Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 21

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En los últimos diez minutos he podido darme cuenta de muchas —muchísimas— cosas.

La primera de ellas, es que el comandante Saint Clair no es, en lo absoluto, como lo imaginaba. Una parte de mí esperaba a un hombre joven —más de lo que en realidad es— dentro de lo que cabe. De aspecto similar al de Hank: imponente, pero amable al mismo tiempo; sin embargo, he podido darme cuenta de que es todo lo contrario.

El cabello lo tiene tan entrecano, que luce de un color gris oscuro; su complexión es tan robusta y musculosa, que me da la impresión de que podría desarmar —y herir de gravedad— a alguien en cuestión de segundos. Sus ojos, contrarios a los de su hijo, son de color verde y lleva una pronunciada capa de vello cubriéndole la mandíbula, dándole un aspecto descuidado y desaliñado. Una imagen nada esperada viniendo de alguien que se hace llamar «comandante».

Rupert Saint Clair, el comandante del asentamiento, es capaz de ponerle los nervios de punta a cualquiera con solo entrar en una habitación. Todo en él grita autoridad, peligro y recelo; como si todos y cada uno de sus movimientos estuviesen pensados a la perfección. Como si no fuese capaz de actuar sin antes analizar todos y cada uno de los posibles escenarios consecuentes a sus elecciones.

Sus ojos —cautos y suspicaces— están clavados en mí y sé, mucho antes de que diga una sola palabra luego de haber terminado de contar mi relato, que no confía en mí. Que no cree una sola palabra de lo que he dicho.

Él, a diferencia de su hijo, no se ha tomado la molestia de hacerme creer que se ha tragado la historia que le he contado.

He decidido atenerme a la versión que le conté a todo el mundo. Cambiar los detalles de ella luego de haberla repetido una y otra vez a la doctora Harper y a todo aquel con un atisbo de autoridad en este lugar, me hace sentir bastante insegura, es por eso que he decidido aferrarme a ella. No sé cómo afectaría nuestra seguridad si me atreviera a contradecirme a mí misma. Nadie quiere quedar como un mentiroso. Mucho menos en circunstancias como las nuestras. La vida de Mikhail, la de Haru y la mía dependen de esto: de qué tan fuerte me aferre a la versión original y haga que el mundo se la crea.

El hombre aclara la garganta.

Detrás de él, se encuentran su hijo, la doctora y un hombre más. Este último se ha presentado como Donald Smith. El tipo es claramente más joven que el comandante, pero no por eso es menos imponente, y no hay que ser un genio para darse cuenta de que tiene tanta autoridad como Hank.

—Verás, Bess… —El comandante pronuncia, con esa voz aguardentosa suya, al tiempo que se cruza de brazos y cuadra los hombros—. Me es bastante difícil comprarme la historia que me cuentas.

No digo nada. Me limito a mirarlo directo a los ojos.

De pronto, estar sentada sobre el catre, sin haberme duchado en días, con la ropa sucia y sin siquiera haberme pasado los dedos entre la maraña que tengo por cabello, me hace sentir como si fuese una completa vagabunda rogando por la misericordia de un hombre que, claramente, no tiene intenciones de ayudar a nadie.

A pesar de eso, alzo el mentón y me obligo a sostenerle la mirada.

—Sigo sin entender qué, exactamente, era lo que hacían tus amigos y tú en esa específica zona de la ciudad si buscaban el asentimiento —dice, pero trato de no inmutarme—. Cualquiera que escuchase lo que acabas de contarme, juraría que buscaban salir de la ciudad; no quedarse. Eso, sin tomar en cuenta que esa área está plagada de criaturas cuya naturaleza es desconocida para nosotros. —Hace una pequeña pausa antes de continuar—: Todos aquellos que hemos vivido el plan de contingencia desde el momento uno, sabemos que esa parte de la ciudad es bastante peligrosa.

