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Sueños oscuros » Capítulo 4

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Capítulo 4

Cuatro días después de que los periódicos empezaran a ocuparse ampliamente del caso, la policía se presentó en casa de Masako. Ya había respondido a varias preguntas banales durante la visita que la policía había hecho a la fábrica, pero tenía el convencimiento de que tarde o temprano acabarían por acudir a su casa. De hecho, todo el mundo sabía que ella era la mejor amiga que Yayoi tenía en la fábrica; aun así, sabía que nunca descubrirían que el cadáver de Kenji había sido descuartizado en su baño. Si ella misma no sabía la razón por la que había ayudado a Yayoi, ¿cómo iba alguien a sospechar de ella?

—Disculpe que la molestemos. Sabemos que está cansada, pero no le robaremos mucho tiempo —le dijo el policía joven, que según recordaba se llamaba Imai.

Al parecer, era consciente de lo duro que era trabajar en el turno de noche y sabía lo inoportuno de una visita matutina. Masako consultó la hora en su reloj de pulsera. Eran poco más de las nueve.

—Adelante. Ya dormiré luego.

—Gracias —dijo Imai—. Deben de llevar una vida un poco rara, ¿no? ¿No les causa problemas familiares?

Como Masako había sido franca en su respuesta, Imai había optado por saltarse las formalidades. Quizá fuera joven e inexperto, pensó Masako, pero aun así debía ir con cuidado con él.

—Te acabas acostumbrando —respondió.

—Supongo que sí. Pero ¿su marido y su hijo no se preocupan por que pase la noche fuera de casa?

—Pues no lo sé… —dijo Masako mientras guiaba a Imai hasta la sala de estar.

No creía que ni el uno ni el otro se hubieran preocupado nunca por ella.

—Seguro que sí —insistió Imai—. Los hombres somos así. No nos gusta que las mujeres no estén en casa por la noche.

Masako decidió no ofrecerle té y se sentó a la mesa frente a él. Pese a su juventud, tenía unas ideas más bien conservadoras. Vestía un polo blanco y llevaba una chaqueta marrón claro en la mano, que dejó en el respaldo de la silla.

—Señora Katori, cuando decidió trabajar en el turno de noche, ¿lo consultó con su marido?

—¿Consultarlo? No, no exactamente. Sólo me preguntó si estaba segura de lo que hacía.

Era mentira. Yoshiki no se había manifestado sobre su decisión, y Nobuki ni siquiera rompió su silencio.

—¿De veras? —dijo Imai como si le costara creerlo. Abrió su libreta—. De hecho, es el mismo caso que el de la señora Yamamoto. Me extraña que un marido que hace el turno de día no se oponga a que su esposa trabaje de noche.

Masako alzó la vista, sorprendida por las palabras de Imai.

—¿Por qué lo dice?

—Porque el horario es completamente distinto. ¿Cómo se puede mantener una relación familiar si apenas coincides con tu marido y tus hijos? Además, si una mujer pasa toda la noche fuera de casa, es lógico preguntarse qué estará haciendo. Está claro que es mejor tener un empleo con un horario diurno.

Masako inspiró profundamente. Imai sospechaba que Yayoi pudiera tener una relación extramatrimonial. La imaginación de los detectives parecía discurrir siempre en esa dirección.

—Yayoi lo hacía porque ya la habían despedido de varios trabajos por tener hijos. Ella misma me contó que no le quedaba otra opción.

—Eso también nos dijo a nosotros. Aun así, sigo sin ver las ventajas que puede tener trabajar de noche…

—Ninguna —le interrumpió Masako. Imai la estaba poniendo nerviosa, pero se dijo que debía disimularlo—. En todo caso, que la paga es un veinticinco por ciento más alta.

—¿Sólo eso?

—Sí, sólo eso. Pero si piensas que cobras lo mismo trabajando tres horas menos, quizá valga la pena. Es un trabajo muy monótono.

—Ya… —dijo Imai, que seguía sin compartir su punto de vista.

—Supongo que nunca ha trabajado por horas. Si lo hubiera hecho, quizá lo entendería.

