Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 43

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Me falta el aliento, el corazón me late a toda velocidad y estoy convencida de que, en cualquier momento, voy a despertar. Voy a abrir los ojos y esto —absolutamente todo— será una pesadilla.

Las lágrimas pican en la parte posterior de mi garganta y no puedo —quiero— creerlo. No puedo —quiero— aceptar lo que mis oídos acaban de escuchar.

La incredulidad hace que sacuda la cabeza en una negativa frenética y me siento al borde del colapso. Al borde de la locura porque mi cerebro no logra procesar lo que Axel acaba de decir.

—No es cierto —digo, con la voz rota por las emociones, y un par de lágrimas traicioneras se me escapan.

—Siempre tan inocente. —El tono dulce y enternecido que el demonio utiliza hace que el estómago se me revuelva—. ¿No te das cuenta? Todo, desde el principio, fue una mentira —Su sonrisa se ensancha al tiempo que avanza en mi dirección.

A pesar de que sus pies se mueven, no toca el suelo. Es casi como si flotara. Como si caminara en el aire.

Venas enrojecidas, como si de ríos de magma se tratasen, tiñen sus brazos, y sus manos —negras como el carbón— casi resplandecen debido a ellas. Sus ojos —antes de un color claro, como el de la miel— ahora son una tormenta hecha de tonalidades ambarinas, blancuzcas y grises. Justo como los de la criatura que perturbó el espacio en el que Daialee y yo nos comunicábamos.

La resolución de este hecho cae sobre mí como balde de agua helada y el llanto incrementa un poco más.

—No… —digo, solo porque no quiero aceptarlo. Porque todo dentro de mí se niega a creer que Axel jamás existió.

—¿Recuerdas aquella vez que te llevaron los fanáticos religiosos? —pronuncia, mientras se toma su tiempo para acortar la distancia que nos separa—. Fui yo el que les hizo saber dónde estabas.

—No es cierto…

—¿Recuerdas cómo te dejé a merced del humano inútil que te invitó a un café para secuestrarte? Fue solo para tener una coartada. —Su sonrisa se ensancha—. ¿El encontrarte luego de que huiste del refugio de Mikhail para escapar a casa de tu amiga Emily? Fue obra mía. Pensaba matarte esa tarde en el apartamento de tu tía, ¿sabías? —Se detiene cuando está lo suficientemente cerca como para que tenga que alzar la vista para encararlo. Cuando lo hago, sus facciones se ensombrecen—. No sabes lo feliz que me hizo saber que Rafael ya estaba ahí para hacer el trabajo sucio. Si hubiera sabido que el imbécil fracasaría, te habría matado yo mismo antes de que ellos te llevaran.

—N-No tiene sentido —digo, en un susurro tembloroso—. Se supone que los tuyos me querían con vida. Mikhail fue enviado para protegerme. Para evitar que fuese eliminada por los ángeles. ¿Por qué querrías tú asesinarme?

—Porque todo era una trampa —dice, en voz baja y ronca—. Porque Rafael y yo habíamos llegado a un acuerdo. Un lugar en mi reinado, por la rendición de la Legión de Ángeles a la hora de la batalla final. —Hay algo tan oscuro en su gesto, que no puedo evitar encogerme sobre mí misma cuando esboza una sonrisa aterradora—. El teatrito de mandar a Mikhail a encontrarte cuatro años después de que escapaste de las manos de Rafael, fue orquestado sola y únicamente para tenderle una emboscada, y asesinarlo. Para hacerlo abandonar la fosa en la que estaba transformándose y atacarlo en su momento de vulnerabilidad más grande.

—¿P-Por qué?

—¡Porque era el único capaz de desafiarme! —La voz de Axel truena en todo el lugar y todo se estremece ante la ira en su tono—. ¡No podía darme el lujo de dejarlo vivir y que luego intentase arrebatarme el reino! ¡O, incluso, algo peor! ¡Que tratase de entregárselo a ese al que llama Creador!

—¿Por qué no lo mataste, entonces, cuando fue enviado de vuelta al Inframundo luego de lo de Rafael? ¿Cuándo todos creímos que había muerto?

—Porque creí que no sobreviviría. Porque estaba tan débil, que pensé que perecería ante el fuego de las fosas. —Se encoge de hombros, al tiempo que hace un gesto pesaroso—. Me equivoqué. Y cuando me di cuenta de ello, ya era demasiado tarde. Ya era demasiado poderoso. Es por eso que decidí dejarlo abandonar el Inframundo para que fuera a tu encuentro. —Hace una pequeña pausa y niega con la cabeza, al tiempo que posa su vista en un punto lejano, como quien trata de recordar algo con exactitud. Al cabo de unos segundos de silencio, continúa—: Debes agradecerle a Dinorah. Pudo ocultarte bien durante un tiempo. —Sonríe—. Es una lástima que su hermana sea una fiel devota mía. De otro modo, probablemente habrían podido esconderse de mí durante más tiempo.

