Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 42

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El portal está listo.

El atardecer ha caído para cuando esto ocurre y todos —absolutamente todos— estamos alertas, listos para comenzar la segunda parte del plan improvisado que hemos ideado.

La primera de ellas consistió en hacer que Rael se marchara con los niños a un lugar seguro en las fronteras de la ciudad, para evitar exponerlos al peligro en caso de que todo se vaya a la mierda.

Antes de irse, me hizo prometer que, si las cosas se complicaban, regresaríamos y pensaríamos en otra cosa. Yo, luego de mucho rebatirle, accedí a hacer aquella promesa.

Fue hasta ese momento que él, los niños, la doctora Harper y su asistente, emprendieron camino.

El resto del plan es bastante sencillo en realidad. Consiste en abrir el portal, entrar en él lo más rápido posible y cerrarlo una vez estando dentro. De eso se encargarán las brujas —quienes se quedarán aquí— una vez que hayamos conseguido cruzar. Luego, esperarán por nosotros. Si dentro de veinticuatro horas no ha habido cambio alguno en la energía que emana la grieta, ellas también se marcharán. Huirán de aquí porque habrá significado que Axel y yo hemos fallado.

En lo que al íncubo y a mí respecta, nosotros, una vez dentro del Inframundo, nos escabulliremos a través de él hasta llegar a la grieta. Ahí, Axel me cuidará las espaldas mientras, haciendo uso del poder de los Estigmas, trataré de cerrar las fisuras de las líneas energéticas.

En teoría, suena bastante sencillo. El asunto es que no sé qué tan efectivo será cuando estemos ahí, ante la grieta. Ante el centenar de criaturas que, seguramente, estará cerca tratando de escapar del Inframundo para invadir la tierra.

—Llegó la hora. —La voz de Zianya me saca de mis cavilaciones y hace que mi corazón se salte un latido.

Con todo y eso, me obligo a ponerme de pie y encaminarme hasta la parte trasera del local, donde las brujas se han encargado de prepararlo todo.

Al entrar ahí, lo primero que noto es el enorme pentagrama que está pintado en el suelo con lo que parece ser carbón, y de las diminutas fogatas improvisadas que simulan las velas que, se supone, deberían ir en cada una de las esquinas de la estrella al centro de todo.

Símbolos familiares y extraños están dibujados entre el perímetro de los dos círculos concéntricos que rodean la estrella en el suelo, y un extraño dolor se instala en mi estómago cuando un millar de recuerdos comienzan a invadirme el pensamiento.

De pronto, no puedo dejar de pensar en lo que ocurrió la última vez que intentamos hacer esto. No puedo dejar de revivir todas las malas experiencias que he tenido estando en una situación similar.

No quiero hacer esto. Estoy aterrorizada. hecha un manojo de nervios y, de todos modos, sé que esta es la única manera.

Mi vista barre la estancia con lentitud y un puñado de piedras se me instala en el estómago cuando noto los símbolos que las brujas han dibujado en las paredes. Estos son familiares para mí. Las vi hacerlos en todas las paredes de nuestra casa en Bailey tan pronto como llegamos. Recuerdo a la perfección el modo en el que fueron dibujados y luego cubiertos con pintura nueva. Esto bajo la premisa de que, mientras los símbolos estuviesen en casa, ninguna entidad oscura podría entrar en ella sin autorización.

Ninguna de ellas dice nada cuando poso la atención en donde se encuentran y nos dedicamos una larga mirada.

Axel, quien no ha dejado de seguir las instrucciones de las brujas al pie de la letra, está ahí, en un rincón de la estancia, luciendo como si pudiese vomitar en cualquier momento. No se necesita ser un genio para descubrir que la idea de regresar al Inframundo no le agrada en lo absoluto.

No puedo culparlo. Después de lo que nos contó que pasó con él cuando logró escapar —por los pelos— de aquellas criaturas que brotaron de la grieta en Bailey, cualquiera en sus zapatos estaría renuente a regresar.

