Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 38

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Un sonido sordo se abre paso a través de la bruma pesada que me envuelve y, de golpe, abro los ojos.

La oscuridad total es perturbada solo por los retazos de luz tenue que tiñe figuras extrañas en el techo, y la confusión me aturde durante los instantes en los que no soy capaz de recordar dónde diablos me encuentro.

Rápidamente, mi mente corre a través de la retahíla de recuerdos que empiezan a abrirse paso como torrente y se enciman los unos con los otros.

Pánico, terror y angustia me revuelven el estómago y me siento de golpe, alarmada ante la docena de escenarios fatalistas que me llenan la cabeza.

Es hasta ese momento, que me permito echarle un vistazo a la estancia en la que me encuentro. Apenas puedo ver lo que la luz de la luna alcanza a iluminar, pero no me toma demasiado descubrir que estoy dentro de una especie de oficina abandonada. Hay un par de escritorios al fondo, tapiando una puerta que, asumo, es la principal y hay muebles de oficina destrozados en el suelo. De inmediato, mis niveles de ansiedad disminuyen, pero la confusión no se marcha del todo.

Hay polvo en todos lados y luce como si hubiesen saqueado este lugar hace tiempo. Pese a eso, no puedo dejar de pensar que, no hace mucho, este lugar estaba repleto de gente común y corriente haciendo su vida con normalidad.

El pensamiento hace que el corazón me duela un poco, pero me obligo a compactarlo todo en la parte trasera del cerebro para concentrarme en el aquí y el ahora.

Un movimiento es captado por el rabillo de mi ojo y, a toda velocidad, vuelco la atención hacia el lugar de donde ha provenido. En ese instante, soy capaz de notar cómo una silueta dolorosamente familiar se deja caer con pesadez contra la pared de la habitación.

«¡Mikhail!», me grita el subconsciente y, el alivio me invade entera, como si de un bálsamo se tratase.

—¿Dónde estamos? —inquiero, en voz baja y tímida.

Una exhalación temblorosa escapa de los labios del demonio y las alarmas se encienden rápidamente en mi interior sin que pueda evitarlo.

—Escondidos y a salvo. —Mikhail no suena ni siquiera un poco sorprendido de escucharme despierta. Me atrevo a apostar que él supo a la perfección en qué momento desperté—. Trata de descansar.

—¿Qué fue lo que pasó? —ignoro la sugerencia solo porque necesito entender qué, en el infierno, fue lo que ocurrió.

La tenue luz se cuela por la enorme ventana rota del lugar en el que nos encontramos e ilumina la silueta oscura de Mikhail; es por eso que soy capaz de notar cómo echa la cabeza hacia atrás para recargarla en la pared contra la que se encuentra.

Su nuez de Adán sube y baja cuando traga saliva y no me pasa desapercibida la forma en la que la respiración irregular le mueve el cuerpo. Está muy malherido. De eso no tengo ni la menor de las dudas.

—Te desmayaste y nos alejé lo más posible del asentamiento—dice, luego de unos largos instantes—. No tanto como me habría gustado, pero sí lo suficiente como para sentirme cómodo refugiándonos aquí.

—¿Dónde estamos? —pregunto, en voz baja, al tiempo que inspecciono los torniquetes que, hasta antes de perder la conciencia, no tenía. Mientras lo hago, pequeños retazos de recuerdos se cuelan hasta la superficie; es por eso que, al cabo de unos instantes de silencio, añado—: Se supone que nos reuniríamos con Rael y los demás aquí afuera.

En el instante en el que las palabras terminan de abandonarme, la atención de Mikhail se posa en mí.

—¿Rael? ¿Has hablado con él? ¿Pero cómo…?

—Es una larga historia —digo, en un murmullo, al tiempo que, en un gesto nervioso, jugueteo con el nudo de una de las tiras de tela que me cubren las muñecas. El dolor sordo que me invade mientras lo hago, es un claro recordatorio de lo que hice hace un rato, y el entumecimiento de mis dedos no hace más que acrecentar la sensación de miedo que me provoca pensar en lo cerca que estuvimos de no lograrlo—. Buscándote los encontré. Estaban prisioneros en una bodega muy similar a esa en la que tú te encontrabas. Estaban muy malheridos, así que les dije que se marcharan con Haru y la doctora Harper mientras iba a buscarte.

