Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 44

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El corazón me va a estallar en cualquier instante. El cuerpo entero me grita debido al pánico y a la adrenalina, y no puedo apartar la vista de la criatura impasible que me mira como si fuese la presa más interesante y vulnerable con la que se ha encontrado jamás.

El pánico me atenaza las entrañas y hace que unas inmensas ganas de vomitar me asalten cuando, con lentitud, el mismísimo Lucifer se abre paso hacia donde me encuentro.

Sus inmensos cuernos contrastan con la belleza y delicadeza de sus facciones. Sus impresionantes alas se extienden —inmensas y aterradoras— hasta que lucen amenazadoras, y la sonrisa fácil que lleva pintada en el rostro hace que todo dentro de mí se revuelva con incomodidad.

No sé muy bien qué es lo que ha sido, pero algo en sus facciones ha cambiado por completo. De pronto, no soy capaz de ver a Axel. No soy capaz de ver a mi amigo en medio de toda esa oscuridad que emana y de los ligeros —pero significativos— cambios en su rostro.

—Vamos, Bess —Me insta—. Demuéstrame de qué estás hecha.

Los Estigmas me piden que me ponga de pie. Que me pare sobre los pies y lo enfrente, pero estoy demasiado débil y agotada. No sé cuánto más podré soportar esto y, francamente, tampoco sé si seré capaz de hacer algo para detener a la criatura que, desde el primer momento, nos jugó el dedo en la boca a todos.

Un ataque más es lanzado en mi dirección y los hilos se encargan de repelerlo de nuevo. Esta vez, sin embargo, la onda expansiva me lanza lejos y hace que mi espalda golpee contra los escombros más cercanos.

Niara grita mi nombre con angustia y, como puedo trato de incorporarme.

—¡Vamos, Bess! —Lucifer grita, al tiempo que un ataque más es expedido. Los hilos apenas logran cubrirme lo suficiente, pese a lo aturdida que me encuentro—. ¡Pelea conmigo! ¡Muéstrame lo que tienes!

Un látigo de energía me azota de lleno y un alarido de dolor brota de mi boca. Una carcajada histérica se le escapa y me siento al borde del colapso. Voy a desmayarme en cualquier momento.

«¡Puedes hacerlo!», me grita la mente. «¡Vamos, Bess! ¡Defiéndete! ¡Acaba con él!».

Entonces, lo dejo ir.

El aire ha escapado de mis pulmones, el pulso me late con violencia detrás de las orejas, mi cuerpo entero tiembla y se derrumba en el suelo. Y luego, la energía que llevo dentro estalla. El poder destructivo de los Estigmas se libera y se entreteje para aferrarse a todo lo que está vivo. A todo aquello que puede ser utilizado como medio de alimentación.

Tiro de ellos con todas mis fuerzas.

La tierra se estremece, un grito antinatural me abandona y un calor abrasador nace en mi vientre y me inunda el cuerpo por completo. Los hilos absorben todo a su paso, al tiempo que se aferran a la figura del demonio que nos amenaza, y tiran de su energía con tanta brutalidad, que todo el lugar se impregna de un aura oscura y peligrosa.

Lucifer gruñe adolorido, pero la energía oscura que lo compone se filtra a través de los hilos para detenerlos.

El concreto debajo de nuestros pies se resquebraja, siento cómo las heridas en mi espalda se abren y cómo algo cálido comienza a correrme por la cara. Lucifer arremete con intensidad contra mí, que todo en mi interior comienza a sumergirse en una especie de fango espeso y doloroso. Uno que no me permite moverme con la libertad que me gustaría.

Uno de los hilos es trozado y el dolor que estalla en mi cuerpo es insoportable. Los Estigmas gritan, adoloridos, pero no se rinden. No dejan de luchar contra la fuerza descomunal que tiene el Supremo del Inframundo.

