Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 41

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El silencio que le sigue a mis palabras es acompañado por miradas cargadas de horror, pánico y desolación.

Las expresiones que tiñen los rostros de todos los presentes están a medio camino entre la histeria y el fatalismo, y no puedo hacer otra cosa más que quedarme aquí, quieta, sentada frente a una pequeña multitud de gente aterrorizada, con el corazón hecho jirones y los ojos ardientes debido a las lágrimas que trato de contener.

Hace un largo rato ya que Rael y Haru guiaron nuestro camino de vuelta al local comercial en el que ellos y las brujas se refugiaron al salir del asentamiento.

Según lo que todos me contaron al llegar, tan pronto como se encontraron con la doctora Harper, los sacó de los subterráneos para llevarlos al punto de reunión que habíamos acordado. Rael dijo que, una vez ahí, esperaron por Mikhail y por mí durante veinticuatro horas antes de comenzar a plantearse la posibilidad de que había ocurrido lo peor.

Rápidamente, me hablaron acerca de su viaje a Los Ángeles, y Niara se encargó de contarme sobre cómo fue que tuvieron que reunirse con Gabrielle y quienes iban con ella justo a la mitad del camino porque, al parecer, había surgido un imprevisto en una grieta en alguna parte de Asia. Me dijo que trataron de comunicarse con alguno de los ángeles que viajaban con nosotros sin éxito alguno. Fue en ese momento, que yo les dije cómo es que fuimos traicionados por uno de ellos y cómo el otro fue asesinado por Mikhail en un ataque. El motivo por el cual no lograron comunicarse con Jasiel es completamente desconocido para mí, pero Rael cree que ha sido porque, cuando esto ocurrió, ellos ya estaban demasiado cerca de la ciudad y la energía que expide la grieta pudo haber afectado las comunicaciones.

Fue así que, al no contar con ninguna forma de comunicarse con Mikhail, Rael y Gabrielle decidieron que sería ella quien iría a tratar de contener el desastre, mientras que Rael se encargaría de llevar a las brujas y al resto de los sellos al punto de reunión que habíamos acordado.

Finalmente, luego de esperarnos durante el tiempo que acordamos que esperaríamos, Rael tomó la decisión de llevar a todos al asentamiento, para luego ir en nuestra búsqueda. El plan inicial era encontrarse con una brigada de abastecimiento haciendo pasar a todos —tanto brujas, como Sellos— por personas comunes y corrientes.

Para su mala suerte, según Rael, fueron atacados por una horda de poseídos y él tuvo que hacer uso de su poder celestial para combatirlos delante de la brigada que los había encontrado.

Niara dijo que los soldados, al ver a Rael desplegar sus alas y enfrentarse a los demonios, lo atacaron con una especie de arpón y lo capturaron para encadenarlo con aquellos instrumentos malditos que se encargaron de contenerlo el tiempo suficiente para arrancarle las alas.

Los detalles de su captura y su estancia son sórdidos y aterradores, pero me obligo a escucharlos todos solo porque necesito saber qué fue lo que les hicieron. Solo porque necesito terminar de armar mis conjeturas, y porque necesito escuchar de su viva voz qué era lo que el comandante y su gente les preguntaban cuando los lastimaban.

Para cuando terminaron de contármelo todo, yo ya había llegado a la certeza absoluta de que hubo un traidor entre nosotros. De que hubo alguien que siempre estuvo cediéndole información al demonio con el que el comandante interactuaba. Ellos estaban esperándonos. Estaban actuando bajo las instrucciones de alguien que sabía a la perfección quiénes éramos.

Luego de eso, fue mi turno de contarles cómo fue que llegamos Mikhail, Haru y yo al asentamiento y todo lo que le siguió cuando nuestra treta fue descubierta. Cuando hablé respecto a la sospecha que tenía Mikhail sobre el veneno en los instrumentos, todos convenimos que la intención del comandante, después de todo, sí era acabar con alguien, y ese alguien era Mikhail.

Si su intención hubiese sido acabar con Rael, habría utilizado los mismos instrumentos y no lo hizo. El comandante sabía que Rael no era a quien él debía eliminar.

Ahora más que nunca estoy convencida de que todo esto fue planeado con premeditación. Un movimiento hecho por alguien que conocía nuestro plan de pies a cabeza y que siempre ha navegado con bandera de aliado.

El mero pensamiento me hace sentir enferma y nauseabunda.