Espera unos instantes por una reacción, pero me las arreglo para mantener el gesto impasible. Él, al notar que no hago nada por defenderme o explicarme, sigue hablando:

—Encuentro una completa locura ir a buscar un lugar que se proclama como seguro en ese lugar. —Su ceño se frunce, en un gesto contrariado—. Pareciera que desconocían qué tan peligrosas son esas calles; a pesar de que se dijo una y mil veces, antes de que la ciudad se declarara en cuarentena por todos los medios habidos y por haber, que no era seguro vagar por ese sector. Lo cual me lleva a pensar que ustedes no estuvieron aquí en ese entonces, cuando lo único que se repetía por la radio y en los camiones blindados que rondaban la ciudad: que esa zona no era para nosotros.

El silencio que le sigue a sus palabras es espeso y denso. Tanto, que se siente como si se materializase en el aire. Como si pudieses paladearlo y saborearlo con la punta de la lengua.

—Por otro lado —el hombre continúa, al ver que no soy capaz de refutar nada de lo que ha dicho—, está el informe médico que he recibido por parte de la doctora Harper y que involucra a tu amigo. —Hace un gesto de cabeza en dirección a Mikhail, quien se encuentra inconsciente recostado boca abajo—. Tu historia respecto a que estaba siendo devorado vivo por estas criaturas —hace un gesto que, claramente, denota cuán fantasiosa le parece esa parte de mi relato—, me parece bastante… increíble. —Sus ojos se clavan en mí una vez más—. No es un comportamiento que estemos acostumbrados a ver en ellas, y vaya que hemos tenido oportunidad de presenciar su manera de atacar de primera mano. —Hace otra pausa prolongada—. El hecho de que hayan atacado de esa manera a tu amigo es tan extraño, que no puedo dejar de preguntarme si realmente fue eso lo que ocurrió. —Deja escapar un suspiro pesaroso, pero no luce para nada acongojado por la falta de consistencia en mi relato—. A todo eso, súmale el hecho de que la doctora Harper me ha informado acerca de la herida antigua y casi cicatrizada que tiene tu amigo en la espalda, similar a la que tendría un ángel si un ala le fuese arrancada; las extrañas reacciones que ha tenido su cuerpo a los medicamentos que le han sido suministrados, y a las altísimas y antinaturales temperaturas que su cuerpo ha presentado y que, además, ha sobrevivido… —Deja al aire la oración y una punzada de pánico me atraviesa de lado a lado.

El solo hecho de pensar en lo que la doctora vio; en esa cicatriz que quedó en su espalda luego de que Ash y Gabrielle le quitaran el ala que Amon se encargó de lastimar, hace que un nudo de ansiedad y terror me atenace las entrañas.

Sin poder evitarlo, mis ojos viajan en dirección a la doctora, quien aparta la mirada para que no sea capaz de verla directamente. La forma en la que me evade no hace más que confirmarme que ella, por muy amable que haya sido con nosotros, no está de nuestro lado. Le ha informado acerca de todos y cada uno de los detalles más insignificantes de nuestro estado de salud. No se ha molestado en ocultar ni la más mínima de las anomalías.

«¿Por qué habría de hacerlo?», me susurra el subconsciente y quiero gritar. Quiero golpearme por bajar tan rápido la guardia con ella.

—Tantas irregularidades no pueden ser producto de la casualidad, y creo que estoy lo suficientemente cuerdo como para discernir un par de cosas respecto a ti y tus amigos, Bess. —El comandante continúa y me obligo a mirarle—. La primera de ellas, es que ustedes no estaban dentro de la ciudad cuando empezaron a buscar el asentamiento. Es obvio que no están familiarizados con ella y los lugares de peligro inminente. Vinieron desde el exterior. De eso no tengo dudas. La pregunta aquí es, ¿por qué? —Da un paso en dirección al catre en el que me encuentro—. La segunda, es que ustedes no fueron atacados. Al menos, no de la forma en la que has dicho que ha sucedido. —Se detiene al pie de la cama improvisada y se inclina, de modo que soy capaz de tener una vista del gesto amenazante que ha empezado a esbozar—. Y la tercera, y la más alarmante y preocupante de todas, es que él… —Señala a Mikhail, pero no aparta sus ojos de los míos—. No es uno de los nuestros. Lo cual me lleva a muchos cuestionamientos, muchachita… —Hace otra pausa—: ¿Qué hacen unos chiquillos como ustedes viajando con una criatura como esa? ¿De dónde han salido? ¿Quién los ha mandado? ¿Qué, en el maldito y condenado infierno, es lo que está pasando aquí?

