Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 36

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El tiempo parece haberse detenido por completo. El mundo parece haber ralentizado su marcha, dejándonos aquí, suspendidos en el aire durante una dolorosa eternidad; con la luz de la lámpara con la que Hank nos apunta dándonos directo a los ojos.

El terror me escuece las entrañas de adentro hacia afuera cuando, a pesar de que no puedo verlo debido a la incandescente iluminación que me golpea de lleno, puedo escuchar cómo unos pasos lentos, cautelosos y decididos se acercan en nuestra dirección.

De inmediato, los Estigmas se estiran lejos de mí y se envuelven alrededor del chico que ha irrumpido en este lugar y que, seguro como el infierno, va a intentar mantenernos aquí atrapados.

Sus pasos se detienen y sé, de inmediato, que puede sentir lo que acaba de ocurrir. Que, de alguna manera, ha logrado percibir las hebras de energía rodeándole por completo.

La lámpara que sostiene entre los dedos baja, pero sigo sin poder ver absolutamente nada.

Con todo y eso, me las arreglo para parpadear un par de veces, para luego interponerme entre él y el chico que cuelga de un par de gruesas cadenas.

Estoy en absoluta alerta y los hilos que se entretejen alrededor del cuerpo de Hank me piden a gritos que los deje continuar. Que los deje mostrarle tan solo una fracción del daño que él y los suyos le hicieron a Mikhail.

—No te acerques más —advierto y la tranquilidad con la que salen las palabras de mi boca hace que la energía en mi interior ronronee en aprobación.

Silencio.

—¿Estás amenazándome, preciosa? —Su tono es divertido y eso solo hace que los hilos que contengo a su alrededor se tensen un poco ante el desafío.

—¿Por qué no lo averiguas? —Mi tono iguala el suyo y, sin más, una carcajada escapa de sus labios.

Un disparo de ira me llena el cuerpo en el instante en el que la risa reverbera en toda la habitación, como si le hubiese contado el chiste más gracioso del mundo. En ese momento, tiro de las pequeñas hebras que lo invaden todo y Hank enmudece antes de soltar un gemido dolorido.

La lámpara que sostenía entre los dedos cae al suelo y, cuando el dolor comienza a hacerse presente en mis muñecas, me detengo.

De inmediato, los Estigmas protestan; pero como puedo, los contengo. No puedo darme el lujo de comenzar a sangrar. No puedo dejar que me consuman si queremos una oportunidad de abandonar este lugar.

—Ríete de nuevo y juro por lo más sagrado que existe que voy a hacerte pagar por ello. —Sueno tan siniestra, que yo misma me sorprendo, pero me las arreglo para mantener la expresión firme a pesar de que sé que no puede verla.

—Yo no haría eso si fuera tú, Bess. —La voz de Hank, a pesar de sonar dolida, tiene un tono resuelto y divertido.

—¿Estás retándome?

—Para nada, es solo que —hace una pequeña pausa, al tiempo que recoge la lámpara y la coloca en una posición en la que soy capaz de ver cómo se incorpora poco a poco—, si me haces daño, ¿cómo diablos voy a ayudarlos a salir de este lugar?

—¿Qué? —La voz tanto de Mikhail como la mía resuenan al unísono y la incredulidad es palpable en ambos.

No me atrevo a apostar, pero en la penumbra, creo ver una media sonrisa arrogante tirando de las comisuras de los labios del chico.

—Vine hasta aquí, completamente solo, con la intención de liberarlo. —Hace un gesto de cabeza en dirección al demonio de ojos grises—. Puedo ser un completo hijo de puta, pero no soy imbécil. Sé que lo necesitamos. Quienquiera que él sea.

Entorno los ojos en su dirección, sin bajar la guardia ni un segundo.

En mi cabeza, las advertencias de Daialee resuenan con fuerza y me llenan de recelo y desconfianza inmediata.