Para cuando terminé de hablar, todo el mundo enmudeció por completo y ha permanecido así —en silencio— desde entonces.

—Tenemos que hacer algo. —La voz de Rael irrumpe el silencio sepulcral en el que se ha sumido la estancia al cabo de un largo momento.

—¿Estás loco? —Es Niara quien refuta, mirándolo con una expresión aterrorizada e incrédula—. Mikhail está muerto, no tienes comunicación con Gabrielle o con alguien de la legión, has perdido tus alas, y la ciudad está infestada de demonios y criaturas que alguna vez fueron personas. ¿Cómo demonios pretendes que hagamos algo?

—No es una alternativa. —Rael refuta, con firmeza y determinación—. No podemos quedarnos de brazos cruzados cuando tenemos un maldito Pandemónium formándose a la vuelta de la esquina.

—¿Y qué se supone que debemos hacer? —Es la primera vez, desde que llegué a este lugar que escucho hablar a Dinorah—. ¿Cómo, en el infierno, vamos a enfrentarnos nosotros a un Pandemónium? —Sacude la cabeza en una negativa—. Nuestra única esperanza era que Miguel lograse convencer a la Legión de unificarse para así desterrar a los demonios que invaden la tierra, pero ahora está muerto. No podemos hacer nada si el mismísimo Miguel Arcángel está muerto.

Las lágrimas queman en la parte posterior de mi garganta, pero me obligo a mantenerlas dentro mientras absorbo las palabras que Dinorah acaba de pronunciar.

Sé que tiene razón. Todos lo sabemos; sin embargo, me niego a pensar que eso era todo lo que podíamos hacer. Me niego a creer que, pudiendo utilizar la fuerza destructiva que tengo dentro, esa sea nuestra única alternativa.

—Tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados. —Zianya pronuncia, luego de un largo rato y la atención de todos se posa en ella casi al instante. El horror y la incredulidad llenan el ambiente y el silencio se vuelve expectante—. El mundo va a acabarse. Si no hacemos algo, de todos modos, nada cambia. El resultado es el mismo: nosotros morimos. La humanidad como la conocemos sucumbirá ante las tinieblas y el poder del Supremo. Entonces, ¿por qué no intentar algo? ¿Por qué no intentar ganarle algo de tiempo al resto de nosotros?

Niara niega con la cabeza y Dinorah aprieta la mandíbula; la doctora Harper, quien se encuentra en un rincón, arrebujada con la chica que escapó con ella, se pone lívida, y Rael se tensa en respuesta. Los únicos que son ajenos a la tensión del momento, son Haru, Kendrew y Radha, quienes se encuentran en el suelo abrazados los unos a los otros, cual cachorrillos recién nacidos.

—No puedo creerlo —Niara susurra, incrédula y horrorizada.

—Sabes que digo la verdad. —Zianya la confronta, para luego mirarnos a todos y decir—: Todos lo saben. —Hace una pequeña pausa—. ¡Vamos! Tenemos a cuatro Sellos del apocalipsis, un ángel y tres brujas poderosas de nuestro lado. Podemos hacer algo. Sé que podemos hacer algo.

—¿Como qué? —Dinorah mira con los ojos entornados en dirección a su hermana, como si no pudiese dar crédito a lo que escucha. Como si no lograse comprender del todo lo que ella está diciendo.

Silencio.

Los ojos de Dinorah están clavados en los de Zianya, y ella, no deja de morderse el labio con indecisión; como si no estuviese segura de si debe o no pronunciar aquello que le pasa por la cabeza.

—Te lo dije antes, Dina. —La voz de Zianya es temblorosa e inestable—. Te lo dije luego de que ocurrió, ¿lo recuerdas?

El entendimiento parece asaltar a Dinorah de inmediato, ya que su rostro palidece cuando la realización se le dibuja en las facciones.

—Es una locura. —Dinorah niega, al tiempo que una sonrisa histérica se le dibuja en los labios—. Te lo dije antes.

—¿El qué? —Rael interviene, mirándolas de hito en hito—. ¿Qué es una locura?

Zianya encara al ángel, al tiempo que se moja los labios con lentitud.

—C-Creo que… —Se aclara la garganta—. Creo que lo que hicieron Axel, Niara y Bess fue, de hecho, algo bastante inteligente.