—¿Está sugiriendo que Mikhail es un ángel? —Me sorprende lo burlesca y condescendiente que sueno. De hecho, a él también parece tomarle con la guardia baja la soltura con la que hablo—. ¿Está sugiriendo que es un demonio? —Una risa carente de humor se me escapa de los labios y niego con la cabeza—. De ser así, ¿por qué viajaría con un par de inútiles como Haru y yo cuando debería estar combatiendo o lo que sea que están haciendo esas cosas? —Clavo los ojos en él, aferrándome a mi historia con toda la fuerza de mi voluntad, pero sintiendo el pánico aferrándose a mis huesos—. No sé qué clase de cuento esté inventándose en la cabeza, señor Saint Clair, pero de una vez puedo decirle que puede buscarle cuantas fallas desee a mi versión de los hechos. Esa es la maldita verdad, quiera creerla o no.

—¿Y se supone que debo creerte? —espeta, mostrándome, por primera vez, la verdadera naturaleza de su temperamento.—. ¿Debo quedarme con lo que has dicho y no hacer cuestionamientos? Ustedes son una amenaza potencial para la gente a la que trato de proteger y no dudaré ni un instante en hacer los cuestionamientos necesarios. En tomar las medidas necesarias para garantizar la seguridad de mi gente.

El silencio se extiende entre nosotros una vez más, pero en esta ocasión, a pesar del temblor que se ha apoderado de mi cuerpo, me siento tranquila. Es su palabra contra la mía. Su demencial desesperación, contra la tranquilidad que, de pronto, me ha entumecido el cuerpo.

Es mi instinto de supervivencia el que está actuando ahora mismo. Es la urgencia de mantener a salvo a Haru y a Mikhail lo que hace que no sucumba ante el terror que me carcome las entrañas.

—Tómelas, entonces —digo, con toda la calma que puedo imprimir y un destello iracundo surca sus facciones—. Tómelas y échenos a la calle. Nos la apañaremos. Siempre lo hemos hecho.

Él asiente.

—A ti y al niño, por supuesto que los echaré a la calle. —Asiente y, entonces, señala a Mikhail—. ¿Pero él? Él se queda aquí.

—No. —Sueno tan tajante y determinante, que me sorprendo a mí misma una vez más—. O todos, o ninguno. Y nunca en calidad de rehenes.

—Estoy seguro de que él te abandonaría a tu merced si tuviera la oportunidad de hacerlo. —El comandante escupe, pero ya ha comenzado a controlarse una vez más. La máscara de calma poco a poco ha empezado a volver a él—. Te abandonará tan pronto esté recuperado.

—Él daría su vida por mí —digo, con una certeza que me eriza todos y cada uno de los vellos de la nuca—. Y yo la daré por él si es necesario. O todos, o ninguno.

—¿Estás admitiendo su naturaleza demoníaca?

Una sonrisa calmada y serena se me dibuja en los labios.

—Yo no estoy admitiendo nada. Solo estoy diciendo que, independientemente de lo que usted crea acerca de nosotros, no voy a permitir que le haga daño. Ni a él, ni a Haru. ¿Entendido?

Silencio.

—¿Entendido? —Esta vez, mi voz es un siseo bajo y amenazante.

Es el turno del hombre de sonreír. Está claro que no me tiene ni el más mínimo atisbo de miedo. Dudo mucho que tenga algo de respeto por mi persona en estos momentos.