—Los hombres no solemos hacer ese tipo de trabajos —dijo muy serio.

—Si lo hicieran, verían la lógica de querer cobrar un poco más por desempeñar el mismo trabajo.

—¿Aunque eso implique vivir al revés de todo el mundo?

—Exacto.

—Así, ¿podría explicarme por qué la señora Yamamoto estaba dispuesta a llevar ese tipo de vida?

—Porque lo necesitaba.

—¿Quiere decir que no tenían suficiente con lo que ganaba su marido?

—No lo sé. Supongo que no.

—¿No era más bien porque su marido era un poco libertino? Es decir, ¿no lo hacía para fastidiarlo y porque no quería verlo?

—No tengo ni idea —respondió Masako decidida—. Nunca hablaba de su marido, y además no creo que pudiera permitirse ese lujo.

—¿Qué lujo?

—El de fastidiarlo. Estaba demasiado entregada a sus hijos y a su trabajo como para querer fastidiar a su marido.

Imai asintió con la cabeza.

—Lo siento. Me he excedido. Sin embargo, hay algo que sí es cierto: su marido se gastó todo el dinero que habían ahorrado.

—¿De veras? —exclamó Masako, como si acabara de enterarse—. ¿Cómo?

—Por lo que sabemos, frecuentaba un club nocturno y jugaba al bacará. Pero bueno, vayamos al grano… Al parecer, usted es la mejor amiga que la señora Yamamoto tiene en la fábrica, y me gustaría que me contara todo lo que sabe sobre su relación con su marido.

—No sé gran cosa. Apenas hablaba de él…

—Pero las mujeres suelen contarse ese tipo de cosas —comentó Imai con una mirada de sospecha.

—Depende de las mujeres —repuso Masako—. Pero ella no es así.

—Ya. Es una esposa admirable. Pero según sus vecinos, a menudo los oían discutir.

—No lo sabía.

De pronto se preguntó si Imai sabía que esa noche había ido en su coche hasta casa de Yayoi, y lo miró nerviosa. Imai le devolvió la mirada serenamente, como si estuviera evaluándola.

—Según hemos podido saber, el señor Yamamoto jugaba mucho y no se llevaba bien con su esposa. Eso al menos es lo que nos han contado sus compañeros de trabajo. Les había dicho que no paraban de discutir y que prefería regresar tarde a casa para no verla. Sin embargo, la señora Yamamoto insiste en que su marido nunca había vuelto tarde a casa hasta esa noche. Es extraño, ¿no le parece? ¿Por qué tendría que mentir sobre algo así? ¿Nunca le contó nada de eso?

—Nunca —dijo Masako negando con la cabeza—. Entonces, ¿cree que Yayoi tiene algo que ver con el asesinato? —preguntó.

—¡En absoluto! —se apresuró a negar Imai—. Sólo intento ponerme en su lugar para imaginar lo que pensaba. Ella trabajando en la fábrica, y su marido gastándose los ahorros por ahí en mujeres y apuestas y volviendo borracho cada noche. Es como intentar achicar agua de un barco que se hunde mientras el otro no deja de llenarlo. Debía de sentirse desesperada. La mayoría de hombres no hubieran permitido que su mujer trabajara de noche, pero el señor Yamamoto incluso parecía contento por la situación. Eso es lo que me inclina a pensar que no se debían de llevar bien.

—Ya le entiendo. Pero le aseguro que yo no sabía nada —insistió Masako, pensando que había una cierta ironía en el acierto con que el policía había imaginado la situación.

—O sea que, según usted, la señora Yamamoto es una mujer muy sufrida.

—Exacto.

Imai levantó los ojos de su libreta.

—Señora Katori, si una mujer vive una situación parecida, ¿no intenta buscar a otro hombre?

—Depende. Pero Yayoi no es de ésas.

—Entonces, ¿no mantiene una relación con alguien de la fábrica?

—No —dijo Masako categóricamente—. De eso puedo dar fe.

—¿Y fuera de la fábrica?

—No lo sé.

Imai dudó unos segundos antes de proseguir.