La confusión me invade solo porque no soy capaz de recordar a qué se refiere y mi vista viaja hacia Niara, quien también me observa como si no entendiera una mierda de lo que está pasando.

—¿Lo que hicieron? —Rael, exasperado, ya se ha acercado tanto a Zianya, que ella se encoge ligeramente—. ¿Qué carajos fue lo que…?

En ese momento, cae sobre mí como baldazo de agua helada. Cae sobre todos con tanta brutalidad, que nos congelamos unos instantes.

«Oh, mierda».

—De ninguna maldita manera —Rael sentencia, cuando parece haber recuperado la capacidad de hablar.

—¡Piénsalo un segundo! —Zianya eleva la voz, para hacerse sonar por encima del pequeño caos que ha empezado a formarse—. ¡Es una genialidad! Podemos entrar al Inframundo para tratar de cerrar las grietas desde ahí. Bess puede hacerlo. Tiene la fuerza suficiente.

—¡¿Perdiste la cabeza?! —El ángel espeta.

—¡Podemos hacerlo! ¡Podemos hacerlo mejor de lo que lo hicieron ellos! —Zianya eleva un poco más su tono—. Podemos protegernos. Proteger el portal que necesitaremos para ir al Inframundo, para que así no haya criaturas rondando y no ocurra lo mismo de la última vez.

La discusión estalla en gritos sin sentido. Todo el mundo trata de decir algo, pero nadie es capaz de hacerse notar por encima del barullo.

Es una locura. Todo esto es una maldita locura.

«Pero es la verdad», me susurra el subconsciente. «Puedes hacerlo. Lo sabes».

El malestar me revuelve el estómago cuando el pensamiento se forma en mi cabeza, pero no permito que eso me amedrente. No permito que eso impida que mi cerebro corra a toda velocidad ante las posibilidades que se abren paso en mi interior.

Podría funcionar. Podríamos intentar abrir un portal al Inframundo para cerrar la grieta más grande. Esa que está aquí mismo, en Los Ángeles.

«Si lográramos cerrarla…».

Me falta el aliento. El corazón se me acelera ante la nueva oleada de ideas que me vienen al pensamiento y quiero gritar. Quiero golpearme por estar considerándolo.

—Aún si pudiéramos entrar al Inframundo —mi voz se eleva por encima de la de todos y, en el proceso, me acerco a Zianya—, no existe posibilidad alguna de que localicemos la grieta por nuestra cuenta. En aquella ocasión, Axel nos acompañaba. Él iba a guiarnos hasta ella. Ahora ni siquiera sabemos si está… —Me detengo a medio camino, solo porque no soy capaz de concluir esa oración. Porque, ahora mismo, el saber que Mikhail se ha ido es suficiente. No quiero pensar en Axel como alguien más a quien llorarle.

—¡¿Estás considerándolo?! —Niara chilla, al escuchar lo que me he acercado a decirle a Zianya, pero ni siquiera la miro. Me concentro en la bruja que tengo enfrente y que me mira con una indecisión aterradora.

—¿Y si Axel no está muerto? —El susurro que abandona a la mujer frente a mí hace que, inevitablemente, un destello de esperanza se apodere de mi pecho.

—No hay manera de saberlo —digo, sin dejarme vencer por las ilusiones—. Si Axel estuviera bien, ya habría venido a encontrarnos.

—Axel no sabía que vendríamos a Los Ángeles. —Zianya urge—. Si nos ha buscado, lo ha hecho al otro lado del país, en Bailey.

Llegados a este punto, todos han enmudecido para escuchar lo que hablamos la bruja y yo.

Mi cabeza sigue corriendo a toda velocidad a través de un sinfín de posibilidades y me siento abrumada. Agobiada ante la decena de escenarios que se despliegan frente a mí.

—No podemos volver a Bailey solo para buscarlo —susurro, con un hilo de voz.

Zianya niega.

—No. En eso tienes razón. No podemos volver a Bailey solo para buscarlo… —dice—. Pero sí podemos invocarlo.

—¿Qué?…

—Los demonios están atados a su nombre, cariño. Lo sabes —dice, y un gesto cargado de esperanza se filtra en sus facciones aterrorizadas.

Es mi turno para negar.

—En el pasado intenté invocarlo y no pude hacerlo —digo—. Cuando nos fuimos a Bailey lo intenté incontables veces y no conseguí contactarlo.