—¿Y pretendes que te crea? ¿Así como así? —Para probar el punto, estiro una mano en dirección al demonio de los ojos grises—. ¿Luego de que permitiste que le hicieran esto? ¿Luego de que permitiste que me encerraran en un armario quién-sabe-dónde diablos?

—¿Y qué se supone que debía hacer? ¿Dar un golpe de estado contra mi padre? ¿Decirle que no estaba de acuerdo con sus prácticas para que me mantuviera lejos y no pudiera hacer nada? —Hank refuta—. Bess, mi padre no es un mal hombre, pero está desesperado. No ve más allá de sus narices porque siente que está hasta el cuello de problemas. Él espera una transacción de todo esto: Mikhail y tú a cambio de la libertad de todos en el asentamiento.

Niego.

—¿Y con quién diablos se supone que pretendía hacer esa transacción? —escupo, aún incrédula.

—No lo sé —Hank se sincera—, pero mucho me temo que hay bastantes cosas que no sé respecto a mi padre y a la forma en la que ha comenzado a moverse cuando va al exterior. Las negociaciones que se supone que hacía con la milicia nunca pasaron. Él no está en contacto con absolutamente nadie del exterior.

—¿Y pretendes que te crea luego de todo lo que has ocultado? ¿Luego de haber mantenido en secreto el calabozo? —Sacudo la cabeza en otra negativa frenética—. Ustedes saben cómo contener a una criatura de su naturaleza. —Hago un gesto en dirección a Mikhail, quien, en su debilidad, apenas ha podido levantar la cabeza para observar mi interacción con el hijo del comandante—. ¿Esperas que te compre el cuento de que quieres ayudarnos cuando se nota a leguas que han hecho esto antes?

—Lo hemos hecho antes. —Hank asiente—. Muchas veces. Vinieron muchos antes que ustedes y lastimaron a muchos de los nuestros. Es por eso que tuvimos que aprender a contenerlos. Así esas prácticas no hubiesen sido las más humanitarias.

—¿Y qué hay de la gente que mantenías en el calabozo? ¿De los niños? ¿De las mujeres? —Lo confronto, haciéndole saber de inmediato que estuve allí dentro.

—Los conoces. —No es una pregunta. Es una afirmación, y no respondo a ella. Dejo que el silencio hable por mí.

Al cabo de unos instantes más, continúa:

—Le pedí a mi padre que los dejara ir. Que los niños y las mujeres no tenían que quedarse en el calabozo. Le rogué que interrogara solo al ángel… pero no quiso escucharme. —La ira que se cuela en su voz me saca de balance.

—Y mientras, dejaste que los encadenaran. Que los torturaran y los trataran como si fueran criminales.

—Hice cuanto pude por ellos. —La voz de Hank suena herida ante mis acusaciones—. Los mantuve con vida y dentro de este asentamiento tanto como pude. Lamento mucho no haber podido hacer más por ellos.

Lágrimas de impotencia y de enojo se me acumulan en la mirada.

—¿De verdad lo lamentas, Hank? —Sueno cruel, pero no puedo evitarlo.

El silencio que le sigue a mis palabras es tenso y tirante.

—Bess —el chico habla, al cabo de unos segundos de absoluto silencio—, sé que no confías en mí. Sé que mantuve en secreto muchas cosas que ahora te hacen cuestionarte si debes o no poner todas tus esperanzas en mí, pero creo que, si alguna vez decidiste creer en la bondad de la gente que habita en este lugar, ahora es tiempo de que nos des un voto de confianza. —Hace una pequeña pausa—. Sé que no puedo tratar de convencerte de mis buenas intenciones y que, si así lo quisieras, podrías quitarme de tu camino ahora mismo; pero te pido, por favor, que me permitas ayudarte. Que me permitas demostrarte que no soy como mi padre.

—¿Por qué nos ofreces tu ayuda ahora? ¿Por qué no hacerlo antes?

