Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 34

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Hemos ideado un plan para escapar de aquí. La doctora Harper y yo hemos trazado una estrategia para salir del asentamiento que, ¿honestamente?, no sé si vaya a funcionar. Es una táctica tan arriesgada y arrebatada, que no sé si realmente vaya a ser efectiva y nos hará salir de aquí sanos y salvos.

Con todo y eso, vamos a ponerlo en marcha. Vamos a arriesgarnos porque, ahora mismo, es la única oportunidad que tenemos.

El plan consiste en lo siguiente:

En la madrugada —o, en otras palabras: dentro de unos minutos—, ella vendrá a sacarme de aquí con la llave que logró quitarle al comandante hace unas horas. Antes de hacerlo, irá a buscar a Haru y, en conjunto con Maggie, una persona de su total confianza, lo llevarán a la salida que la doctora ha encontrado.

Esa persona y Haru esperarán ahí por nosotros, mientras la doctora Harper viene por mí.

Cuando lo haga, ambas nos escabulliremos hasta el calabozo y, una vez ahí, vamos a tratar de liberar a Mikhail. Para eso, tenemos un par de opciones.

La primera de ellas es la más complicada. Consiste en que la doctora Harper tratará de tomar el llavero del comandante de su habitación. Al parecer, el comandante y ella tienen un amorío a escondidas de todo el mundo. Con tristeza en la voz, admitió que solo ha sido una táctica de supervivencia. Que se ha metido con ese hombre tan repugnante solo para ganarse su confianza y un lugar privilegiado dentro del asentamiento; no porque realmente sienta algo por él.

Así pues, con eso jugando a nuestro favor, la doctora Harper se adentrará en los aposentos del hombre solo para robarle las llaves. Si lo consigue, tendremos la mitad del trabajo hecho; ya que solo tendremos que sacar a Mikhail de la prisión improvisada y huir lejos. Si no lo hace; si no consigue robarle las llaves, entonces, no nos quedará más remedio que hacer uso del poder destructivo de mis Estigmas para forzar la cerradura.

No me gustaría tener que recurrir a ellos, ya que merman bastante mi bienestar físico desde que la parte angelical de Mikhail regresó al lugar que le corresponde; pero si no tenemos más remedio es lo que se hará.

Luego, una vez que lo tengamos con nosotros, nos escabulliremos para reunirnos con Haru y Maggie en la salida alterna que Olivia ha localizado.

Así mismo, hemos tomado medidas en caso de que algo malo ocurra:

La doctora Harper me ha dibujado un mapa rápido del lugar en el que voy a encontrar la salida secreta y me ha dado instrucciones expresas sobre cómo salir de los túneles en los que vamos a sumergirnos por si, por algún motivo, tenemos que separarnos. También, me ha dicho que Maggie tendrá órdenes expresas de llevarse a Haru fuera del asentamiento si demoramos más de media hora en llegar. Así mismo, le ha dicho que deberá refugiarse con él en el edificio corporativo de un afamado banco —y que se encuentra a apenas unos kilómetros de distancia—, y ahí aguardarán veinticuatro horas. Si ninguna de nosotras llega a buscarlos, tendrán que marcharse de la ciudad. Tendrán que buscar la manera de irse de Los Ángeles, cueste lo que cueste.

Esto último aplica para cualquiera que logre llegar al edificio primero —en caso de que todo se complique, claro está.

Ahora mismo, me encuentro alerta y despierta en el armario en el que fui encerrada. Nadie más —luego de que vino la doctora Harper— se ha aparecido por aquí y tampoco hay señales de que haya alguien custodiando la entrada.

Absolutamente nadie en este lugar sospecha que, si así lo quisiera, podría escapar. Podría utilizar el poder destructivo que llevo dentro para hacerlo todo pedazos.

El pensamiento me reconforta. Me hace sentir en control de la situación, a pesar de que sé que la situación misma nos controla a todos en estos momentos.