No me atrevo a apostar; pero, pese a la penumbra, creo que soy capaz de notar cómo sus hombros se relajan un poco luego de escucharme.

—La doctora Harper supo acerca de mí antes que todos en el asentamiento —pronuncia, al cabo de unos instantes y, pese a que no sé si es capaz de verme, asiento.

—Lo sé —murmuro—. Me lo dijo cuando fue a sacarme del lugar en el que me tenían encerrada. De no haber sido por ella, no estaríamos aquí. Fue ella quien lo orquestó todo para que pudiésemos escapar. Solo espero que todo haya salido bien para ellos.

—¿Crees que lo hayan logrado?

—Espero que sí —digo, porque es lo único que me atrevo a pronunciar. Entonces, luego de unos segundos más de silencio, añado—: ¿Qué fue lo que pasó con nosotros? ¿Qué se supone que es este lugar?

—Es un edificio abandonado. —La voz ronca y temblorosa del demonio me provoca un suave e inevitable escalofrío—. No te preocupes. Lo inspeccioné bien antes de asentarnos y… —hace un gesto de cabeza en dirección a la puerta tapiada—, de todos modos, tomé precauciones.

Un extraño dolor se apodera de mi cuerpo en el instante en el que termina de hablar.

Sé que está muy malherido. Que su cuerpo fue torturado con instrumentos hechos exclusivamente para herirlo y, de todos modos, ha hecho todo lo posible por mantenerme a salvo. Por pensar en mí primero que en él.

De pronto, se siente como si el aire me faltara. Como si el peso del mundo me cayera sobre los hombros y no hubiese poder —celestial o humano— que pudiese levantarlo.

La resolución de lo que ha pasado las últimas veinticuatro horas me golpea de lleno y me pone un nudo intenso en la garganta. Me llena la cabeza de pensamientos tortuosos y confusos que no hacen más que abrumarme hasta un punto insoportable.

Tengo los ojos fijos en él. En su silueta perfilada por la luz de la luna. En la forma en la que su pecho se mueve al ritmo de su respiración dificultosa y de cómo sus facciones se han tensado debido al dolor que siente.

«¿Qué es lo que he hecho?», me pregunto a mí misma. «¿Qué es lo que estoy haciendo?».

La sensación dolorida que me llena el cuerpo no se compara ni siquiera un poco con el escozor que me provoca el caos que tengo en el corazón. Con la horrible sensación de desasosiego que me causa verlo en este estado.

Nada de esto habría pasado si no le hubiese dicho que no confiaba en él. Si me hubiera quedado cuando me pidió que me marchara a verificar a Hank, y hubiera hecho algo cuando Donald y su gente trataron de acorralarlo para impedir que se fuera.

Todo esto es mi culpa. Siempre es mi culpa.

La impotencia y la frustración hacia mí misma hacen que el nudo que ya tenía en la garganta se tense otro poco y me quedo aquí, quieta, intentando no llorar; mientras Mikhail respira con dificultad.

—Mikhail, yo… —comienzo, pero las palabras no vienen a mí. No terminan de formarse en mi boca para escupirlas, porque no sé, en realidad, qué es lo que quiero decir. Cierro la boca de golpe y cierro los ojos ante la oleada intensa de sentimientos que me azota.

Lo intento de nuevo. Esta vez, cuando hablo, mi voz suena entrecortada y rota:

—Mikhail, lo lamento mucho.

Silencio.

—Lo lamento todo. —Lágrimas gruesas y pesadas se me acumulan en la mirada, pero no derramo ninguna—. Lo eché a perder otra vez. Lo hice terrible una vez más y… —Sacudo la cabeza en una negativa frenética—. Sé que no significa nada. Que no hay nada que pueda hacer para reparar el daño que he causado, pero de todos modos, quiero que sepas que lo siento. Lo siento de verdad.

Mikhail no responde. Se queda callado, como quien se toma su tiempo para digerir lo que ocurre.