—¿Qué?

—¿Gracias a quién crees que estás aquí hoy, cariño? —Axel suena como si estuviese contando el chiste más gracioso de todos—. De no haber sido por Zianya, nada de esto habría sido posible.

La quemazón en mi pecho incrementa, el dolor se vuelve insoportable y las lágrimas me corren como torrente por las mejillas. Un sollozo se me escapa en el instante en el que, una a una, las piezas empiezan a embonar entre ellas y, de pronto, no puedo dejar de pensar en Axel. En todas las veces que desapareció en los momentos indicados y apareció con una historia bastante buena acerca de su supervivencia. De cómo me advertía sobre Mikhail siendo un demonio completo, y de cómo fue él quien se encargó de hacernos saber que los ángeles y los demonios habían invadido California a través de la televisión.

Mi mente corre a través de todos aquellos planes de los que fue partícipe, y de cómo todos y cada uno de ellos fallaron miserablemente.

—Por eso no acudías a mí cuando utilizaba tu nombre de demonio para invocarte. —Suelto, en un susurro, horrorizada ante la forma en la que las piezas se acomodan casi por sí solas—. Porque Lamhey nunca fue tu verdadero nombre.

La sonrisa de Axel… No… De Lucifer se ensancha y asiente.

—Estás en lo correcto, Cielo. —El tono despectivo con el que pronuncia la última palabra hace que un disparo de ira se me arremoline en el pecho y el llanto se manche con un sentimiento más insidioso y oscuro.

Los Estigmas sisean ante la fuerza del enojo que me embarga, pero me las arreglo para mantenerlos a raya. Para contenerlos, porque aún hay cosas que necesito saber antes de dejarlos combatir. Aún hay cosas que necesito entender.

—Fuiste tú quien le dijo a Niara que las grietas podían tocarse desde adentro del Inframundo —digo, con un hilo de voz—. Fuiste tú quien nos llevó a la grieta de Bailey. Fuiste tú quien le dijo a los demonios que nos atacaron que estaríamos ahí. Fue una emboscada. Lo que querías era asesinarme.

Una carcajada escapa de la garganta del demonio frente a mí y los vellos de la nuca se me erizan cuando reverbera en todo el espacio.

—No te creas tan importante, cariño —dice, una vez superado el ataque de risa momentáneo—. Lo que quería era asesinar a Miguel Arcángel. Creía que, matándote a ti, él también se iría. —Me mira de pies a cabeza—. Supongo que, otra vez, me equivoqué.

—Sabías que viajaríamos a Los Ángeles. —No es una pregunta. Es una afirmación—. Zianya te lo dijo, ¿no es así? Tú sabías que buscaríamos el asentamiento y te encargaste de localizarlo primero. Te encargaste de llegar al comandante y de hablarle sobre nosotros. —La ira incrementa con cada palabra que pronuncio y mi tono de voz se eleva—. Le diste instrumentos de tortura para contener a cualquier criatura paranormal y envenenaste a Mikhail. ¡Tú lo mataste!

Los Estigmas rugen cuando mi voz truena y una onda expansiva emana de las hebras que aún no hacen su camino fuera de mí del todo.

La sonrisa de Lucifer se ensancha. Su gesto se deforma, las facciones se le transforman poco a poco y un par de cuernos enormes brotan de su cabellera ondulada.

De pronto, no soy capaz de ver a Axel. Es alguien más. Alguien aterradoramente parecido, pero al mismo tiempo, diferente en su totalidad.

—Se acabó, Bess —dice, en un susurro dulce y suave—. Gané. Es tiempo de que tú y el resto de los sellos mueran. La tierra es mía. La humanidad es mía. Siempre me ha pertenecido.

Sus palabras hacen un hueco en mi pecho y me llenan de dolor el corazón. Me llenan el alma de una angustia aterradora y de un pánico tan apabullante, que no me deja siquiera moverme.

Se acabó.

Nos acorraló.

Asesinó a Mikhail, se encargó de traerme hasta aquí para acabar conmigo y, seguramente, ya tiene al resto de los Sellos consigo. Todos sabíamos hacia dónde escaparían. Lucifer sabía hacia qué punto de la ciudad se dirigirían.

«Oh, mierda».

Las lágrimas son incontrolables ahora. El dolor que siento en el pecho es arrollador y quiero gritar. Quiero tomar al chico frente a mí por los hombros y sacudirlo hasta que me diga que todo esto es una mentira. Hasta que me asegure que él no es en realidad Lucifer y que todo esto es una mala broma. Una mala pasada de mi cabeza atormentada.