Algo resuena del otro lado de la puerta y, atenta, fijo la vista en el lugar en el que se encuentra. No puedo ver nada, pero de todos modos, siento cómo todos los músculos se contraen ante la perspectiva de encontrarme con otra cosa en el momento en el que la puerta se abra. Ante la idea de haber sido descubiertas y toparme de frente con alguno de los hombres de Donald. O, peor aún, de que sea Hank mismo quien se adentre en este lugar para impedir que me marche.

Aguardo unos instantes y, luego, el sonido del pestillo retumba en cada rincón del reducido armario.

La tensión se apodera de mi anatomía en un abrir y cerrar de ojos, y los Estigmas se desperezan y se ponen en guardia.

Acto seguido, la puerta se abre poco a poco.

—¿Bess? —La voz de Olivia Harper llega a mí y me llena de un alivio indescriptible al instante.

—Aquí estoy —digo, con la voz enronquecida y baja, al tiempo que cierro los ojos con fuerza.

—¿Estás lista? —La doctora suena aliviada cuando habla—. Vámonos. No tenemos mucho tiempo.

«Con cautela, Bess», me susurra el pensamiento, mientras salgo del armario. «No confíes del todo. Guarda siempre tus reservas. Esto podría ser una trampa».

Sé que tiene razón. Sé que mi subconsciente podría estar en lo correcto, así que me digo a mí misma que tendré cuidado con ella y pondré especial atención a todos sus movimientos.

—Por aquí. —El susurro de la mujer me saca de mis cavilaciones y me obliga a seguirla a través de los pasillos oscuros, solitarios y silenciosos que conforman esta parte del asentamiento.

Serpenteamos por corredores que jamás había visto hasta que, luego de un par de minutos, uno de ellos nos saca a la explanada principal.

Ahí, la iluminación es tenue; creada por antorchas que solo son colgadas en las áreas comunes por las noches. Desde el espacio oscuro en el que nos refugiamos, soy capaz de ver a dos de los guardias nocturnos; cada uno flanqueando las entradas —y salidas— de los dormitorios.

—¿Maggie sacó a Haru de los dormitorios? —pregunto, en voz muy baja, hacia la doctora Harper; quien no aparta la vista de los guardias.

—No. Lo saqué yo misma —responde, en voz igual de baja que la mía—. Alegué que tenía una fiebre alta y que me preocupaba. Les dije que no quería que contagiase al resto de los chicos de su dormitorio y que tenía que pasar las siguientes noches en el área médica.

—¿Y se lo creyeron así nada más?

Asiente.

—No tienes idea de cuánto cuidamos a los pacientes enfermos —explica—. Un virus mal tratado podría traernos un verdadero desastre. No tenemos los recursos para tratar una epidemia aquí abajo. Todos morirían. Es por eso que, cuando yo digo que alguien duerme en el área médica en calidad de observación, lo hace. Así pude apartar a Haru de los ojos de los guardias.

Es mi turno para asentir, medio aliviada por lo que está diciéndome.

—¿Consiguió el llavero del comandante, doctora Harper? —inquiero, a pesar de que no estoy segura de querer escuchar la respuesta.

Si es afirmativa, me sentiré como mierda por haberla obligado a exponerse una vez más ante aquel horrible hombre.

No responde. Se limita a llevarse una mano al bolsillo del abrigo que lleva puesto para hacer sonar el contenido. Alivio y culpabilidad se mezclan dentro de mí cuando soy capaz de escuchar el tintineo, pero no digo nada. Me limito a mantener la calma mientras mi mente solo piensa en el infierno que debió haber pasado esta mujer dentro de estos túneles.

—Hay mucho movimiento. —La doctora Harper musita, pero no suena como si hablase conmigo. Tiene el ceño fruncido en concentración y se muerde el labio inferior al tiempo que observa a los guardias que nos rodean.

—¿Cómo vamos a avanzar sin que nos noten? —pregunto, y sueno ligeramente preocupada.

La mujer no responde de inmediato. Se queda mirando el escenario que se desarrolla delante de nuestros ojos.