Nos contó que, luego de haber sido muy malherido y haber tenido que quedarse en el Inframundo —bajo el cuidado de su hermana—, fue capturado por uno de los Príncipes del Infierno y llevado ante el mismísimo Supremo. Al parecer, fue torturado con la intención de que les dijera el paradero de Mikhail y el mío.

Dijo que, por fortuna, pudo escapar y refugiarse hasta sanar lo suficiente como para abandonar el Averno e ir a encontrarnos y que, al salir, lo primero que hizo fue ir a buscarnos; sin embargo, para el momento en el que puso un pie en Bailey, nosotros ya nos habíamos marchado.

Desde entonces, ha tenido que sobrevivir ocultándose entre el caos energético de las grietas para evitar ser detectado por algún demonio con la misión de localizarlo. Teme que, si lo encuentran, lo asesinen por traicionar al Supremo. Es natural que no quiera poner un pie dentro del Infierno cuando las condiciones son tan precarias como ahora.

—Está todo listo. —La voz de Zianya parece sacarnos a todos de un estupor extraño, ya que todos reaccionan ante el sonido de su voz—. Cuando estén listos podemos hacerlo.

Tomo una inspiración profunda y me abrazo a mí misma mientras doy un par de pasos en dirección a donde ellas se encuentran.

Una vez ahí, y sin necesidad de decir nada, Niara me envuelve en un abrazo apretado y doloroso.

—Es una locura —murmura, contra mi oreja.

—Lo sé —susurro, de regreso.

—Por favor, Bess, no lo hagas —dice, sin aliento y un nudo se me forma en la garganta.

—Lo siento —digo, en un murmullo entrecortado, y siento cómo su abrazo se tensa un poco más.

—Eres una tonta —solloza, y cierro los ojos para contener las lágrimas que amenazan con abandonarme. Entonces, añade—: Por favor, cuídate bien. Mantén los ojos bien abiertos.

—Lo haré. —Le aseguro—. Ustedes también manténganse a salvo.

Un asentimiento es lo único que puede regalarme después de eso y, entonces, me deja ir. En el instante en el que se aparta, Zianya llega a mí. También me abraza, pero no dice nada. Se limita a sostenerme contra su pecho de manera protectora. Cuando se aleja, hay lágrimas corriendo por sus mejillas. El nudo en mi garganta se aprieta un poco más cuando me percato de ello.

Quizás nunca fuimos cercanas y tampoco éramos capaces de bajar la guardia la una con la otra, pero de alguna manera aprendí a sentir una especie de afecto extraño hacia esta mujer.

Una sonrisa temblorosa se dibuja en mis labios cuando sus manos aprietan las mías, pero no me da tiempo de decirle nada, ya que se aleja para permitirle a Dinorah abrazarme.

Los brazos de la bruja son tan maternales, que hacen que los ojos se me llenen de lágrimas tan pronto como me acaricia el pelo con una de sus manos.

—Tengo mucho miedo —confieso, solo para ella, y su abrazo se aprieta tanto que me lastima. Mi alma lo agradece. La niña angustiada que vive dentro de mí se siente aliviada por la manera en la que me sostiene.

Se aparta de mí y me retira el cabello de la cara para mirarme con un gesto tan enigmático y maternal, que hace que el corazón me duela.

—No hay nada que temer —susurra, al tiempo que esboza una sonrisa temblorosa—. Él está contigo.

La confusión me invade de inmediato y mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Quién…?

—No puedo decírtelo. —Me corta de tajo, con suavidad, y me mira a los ojos con una expresión tan abrumadora y dulce, que un escalofrío me recorre entera—. No me corresponde hacerlo. Confío en que pronto sabrás de qué hablo. Por lo pronto, no temas. No todavía. —Su sonrisa vacila y algo oscuro tiñe su expresión—. Y, por favor, ten mucho cuidado. Hay algo que no se siente bien de todo esto.

La advertencia no hace más que acentuar el destello de terror creciente en la boca de mi estómago, pero trato de no pensar mucho en ella. Trato de enviarla a un lugar oscuro en mi cabeza, porque si no lo hago, voy a acobardarme.

«No puedo acobardarme».