—Hace unos meses —la voz de Mikhail suena tranquila cuando irrumpe el extraño silencio en el que nos hemos sumido—, cuando ocurrió lo de Ash y Amon en aquella azotea, supe que había roto algo entre nosotros y que estaría condenado a pagar por ello el resto de la eternidad. Que tu odio y tu desprecio serían parte de la tortura a la que sería sometido por haberte hecho lo que te hice, y que absolutamente nada sería suficiente para enmendar el daño. —Ha abierto los ojos y ahora mira al vacío con el ceño ligeramente fruncido; como quien trata de recordar algo a detalle—. Pero no fue así. Para mi sorpresa, no me odiaste de inmediato. Incluso, cuando me odiabas, sabía que no lo hacías del todo y que había una parte de ti que esperaba que algo ocurriera para así poder justificar toda la mierda que hice… Y eso, de alguna manera, fue una tortura peor. Una tortura más abrumadora. —Sus ojos se posan en mí—. Yo necesitaba que me odiaras, Bess. Necesitaba que me quisieras lejos, para así tener que soltarte. Para poder desprenderme de esta necesidad tan grande que tengo de ti. De tu cercanía… —Niega con la cabeza, como si no pudiese entender del todo lo que está diciendo—. Quería que me dijeras que no confiabas en mí en lo absoluto para así tener las malditas bolas de dejar de fantasear contigo. Para dejar de preguntarme cómo hubiera sido todo si yo no fuese quien soy y tú no fueras quien eres.

Traga duro.

—Esperaba que me mandaras a la mierda para así dejar de despertar todos los días con el deseo de que me miraras como lo hacías cuando confiabas en mí. Cuando aún no había corrompido eso que alguna vez sentiste por mí… —Hace una pequeña pausa—. Y no sabes cuánto le pedí al universo que me despreciaras, para así no tener que ser el que tomara la decisión de alejarse. Para no tener que ser el verdugo una vez más. —Sacude la cabeza en una negativa—. Pero no tenía idea de lo difícil que sería escucharlo. No tenía una maldita idea de cuánto iba a dolerme saber que no confías en mí.

—Mikhail…

—Y no me malentiendas —Me corta de tajo, mientras me mira con fijeza—. Sé que te fallé. Que te hice daño. Que te di motivos más que suficientes para no querer confiar en mí nunca más… —La tristeza que veo en su rostro en penumbra me sobrecoge y me envuelve en un manto de infinita zozobra—. Pero de todos modos, una parte de mí esperaba que fueses capaz de darme el beneficio de la duda. Pese a que sé que no tengo cara alguna para pedírtelo, una parte de mí, lo deseaba con todas sus fuerzas.

—Lo intenté —digo, con un hilo de voz—. Intenté confiar en ti. Intenté darte el beneficio de la duda, pero lo único que hacías era alejarme. Empujarme lejos y ocultarme cosas. ¿Cómo diablos se supone que iba a confiar en ti si nunca has sido capaz de decirme la verdad? ¿Si siempre, por protegerme, has ocultado gran parte de lo que está pasando? Si hubiese sabido todo lo que ocurría…

—Si hubieras sabido lo que ocurría, habrías hecho exactamente lo mismo que hiciste esta vez. —Mikhail me interrumpe, y la ligera dureza de su tono me estruja el pecho—. Habrías hecho algo peor. —Niega con la cabeza—. Bess, eres testaruda. Voluntariosa. Imprudente como solo tú puedes serlo. Si hubieses sabido lo que ahora sabes, probablemente, habría tenido que sacarte a rastras del Inframundo. Dios sabe que habría perdido la cabeza si hubiese tenido que hacerlo, pero no dudo ni un segundo que eso habría ocurrido si hubiese sido transparente contigo todo el tiempo.

Otra pausa.

—¿Y sabes qué es lo más irónico de todo esto? —continúa, al cabo de unos instantes—. Que ni siquiera puedo reprocharte nada. Que sé que no puedo pedirte ni siquiera un céntimo de tu confianza porque sé que lo eché a perder. —Una exhalación temblorosa lo abandona—. No te culpo de nada, Cielo. Quiero que sepas que ni siquiera creo que estés equivocada por desconfiar de mí como lo haces. Yo, en tu lugar, no podría confiar ni en mi propia sombra. —Me mira largo y tendido hasta que, entonces, finaliza—: Así que aquí estoy, dividido entre las ganas que tengo de tomarte por los hombros y sacudirte hasta que entiendas que no voy a traicionarte de nuevo, y la necesidad que tengo de decirte que, a pesar de todo, te entiendo. Comprendo el lugar del que vienes.

—Lo único que quería de ti era la verdad —digo, con la voz rota por las emociones que trato de contener dentro, pero que amenazan con desmoronarme en cualquier instante—. Lo único que quería, era que me miraras a los ojos y me dijeras que eras tú quien ha estado a mí alrededor todo este tiempo, y no ese retazo de oscuridad que nos traicionó.