—Toma… —La doctora saca las llaves del bolsillo donde las lleva y me las ofrece. Acto seguido, toma de la cinturilla de su pantalón una linterna que no le había visto y la pone sobre mis manos. Es hasta ese momento, que me mira a los ojos—. Yo los distraeré. Tú ve y busca a Mikhail.

Niego, incapaz de dar crédito a lo que está diciendo.

—Es demasiado arriesgado —protesto, pero ella me guiña un ojo y me regala una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes por eso ahora. Solo ve a buscar a Mikhail. Te veo justo en este lugar en diez minutos. —Mientras dice eso, hurga en sus vaqueros hasta que saca un reloj de muñeca y lo pone encima del llavero que me dio antes—. Está sincronizado con el mío —levanta una mano y me muestra el reloj que ella utiliza—. Diez minutos exactos, Bess. Si no llego aquí en diez minutos, vayan a esperarme junto a Haru y Maggie.

—Lo mismo digo —digo, al tiempo que la miro a los ojos con determinación—: Si no estamos aquí en diez minutos, vaya a esperarnos junto a Haru y Maggie.

Asiente.

—Media hora, Bess. Recuerda que eso es lo único que tenemos. Maggie y Haru se irán sin nosotros si no llegamos en media hora. —La doctora me recuerda y aprieto la mandíbula mientras, con un movimiento de cabeza, le hago saber que lo he entendido. Ella, al ver mi determinación, dice—: Bien. Con mucho cuidado, Bess.

—Usted también. —El nudo de terror que me atenaza las entrañas apenas me permite hablar.

Una última sonrisa es regalada en mi dirección y la doctora Harper, sin decir una palabra más, cuadra los hombros y se echa a andar en dirección a donde uno de los guardias se encuentra. Cuando está lo suficientemente cerca, comienza a hablarle en voz alta y jovial.

Al cabo de unos instantes, la mujer tiene la atención de los dos guardias y, luego de otros más, consigue que la sigan en dirección al área médica.

En ese momento, me echo a andar a toda velocidad —y tratando de ser lo más sigilosa posible— en dirección al corredor derrumbado.

La pared de rocas que cayó y bloqueó la entrada y la salida de ese lugar, sigue ahí, cerrándole el paso a cualquiera que trate de adentrarse a investigar. Ahora que lo pienso, este derrumbe no pudo venirle mejor al comandante. Con él, las posibilidades de que alguien, por error, descubriera su calabozo, son casi nulas.

«De no haber estado buscando a Haru, tú tampoco sabrías de su existencia».

Sin perder el tiempo —y tratando de mantenerme enfocada en el objetivo—, trepo por las rocas con el mayor cuidado posible hasta que llego al hueco por el cual fui rescatada. Una vez ahí, me introduzco con mucho cuidado en él y bajo hasta llegar al interior de la cámara que los escombros han creado.

El polvo lo inunda todo y se me pega a la garganta cuando respiro; es por eso que tengo que cubrirme la nariz y la boca con la manga de la chaqueta — esa que me ha conseguido la doctora Harper— para evitar toser.

La oscuridad es abrumadora, y apenas puedo ver más allá de mi nariz, pero no me atrevo a encender la linterna todavía. En su lugar, me acerco a la pared izquierda para sentir el instante en el que llegue a la puerta indicada.

El metal helado no tarda en llenarme el tacto luego de unos minutos y el corazón me da un vuelco solo por el hecho de haberla encontrado. Un estallido eufórico me llena el pecho y, presa de él, me apresuro a tomar las llaves para comenzar a probarlas en el cerrojo.

Es hasta ese momento, que me atrevo a encender la luz artificial que se me fue dada.

Me toma varios intentos encontrar una que logre introducirse en la chapa. Cuando eso ocurre, quiero gritar de la emoción.

Giro la muñeca con lentitud. Nada. No es la llave indicada.

La decepción que me invade es eclipsada por la confusión que siento. De pronto, un horrible hormigueo me recorre desde la nuca hasta la mitad de la espalda y una pregunta comienza a rondarme la cabeza. Un cuestionamiento comienza a quemar en lo más profundo de mi ser.