—Somos tres brujas, cuatro Sellos y un ángel. —Las manos de Zianya se cierran sobre las mías y las aprietan con fuerza—. Si todos nos unimos para invocarlo, podríamos conseguirlo.

—¿Y qué si no funciona?

—¿Y qué si sí?

—Estás loca, Annelise, si crees que voy a permitir que hagas algo como eso —Rael interviene, determinante y autoritario—. No voy a permitir que te arriesgues de esa forma, si tú mueres, el mundo se va a la mierda.

—Y si no muero también se irá a la mierda. Si no hacemos algo pasará, Rael, lo sabes —refuto, encarándolo. Un disparo de ansiedad y angustia me embarga, y no puedo evitar agregar—: No sé cuánto tiempo más estaré aquí. No debería de hacerlo. No se supone que debería estar viva porque estaba atada a Mikhail. En teoría, hace casi veinticuatro horas que el mundo debería haberse convertido en un maldito infierno y no lo hizo. Tenemos que aprovechar esa oportunidad. Tenemos que intentarlo.

La mandíbula del ángel se aprieta con fuerza.

—Y no voy a obligar a nadie a hacer esto conmigo —continúo, dirigiéndome hacia todos los demás—, pero quiero que sepan que voy a intentarlo.

—Bess…

—Lo siento, Rael —lo corto—, pero ya me cansé de esconderme. Voy a hacer esto porque es lo único que tenemos. Es nuestra única oportunidad.

—Lo haremos contigo —Dinorah dice, al tiempo que, mirando a su hermana, da un paso hacia enfrente luego de unos momentos de silencio.

Zianya asiente en acuerdo y dejo escapar un suspiro largo cuando Niara se gira sobre su eje con los brazos cruzados sobre el pecho y el gesto descompuesto por la angustia.

—Lo lamento mucho, Rael —digo, cuando él me mira largo y tendido.

—Es una locura. Lo sabes, ¿no es así?

Asiento.

—Y, de todos modos, quiero intentarlo.

He pasado las últimas horas del día hablando con Rael respecto al plan que estamos ideando.

Luego de nuestro confrontamiento previo, el ángel decidió ayudarnos. Argumentó que no estaba en lo absoluto de acuerdo, pero que no iba a perdonarse a sí mismo si no estaba ahí para supervisar que todo salga bien. Dijo que sabía que lo haríamos de todos modos y que solo quería cerciorarse de que vamos a dejarlo por la paz si se pone muy peligroso.

Así fue como nos pusimos manos a la obra.

Ahora mismo, Dinorah, Zianya y Niara —quien decidió ayudarnos a regañadientes luego de una conversación con Rael— se encuentran en el edificio de enfrente, tratando de invocar a Axel con su verdadero nombre. Llevan ya unas horas en ello y la falta de resultados no ha hecho más que angustiarme con el paso de los minutos.

Acordamos que tendrían que hacer la invocación lejos de mí y de los niños, porque no sabemos en realidad quién o qué va a acudir a nuestro llamado. Dinorah dice que las probabilidades de que alguien más venga a nuestro encuentro son mínimas, pero que, estando tan cerca de una grieta fracturada, lo mejor es no arriesgarse.

Con esto en mente, cruzaron la avenida desierta que separa el local en el que nos encontramos y se adentraron en el edificio de enfrente para intentarlo.

Nosotros, por otro lado, hemos pasado toda la tarde tratando de idear un plan alternativo en caso de que la invocación del íncubo no logre concretarse.

¿Honestamente? No es muy bueno. Nuestras posibilidades de conseguir un resultado favorable sin Axel son casi inexistentes, pero trato de no pensar mucho en ello. Trato de decirme a mí misma que, si llegásemos a necesitar hacer esto por nuestra cuenta, encontraremos la forma.

Siempre lo hemos hecho.

—¿Cuánto tiempo quieres que esperemos por ustedes antes de ir a buscarlos en caso de que algo salga mal? —La voz de Rael me saca de golpe de mis cavilaciones y parpadeo un par de veces para espabilar.

Clavo los ojos en él.

—No van a esperarnos —declaro, y las facciones del ángel se ensombrecen. De inmediato, su boca se abre para replicar, pero no le doy tiempo de hacerlo y digo—: Tienes que llevarte a los niños lejos de aquí. Tenemos que asegurar su bienestar en caso de que esto falle. No podemos arriesgarnos, así que esos niños y tú se van a ir de aquí tan pronto como Axel y yo entremos al Inframundo a través del portal.