—Lo tendré. —le aseguro, al tiempo que esbozo una sonrisa que pretendo que sea tranquilizadora.

Dinorah me dedica una última mirada larga antes de esbozar una sonrisa triste y apartarse de mí.

—¿Estamos listos ya? —Es la voz de Axel la que hace que volquemos nuestra atención hacia el pentagrama en el suelo.

Asiento.

—Estamos listos.

—De acuerdo —él dice—. Manos a la obra, entonces.

—No te detengas. —La voz de Axel llega a mí desde algún punto a mis espaldas y los vellos de la nuca se me erizan cuando una de las criaturas aterradoras que roen huesos y carne hedionda, gira la cabeza hacia nosotros.

Aprieto la mandíbula y trago duro mientras me escurro en la oscuridad del extraño andador por el que nos hemos filtrado.

Sin poder evitarlo, mis ojos barren rápidamente todo el lugar y un nudo me atenaza las entrañas cuando escucho la voz de una mujer gritando como si estuviesen arrancándole una extremidad.

«Quizás lo están haciendo», susurra la voz insidiosa de mi cabeza, cuando veo a un grotesco animal con cuernos masticando lo que parece ser una mano.

Aprieto el paso y, de manera instintiva, me encojo un poco más.

No sé qué esperaba encontrar cuando caí en la cuenta de que iba a pisar el Inframundo —de hecho, una parte de mí esperaba que nunca tuviese la oportunidad de hacerlo—; pero, definitivamente, no era esto.

Quizás solo es la imagen preconcebida que tenía del Infierno —esa en la que todo es arder en fosas y ver criaturas rojas con cuernos por todos lados— la que me hace sentir como si estuviese en el escenario equivocado; sin embargo, esto… Este lugar… Es mil veces peor.

No hay tal cosa como volcanes haciendo erupción o magma corriendo en ríos furiosos. Mucho menos hay llamas ardientes brotando de lugares extraños. Aquí solo hay… desolación.

Cruda, cruel y pura desolación.

Hay calles oscuras, hechas de escombros y suciedad. Pilas y pilas de basura hedionda cubren el suelo por el que caminamos hasta volverlo irregular, y hay personas mutiladas escondidas por todos lados. El olor a muerte, sangre y podredumbre hace que quieras vomitar y, para coronarlo todo, cientos de criaturas aladas y demoníacas sobrevuelan las calles en busca de una nueva presa.

Según lo poco que Axel me explicó, esta es una de las secciones más abandonadas por los demonios de mediana o alta jerarquía. Aquí, solo los demonios carroñeros y con la capacidad intelectual de un animal vienen a pasar el rato.

Dijo, también, que decidió que entráramos por aquí, porque era la mejor manera de hacerlo sin ser detectados. Dijo que, con suerte, podríamos avanzar lo suficiente antes de que la energía celestial que llevo dentro alerte a alguien con más capacidad de raciocinio que un perro.

Al parecer, este lugar es al que vienen a perecer las almas de aquellos humanos que, en vida, cometieron pecados imperdonables. Es la eterna condena para ellos porque aquí no pueden morir. No pueden detener el martirio y la tortura a la que son sometidos, y no hay poder existente en el universo capaz de liberarlos de esa maldición.

Un alarido brutal llega a mí en la lejanía y un escalofrío de puro terror me recorre entera. Trago para eliminar la sensación de ardor que tengo en la garganta, el corazón me late a toda velocidad y el nudo que siento en el estómago se estruja cuando la mirada de una de las criaturas bestiales se posa en mí.

—No lo mires. —Axel dice entre dientes—. Sigue caminando.

Aprieto los puños y aprieto el paso un poco más.

—¿Estamos muy lejos? —inquiero, en voz baja para que solo él pueda escucharme.

—No demasiado —Axel masculla—, pero tenemos que darnos prisa. No queremos que tu presencia aquí llame mucho la atención.

Mientras dice esto, los ojos de tres demonios más se posan en nosotros y, por inercia, me acerco un poco más hacia la oscuridad de los callejones abandonados.