«¿Qué si este no es el único lugar de este estilo? ¿Qué si esta llave abre otro tipo de calabozo, en alguna otra parte del asentamiento?», me susurra el subconsciente y el malestar me forma un nudo en el estómago.

Con todo y eso, me obligo a lanzar las nuevas sospechas en un rincón en lo profundo de mi cerebro y trato de concentrarme en el aquí y el ahora.

Tengo que encontrar otra llave. Tengo que agotar mis opciones antes de arriesgarme a utilizar el poder de los Estigmas y debilitarme.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que encuentre otra llave que entre en el cerrojo indicado. Otro destello de emoción eufórica me invade, pero lo contengo mientras, con lentitud, giro la muñeca para hacer ceder el pestillo.

La cerradura da de sí.

Mi corazón se detiene una fracción de segundo para reanudar su marcha a una velocidad vertiginosa. El aliento me falta y, sin más, me siento mareada. El temblor incontrolable de mis manos hace que las palmas me suden y que las llaves se me resbalen de los dedos. A pesar de eso, me obligo a apretar la mandíbula y los dientes antes de tomar una inspiración profunda. Me digo a mí misma que debo mantener la compostura y, con todo y la euforia que apenas me permite moverme, me obligo a empujar la puerta con cautela y lentitud.

El sonido metálico, profundo y chirriante de la pesada entrada solo consigue erizarme un poco más los vellos del cuerpo, y tengo que obligarme a echar un vistazo rápido al corredor solo para cerciorarme de que me encuentro completamente sola.

Cuando logro convencerme a mí misma de ello, empujo un poco más. Luego, doy un paso lento y dubitativo hacia el interior de la estancia.

Tengo el corazón en la garganta. El pulso me ruge detrás de las orejas y las rodillas me tiemblan con cada paso que doy. Estoy tan aterrorizada de lo que voy a encontrarme, que no puedo pensar en nada más. Que no puedo hacer otra cosa más que aferrarme a la linterna que sostengo entre los dedos y cerrar los ojos durante unos instantes solo para calmar el tornado de emociones que me embarga.

Doy un paso más y luego otro, hasta adentrarme en la oscura estancia.

La luz de la lámpara que sostengo apenas ilumina un par de pasos por delante de mí, así que no soy capaz de tener un vistazo real de lo que me rodea. A pesar de eso, me obligo a tragarme el miedo que me atenaza las entrañas para decir:

—¿Mikhail? —Mi voz es un susurro tembloroso.

Silencio.

Uno…

Dos…

Tres segundos pasan… Y, entonces, todo ocurre a una velocidad abrumadora.

Un gemido me responde y el terror me recorre entera. Mi mano se alza de inmediato y apunto en dirección al sonido. En ese instante, el mundo entero comienza a desmoronarse a mí alrededor.

Hay un bulto en el suelo. Un bulto envuelto en harapos sucios y desgarrados que se mueve ligeramente, como si respirara. La opresión que siento en el pecho es tan grande y dolorosa, que apenas puedo mantener el aire en los pulmones. Apenas puedo luchar contra el impulso que tengo de echarme a correr.

En su lugar, doy un paso en su dirección.

Esta vez, mientras apunto la luz hacia él, soy capaz de distinguir otras cosas.

Es una persona. Una… chica.

Cabello oscuro, sucio y enmarañado le cubre el rostro; pero ahora, desde el lugar en el que me encuentro, soy capaz de distinguir la curvatura débil y frágil de sus hombros, y de cómo tiene las rodillas pegadas al pecho.

«Oh, mierda».

—¿Puedes oírme? —Mi voz es suave y baja, pero reverbera en toda la habitación debido al silencio sepulcral que lo ha invadido todo.

Levanta la cabeza.

Las rodillas se me doblan, el corazón me da un vuelco, el mundo entero pierde enfoque y un grito se me construye en la garganta cuando un rostro familiar —y desconocido al mismo tiempo— aparece delante de mis ojos.

«No, no, no, no, no…».