—De hecho, esa noche cinco empleados no acudieron al trabajo —le explicó—. Y me preguntaba si alguno de ellos no sería un amigo especial de la señora Yamamoto —añadió al tiempo que le mostraba una hoja de su libreta.

Al ver el nombre de Kazuo Miyamori al final de la lista, el corazón le dio un vuelco.

—No. Yayoi es una chica muy seria.

—Ya…

—En otras palabras —lo interrumpió Masako—, usted cree que Yayoi tenía un amante y que éste fue quien mató a su marido.

—No, en absoluto —repuso Imai esbozando una sonrisa incómoda—. Eso sería suponer demasiado.

No obstante, para Masako era evidente que había dado en el clavo: Yayoi tenía un cómplice, un amante que la había ayudado a matar a Kenji y a deshacerse de su cadáver.

—Yayoi es una buena madre y una buena esposa. No puedo hablar de ella en otros términos.

Mientras decía eso, Masako se dio cuenta de que verdaderamente lo creía. Y por eso, cuando se enteró de la traición de Kenji perdió la cabeza y lo mató. Si realmente hubiera tenido un amante, no se hubiera producido ese desenlace. La teoría de Imai iba en la dirección equivocada.

—Claro —dijo él sin apartar los ojos de sus notas, como si se resistiera a abandonar su hipótesis.

Masako se dirigió hacia la nevera, sacó una jarra de té de cebada y le sirvió un vaso. Imai lo aceptó y lo bebió de un solo trago. Al ver su nuez subiendo y bajando pensó en Nobuki… y también en Kenji. Después de observarla unos instantes, apartó la vista lentamente.

—Tengo que hacerle unas preguntas por pura formalidad —dijo Imai cuando hubo vaciado el vaso—. ¿Podría explicarme qué hizo desde la noche del martes hasta la tarde del día siguiente?

Dejó el vaso sobre la mesa, se aclaró la voz y miró a Masako.

—Fui a trabajar como de costumbre. En la fábrica vi a Yayoi y, al terminar el turno, volví a casa a la hora de siempre.

—Pero esa noche llegó al trabajo más tarde de lo habitual —observó tras consultar sus notas.

A Masako le sorprendió que hubieran investigado incluso esos detalles, pero hizo lo posible por ocultar su asombro.

—Sí, así es —admitió—. Había mucho tráfico.

—O sea que va en coche desde aquí hasta Musashi Murayama. ¿Con el Corolla que está aparcado fuera? —preguntó señalando con su bolígrafo hacia la puerta.

—Sí, exacto.

—¿Lo utiliza alguien más aparte de usted?

—Normalmente no.

Se había encargado de limpiar el maletero, pero no le cabía la menor duda de que si se lo proponían encontrarían algo. Masako encendió un cigarrillo para ocultar su nerviosismo. Afortunadamente, no le temblaban las manos.

—¿Qué hizo después del trabajo?

—Regresé a las seis, preparé el desayuno y almorcé con mi marido y mi hijo. Cuando ellos se marcharon, hice la colada, limpié un poco y me acosté a las nueve. Es lo que hago siempre.

—¿Durante esas horas habló con la señora Yamamoto?

—No. Nos despedimos en la fábrica y no hablé más con ella.

En ese momento, una voz resonó inesperadamente en la sala de estar.

—¿No te llamó por la noche?

Masako se volvió sorprendida: su hijo estaba de pie al lado de la puerta. Al comprender que Nobuki acababa de hablar, se quedó de una pieza. Esa mañana no había salido de su habitación, y Masako incluso había olvidado que estaba en casa.

—¿Quién es? —preguntó Imai en un tono calmado.

—Mi hijo.

Imai hizo una leve reverencia a Nobuki y observó interesado el rostro de madre e hijo.

—¿Hacia qué hora llamó? —preguntó finalmente.

En lugar de responder, Masako se quedó mirando la cara de Nobuki. Hacía más de un año que no le oía la voz, y justamente había abierto la boca para hablar de esa llamada. No podía ser más que una venganza, pero ¿por qué?

—Señora Katori —insistió Imai—. ¿A qué hora llamó?