El chico delante de mí sonríe y luce tan familiar y distinto al mismo tiempo, que me provocan tanto malestar como consternación.

Las alas del Lucifer se extienden largas, grandes e impresionantes a cada lado de su cuerpo, y emanan una energía tan perturbadora que todo dentro de mí se contrae debido al terror. Está más que claro para mí que, todo este tiempo, estuvo cuidándose de no revelar la verdadera naturaleza del poder abrumador que posee.

La tierra debajo de mis pies empieza a temblar, el cielo sobre nuestras cabezas ruge con furia y las bestias, que antes esperaban pacientes cerca de la grieta, ahora nos rodean y gruñen ante la energía de aquel que se proclama como el Supremo del Inframundo.

El cuerpo del demonio se eleva y las venas carmesí le invaden de pies a cabeza.

Es tan impresionante, que no puedo apartar la vista de él. Es tan poderoso, que los Estigmas se sienten intimidados ante la cantidad de energía oscura que emana de su cuerpo.

Nunca había sentido algo como esto. Nunca había estado frente a una criatura así de fuerte, y aquí, mientras le observo, me pregunto cómo diablos es que nadie fue capaz de darse cuenta de lo que pasaba. Cómo demonios es que pudo ocultarse tan bien entre nosotros.

Los Estigmas sisean —enfurecidos y aterrorizados— y me piden la oportunidad de medir su fuerza contra alguien como él. Me exigen que los deje hacer algo en su contra, pero se los impido. Se los impido porque, si estos son mis últimos instantes de vida, tengo que aprovecharlos al máximo.

«¡Cierra la grieta!», grita la voz en mi cabeza. «¡Cierra la grieta y no dejes que más demonios salgan de aquí! ¡Encierra a ese hijo de puta contigo!».

El terror que me provocan mis propios pensamientos es doloroso, pero sé que no hay otra opción. Sé que no tengo otra alternativa. Es lo único que puedo hacer para comprarles algo de tiempo allá afuera. Para impedir que todas estas criaturas salgan de este horrible lugar para invadir la tierra.

—Lo siento mucho, Bess —la voz de Lucifer me llena los oídos y me eriza los vellos de la nuca—, pero es la única manera.

—No… —Mi voz es un susurro, pero no me importa que no sea capaz de escucharme. Hablo para mí, no para él—. No es la única manera.

Estoy aterrorizada. Paralizada por el pánico brutal que amenaza con destrozarme los nervios; herida hasta el núcleo por la manera en la que Axel… No… Lucifer nos engañó a todos durante todo este tiempo; con el corazón hecho añicos por lo que hizo con Mikhail y con la plena certeza de que esto es todo. Todo termina aquí y ahora…

… Y no voy a permitir que ocurra sin pelear hasta el último minuto.

Los Estigmas rugen y se estiran a una velocidad aterradora para aferrarse a todo aquello que tiene vida en este lugar. Entonces, cuando lo han afianzado todo, se entretejen entre sí y se estiran hasta alcanzar el borde de la Línea energética destrozada.

Una especie de corriente eléctrica corre a través de cada hilo tejido y cae sobre mí como una descarga dolorosa y abrumadora.

Un grito ahogado brota de mis labios y caigo sobre las rodillas y palmas debido a la corriente de energía que llega a mí a través de los Estigmas.

La cabeza me va a reventar. El dolor que siento en toda la espina es tan atronador que apenas puedo digerirlo. Apenas puedo soportar las ganas que tengo de ordenarle a las hebras que se retiren.

Durante un segundo, Axel —Lucifer— luce confundido; sin embargo, el entendimiento no tarda mucho en invadirle el rostro.

—¡Oh, pequeña ingenua! —dice, al tiempo que estira las manos en mi dirección.

De pronto, todo empieza a moverse con una lentitud aterradora.

Un disparo de energía oscura brota de sus manos. Los Estigmas sueltan algunas hebras y estas, a toda marcha, hacen su camino hasta encontrar la brutal energía del Rey de las Tinieblas.

Un sonido mitad gruñido, mitad grito se me escapa de los labios por la brutalidad del ataque al que soy sometida, pero no permito que eso me amedrente.

Líquido cálido me corre entre los dedos y es todo lo que necesito para saber que estoy sangrando de las muñecas. Con todo y eso, aprieto la mandíbula y me obligo a seguir.

Los hilos chillan cuando los obligo a afianzarse con más fuerza del borde de la grieta y un sonido agudo invade mi audición cuando tiro de ellos para comenzar a cerrarla.

El mundo cruje, el cuerpo no me responde, caigo de bruces contra la piedra caliente, y grito. Grito de dolor. Grito mientras lucho por no desfallecer ante el ataque que ejerce Lucifer sobre mí.