Silencio.

—Porque, en el fondo, esperaba que mi padre recapacitara. Que entrara en razón y se diera cuenta de que la manera en la que ha estado haciendo las cosas no es la correcta —dice—. Porque, en el fondo, esperaba que mis sospechas sobre ustedes fueran infundadas y que él —hace un gesto de cabeza hacia Mikhail—, solo fuera un pobre diablo con complejo de héroe.

El recelo sigue siendo inmenso en mi interior.

—No sabes quién es él. No sabes qué diablos es lo que quiere —digo, con cautela—. Encerraste y torturaste a un puñado de mujeres y a un niño por menos de lo que Mikhail ha hecho, ¿y ahora resulta que confías en él?

—No confío en él. —Hank suelta y su respuesta me toma con la guardia baja—. Pero confío en ti. En tus buenas intenciones. En la capacidad que tienes de darlo todo por quienes te importan. —Da un paso más cerca, de modo que tengo una vista completa de su rostro amoratado y golpeado a la luz de la luna—. Mentiste por salvarle la vida al chiquillo que viajaba contigo y a la criatura que tienes a tus espaldas —dice—; escapaste esta noche del encierro en el que te encontrabas y, en lugar de huir del asentamiento, fuiste a salvar a aquellos que estaban en el calabozo de mi padre y, no conforme con eso, viniste por él. —Hace un gesto en dirección a Mikhail—. Puedo apostar lo que sea a que, seguramente, Haru también ha sido salvado por tus buenas intenciones; así que, sí, Bess. Confío en ti. Y, si tú confías en él lo suficiente como para arriesgar tu vida viniendo a buscarlo —hace otra seña hacia el demonio de los ojos grises—, entonces, no me queda más remedio que confiar en tu buen juicio y en que sabes lo que haces.

Sus palabras ponen un nudo en la base de mi garganta.

—No tengo una puta idea de lo que estoy haciendo —admito, con la voz entrecortada por las emociones y Hank suelta una risotada histérica.

—Estamos jodidos, entonces —dice, pero no luce preocupado en lo absoluto por mi declaración.

—No confío en ti —digo, en dirección a Hank, al tiempo que ignoro por completo su declaración.

—No espero que lo hagas.

—Podría asesinarte en cualquier instante si trataras de jugarnos sucio —advierto.

—Lo sé. —Asiente.

—Te mataría tan pronto como me sintiera insegura a tu alrededor.

—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

—¿Por qué haces esto, Hank? —Sueno ansiosa y aterrorizada.

—Porque entiendo lo que está en juego. —Esta vez, su expresión se torna asustada—. Y porque creo que entiendo qué es lo que tú y tus amigos pretenden hacer; y no me queda otro remedio que confiar en ustedes. —Hace una pequeña pausa—. Si esta es la única oportunidad que tiene la humanidad de sobrevivir, quiero tomarla.

—Si Bess no confía en ti, yo lo hago. —La voz de Mikhail a mis espaldas hace que me gire sobre mi eje para encararlo.

La atención del demonio está fija en el hijo del comandante, pero no logro comprender del todo su expresión. No logro entender cómo diablos es que confía en él luego de que permitió que lo encerraran en este lugar.

—Pero, Mikhail…

—No podemos ir por la vida dudando de todo aquel que se nos cruza en el camino, Bess. —Mikhail me interrumpe, al tiempo que posa sus ojos —o, al menos, aquel que no tiene inflamado— en mí—. Sé que es muy difícil para ti el cerrar los ojos y confiar; pero, ahora mismo, esto… su ayuda… es lo único que tenemos.

—Dejó que te encerraran aquí. Dejó que te torturaran. —Sacudo la cabeza en una negativa frustrada—. Ellos han hecho esto antes. Saben cómo inmovilizar a las criaturas de tu naturaleza. Es algo que aprendieron a base de prueba y error.