Él asiente, pero algo en su gesto se siente erróneo.

—Si ese es el modo en el que quieres jugar, está bien. Lo haremos a tu modo. —Da un par de pasos hacia atrás—. A partir de este momento, tanto tus amigos como tú están bajo custodia de las autoridades del asentamiento. No tienen permitido vagar por las instalaciones, ni gozar de los privilegios con los que cuentan todos los habitantes de este lugar. Se acabó el trato benevolente y la atención médica innecesaria y, sobre todo, se acabó la comida caliente. —Hace una pausa antes de hacer un gesto de cabeza en dirección a Mikhail—. En cuanto a él, se acabaron los medicamentos para las altas temperaturas, los antibióticos y la morfina para el dolor que, seguramente, sentirá en la espalda cuando ya no se encuentre bajo los efectos de los fármacos. Ruégale al cielo que tu amigo sea fuerte, porque no desperdiciaré los suministros de mi gente en él. Felicitaciones, Bess. Acabas de ganarle a tu amigo una sentencia de muerte.

Han pasado un par de horas desde la última vez que alguien puso un pie en esta habitación. Desde que Haru fue escoltado por dos hombres armados hasta el área médica y fuimos encerrados aquí. La confusión en el rostro del chiquillo es bastante evidente y eso no ha hecho más que incrementar la sensación de desazón que me embarga. Sé que él estaba empezando a adaptarse; que había conocido a alguien que hablaba el mismo idioma que él y le inspiraba confianza; así que entiendo por qué se siente del modo en el que lo hace.

En lo que a mí respecta, no he dejado de darle vueltas en la cabeza a todo lo que ocurrió con el comandante hace un rato. No he dejado de tratar de planear la manera de salir de este lugar con un Mikhail inconsciente y al borde de la muerte y un niño con el que ni siquiera puedo comunicarme correctamente.

La frustración y el pánico no me han dejado sola ni un solo minuto desde que Rupert Saint Clair se marchó y no sé qué hacer para aminorarlo. Con cada minuto que pasa, los escenarios fatalistas en mi cabeza incrementan y se transforman en fantasmas horribles capaces de destrozar y doblegarme la voluntad.

Estoy desesperada. Tanto, que ni siquiera me ha importado el dolor que siento en las costillas y, en un arranque de pánico y ansiedad, me he puesto a escarbar en lo más profundo de las cajas repletas de medicamentos para robar algunos de ellos. Aún no sé con qué finalidad lo hago, pero estoy segura de que algún uso podré darles. Quizás, pueda mantener a Mikhail con vida si llevo los activos suficientes en las cantidades correctas. Quizás, solo trato de ponerme en movimiento porque esto se siente mejor que no hacer nada.

Haru no ha dejado de mirarme con gesto interrogante, pero ni siquiera me he molestado en tratar de explicarle los motivos de nuestro encierro. Pese a eso, la preocupación en su expresión me hace saber que es plenamente consciente de que algo está ocurriendo.

Cuando termino de revisar todos y cada uno de los rincones del área médica en busca de algo que pueda usar a mi favor, pongo todo lo recolectado en el interior de la funda de la almohada apelmazada con la que he dormido los últimos días, y me arrodillo frente al catre de Mikhail.

—Necesito que me ayudes a sacarnos de aquí. —Le susurro, a pesar de que no sé si puede escucharme—. Necesito que te levantes y me ayudes a escapar. —Me trago el nudo que ha empezado a formarse en mi garganta—. Necesito que me des una señal para saber que estás ahí. Que no voy a perderte si logro sacarnos de este lugar.

Me quedo quieta, a la espera de algo —cualquier cosa— que me haga saber que está escuchándome, pero nada sucede. Mikhail no reacciona. Ni siquiera cuando tiro del lazo que nos une por enésima vez desde que llegamos a este lugar.

La angustia y el desasosiego se abren paso en mi torrente sanguíneo y me escuecen con tanta violencia, que apenas puedo soportarlo. Me siento tan perdida y agobiada, que apenas puedo funcionar con normalidad. Apenas puedo mantener la histeria a raya.