—¿Niara? —suelto, sin aliento y la chica entorna los ojos en mi dirección, encandilada por la luz que he puesto directamente sobre ella.

—¿Bess? —Una voz a mis espaldas me eriza los vellos de la nuca y me giro con brusquedad para toparme de lleno con otra figura tirada en el suelo.

El rostro pálido de Dinorah me encuentra de lleno cuando luz de la lámpara me permite mirarle la cara, y cientos de preguntas comienzan a correr a toda velocidad en mi cabeza.

«¿Qué están haciendo aquí? ¿Por qué están encerradas? ¿Cómo llegaron a este lugar? ¡¿Qué carajos está pasando?!».

Sacudo la cabeza en una negativa incrédula, al tiempo que absorbo la imagen de la bruja.

Luce, al igual que Niara, magullada y descuidada; sin embargo, ella, al contrario de la chica, tiene marcas de violencia en el rostro: un ojo morado, el labio inferior reventado y un raspón en la barbilla. A pesar de eso, su expresión es completamente centrada —contraria a la de Niara, quien luce como si ni siquiera pudiese hilar sus propios pensamientos.

—Oh, Dios mío… —Las palabras salen de mis labios en un susurro horrorizado y no puedo respirar. No puedo hablar. No puedo hacer nada más que dejar que el pánico, el terror y la ira se arremolinen en mi interior y formen un monstruo aterrador.

—Bess… —Esta vez, la voz de Dinorah suena cargada de alivio, y es en ese instante, que lo pierdo por completo.

Lágrimas de horror y terror me inundan el rostro y caigo de rodillas, frente a Dinorah, mientras envuelvo los brazos alrededor de su cuerpo delgado.

Sollozos desgarradores escapan de mi garganta, y Dinorah pregunta una y otra vez si me encuentro bien. Si estas personas no me han hecho daño.

Una vocecilla en la parte trasera de mi cabeza no deja de gritarme que debo recomponerme de inmediato; que ahora no es tiempo de perder los estribos de esta manera y trato de escucharla. Trato de recomponerme mientras, con dedos temblorosos, me limpio la cara y me aparto de la bruja para encararla.

Ella también está llorando.

Con las manos, tanteo sus brazos solo para cerciorarme de que es real. De que está aquí, delante de mí, y está viva y, cuando lo hago, el nudo de sentimientos que me oprimía el corazón se hace un poco más grande que antes.

—Voy a sacarlas de aquí —digo, al tiempo que, sin perder un segundo más, me pongo de pie y tomo la lámpara para echar un vistazo de toda la gente que se encuentra aquí encerrada.

A la primera que veo cuando lo hago, es a Zianya. Está a unos pasos de Dinorah y mira en mi dirección como si fuese perfectamente capaz de verme a pesar de la luz que lanzo directo hacia ella. Unos pasos más al fondo, en una esquina, se encuentran dos pequeños bultos temblorosos que, de inmediato, reconozco como Kendrew y Radha: los otros Sellos.

El alivio que siento al verlos es tan grande, que en lo único en lo que puedo pensar es en lo que sentirá Haru al verlos.

Ninguno de los dos hace ademán de querer mirarme. Al contrario, pareciera que quieren fundirse en la pared para evitar ser notados por mí. Eso, por sobre todas las cosas, me llena de una sensación dolorosa.

La pared del fondo se encuentra vacía en su totalidad y no es hasta que le doy la espalda a Dinorah, que lo veo…

Ahí está, encadenado a la pared, con una especie de collar metálico en el cuello y dos enormes muñequeras de acero le contienen los brazos. Mechones rubios y sucios le caen sobre el rostro —cubriéndole parcialmente la cara— y no lleva remera alguna.

Hay heridas abiertas, como hechas por alguna especie de látigo, cubriéndole el torso; pero a pesar de eso, su mirada no deja de ser dura y feroz. Su gesto no deja de lucir como si hubiese sido esculpido por algún artista renacentista.

—Rael… —Su nombre sale de mis labios con alivio y una pequeña sonrisa tira de las comisuras de los suyos.