La mirada de Mikhail se posa en un punto a mis espaldas. Justo donde Hank se encuentra.

—Y, de todos modos, voy a darle el beneficio de la duda —dice y, esta vez, su tono es contundente—. Voy a darle la oportunidad de demostrarme que no es el hijo de puta que creo que es.

—¿Y si es una trampa?

—Entonces, me encargaré de hacerlo pagar por ello. —Un escalofrío de puro terror me recorre la espina al escuchar lo siniestro que suena y, a pesar de que quiero protestar, me quedo callada. Me quedo quieta, al tiempo que dejo que las palabras de Mikhail se me asienten en el cerebro.

No estoy de acuerdo. No quiero dejar que Hank guíe nuestro camino. Me rehúso a creer que todo esto lo hace porque está arrepentido, pero sé, también, que no tenemos otra opción. Que un voto de confianza es lo único que tenemos en realidad y que, por mucho que me aterre la idea de saltar al vacío por alguien una vez más, tengo que hacerlo. Tengo que confiar en él. En Mikhail —por mucho que me cueste hacerlo en estos momentos—. En que, en este mundo, aún existen personas con buenas intenciones. Capaces de redimirse y de demostrar que el ser humano siempre es capaz de rectificar. De elegir el camino adecuado, por muy aterrador que este sea.

—De acuerdo —digo, al cabo de un largo momento—. Te daré el beneficio de la duda. Pero si te atreves a traicionarnos, te juro por lo más sagrado que existe que…

—Me matarás. —Hank concluye por mí, al tiempo que esboza una sonrisa confiada—. Lo sé. Me lo has dejado claro, Bess.

—Hablo muy en serio, Hank.

—Yo también lo hago. —El hijo del comandante asiente con solemnidad—. Ahora, si me disculpas, creo que ha llegado el momento de ponernos manos a la obra. Hemos perdido mucho tiempo.

Entonces, sin darme oportunidad de decir nada más, se encamina hacia donde Mikhail y yo nos encontramos y, tomando un llavero del bolsillo trasero de sus vaqueros, comienza a trabajar en las cerraduras que atan al demonio de los ojos grises.

—¿De qué material son las cadenas con las que me ataron? —La voz de Mikhail —ronca, profunda y baja—, reverbera en su caja torácica y, pese al volumen mesurado que utiliza, un escalofrío me recorre.

Trato de recordarle a mi estúpido corazón que ahora no es momento para acelerarse del modo en el que acaba de hacerlo, pero no puedo evitarlo. La cercanía del cuerpo magullado del demonio de los ojos grises hace estragos en mi sistema.

Por mucho que me cueste admitirlo, Mikhail tiene la virtud —y la maldición— de sacarme por completo de mi zona de confort. De envolverme en este halo imponente de su presencia y embriagarme con él hasta que no soy capaz de pensar con claridad.

Aprieto la mandíbula y concentro la atención en el esfuerzo físico de mis músculos y trato de olvidar el hecho de que estoy llevándolo a cuestas por un oscuro pasillo, mientras Hank guía nuestro camino un par de pasos por delante.

Ahora mismo, Mikhail se encuentra tan debilitado por la tortura a la que fue sometido, que apenas puede sostener su propio peso.

Por fortuna —si es que puede llamársele de esa manera—, Hank pudo colocarle los huesos de los brazos de vuelta a su lugar y, solo hemos tenido que concentrarnos en controlar la hemorragia de sus omóplatos antes de abandonar la bodega en la que nos encontramos.

—No lo sé. —Hank pronuncia, sacándome de mis cavilaciones al instante—. No estoy muy seguro, pero creo que mi padre las consiguió de un demonio con el que ha mantenido contacto.

De inmediato, las alarmas se encienden en mi cabeza.

—¿Tu padre ha mantenido contacto con un demonio? —inquiero, cada vez más convencida de que esto… el permitirle ayudarnos… es una pésima idea.