—Maldita sea… —El íncubo musita, mientras me empuja hacia el interior de un callejón un segundo antes de que una criatura alada pase a toda velocidad junto a nosotros—. Eres demasiado escandalosa, cariño.

—Lo siento. —Me disculpo, en un susurro, y Axel sacude la cabeza en una negativa.

—Espera aquí —dice, al tiempo que sale del callejón y me deja sola en la oscuridad.

Una protesta se forma en mis labios cuando se marcha, pero ni siquiera me da tiempo de formularla en voz alta y aprieto los dientes cuando desaparece de mi campo de visión.

Al cabo de unos segundos que se me antojan eternos, aparece con una especie de túnica negra y larga que apesta a animal muerto.

Una arcada me asalta y, sin que pueda evitarlo, devuelvo lo poco que comí antes de venir a este lugar.

—Póntela —instruye, y lo miro con cara de pocos amigos.

—¿Estás loco? —Siseo, horrorizada—. Huele a animal muerto.

—Se la he quitado a un tipo que prácticamente era un cadáver, ¿sí? —Rueda los ojos mientras dice esto—. Póntela.

El malestar hace que la cabeza me dé vueltas durante un segundo.

—No voy a ponerme algo que le quitaste a un cadáver —digo, horrorizada.

—Un casi cadáver —puntualiza, y disparo una mirada irritada en su dirección antes de que continúe, esta vez, con seriedad—: Bess, llamas mucho la atención. Necesitas mezclarte. Además, espero que la peste del saco disfrace un poco ese olor celestial que emanas. —Me mira suplicante—. Si no lo intentamos, van a descubrirnos pronto.

Un bufido fastidiado se me escapa, pero a regañadientes me pongo la prenda.

Acto seguido, Axel me echa la capucha encima de la cabeza. Quiero vomitar ante el hedor cuando lo hace.

—¿Por qué tú no llamas la atención si no estás transformado en demonio? —Me quejo, al tiempo que salimos del callejón y retomamos el camino.

—Porque ellos pueden olerme. Saben que soy uno de los suyos y que tengo un rango mayor —explica.

—¿No crees que encuentren extraño que alguien como yo, una simple humana, camine con un demonio de tu jerarquía?

—Tienen la inteligencia de un maldito gato, Bess. —La exasperación tiñe la voz de Axel, pero suena divertido mientras lo dice—. Seguro creen que eres mi almuerzo, pero no tratan de venir por ti porque vienes conmigo. El respeto jerárquico aquí en el Averno es bastante importante. Uno no se mete con un demonio de rango más alto.

—¿No te parece muy conveniente que no nos hayamos topado con ningún demonio de alguna jerarquía mayor, por muy poco que ellos vengan? Ahora que lo pienso, ¿no encuentras extraño que hayamos podido entrar al Inframundo con tanta facilidad? —inquiero, al cabo de otros buenos quince minutos de caminata silenciosa.

—Ahora que lo dices —Axel suena ligeramente turbado—, no me había puesto a pensar en ello, pero quiero pensar que es porque, ahora, casi todo el mundo está afuera. En la tierra. Preparándose para el Pandemónium.

Una oleada de malestar se suma al nudo de ansiedad que ya me estruja las entrañas.

—Será mejor que nos demos prisa. —El íncubo urge, al cabo de unos segundos—. Si lo que sugieres es cierto, tenemos qué ser más cuidadosos y rápidos. Cuanto más pronto lleguemos a la grieta mejor.

Aprieto los dientes y asiento, a pesar de que sé que no es capaz de verme, y continúo a paso rápido.

Hace un largo rato que dejamos las calles desoladas del Inframundo. Hace un poco más que nos hemos adentrado en una especie de páramo rocoso.

Una sustancia viscosa y oscura —aterradoramente similar a la que se apoderó del espacio en el que me comunicaba con Daialee— se adhiere a prácticamente todo. La sensación insidiosa, densa y abrumadora que siento en este lugar es más incómoda, incluso, que la que experimentaba en donde nos encontrábamos hace apenas media hora; es por eso que no puedo evitar mirar hacia todos lados cada pocos segundos, solo para cerciorarme de que de verdad estamos solos.