—Es bueno verte, Annelise —dice, con la voz ronca y pastosa por la falta de uso.

Escucharlo hablar envía un espasmo por todo mi cuerpo y hace que el llanto previo trate de hacer su camino fuera de mí una vez más.

Una risotada aliviada se me escapa y se mezcla con el sonido de mi voz rota por las lágrimas contenidas. Entonces, aparto la luz de él para seguir recorriendo la estancia.

Finalmente, vuelvo a encontrarme de lleno con Niara, quien luce más despierta y alerta que antes.

—¿Dónde está Gabrielle? —inquiero, al no encontrarla aquí abajo, pero sí ver a los Sellos que se supone que ella protegería durante su viaje a la ciudad. Mientras lo hago, me acerco a la chica para inspeccionar la cerradura de los grilletes que le sostienen las manos. Acto seguido, comienzo a rebuscar en el llavero que traigo conmigo por una llave que pueda abrirla—. ¿Qué pasó con ustedes? ¿Desde hace cuánto están aquí?

El silencio que le sigue a mis palabras me hace saber que nadie quiere hablar de eso; pero luego de unos instantes, la voz de Rael lo rompe por completo.

—No sabemos nada de Gabrielle. La última vez que la vimos, estaba en camino para detener a Baal y a la horda de demonios menores que la acompañaron a invadir Japón —dice, y suena pesaroso mientras lo hace. No me pasa desapercibido el hecho de que se refiere a Baal como chica y no puedo evitar preguntarme si la mujer que nos atacó a nuestra llegada a Los Ángeles es la misma de la que él habla. Creo que es así—. Tuvimos complicaciones en el camino y, en el calor del momento, tomé la estúpida decisión de dejar a las brujas y a los sellos en el asentamiento humano antes de ir a buscarlos a Mikhail y a ti —explica y, mientras lo escucho, sigo probando las llaves sin éxito—. Para nuestra mala suerte, un puñado de humanos poseídos nos atacaron justo cuando una patrulla de humanos abandonaba el asentamiento y nos vieron luchar contra ellos. Nos encerraron tan pronto como tratamos de explicarnos. Hemos estado aquí desde entonces. El hombre al mando, ese que se llama a sí mismo «comandante», solo ha venido aquí a torturarnos. A tratar de amedrentarnos y a exigirme que llame a los míos para que escoltemos a toda la gente que aquí se refugia fuera de la ciudad.

La ira apabullante y cegadora que me invade hace que el estómago me duela y las manos me tiemblen.

Estuvieron aquí todo el tiempo. Estuvieron dentro de estos túneles todo este tiempo y no nos dimos cuenta.

—¿Le dijiste quién eras? ¿Qué hacían aquí? ¿Quiénes eran los niños? —inquiero, sin levantar la vista de la tarea impuesta, pero el enojo en mi voz es palpable.

—Sí —Rael dice y, de pronto, no puedo concentrarme en nada. No puedo hacer otra cosa más que tratar de controlar las emociones furibundas que me invaden—, pero no hizo diferencia alguna. Dijo que, encerrados aquí abajo causaríamos menos problemas. Él y su gente se han dedicado desde entonces a torturarme. A exigirme que llame a los ángeles y los obligue a proteger este lugar.

«¿Por qué contigo se portó diferente?», inquiere mi subconsciente. «¿Por qué, si ya sabía de la existencia de los sellos mucho antes de que tú se lo dijeras, a ti no te encerró en un calabozo?».

Pero ya sé la respuesta a esas preguntas. El comandante estaba tratando de utilizar otros métodos conmigo. La violencia no funcionó con Rael y las brujas. Estaba probando la persuasión. La amabilidad. La empatía… Pretendía conseguir de mí lo mismo que de Rael: protección y una manera de escape. Por eso me obligó a inspeccionar la grieta tantas veces. No dudo ni un poco que, eventualmente, pensaba pedirme que tratase de ayudarles a escapar de aquí.