Siento cómo la energía de la Línea empieza a ceder. Siento cómo la grieta se mueve y se estira a voluntad de los hilos de mis Estigmas y un disparo de adrenalina me envuelve de golpe.

«¡Está funcionando!».

Las criaturas a las que me aferro chillan porque las hebras han comenzado a alimentarse de ellas. Han empezado a absorber la vida fuera de ellas, para así poder concretar la tarea asignada.

—¡Eres una estúpida! —Lucifer espeta, y levanto la vista justo a tiempo para verlo abalanzarse sobre mí.

Un grito ahogado me abandona cuando los brazos del demonio se envuelven a mi alrededor y me elevan del suelo a una velocidad vertiginosa.

El viento me azota en la cara y trato, desesperadamente, de no perder el control de los hilos. Mientras intento soportar un segundo más de tortura.

Los hilos se aferran a la criatura que me lleva a cuestas y una sustancia viscosa se envuelve alrededor de ellos cuando Lucifer se da cuenta. Entonces, algo nos golpea.

Me quedo sin aliento.

El mundo da vueltas.

Los hilos de energía gritan de dolor y se contraen cuando, de pronto, mi cuerpo impacta contra el suelo.

El dolor estalla en mi costado y, durante unos instantes, creo que voy a desmayarme. El mundo entero da vueltas, los oídos me pitan, me duele todo y me siento aturdida. Abrumada mientras trato de incorporarme.

La gente grita, el fuego arde, el mundo explota y una lluvia de piedras gigantes cae del cielo.

Estoy en medio de una calle. Hay fuego en todos lados. Los edificios caen. Figuras luminosas y oscuras pelean con brutalidad en el cielo, y criaturas infernales corren por la tierra para atrapar a todo aquello que en el suelo se mueve.

El aturdimiento se disipa un poco y parpadeo un par de veces antes de ponerme de pie.

Las muñecas me duelen y siento los dedos entumecidos. Las piernas me fallan y apenas puedo mantenerme en pie. Giro sobre mi eje con lentitud y, cuando veo la luz incandescente que emana la inmensa fisura en el cielo, me golpea…

Estoy fuera de la grieta. Me ha lanzado fuera de la grieta.

La realización cae sobre mí como puñado de rocas en el estómago y, frenéticamente, lo busco. Busco su rostro familiar y sus alas inmensas; sin embargo, lo que encuentro es mucho peor.

Siento un nudo en la garganta, los ojos se me llenan de lágrimas sin derramar y otro destello de horror se me asienta en el estómago.

Ahí están.

Todos ellos.

Dinorah, Niara, Rael, Haru, Kendrew, Radha… Todos delante de mis ojos, arrodillados en el suelo, con una docena de demonios justo detrás de ellos, custodiándolos y, ahí, de pie junto a ellos, tengo un vistazo de Zianya. De pie. En una pieza.

«Hija de…».

Lágrimas impotentes me corren por las mejillas y una nueva oleada de ira me recorre.

En ese instante, algo me golpea por el costado y me derriba al suelo. Una silueta alta, familiar e impresionante aparece en mi campo de visión, pero no me toma mucho adivinar de quién se trata.

Lucifer estira sus manos de nuevo en mi dirección y un disparo de energía escapa de ellas un instante antes de que los Estigmas —débiles y doloridos— repelan el ataque.

Trato de ponerme de pie, pero apenas logro arrodillarme antes de que otro estallido de energía trate de llegar a mí. Los Estigmas se envuelven alrededor del rayo oscuro que brota de los dedos de Lucifer, y siento cómo el dolor estalla en mi espalda.

Es demasiado poderoso. No sé cuánto tiempo más voy a poder retenerlo.

Un gemido adolorido me brota de la garganta cuando, finalmente, los Estigmas logran repeler el ataque una vez más. Me aovillo sobre mí misma cuando esto ocurre.

«No puedo más. No puedo más. No puedo más…».

—¿Eso es todo lo que tienes, cariño? —Lucifer me insta—. Te he visto hacer cosas mejores.

El llanto aterrorizado que brota de mis ojos no es nada comparado con la cantidad de sangre que se me escapa a través de las heridas de los Estigmas; y es ahí, en ese instante, que un recuerdo llega a mí como relámpago.

De pronto, no puedo dejar de evocar ese sueño que alguna vez tuve. Ese en el que estoy de pie frente a una luz incandescente, con el resto de los sellos, en medio del caos.

«Esto es todo. Así es como debe de terminar. Aquí es donde tiene que suceder».

Un sollozo aterrorizado se me escapa y me cubro la boca con una mano, al tiempo que una extraña resolución me invade por completo. Al tiempo que una dolorosa certeza me hace nudo las entrañas.

Voy a morir.

Tengo que hacerlo…

… Pero no voy a hacerlo sin antes llevarme a Lucifer conmigo.

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