Llegados a este punto, estoy histérica. Paranoica ante el hecho de que no nos hemos topado de frente con absolutamente nada que implique un verdadero peligro.

«Esto no está bien», la vocecilla en mi cabeza no deja de susurrarme. «Esto no está nada bien».

—Estamos muy cerca ya. —Axel anuncia con aire ceremonioso y una punzada de alivio me inunda el pecho cuando lo dice.

—¿Cómo lo sabes?

Axel hace una seña con la cabeza en dirección a un punto en la lejanía.

De inmediato, mis ojos viajan hasta el lugar que indica y el corazón me da un vuelco furioso cuando la veo.

Es como si un rayo perpetuo iluminara el cielo. Como si un relámpago gigantesco bajase del cielo para fracturarlo y encenderlo en fuego.

Es un espectáculo impresionante. Un paisaje devastador y maravilloso. Aterrador y hermoso en partes iguales.

Me falta el aliento. El pulso me golpea con brutalidad detrás de las orejas y siento que voy a desmayarme en cualquier momento.

—¿Cuánto podemos acercarnos a ella? —Trato de no hacer notar mi impresión, pero la voz me tiembla cuando hablo.

—En teoría, podemos salir al mundo humano a través de ella —Axel masculla—, pero no sé qué tantas criaturas estén ahí, formadas y listas para salir, ¿sabes? Todos hemos sido convocados.

Aprieto la mandíbula y asiento, a pesar de que me siento aterrorizada ante el panorama que se despliega frente a mí.

—Entonces, ¿qué sugieres? —inquiero.

—Que nos acerquemos lo suficiente como para que tus Estigmas logren llegar a la grieta y hagas lo que tengas que hacer —sentencia, y muevo la cabeza en acuerdo, porque es lo único que puedo hacer ahora mismo.

—Esa es una buena idea —mascullo, y las palabras se acaban mientras seguimos avanzando.

—Creo que no podremos acercarnos más. —La voz de Axel es apenas un susurro. Un murmullo que llega a mí en la lejanía—. ¿Crees que puedas hacer algo desde aquí?

Allá, cerca de cien metros de donde nos encontramos ocultos, se encuentra la grieta, y todo el terreno que la rodea está repleto de monstruos abominables. De criaturas que solo existen en las más siniestras pesadillas, y que lucen tan aterradoras como la desolación y la crueldad del Averno mismo.

—Sí —digo, en respuesta a su pregunta, pese al nudo de nerviosismo que tengo en el estómago—. Creo que puedo intentarlo desde aquí.

—Bien. —Axel suena aliviado y un suspiro tembloroso se me escapa cuando me doy cuenta de lo que está a punto de pasar.

Estoy aterrorizada. Jamás en mi vida había sentido tanto miedo, ni me había sentido tan sola. Si tan solo hubiese podido hacer esto con Mikhail. Si tan solo él pudiera estar aquí, a mi lado…

Cierro los ojos y aprieto la mandíbula.

Tomo una inspiración profunda.

«No puedes permitirte esto ahora», me reprimo. «No puedes desmoronarte ahora. Tienes que hacerlo bien».

El aire que me abandona los labios es una bocanada temblorosa e inestable, pero no puedo evitar que me abandone de esa manera. Estoy muy asustada.

«Por favor», suplico hacia los hilos de energía que aguardan en mi interior y que, durante todo el tiempo que hemos permanecido aquí, se han removido inquietos en mi interior. «No me fallen ahora. Tenemos que hacer esto. Esta vez, no los voy a detener. Voy a dejarlos hacer cuanto quieran si me ayudan a cerrar la grieta».

Me siento absurda por tener una conversación interna con la energía celestial de mis Estigmas, pero al mismo tiempo, no podría importarme menos. Estoy tan asustada, que hacer el ridículo es la menor de mis preocupaciones.

—Hagamos esto… —digo, en voz baja, y los Estigmas se desperezan con lentitud y comienzan a estirarse fuera de mí.