Una luz extraña ha comenzado a iluminarme las manos. Una luz incandescente parece estar emanando de las puntas de mis dedos, pero no estoy segura de lo que eso significa, y tampoco estoy segura de que consiga ayudarme un poco contra la criatura que me enfrento.

Otro hilo es arrancado de raíz y, esta vez, me desplomo en el suelo ante la agonía que siento. Un hilo más es destrozado por la fuerza descomunal de Lucifer y el mundo pierde enfoque.

No puedo más.

Esto es todo.

Voy a morir…

Un estallido retumba en la lejanía y las alarmas se encienden en mi interior, pero el aturdimiento y el estupor apenas me permiten moverme. Gruñidos y rugidos guturales hacen eco en mi audición y la tierra debajo de mí comienza a vibrar.

El disparo de una energía aterradora y familiar me golpea de lleno y, después, un haz de luz impacta con violencia contra el cuerpo de Lucifer.

El ataque al que era sometida se detiene de manera abrupta y los hilos de los Estigmas se retraen ante los segundos de respiro que esto me otorga. Acto seguido, me desplomo contra el suelo y me aovillo sobre mí misma.

Alguien grita mi nombre, pero no puedo alzar la cabeza. No puedo hacer otra cosa más que luchar contra el dolor, el aturdimiento y la debilidad.

Un rostro familiar aparece en mi campo de visión y un par de manos me acunan el rostro. Siento el nombre de la persona que se cierne sobre mí en la punta de la lengua, pero no logro conectar el cerebro con el resto del cuerpo para pronunciarlo.

Otros dos rostros me observan desde ángulos extraños, pero no soy capaz de reconocerlos.

—¿Estás bien? —La voz de Haru me invade los oídos y, como si de un rayo impactando contra la tierra se tratase, todo se conecta en mi interior. Haru está aquí. Me sostiene la cara entre las manos y le sangra la frente; justo en el lugar en el que sus Estigmas se encuentran.

—H-Haru… —Apenas puedo pronunciar y él, con los ojos cargados de angustia, dice algo en un idioma que no entiendo.

Una voz infantil le responde en el mismo idioma y, en ese instante, trato de mirar a quien entabla una conversación con el chiquillo de rasgos orientales. Toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies luego de eso.

Ellos también están aquí. Kendrew y Radha están aquí, junto con Haru, interponiéndose entre la criatura más oscura existente en el universo y yo.

Quiero gritarles que se vayan. Quiero que huyan y se escondan lejos, pero no logro arrancarme las palabras de la boca. No logro hacer otra cosa que no sea alzar una mano y aferrar los dedos al material de la sudadera que Haru lleva puesta.

Una carcajada aterradora llega a mis oídos y los vellos de la nuca se me erizan ante ella. Todo dentro de mí reacciona ante la sensación insidiosa que el sonido me provoca y, de inmediato, una alarma se enciende en mi cabeza. Como puedo, trato de incorporarme.

Es en ese momento, que lo veo.

Las impresionantes alas de murciélago del Supremo están extendidas, pero sus pies tocan el suelo. Su andar es lento y despreocupado, y una sonrisa aterradora alza las comisuras de sus labios. Luce tan siniestro, que los Estigmas —débiles y agotados— tratan de ponerse en guardia conforme se acerca.

—¡Mira nada más quién vino a socorrerte, Bess! —La voz de Lucifer me llena los oídos—. Lograste ganarte la confianza del mocoso después de todo.

—N-No los metas en e-esto. —Apenas logro pronunciar, con la voz enronquecida y la garganta dolorida.

La mirada de Lucifer se torna aún más oscura.

—Ellos solos se han metido —dice, y un latigazo de energía oscura nos golpea de lleno.

Los Estigmas apresuran su camino hacia afuera y apenas consiguen recibir el impacto del ataque; el cual, no dura demasiado, ya que Haru hace uso de su energía celestial para atacarlo de regreso.