—¿Y qué diferencia hubiera hecho que lo hiciera, Bess? —la amargura en su tono es tan grande que una punzada de dolor me recorre entera—. ¿Qué habría cambiado?

—Todo —sacudo la cabeza en una negativa frenética, al tiempo que acorto la distancia que nos separa, pero sin atreverme a invadir del todo su espacio vital—. ¿Es que no lo entiendes? Lo único que quería era sentir que, de alguna manera, te había recuperado.

—Cielo, nunca me perdiste. —Su voz es un susurro roto y el universo entero parece dar una voltereta vertiginosa cuando las palabras le abandonan—. Te pertenecía incluso cuando era un demonio y no te recordaba. Te pertenecía aún en la peor versión de mí mismo. —Dedos suaves y expertos me retiran un mechón de cabello lejos de la frente—. Lo hago ahora, que ni siquiera sé qué es lo que soy. —Niega con la cabeza, al tiempo que inspecciona mi rostro a detalle en la poca iluminación que nos rodea—. Y no sé cómo diablos hacer para cambiarlo. Para darle la espalda a lo que mi alma pide a gritos y cumplir con eso que se me ha encomendado desde hace eones.

Bajo la cabeza, solo porque sé que no seré capaz de contener las lágrimas que se me agolpan en la mirada durante mucho más tiempo. Porque escucharle decir en voz alta todo esto, hace que mi control emocional se vaya al caño.

—Cielo, por favor, no llores… —Mikhail susurra, y lo pierdo por completo.

Lágrimas gruesas y pesadas se deslizan por mis mejillas y dejan un camino de desazón y dolor en mi pecho. Dejan un montón de emociones en carne viva y un mundo de sueños rotos. De fantasías que jamás podrán ser.

Un dedo grande se coloca debajo de mi barbilla y me obliga a alzar el rostro para encontrarme de lleno con el gesto torturado y dolido del demonio de los ojos grises. La cercanía de nuestros cuerpos es tanta, que me sobresalto un poco al percibir el calor que emana de él.

—Por lo que más quieras, Cielo, no llores —suplica, y mis ojos se cierran antes de que me incline hacia adelante para recargar la frente en su barbilla.

El llanto no cesa. Los espasmos que me sacuden el cuerpo no se detienen y lo único que puedo hacer es llorar. Llorar hasta que el corazón me duele y la cabeza me da vueltas.

Hasta que no soy capaz de derramar una sola lágrima más y los sollozos se transforman en pequeñas exhalaciones temblorosas.

Los brazos de Mikhail, de alguna manera, han terminado a mi alrededor y, pese a que no estamos completamente aferrados el uno al otro, la manera en la que me acoge es abrumadora y dulce.

—Una parte de mí esperaba que me eligieras —susurro, al cabo de un largo rato de silencio cálido—. Que decidieras mandarlo todo a la mierda y quedarte conmigo hasta que todo fuese inevitable. —Una sonrisa triste se desliza en mis labios—. Deseaba que fueras egoísta por una vez en la vida y quisieras estar conmigo por ser yo, y no por lo que represento… —Niego—. Y sé que es absurdo y tonto… pero de verdad lo deseaba. —El labio inferior me tiembla, mientras que lágrimas nuevas me inundan los ojos.

—Cielo…

—Y sé quién eres. Sé la clase de persona que eres. —Lo interrumpo—. Sé que eres incapaz de mirar cómo el mundo se cae a pedazos sin que te invadan unas ganas inmensas de hacer algo para impedirlo; y que, por más que así lo quiera, jamás lo dejarás todo por mí, porque no te perdonarías a ti mismo si no intervienes… —Cierro los ojos y niego con la cabeza—. Es por eso que tampoco puedo reprocharte nada. Que tampoco puedo reclamar, porque te entiendo. Entiendo que este es tu destino y que siempre lo ha sido. Que hay una razón más poderosa que lo que yo quiero o lo que tú quieres y que, por más que me gustaría que las cosas fuesen diferentes, no hay nada que se pueda hacer para cambiarlas. —Un suspiro largo se me escapa—. Es solo que a veces me encantaría que no fuese todo tan complicado. Que fuese más fácil y no tuviese que resignarme a un destino que me aterroriza.