Lágrimas impotentes se me agolpan en la mirada, pero me obligo a mantenerlas dentro. A guardarlas en lo más profundo de mi ser, porque sé que no van a ayudarme en nada.

Tomo un par de inspiraciones profundas antes de levantarme y empezar a caminar —a pesar del dolor— de un lado a otro por toda la habitación.

Necesito salir de este lugar. Necesito conocer otra cosa que no sean las cuatro paredes que me rodean, pero sé que es imposible. Sé que, seguramente, hay alguien afuera de la puerta, asegurándose de que no tratemos de escapar.

—Haru —digo, a pesar de que no estoy segura de qué es lo que quiero hacer, al tiempo que me acerco a él y me siento sobre el catre en el que se ha instalado. Él me mira con atención—, debemos irnos.

Hago un gesto hacia el exterior de la habitación y él mira hacia la puerta.

—Irnos —repite, como si conociera esa palabra. Yo, aliviada y agradecida de que ha entendido la palabra más importante de toda mi oración, asiento.

—Irnos —repito, solo para afirmar lo que ya sabe—. Necesito encontrar una salida. ¿Viste una salida? —Hago un gesto de cabeza hacia la puerta y él, confundido, niega.

—Una salida, Haru. —Sueno cada vez más desesperada—. Una…

La puerta de la entrada se abre de golpe sin previo aviso y mi atención se vuelca a toda velocidad hacia ella. La figura imponente de Hank, acompañado de la doctora Harper y la mujer de origen japonés que ha estado haciendo de traductora de Haru llenan la habitación en cuestión de segundos y, sin que pueda evitarlo, el pánico se detona en mi interior.

Los ojos castaños del chico que lidera el grupo —Hank— analizan la escena que se desarrolla delante de sus ojos, pero no dice nada. Se limita a cuadrar los hombros y regalarnos un gesto cordial a manera de saludo.

La curiosidad tiñe su gesto cuando pasea sus ojos de Haru a mí un par de veces y, entonces, sacude la cabeza con incredulidad.

—No sé qué clase de criatura sobrenatural crees que eres, Bess, pero si sigues levantándote de esa cama estando tan malherida como lo estás, vas a terminar con lesiones irreparables. —La voz de Hank suena fresca y jovial. Como si no hubiese estado presente durante la interacción que tuve con su padre. Como si no se hubiera dado cuenta de la forma en la que el comandante me confrontó.

—Nos iremos —digo, sin ceremonia alguna e ignorando por completo su declaración—. Ahora mismo. Solo… —Niego, al tiempo que lo miro con súplica tiñéndome el rostro—. Solo… déjennos ir. A todos.

Los ojos del chico delante de mí se entornan ligeramente, pero su gesto estoico no cambia. Al contrario, se acentúa en sus facciones.

—Me temo que eso no será posible —dice y tenso los hombros por completo ante su declaración ligera y despreocupada—. No voy a dejarte ir en el estado en el que te encuentras. Mucho menos dejaré que te lo lleves a él. —Hace un gesto en dirección a Haru—. Si quieres morir, adelante, pero no voy a permitir que expongas la vida de un niño solo porque crees que desafiar la autoridad de un lugar en el que nadie te conoce ni sabe si eres de confianza es lo más inteligente que puedes hacer.

Las palabras de Hank me saben a reproche y a regaño, pero su gesto es tan sereno, que dudo si de verdad lo ha dicho con la intención de hacerme entrar en razón o solo me lo he imaginado.

—Haru y Mikhail vienen conmigo. No está a discusión —refuto, a pesar de la turbación que me causa lo que acaba de decirme, pero él solo parpadea un par de veces.