—Pero, Bess…

—No tenemos otra alternativa, Rael —Lo interrumpo una vez más y aprieta la mandíbula mientras me mira un largo momento.

—¡Bess! —La voz urgente que llega a mí hace que mi atención se vuelque hacia la entrada del local—. ¡Bess!

En ese momento, Niara aparece en mi campo de visión dando trompicones. El aliento le falta y lleva el gesto cargado de una emoción que no logro describir.

—¡Axel!… —Apenas logra pronunciar, pero ya me he puesto de pie. Ya he perdido el aliento y el corazón me ha dado un vuelco. Ya he sentido que el mundo se sacude debajo de mis pies y que todo dentro de mí hará implosión en cualquier instante.

Estoy trotando, estoy cruzando la calle cuando, delante de mis ojos, una silueta emerge de la oscuridad.

Me detengo en seco.

Parpadeo un par de veces para eliminar las lágrimas que se me acumulan en la mirada. Para asegurarme de que de verdad estoy mirándolo y no es solo una mala treta de mi mente.

—Axel… —susurro, sin aliento, y el demonio esboza una sonrisa temblorosa antes de empezar a avanzar en mi dirección.

Detrás de él, las figuras de Dinorah y Zianya aparecen y comienzan a acercarse también.

Quiero abrazarlo. Quiero envolver los brazos alrededor de su cuerpo, pero sé lo mucho que lo lastimaría; así que, en su lugar, cuando me alcanza, me limito a mirarlo de pies a cabeza sin poder formular una oración completa.

Luce distinto. Hay un par de bolsas enormes debajo de sus ojos y casi podría jurar que ha adelgazado. Su cabello color caramelo —antes celestial y descuidado— luce apelmazado y largo, como si hubiese pasado mucho desde la última vez que se molestó en mirarse en un espejo.

—Te abrazaría ahora mismo si pudiera, maldita hija de puta —dice, con un hilo de voz, y una mezcla entre sollozo y carcajada se me escapa de la garganta.

—Creí que habías muerto —digo, con un nudo en la garganta.

—No tienes tanta suerte, cariño —dice, al tiempo que me guiña un ojo y esboza una sonrisa cargada de emoción. No me atrevo a apostar, pero creo que sus ojos han empezado a llenarse de lágrimas.

Una pequeña risa ahogada se me escapa y me abrazo a mí misma solo porque no puedo abrazarlo a él.

—No tienes idea de cuánto le agradezco al universo que te encuentres bien. —Apenas puedo pronunciar y él suelta una risa que se mezcla con el par de lágrimas que han comenzado a escapársele.

—¡Oh, mira lo que me has hecho! —exclama, al tiempo que se lleva los dedos a la cara para enjugar las lágrimas que se deslizan por sus mejillas—. ¡No tenemos tiempo para estas cosas! ¡¿Por qué eres así de imprudente, Bess Marshall?!

Una carcajada corta brota de mis labios y niego con la cabeza antes de tratar de recomponerme y dedicarle una larga mirada.

—Mikhail…

—Lo sé. —Asiente, mientras su gesto se torna triste—. Me lo dijeron ya.

Frunzo el ceño, confundida.

—¿Desde hace cuánto que estás aquí? —digo, sin aliento, y él esboza una sonrisa a pesar de lo triste que luce.

—El suficiente como para estar al tanto de algunas cosas —dice, al tiempo que mira de reojo en dirección a las brujas, quienes nos miran desde una distancia prudente.

Niara lleva una sonrisa radiante en el rostro y Zianya también luce satisfecha. Dinorah, en cambio, luce tan enigmática como siempre. Tan seria y lejana como siempre ha sido.

—No voy a mentirte —dice, mientras se vuelve hacia mí una vez más—, el panorama no es muy alentador allá adentro; pero si es lo que quieres, con gusto puedo llevarte hasta donde sea que necesites llegar.

—Gracias —digo, con un hilo de voz, porque no sé qué otra cosa puedo decir y él me dedica un guiño amable.

—Siempre es un placer salvarte el trasero, cariño —bromea y es mi turno de sonreír.

—Hagamos esto —digo, luego de unos segundos de silencio y Axel toma una inspiración profunda antes de asentir en acuerdo.

Entonces, nos encaminamos en dirección al local en el que los demás se encuentran.

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