—Lo siento —dijo volviendo en sí—. Hacía mucho tiempo que no le oía la voz.

Al ver que se convertía en el tema de conversación, Nobuki se encogió de hombros y se volvió.

—Un momento. ¿Qué has dicho? —le preguntó Imai abortando su fuga.

—¡Nada! —exclamó el chico antes de salir dando un portazo.

—Lo siento —se disculpó Masako adoptando un tono de madre preocupada—. Desde que lo expulsaron del instituto no habla con nadie.

—Es una edad difícil —comentó Imai—. Sé de qué hablo: antes trabajaba en el departamento de delincuencia juvenil.

—Me he quedado pasmada al oírle.

—Quizá el crimen le haya afectado —dijo Imai mostrándose comprensivo.

Sin embargo, era obvio que estaba impaciente por volver al tema de la llamada.

—Es cierto que llamó —explicó Masako—. El martes por la noche, creo.

—Estamos hablando del martes día veinte, ¿verdad? —dijo con ánimo recobrado—. ¿Hacia qué hora?

—A las once y algo —respondió Masako después de pensar un instante—. Me contó que su marido no había regresado y que no sabía qué hacer. Yo le dije que fuera al trabajo y que no se preocupara demasiado.

—Pero no era la primera vez que pasaba. ¿Por qué la llamó justamente esa noche?

—No sé si era o no la primera vez. Siempre me había dicho que su marido regresaba antes de las doce y media. Me dijo que esa noche estaba preocupada porque sus hijos estaban especialmente inquietos.

—¿Por qué?

—Al parecer, estaban tristes porque el gato había desaparecido.

Masako dijo lo primero que se le pasó por la cabeza. Después tendría que hablar con Yayoi para que ofreciera la misma versión. Al menos, la parte del gato era cierta.

—Ya… —dijo Imai mostrando algunas reservas.

En ese momento, se oyó el avisador de la lavadora.

—¿Qué es ese ruido?

—La lavadora.

—Ah. ¿Le importa que eche un vistazo a su baño? —le pidió Imai poniéndose de pie.

Masako sintió un escalofrío, pero asintió con la cabeza y esbozó una leve sonrisa.

—En absoluto.

—Estoy pensando en hacer reformas —dijo—, y me gusta ver cómo se hacen los baños hoy en día.

—Adelante.

Masako lo llevó hasta el baño. Imai la siguió sin perder detalle.

—Tienen una casa muy bonita. ¿Cuánto tiempo llevan viviendo aquí?

—Unos tres años.

—Está muy bien —comentó Imai al ver el baño—. Es muy espacioso.

Masako pensó que el policía estaba contemplando una posibilidad entre cien de que el cadáver de Kenji hubiera sido descuartizado ahí mismo. Tenía que ir con cuidado.

Cuando la visita tocaba a su fin e Imai se ponía sus zapatos gastados en el recibidor, le hizo una última pregunta:

—¿Su hijo está siempre en casa?

Pese a que tenía un horario regular, Masako se atrevió a decir una mentira.

—A veces está y a veces no. Hace lo que quiere.

—Ya —asintió Imai un poco decepcionado—. Muchas gracias por su colaboración —dijo antes de salir.

Nada más irse el policía, Masako subió a la habitación de Nobuki, desde donde se veía la calle. Tal como esperaba, a través de las cortinas vio la figura de Imai observando la casa desde el solar vacío que había al otro lado de la calle. Pero lo que miraba no era la casa, sino su viejo Corolla.

Cuando por fin estuvo segura de que Imai se había ido, Masako llamó a Yayoi por primera vez desde que el caso empezara a cobrar protagonismo en la prensa.

—¿Diga? —murmuró la voz de Yayoi al otro lado de la línea.

Masako se sintió aliviada.

—Soy yo. ¿Puedes hablar?

—¡Masako! —exclamó Yayoi alegremente—. Sí. Estoy sola.

—¿No hay nadie?

—Mi suegra ha ido a declarar a comisaría, mi cuñado ya se ha ido y mi madre ha salido a comprar.

Yayoi parecía más relajada desde que tenía a sus padres con ella.