—¡Bess! —Haru grita para llamar mi atención y mis ojos se posan en él. La desesperación le tiñe las facciones y sus ojos almendrados están abiertos como platos. En ese momento, hace un gesto de cabeza en dirección a la incandescente luz que emana de la grieta en la lejanía y, acto seguido, se señala a sí mismo y a sus dos hermanos adoptivos, para luego pronunciar—: Cerrar. Nosotros.

—No… —digo, sin aliento, y asiente mientras esboza una sonrisa temblorosa.

—Sí —dice y, entonces, estira una mano en mi dirección para revolverme el cabello como yo suelo hacerlo con él cuando trato de tranquilizarlo. El gesto hace que los ojos se me llenen de lágrimas—. Confía. Yo puedo cerrar.

Lágrimas calientes y pesadas se deslizan por mis mejillas y, a pesar de que me rehúso a dejarlos involucrarse, asiento. Asiento porque sé que es la única manera. Porque sé que yo nunca podré contener a Lucifer y cerrar la grieta al mismo tiempo.

—No si yo puedo evitarlo. —La voz de Lucifer hace que vuelque mi atención hacia él, pero ya es demasiado tarde.

Se acerca a toda velocidad. Levanta las manos en nuestra dirección y un haz de energía oscura brota de sus manos.

Va a darnos de lleno. Va a golpearnos en cualquier instante. Esto es todo. Se acabó. Vamos a…

Un relámpago de energía abrumadora cae desde el cielo y se impacta contra la tierra frente a nosotros con tanta intensidad, que la tierra misma se estremece y se estruja ante la fuerza con la que toca el suelo.

La energía oscura de Lucifer golpea contra el relámpago que acaba de estrellarse delante de donde nos encontramos, y la confusión es instantánea.

«¡¿Pero qué demonios…?!».

Algo cae en picada desde el cielo. Algo desciende a toda velocidad y, al estrellarse contra el concreto, se interpone entre Lucifer y nosotros.

Es en ese momento, que tengo la oportunidad de mirarlo.

Un par de alas inmensas se extienden —impresionantes, aterradoras y preciosas— delante de mis ojos. Están repletas de plumas negras y todas ellas parecen despedir un halo dorado que las hace lucir resplandecientes; como si estuviesen en llamas.

Lleva un par de cuernos enormes en la cabeza —de la cual solo puedo verle el cabello oscuro— y la energía que emana es tan abrumadora y apabullante, que los Estigmas parecen retraerse ante ella.

Hay algo aterradoramente familiar en esta criatura. Hay algo que hace que me quede sin aliento y el corazón me dé tropiezos cada pocos instantes.

Entonces, mira por encima del hombro y el mundo a mi alrededor empieza a caerse a pedazos.

Una tormenta de tonalidades blancas, grises y doradas tiñe sus impresionantes ojos. Espesas cejas oscuras se fruncen en un ceño profundo, y los familiares ángulos oblicuos de su mandíbula están más tensos que nunca.

Lágrimas calientes y pesadas se me escapan de los ojos, y un grito se me construye en la garganta. Alivio, confusión y angustia se mezclan dentro de mi pecho y quiero gritar. Quiero ponerme de pie y aferrarme a él. Envolver mis brazos alrededor de su cuello y agradecerle al universo por lo que está ocurriendo; sin embargo, en su lugar, solo me atrevo a pronunciar con un hilo tembloroso de voz:

—Mikhail…

—Lamento haber tardado tanto, Cielo —dice, con aquella voz ronca y profunda que tantas cosas me provoca, y el llanto se convierte en un torrente incontenible.

«¿Qué diablos está pasando? ¿Cómo es que estás aquí?», quiero preguntarle, pero no puedo hablar. No puedo hacer otra cosa que no sea hipar y sollozar.

—¡No! —El grito enfurecido de Lucifer retumba en todo el lugar y, luego de captar nuestra atención, se abalanza hacia nosotros.

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