientras trato de ponerle un orden a la maraña que es mi cabeza.

Cuando dejo ir el aire y abro los ojos, sigo sintiéndome miserable. Sigo sintiéndome como una completa idiota. Sigo tratando de buscar alguna manera de solucionarlo todo.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que vuelva a aovillarme en el suelo de la diminuta habitación. Tampoco sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que alguien estuvo aquí. Hank se fue hace una eternidad y nadie más ha venido a verme desde entonces.

Tengo mucha hambre. El hueco que siento en el estómago es casi tan abrumador como la sensación de angustia que me embarga de pies a cabeza, ante el panorama que me invade.

Al cabo de un largo rato más de tortura mental, el cerrojo de la puerta resuena y la habitación se abre.

Mi vista se alza de inmediato y parpadeo un par de veces para acostumbrarme a la nueva iluminación. Antes de que lo logre, una silueta más pequeña y delicada se adentra en la estancia y cierra la puerta detrás de sí.

De nuevo, no puedo ver nada.

—¿Quién anda ahí? —suelto, con brusquedad, solo porque no me agrada la idea de estar a solas, en una habitación oscura, con sabrá-Dios-quién.

—Shhh… —Una voz suave y familiar me llena los oídos—. Soy la doctora Harper.

Confusión, alarma y recelo me invaden en un abrir y cerrar de ojos, y entorno la mirada solo para tener un vistazo de su silueta.

—No tenemos mucho tiempo —dice, con urgencia—. Se supone que solo he venido a traerte algo para que comas.

—¿De qué diablos está…?

—Escucha con atención. —me corta de tajo y doy un respingo cuando una mano helada se envuelve en una de las mías—. Voy a ayudarte a salir de aquí, ¿de acuerdo? Voy a ayudarte a escapar.

La declaración hace que el estómago se me hunda hasta los pies y una llama de esperanza se enciende de inmediato en mi interior. No quiero ilusionarme. No quiero confiar demasiado rápido en ella, porque no sé si realmente está tratando de ayudarme o solo está tendiéndome una trampa; con todo y eso, no puedo evitar sentir cómo un nudo se apodera de mi garganta ante lo que acaba de decir.

—¿Qué?… —balbuceo. No quiero sonar ilusionada, pero lo hago de todos modos.

Una pequeña llama se enciende delante de mis ojos e ilumina un poco la diminuta estancia en la que nos encontramos.

—Hay una forma de salir de aquí sin ser detectados —explica, rápidamente, luego de encender una vela que no tenía idea que traía consigo—. Estaba planeando escapar y llevarme a cuantos pudiese conmigo cuando las cosas con el comandante se compliquen, pero creo que ustedes necesitan esto más que yo. —La declaración me saca por completo de balance. De todas las personas aquí adentro, jamás imaginé que la doctora Harper quisiera escapar. Que quisiera poner cuanta distancia fuera posible entre ella y el comandante—. Hay que caminar mucho y hay que sortear un par de zonas derrumbadas e inundadas —continúa—, pero es posible salir de este lugar sin pasar por los guardias perimetrales. Haré que lleven a Haru hasta el subterráneo indicado y vendré por ti en la madrugada. Aún no averiguo dónde tienen a Miguel Arcángel, pero prometo que, tan pronto como lo averigüe, lo ayudaré a escapar a él también.

Niego, incapaz de procesar todo lo que está diciéndome. Sintiéndome mareada y enferma al escucharla hablar de Mikhail de esa manera.

—¿Cómo…?

—Él me lo dijo —me interrumpe—. Lo sospeché desde que llegaron. Su cuerpo no actuaba como el de nosotros y las heridas de su espalda, claramente, no fueron hechas por mordidas; pero la verdad es que no tuve la certeza de nada hasta que él mismo me lo dijo. —La doctora debe notar la confusión y el horror en mi rostro, ya que se apresura a explicar—: El día que quedaste atrapada en el derrumbe, yo lo encontré. Estaba bañado en su propia sangre en el área médica. Tenía cuernos en la cima de la cabeza y su piel estaba repleta de venas moradas. —Sacude la cabeza—. No le quedó más remedio que contarme quién era y por qué tenía cuernos. Sé que aún hay muchas cosas sobre esa historia que desconozco, pero le creí. Le creí, y atendí sus heridas; limpié el desastre del suelo y le conseguí una remera nueva para que nadie se diera cuenta de lo que acababa de pasar.

Su mano aprieta la mía y el corazón me da un vuelco.

—Lo sé todo y voy a ayudarte. Voy a ayudarles a los dos, porque sé que de ustedes dependen muchas cosas —concluye y la sensación vertiginosa y aterradora que me invade, apenas me permite pensar con claridad.

—Hay un calabozo —balbuceo, a pesar de que apenas puedo escuchar el rumor de mis propios pensamientos—. Seguramente, lo han encerrado ahí. Tenemos que llegar a él. Tenemos que encontrarlo y sacarlo de ahí.

—No podemos hacer eso. —Suena ansiosa y nerviosa cuando habla—. No tenemos tanto tiempo. Si nos tardamos demasiado buscándolo, nos van a descubrir. Tienes que marcharte con el muchacho y luego, dentro de unos días, cuando logre encontrar una forma de liberar a Mikhail, lo haré.

—No tenemos unos días —urjo y el tono de mi voz refleja cuan aterrada me hace sentir decir esto en voz alta—. Si Haru y yo nos vamos, van a asesinarlo.

Silencio.

—Bess, ni siquiera sé dónde diablos está ese calabozo. —La doctora habla, desesperada por mi necedad. Asustada por ella—. Rupert jamás mencionó nada sobre un calabozo.

—Yo sí sé dónde está. —Le aseguro—. Solo necesito la llave. Si la conseguimos, podríamos…

—Es muy arriesgado. —Me corta—. Cuanto más tiempo pase, más probabilidades hay de que nos atrapen.

—No voy a irme de aquí sin él —sentencio, finalmente, y la doctora Harper enmudece.

—Bess…

—Saque a Haru de este lugar y váyase con él. —La interrumpo.

—Pero…

—Usted quería irse de aquí, ¿no es así? —La corto de nuevo—. Váyase, entonces. Llévese a Haru con usted. Él podrá protegerla —continúo—. Yo iré por Mikhail y los alcanzaremos en cuanto logre liberarlo de ese lugar. Hay que cuadrar un punto de reunión para vernos al amanecer. Si no estamos con ustedes a esa hora, por favor, salga de la ciudad. Llévese a Haru con usted, sáquelo de aquí y manténgalo alejado de cualquier criatura paranormal existente.

—Es una locura. —La mujer suena aterrorizada ante la perspectiva de lo que estoy diciéndole, pero no tenemos otra opción. Esta es, probablemente, la única oportunidad que tendremos de escapar antes de que las cosas se compliquen aún más.

—Es nuestra única oportunidad —digo, y de verdad lo creo—. Es una locura, pero es lo único que tenemos. Si no lo intentamos, no quedará mucho por hacer después. Y si usted no me ayuda, doctora Harper, yo…

—Lo haré. —Me interrumpe, y suena determinada y asustada mientras lo hace—. Te ayudaré. Los ayudaré a los tres.

Asiento, al tiempo que dejo escapar el aire que no sabía que contenía.

—De acuerdo. Entonces, tenemos que ponernos manos a la obra—declaro y, acto seguido, comenzamos a planearlo todo.

Ir a la siguiente página

Report Page