Hank asiente, pero desde el lugar en el que me encuentro, no soy capaz de verle la cara.

—Eso parece. Me enteré hace un rato. —No me atrevo a apostar, pero creo haber escuchado algo de enojo en su tono. Quizás solo soy yo y estas horribles ganas que tengo de confiar en alguien. De creer que existe alguien en este mundo que está dispuesto a ayudarnos—. Lo escuché hablando con Donald y lo confronté. No tuvo más remedio que contarme que, desde hace meses, ha estado en constante contacto con un demonio.

—De ahí consiguió los instrumentos de tortura con los que estuvo divirtiéndose hace un rato. —Mikhail musita y el cuerpo entero se me tensa en respuesta a las imágenes que comienzan a dibujarse en mi cabeza. La sola idea de imaginarme a Mikhail pasando por el martirio al que fue sometido, hace que las ganas de hundir este lugar hasta los cimientos se vuelvan insoportables.

El hijo del comandante vuelve a asentir.

—Sabrá Dios qué fue lo que le dio a cambio a esa cosa para que le diera todo eso. —Sacude la cabeza en una negativa frustrada—. Sigo sin entender cuál era el objetivo. ¿Por qué un demonio le daría a mi padre todos esos instrumentos? ¿Qué era lo que pretendía conseguir?

—Capturarnos. —Mikhail suena certero y determinado—. Capturarme.

—Eso creí. —La voz de Hank suena ronca y turbada—. Hasta hace unas horas, creía que su objetivo era capturar a Bess y negociar su salida de Los Ángeles entregándola al mejor postor; pero cuando me enteré de los tratos de mi padre con esos seres y la existencia de… quien sea que seas tú —hace un gesto de cabeza en dirección a Mikhail—, todo se tornó diferente. Oscuro. Sé que hay algo de lo que no me estoy enterando y sé que es malo. Muy malo.

—Los demonios sabían que vendríamos. —Esta vez, Mikhail se dirige hacia mí y mis ojos se posan en los suyos.

La preocupación que veo en su rostro refleja la que siento en el pecho. No es necesario que ninguno de los dos diga en voz alta eso que nos pasa por la cabeza: había un traidor entre nosotros. Había alguien que estaba alimentando de información a los demonios. Por eso fuimos atacados tan pronto como pusimos un pie dentro de la ciudad. Estaban esperándonos.

De pronto, todo empieza a tener sentido. Capturaron a Rael, las brujas y los sellos por órdenes de quien sea que haya estado en contacto con el comandante Saint Clair.

—Eso mismo pensé yo —Hank dice, y aprieto la mandíbula.

—¿Te dijo tu padre el nombre del demonio con el que estaba comunicándose? —Mikhail inquiere, al tiempo que viramos en una intersección.

—No. —El chico responde—. Me dijo que, cuanto menos supiera de él, mejor. Al parecer, tiene la absurda idea de que, si algo sale mal, el único castigado por el demonio será él. Yo realmente dudo que vaya a ocurrir de esa forma. Si los planes de esa criatura no salen como es debido, estoy seguro de que no solo mi padre va a pagarlo caro. Lo haremos todos nosotros. Sin importar si estuvimos o no involucrados desde el principio.

Nadie dice nada durante un rato luego de eso.

Avanzamos en la penumbra de los corredores, hasta que llegamos a un área que empiezo a reconocer. Estamos cerca de la explanada principal del asentamiento y, con la realización de este hecho, un nudo de anticipación comienza a formarse en mi estómago.

Las voces fuertes y claras —a pesar de la hora— hacen que todo dentro de mí se tense y se ponga alerta. Mikhail, quien había avanzado de buena gana durante todo el trayecto, se detiene en seco cuando tenemos un vistazo del área común y nos percatamos del movimiento que ha comenzado a desatarse con toda la gente de seguridad.