—Bess, yo…

—Mikhail —lo corto una vez más, solo porque no estoy lista para escucharle decir que no hay otra manera. Solo porque, en estos momentos, necesito sacar todo esto que traigo dentro porque me hace daño. Porque me lastima y no me deja continuar. Porque necesito decirlo en voz alta o voy a explotar en mil fragmentos—. Mikhail, yo… —Me quedo sin aliento y me acobardo ligeramente; sin embargo, me obligo a aclararme la garganta e intentarlo de nuevo—: Lo único que quiero que sepas es… —trago duro—, que te amo. Siempre te he amado. Ni siquiera cuando era incapaz confiar en ti, podía dejar de hacerlo. —Me aparto un poco para mirarlo a los ojos—. Y no quiero morir sin habértelo dicho.

Algo cambia en su mirada. Algo arrollador y salvaje se apodera de su rostro en el instante en el que termino de hablar y me quedo sin aliento. Me quedo suspendida en el aire —en el tiempo—, con la vista clavada en la tormenta ambarina y grisácea que son sus ojos. En el calor suave de la piel de su pecho contra mis palmas y la manera en la que su aliento cálido me golpea la mejilla.

No sé en qué momento nos acercamos tanto el uno al otro. Tampoco sé en qué momento me incliné hacia adelante, de modo que nuestras narices son capaces de rozarse; pero ahora mismo es lo que menos me importa. Es lo único en lo que no estoy pensando.

Un murmullo en un idioma desconocido escapa de los labios de Mikhail y mis ojos se clavan en sus labios mullidos.

—Bess…

—Shhh… —Lo corto con suavidad y su mirada se oscurece un poco más—. No digas nada —pido, en voz queda y temblorosa—. No hace falta que lo hagas.

Entonces, sin más, planto mis labios en los suyos.

Al principio, nuestro contacto es apenas un roce. Una suave presión de mi boca contra la suya. Una caricia dulce creada solo para sentirnos el uno al otro hasta que, de pronto, deja de serlo. Hasta que, sin siquiera planearlo, se convierte en otra cosa. En algo más urgente.

Mis labios se abren para recibirlo y su lengua busca la mía en una caricia hambrienta y vehemente. En una súplica implícita. Una petición temerosa. Un rayo absurdo de esperanza en medio del caos que son nuestras vidas.

Sé que estoy lanzándome al vacío. Que estoy tomando la decisión de confiar en él, a pesar de que aún no estoy segura de si debería hacerlo. Sé que debería escuchar aquello que la cabeza no deja de gritarme y no esto que tanto me pide el corazón, pero no puedo detenerme. No puedo parar.

Es todo o nada. No puedo dudar más. No puedo seguir teniendo miedo de nuestro destino, porque ya está escrito. Porque, si Mikhail está a mi lado, sea cual sea el resultado, sé que será el correcto. Así termine hecha pedazos. Así sea él de quien Daialee me advierte, estaré lista para todo, porque así es como tiene que ocurrir. Porque prefiero enfrentarlo a seguir huyendo. Estoy harta de huir.

Mikhail se aparta de mí con brusquedad y me quedo sin aliento.

—Te amo —susurra—. Te amo y ya me cansé de negarlo. Ya me cansé de luchar contra ello. Te amo, Bess. Te amo con todo lo que soy, lo que fui y lo que seré. En este plano y en todos los que existen. Te amo y te elijo a ti. Por sobre todas las cosas, Cielo mío, te elijo a ti.

Entonces, las palabras terminan y son reemplazadas por besos ávidos. Por caricias dulces y estelas ardientes que comienzan en la comisura de mis labios y terminan en mis clavículas.

Un suspiro roto y tembloroso se me escapa cuando, de un movimiento, Mikhail me recuesta sobre mi espalda y se instala en el hueco que he creado entre mis piernas; sin importarle en lo absoluto cuán magullado está. En ese momento, mientras siento su peso sobre mí, me tomo mi tiempo para acariciarle el rostro. Para pasear las palmas por encima de los ángulos obtusos de su mandíbula y absorber la forma en la que se inclina para encontrar mi tacto.

Sus ojos están cerrados, su torso completamente desnudo y su cabello es una maraña desordenada y sucia.

El corazón se me estruja con violencia cuando su mirada se abre para encontrar la mía y no encuentro otra cosa más que adoración en su gesto. Más que un anhelo contra el que yo misma lucho segundo a segundo.