—Ya te lo dije: No voy a dejarte ir en el estado en el que te encuentras —dice, y suena calmado y sereno. Me atrevo a decir que suena hasta un poco divertido—. Así que, las cosas serán de esta manera, Bess —hace una pausa que se me antoja melodramática, antes de dar un paso en nuestra dirección y pronunciar—: He hablado con mi padre. Lo he convencido de hacer una concesión con ustedes. Te alimentarás y te recuperarás de todas esas heridas que te has hecho y, luego, tendrás la oportunidad de decir la verdad o de marcharte si así lo deseas. —Me mira a los ojos y tengo que reprimir el impulso de apartar la mirada—. En cuanto a él —hace un gesto en dirección a Haru—, se le dará la oportunidad de decidir si quiere quedarse aquí, en el asentamiento con nosotros, o si quiere marcharse contigo. Y… —esta vez, el movimiento de su cabeza señala a Mikhail—, en lo que a él respecta, si no muere, tendrá la oportunidad de explicarse a sí mismo. Si resulta que su naturaleza es la que creemos que es, se quedará aquí como nuestro rehén. Si tu historia es la real y el pobre diablo solo fue atacado por un puñado de demonios, podrá marcharse contigo si así lo desea.

—Haru y Mikhail vienen conmigo —repito y, esta vez, me aseguro de imprimir toda la determinación que puedo a mis palabras.

—Si te marchas, te marchas sola. —El tono de Hank iguala el mío y un destello iracundo me recorre entera.

—No pueden obligarnos a quedarnos en este lugar. No pueden mantenernos aquí en contra de nuestra voluntad —siseo, en su dirección.

Algo en la expresión del chico delante de mí cambia. Algo oscuro y furioso le deforma las facciones, y le hace lucir peligroso y amenazante.

—Este era el lugar al que querías llegar en primer lugar, ¿no es así? Ya estás aquí. Ya he metido las manos al fuego por ti y tus amigos más de una vez. Sé un poco más inteligente y agradece la oportunidad de sobrevivir que te estoy dando. —La voz de Hank suena más ronca que antes y un disparo de algo salvaje tiñe su mirada—. Recupérate, ponte fuerte, y luego haces lo que te venga en gana. Nadie va a impedir que te marches si eso es lo que quieres; pero lo harás sana. Con todas las posibilidades de supervivencia a tu favor. No voy a cargar con una muerte más sobre la consciencia.

—No puedes retenernos en este lugar.

Una sonrisa —la primera que le he visto esbozar desde que pusimos un pie en este lugar— se desliza en sus labios, pero el gesto no toca sus ojos. De hecho, luce tan condescendiente y siniestro, que me eriza los vellos de la nuca.

—Mírame hacerlo —sisea de regreso.

Entonces, sin darme oportunidad de replicar nada, se gira sobre sus talones y se echa a andar en dirección a la puerta. Una vez ahí, se detiene y le echa un vistazo a la doctora Harper para decir:

—Asegúrate de suministrarles todos los medicamentos necesarios. Los quiero vivos.

—Pero el comandante dijo que…

—Mi padre me ha dado completa y total libertad para manejar esto a mi antojo —Hank la corta de tajo—, así que mantenlos con vida, Harper.

No hablo. Me atrevo a decir que ni siquiera respiro.

—De acuerdo. —Ella murmura y Hank asiente, satisfecho.

—Chiyoko —él pronuncia en dirección a la mujer de descendencia japonesa—, asegúrate de que el chiquillo esté enterado de lo que acabo de decirle a su amiga. Asegúrate, también, de que coma a sus horas y que esté de regreso en este lugar antes del toque de queda.

La mujer asiente, incapaz de pronunciar nada y, después, él desaparece por la puerta, dejándonos a todos aturdidos y confundidos.

«¿Qué diablos es lo que pretende con todo esto? ¿Por qué está desafiando a su padre? ¿Qué demonios está pasando?», grita mi subconsciente, pero no tengo la respuesta. No tengo nada más que la sensación de que hay algo más detrás de este afán suyo de protegernos de su padre y de tenernos en este lugar; a pesar de que sabe que todo lo que ha salido de mi boca no son más que mentiras.

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