—Me lleva el diablo —Hank masculla, al tiempo que retrocede y se pega a la pared más cercana. Mikhail y yo lo imitamos y nos quedamos así, quietos, mientras nos permitimos unos segundos para tratar de averiguar qué está ocurriendo.

—¡Comandante, su hijo no se encuentra en su dormitorio! —Un soldado exclama en la lejanía y todos los vellos del cuerpo se me erizan al instante.

—Maldita sea… —La voz de Hank es apenas un susurro, pero la preocupación que la tiñe es suficiente para disparar una nueva oleada de angustia a mi sistema—. Creo que tenemos problemas.

—Tenemos que salir de aquí ya —urjo, pero ninguno de los dos chicos que me acompañan parecen tener intenciones de ponerse en marcha.

—¡Señor! ¡Los rehenes! —La voz de otro soldado me inunda la audición—. ¡No están!

En ese instante, el caos estalla en el área común. Guerreros corren de un lado para otro, mientras que Donald y el comandante ladran órdenes a diestra y siniestra.

La mirada de Hank se vuelca hacia nosotros y el terror que veo en su mirada me revuelve el estómago. A pesar de eso, el chico saca del bolsillo trasero de sus pantalones un llavero más pequeño que el que llevaba para ayudarme a liberar a Mikhail.

—Están solos desde aquí —anuncia—. Trataré de entretenerlos, pero no les garantizo más de un par de minutos. Estas son las llaves de la camioneta verde en la que salimos mi brigada y yo. —Pone las llaves sobre una de mis manos—. Apenas tiene gasolina, pero confío en que podrá llevarlos lo suficientemente lejos como para conseguirles un par de horas. Si es posible, no dejen de moverse. Cuanto más lejos se encuentren, mejor.

—¡Harper tampoco se encuentra aquí! —Una voz más grita en la lejanía y me siento horrorizada.

Hank vuelca su atención en dirección a la explanada y el gesto que esboza me provoca una horrible sensación de malestar. Tiene miedo. Está aterrorizado de su propio padre. Y no puedo dejar de preguntarme qué clase de hombre es Rupert Saint Clair que es capaz de inspirar esta clase de terror en su propio hijo. A qué clase de tortura debió someterlo para que ahora, en lugar de sentirse a salvo con él, solo le tenga miedo. Crudo y poderoso miedo.

—Por ningún motivo vayan a detenerse, ¿de acuerdo?

Niego.

—¿Qué es lo que harás?

Una sonrisa trémula y aterrorizada se dibuja en los labios del chico.

—Lo que sea necesario —dice, y un estremecimiento me eriza todos y cada uno de los vellos del cuerpo—. No miren atrás, ¿de acuerdo? Ni siquiera si las cosas se ponen feas.

—Hank…

—Prométanme una cosa… —El chico da un paso en nuestra dirección y la ansiedad con la que nos mira hace que un sabor amargo me invada la punta de la lengua—. Prométanme que van a hacer todo lo posible por salvarnos. Por salvar a la humanidad. Sé que no lo merecemos. Que nos juzgamos los unos a los otros; que somos envidiosos, bélicos y no tenemos respeto ni por nosotros mismos; pero hay algunos que realmente valen la pena. Así que, por favor, hagan lo que esté en sus manos por salvarnos.

Una nueva oleada de angustia me recorre de pies a cabeza, pero no tengo oportunidad de procesarla. De dejarla asentarse en mi interior, porque Hank ya me ha envuelto en un abrazo rápido y le ha dedicado a Mikhail un saludo de respeto. Porque ya se ha dado la media vuelta para detenerse a unos pasos de distancia de nosotros, mirarnos por encima del hombro y decir:

—Esperen por la señal.

—¿Cuál demonios es la señal? —Mikhail inquiere y Hank sonríe.

—Lo sabrán —asevera, y se echa a correr en dirección a la explanada.

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