—Daría todo por poder estar así siempre —confieso, y los ojos de Mikhail se llenan con una emoción salvaje y familiar. Una que sé que compartimos y que nos une más allá del lazo que nos ata o de la conexión que compartimos.

—Renunciaría a todo si eso me garantizara una eternidad a tu lado, Bess Marshall.

Las palabras terminan. Las caricias se reanudan y, a pesar de lo desgastado de su cuerpo y de las heridas abiertas en su espalda, no se detiene. No deja de besarme. No deja de retirar las prendas que me visten con una lentitud abrumadora. No deja de colmarme entera de caricias suaves y besos que se alargan hasta el infinito. De desnudarme el cuerpo, el alma y los sentidos con su abrumadora presencia, y los arrolladores sentimientos y sensaciones que me provoca.

Entonces, cuando estamos así, más vulnerables de lo que nunca hemos estado el uno con el otro, me mira a los ojos y aparta el cabello de mi rostro para besarme la punta de la nariz.

—Siempre has sido tan bonita como el cielo —murmura, contra mi boca y, sin darme tiempo de responder nada, vuelve a besarme. Vuelve a llenarme los sentidos de él antes de hundirse en mí. Antes de llenarme entera y hacer que me aferre a él con todas mis fuerzas.

La luz de la luna se cuela a través de la ventana y mi anatomía entera zumba debido a lo que está ocurriendo entre nosotros. El universo parece haberse detenido por completo y el lazo que me ata a él pulsa y se estira ante la nueva clase de intimidad que compartimos.

El fuego que creía extinto entre nosotros arde con tanta intensidad que amenaza con consumirme por completo. El mundo de emociones que siempre ha provocado en mí está a punto de hacer implosión y lo único que puedo hacer es aferrarme a él. A lo que siento. A estas ganas que tengo de fundirme en él y hacernos uno.

Finalmente, cuando todo termina y cae sobre mí —tembloroso, sudoroso y agotado—, aferro los brazos a su alrededor. Envuelvo las extremidades a su alrededor y lo atraigo cerca de mí para llenarlo del calor de mi piel. Para envolverlo con este atronador y apabullante amor que siento por él y que, por más que es puesto a prueba, no se diluye ni desaparece.

Un espasmo más fuerte que los anteriores lo sacude, y una pequeña alarma se abre paso a través de la bruma lánguida y dulce que me ha llenado los sentidos.

—¿Estás bien? —inquiero, en un susurro tembloroso y débil.

Él asiente, pero otro espasmo violento lo asalta.

—Tengo la sospecha de que había veneno de los aparatos de tortura que utilizaron para inmovilizarme —explica y, de inmediato, el pánico se apodera de mi sistema. Acto seguido, trato de incorporarme para inspeccionar sus heridas. Él, sin embargo, me lo impide y me obliga a mantenerme donde me encuentro, al tiempo que dice—: Pero estoy bien.

Solo necesito descansar.

—Mikhail…

—Cielo, estoy bien. —Asegura, en un susurro, y alza la vista para encontrarme—. Ha sido poco. Además, todavía no estoy seguro de que realmente hubiera veneno en ellos. Es muy probable que no. Creo que solo estoy muy débil. Estoy bien.

Hay un tinte amoratado en las venas que le corren por el rostro y luce más pálido que hace un rato.

—Mikhail, no luces bien. —El terror en mi voz es palpable, pero de todos modos, sonríe.

—Gracias —responde, con ironía, al tiempo que sacude la cabeza en una negativa para volver a asegurar—: Estoy bien, amor. Solo necesito guardar algo de reposo. Mañana estaré como nuevo.

Muerdo mi labio inferior, dudosa de sus palabras, pero ensancha su sonrisa y me aparta un mechón de cabello lejos del rostro.

—Me encanta cuando te preocupas por mí —dice, mientras me guiña un ojo.

—Mikhail…

—Estoy bien. —Me asegura una vez más, antes de dejarse caer sobre su espalda para atraerme más cerca. Cuando lo hace, me besa la sien y cubre gran parte de mi cuerpo desnudo con el suyo.

—¿Estás seguro? —El miedo en mi voz es palpable, pero no me importa en lo absoluto sonar como lo hago.

—Completamente, amor —musita—. Solo trata de descansar.

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