Las hebras se entretejen en el terreno y se estiran más allá de sus límites para comenzar a aferrarse a todo lo que existe aquí dentro cuando, de pronto, lo percibo.

Al principio, se siente como un rumor suave y ronco. Un zumbido profundo y gutural que se cuela a través de los sentidos y te eriza los vellos del cuerpo.

Entonces… Todo estalla.

La onda expansiva me hace volar lejos y los Estigmas gritan, asombrados y horrorizados por la brutal energía oscura que parece envolverlo todo. Hay fuego en todas partes, los demonios gritan, chillan y huyen, y no puedo entender, en mi aturdimiento, qué es lo que está pasando.

Mis ojos viajan a toda velocidad por el terreno irregular y cientos de preguntas se arremolinan en mi cerebro hasta que lo veo.

Está ahí, de pie, impasible, y me mira fijamente.

Está ahí, como si el mundo entero no estuviese ardiendo en llamas y me observa con una sonrisa extraña pintada en los labios.

—A-Axel… —Su nombre sale de mi boca en un susurro confundido, cuando, sin más, algo viene a mi memoria como estallido repentino y las palabras de Daialee retumban fuerte y claro en mi cabeza.

«Todo fue una trampa. Desde el principio fue una trampa», escucho fuerte y claro en mi mente. «Bess, no puedes confiar en él».

—Eras tú —digo, con un hilo de voz, al tiempo que el horror, la decepción y la incredulidad se mezclan con la adrenalina. Con el pánico total, la ansiedad y la ira que ha comenzado a arremolinarse en mi interior—. Todo este tiempo fuiste tú…

Una sonrisa suave, taimada y arrogante se desliza en los labios del íncubo y un destello furibundo se apodera de mí en un abrir y cerrar de ojos.

—¡¿Por qué?! —Grito en su dirección—. ¡¿Por qué, maldita sea?! ¡Todos confiábamos en ti! ¡¿Por qué lo hiciste?!

—Dicen por ahí, y cito a tu amiguita: la zorra iluminada, que, si quieres hacer algo bien, tienes que hacerlo tú mismo. —La sonrisa del chico delante de mí se expande—. Yo decidí hacerlo por mi cuenta. —Se encoge de hombros—. Y no me lo tomes a mal, pero el nombre de Axel ya no me gusta tanto.

Niego.

—¡Mikhail confiaba en ti! —espeto, con toda la rabia que puedo imprimir en la voz.

Su rostro se ensombrece.

—¡Y yo confiaba en él! —El bramido que escapa de sus labios hace que un rayo del cielo golpee la tierra con tanta brutalidad, que una decena de grietas se abren en el suelo.

El desplante de poder es tan impresionante, que un grito ahogado se me escapa cuando la tierra se estremece ante el poder de su ira.

Axel, definitivamente, no es un demonio menor. Un demonio así jamás podría provocar esto. Está claro que todo este tiempo nos engañó. No es quien dice ser.

—¿Quién demonios eres? —digo, con un hilo de voz—. ¿Quién diablos te ha mandado? ¿El Supremo?

Una carcajada histérica escapa de la garganta del demonio y los vellos del cuerpo se me erizan. Los Estigmas se contraen, aterrorizados ante la energía abominable que ha empezado a llenarlo todo.

—¿Es que no lo entiendes, cariño? —Axel inquiere, una vez superado el ataque de risa—. ¡Yo soy el Supremo!

Pánico, horror, ira, dolor… Todo se mezcla en mi interior y me provoca un agujero en el pecho. Unas ganas inmensas de ponerme a gritar.

—¡¿Qué hiciste con Axel?! —exijo, incapaz de creer del todo lo que está pasando, y una carcajada más asalta a la criatura frente a mí.

—No lo entiendes, ¿no es así, Bess? —La sonrisa en su rostro es familiar y aterradora al mismo tiempo—. Axel nunca existió. Todo este tiempo he sido yo: Lucifer. El Supremo. —Abre los brazos en un gesto totalitario—. Y todo este tiempo he estado planeando este momento.

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