—¿La policía está husmeando mucho?

—Últimamente no ha venido nadie —dijo con voz pausada, como si hablara de los problemas de otra persona—. Encontraron su americana en un club de Kabukicho y están siguiendo esa línea de investigación.

«Un rayo de esperanza», pensó Masako con cierto alivio. Aun así, tenían que ir con pies de plomo con Imai.

—Ten cuidado con Imai —le advirtió.

—¿Quieres decir el joven alto? Pero si es un buen tipo…

—Pero ¿qué dices? —exclamó Masako consternada por la ingenuidad de Yayoi—. No te fíes de ningún policía.

—¿Estás segura? Todos me tratan muy bien.

Masako se desesperó al comprobar lo insensata que podía ser su compañera.

—Han descubierto que esa noche me llamaste. Les he contado que los niños estaban enfadados porque el gato había desaparecido.

—Tú sí que sabes —dijo Yayoi sonriendo.

Al notar que en su voz no había ni rastro de culpa, a Masako se le puso la carne de gallina.

—Debes decirles lo mismo.

—No te preocupes. Estoy segura de que todo irá bien.

—No te fíes —le advirtió Masako.

—No te preocupes. Por cierto, pasado mañana vendrán de un programa de la tele.

—¿Tan pronto? ¿Y con el funeral tan reciente?

—Ya… Les dije que no quería hablar, pero fueron tan insistentes que acabé aceptando.

—Es una temeridad —dijo Masako—. Diles que has cambiado de idea. No sabes quién puede verlo.

—Yo no quería, pero fue mi madre quien respondió y la convencieron. Le dijeron que serán sólo tres minutos.

Masako no dijo nada, estaba desolada. Pensó que tal vez hubiera sido mejor que Yayoi les hubiera ayudado a deshacerse del cadáver, puesto que parecía haber olvidado que era ella quien había cometido el asesinato. Aun así, quizá esa falta de sentimiento de culpabilidad fuera un punto a su favor para diluir las sospechas que se cernían sobre ella.

Pero lo que más preocupaba a Masako era que Nobuki hubiera intentado incriminarla delante de la policía. Llevaba casi un año sin hablar, y había escogido justamente ese momento para romper su silencio. Ella había optado por mantener cierta distancia respecto a su hijo, pero era evidente que él no se lo perdonaba. Masako tenía la impresión de haber hecho por Nobuki todo lo posible tanto en casa como en el trabajo, aunque quizá él estuviera resentido con ella por algo que había hecho mal. Aunque ése fuera el caso, era incapaz de saber en qué se había equivocado y consideró la reacción de su hijo como una venganza gratuita. La invadió una ola de amargura y se agarró con fuerza al respaldo del sofá, clavando sus dedos en la lana mullida. Cerró los ojos para contener el llanto.

No hacía mucho, Masako había comparado sus días en la Caja de Crédito T con una lavadora vacía, pero ahora se daba cuenta de que le había pasado lo mismo en casa. Si era así, ¿qué había sido su vida? ¿Para qué había trabajado? ¿Para qué había vivido? Al ser consciente de que se había convertido en una mujer exhausta y perdida, se le llenaron los ojos de lágrimas.

Quizá por eso había escogido trabajar en el turno de noche. Así podía dormir de día y trabajar de noche. O, lo que era lo mismo, vivir permanentemente cansada, sin tiempo para pensar, llevar una vida al revés de la de su marido y su hijo. Sin embargo, con ello sólo había conseguido aumentar su rabia y su tristeza. Y ahora ni Yoshiki, ni Nobuki, ni nadie podía ayudarla.

En ese momento empezó a comprender por qué había ayudado a Yayoi: en su desesperación había cruzado la línea y había intentado huir a un nuevo mundo. Sin embargo, ¿qué le esperaba en ese mundo nuevo? Nada. Bajó la vista para mirar sus manos blancas, aún asidas al respaldo del sofá. Si la policía la detenía, nunca podría descubrir el verdadero motivo que la había impulsado a ayudar a Yayoi. Oyó el ruido de varias puertas que se cerraban a su espalda. Estaba completamente sola.

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