Y lo habría hecho. ¡Maldita sea! Lo habría hecho de no haber sido por lo que pasó hace unas horas…

Cierro los ojos mientras trato de contener el grito enfurecido que se ha construido en mi garganta.

—Hijo de puta —digo, en voz baja, al tiempo que sacudo la cabeza en una negativa y aprieto los dientes.

De pronto, me siento furiosa. Aturdida e iracunda ante las nuevas revelaciones.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Es el turno de Niara de preguntar y mis ojos se abren para posarse en ella. Luce cada vez más lúcida y despierta, y el gesto confundido que esboza me estruja el pecho—. ¿Cómo llegaste hasta acá? ¿Dónde están Jasiel, Haru y Mikhail?

Trago duro.

—Jasiel está muerto —digo, y mi voz se quiebra en el proceso—. Lo mató un demonio con aspecto de mujer cuando llegamos a Los Ángeles. —Apenas puedo arrancarme las palabras de la boca, pero me las arreglo para concluir al cabo de unos segundos—: Haru está a salvo y Mikhail prisionero. Es a él a quien venía a buscar. Creí que estaría aquí, pero creo que me equivoqué.

Conforme hablo, el gesto de la bruja se vuelve más y más confuso.

—Es una larga historia —digo, porque es cierto—, pero estuvimos aquí, en el asentamiento, todo este tiempo. Justo como ustedes. Ahora no tenemos mucho tiempo, pero prometo contárselos todo tan pronto como salgamos de este maldito lugar.

—Si no tenemos mucho tiempo, amor, no te recomiendo seguir buscando las llaves de estas malditas cerraduras —Rael interviene, y mi atención se posa en él justo a tiempo para verlo encogerse de hombros y añadir—: Y, no me malentiendas, nos liberaría yo mismo, pero al parecer, el comandante y los humanos a su servicio saben perfectamente que nuestro poder radica en nuestras alas; por eso cortaron las mías tan pronto como pudieron someterme. Así que, ¿podrías utilizar ese poder endemoniado que tienes y hacernos el honor?

La nueva revelación hace que un nuevo nivel de enojo me embargue, pero me las arreglo para empujarlo lejos mientras asiento.

Sé que no debería utilizar el poder de los Estigmas todavía. Que puedo mermar mucho mis fuerzas si lo hago, pero también sé que no tenemos mucho tiempo. Tengo que hacer esto y sacarnos de aquí a como dé lugar.

Cierro los ojos una vez más y tomo una inspiración profunda.

Entonces, llamo a los Estigmas.

La energía agitada y violenta en mi interior ronronea en aprobación cuando nota que no trato de refrenarla; pero cuando trata de hacer su camino fuera de mí, la contengo un poco solo para hacerle saber que soy yo quien tiene el control.

Los hilos sisean mientras se desperezan y tejen su camino por todo mi cuerpo antes de abandonarme. Instintivamente, tratan de aferrarse a la energía débil de las personas aquí dentro, pero los obligo a detenerse.

Entonces, trato, con mucho cuidado, de canalizarlos. De visualizar lo que quiero que hagan y de guiar su camino para que obedezcan mis órdenes.

La humedad cálida de la sangre me moja las muñecas, pero la ignoro mientras trato de controlar el poder abrumador que poseo.

Al final, luego de un par de largos instantes, logro hacer que se envuelvan alrededor de las cadenas que los mantienen prisioneros. Acto seguido, tiro de los hilos con brusquedad.

El estallido con el que los eslabones revientan de sus uniones hace que un grito aterrado escape de la garganta de alguien a mis espaldas, pero el sonido es eclipsado por la forma en la que Rael, sin esperar un solo segundo más, comienza a moverse.

—No es por ser aguafiestas —dice, al tiempo que se acerca a Niara y la ayuda a levantarse del suelo—, pero muero por largarme de aquí. ¿Ustedes no?

Una sonrisa aliviada se dibuja en mis labios.

—Vamos. —Es mi turno de decir, al tiempo que ayudo a Dinorah a levantarse—. Les mostraré la salida.

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