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Capítulo 24

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CAPÍTULO 24

DAEMON

La rodeé con fuerza con los brazos mientras esperaba su respuesta. No es que realmente pensara que fuera a rechazarme, no se trataba de eso. Quería asegurarme de que se sentía preparada después de todo. La última vez no había estado preparada, y no había sido solo por las luces del coche. Si no lo estaba, no pasaría nada. Abrazarla durante toda la noche sería igual de increíble.

Pero necesitaría una ducha fría y muy larga.

Tenerla sobre mi regazo, con la parte más blanda de ella presionada contra la parte más dura de mí, ponía a prueba mi autocontrol y me encendía como nadie en este mundo y más allá era capaz de hacer.

Kat levantó la barbilla, y sus ojos se fijaron en los míos. Todo lo que necesitaba ver, lo que necesitaba creer, estaba en sus ojos.

—Sí.

No perdí el tiempo tras oír aquella palabra. Hacer eso, estar con ella de todas las formas posibles, no reemplazaría todas las cosas terribles que le habían sucedido, pero era un comienzo.

—Sujétate —le dije, y después capturé su respuesta jadeante con un beso.

Ella me rodeó el cuello con los brazos mientras la sujetaba por las caderas. Mientras me ponía en pie, sus piernas me rodearon con fuerza, y me tragué un gruñido. Sorprendido por el hecho de que estuviera intentando incluso llegar hasta la cama, no aparté la boca de ella. La besé. Bebí de ella. No era suficiente, jamás sería suficiente.

La llevé hasta la casa y a través de las muchas habitaciones inútiles que, según parecía, jamás iban a terminar. Ella se rio contra mi boca cuando choqué contra algo que probablemente costaría una pequeña fortuna. Encontré las escaleras, logré subirlas sin rompernos el cuello, y hallé la habitación donde antes habíamos dejado nuestras cosas.

Kat estiró un brazo y golpeó el aire hasta que encontró el borde de la puerta y la cerró tras nosotros, al mismo tiempo que yo atrapaba su labio inferior con los dientes. Un pequeño mordisquito, y el sonido que soltó hizo que me hirviera la sangre. Iba a combustionar antes de que empezáramos.

Fui en dirección a la cama, alzando la boca desde sus cálidos labios. Quería quitar las sábanas y el edredón y encontrar unas mejores y más cómodas, que fueran dignas de Kat.

Depositó un beso abrasador contra mi pulso latiente.

A la mierda lo de buscar sábanas mejores.

La tumbé sobre la cama y me moví con más lentitud de lo que mi cuerpo exigía. Ella me dedicó una pequeña sonrisa, y el corazón me dio un vuelco en el pecho mientras me arrodillaba frente a ella. Fijé mis ojos en los suyos.

El corazón me latía con fuerza, y lo sentía en cada parte de mi cuerpo.

—No te merezco. —Las palabras se me escaparon antes de que pudiera detenerlas, pero eran ciertas. Kat se merecía el mundo y algo más.

Ella se inclinó hacia delante y colocó una mano sobre mi mejilla, y sentí su tacto en cada célula de mi cuerpo.

—Te lo mereces todo —dijo.

Yo giré la cabeza y le besé la palma de la mano. Me llegaron muchas palabras a la boca, pero cuando ella se puso en pie y movió la mano hacia abajo, enganchando los dedos bajo el dobladillo de su vestido, mi corazón se paró y las palabras murieron en el silencio entre nosotros.

Kat se sacó el vestido por la cabeza y lo dejó caer en el suelo, junto a mí.

No podía moverme. Ni siquiera conseguía que mis pulmones funcionaran. Pensar resultaba casi imposible mientras levantaba la mirada hacia ella. Me consumía. Sin nada puesto salvo una delgada capa de tela, su pelo cayó sobre sus hombros y sus pechos, y ella permaneció allí, con el aspecto de alguna especie de diosa.

—Eres… eres hermosa. —Me puse en pie lentamente, y mis ojos siguieron el ligero rubor que bajaba por su cuello. Sonreí—. Estás verdaderamente preciosa cuando te sonrojas.

Ella bajó la cabeza, pero yo le cogí la barbilla e hice que sus ojos volvieran a los míos.

—En serio —aseguré—. Absolutamente preciosa.

Esa sonrisa tierna y casi tímida volvió a aparecer.

—Ahora mismo, los cumplidos te llevarán a donde tú quieras.

Reí entre dientes.

—Es bueno saberlo, porque estaba pensando en ir a todas partes… y tomando el camino largo.

Su rubor se acentuó, pero me agarró la camiseta. Yo me adelanté, me la saqué por la cabeza y la dejé caer por encima de su vestido. Durante un momento nos quedamos ahí, separados solo por unos cuantos centímetros, y ninguno de los dos habló. Una corriente de electricidad llenó el aire, erizando el vello de mis brazos. Las pupilas de Kat comenzaron a dilatarse.

Deslicé una mano por su nuca y la acerqué a mí con suavidad. Entonces quedamos pecho con pecho, y el escalofrío que la recorrió me cortocircuitó los sentidos. Sus labios se separaron en cuanto rozaron los míos; sus dedos encontraron el botón de mis vaqueros, y mis dedos descubrieron la delicada goma sobre sus caderas.

La guie hasta la cama, y su pelo la rodeó como si se tratara de un halo oscuro. Tenía los ojos entornados mientras me observaba, pero podía ver el débil resplandor blanco que irradiaban.

Su mirada me quemó por dentro. Quería adorarla, necesitaba hacerlo. Cada centímetro de su cuerpo. Empecé por la punta de los dedos de sus pies, y comencé a subir. Lentamente. Algunas zonas mantuvieron mi atención durante mucho más tiempo. Como el grácil empeine de su pie, y la piel sensible tras sus rodillas. Las curvas de sus muslos me tentaban, y los valles que había encima me atraían. La forma en que su espalda se arqueaba, su respiración agitada, los suaves sonidos que emitía y el modo en que sus dedos se clavaban en mi piel me volvían loco. Cuando finalmente hube llegado hasta arriba, coloqué las manos a ambos lados de su cabeza.

Bajé la mirada hasta Kat y volví a enamorarme de ella. Perdí el corazón cuando sonrió. Encontré un nuevo propósito cuando recorrió la distancia entre nosotros y me tocó. Me separé el tiempo justo para coger los preservativos. Y en el momento en que no quedó nada entre nosotros, ya no hubo más esperas, y cualquier intención de altruismo se desvaneció. Mis manos eran codiciosas. Yo era codicioso, y mis manos estaban por todas partes, y mis labios seguían el camino trazado por ellas. Nuestros cuerpos se movieron juntos como si no hubiéramos estado separados jamás. Y, mientras bajaba la mirada hacia ella y mis ojos recorrían sus mejillas sonrojadas y sus labios hinchados, supe en ese preciso instante que nunca en mi vida habría un momento más precioso y más perfecto que ese.

Estaba embriagado de su sabor, de su tacto. El único sonido era el de nuestros corazones palpitantes, hasta que Kat dijo mi nombre, y yo me separé de ella. La habitación estaba inundada de una parpadeante luz blanca; no sabía si venía de ella o de mí, pero no me importaba.

Durante mucho tiempo no fui capaz de moverme. Maldita sea, no quería moverme. No con sus manos deslizándose hacia abajo por mi espalda, su aliento entrecortado en mis oídos. Pero mi peso tenía que estar aplastándola, incluso aunque no estuviera quejándose.

Me incorporé y giré hacia un lado. Mi mano recorrió sus costillas, su cadera, y ella se volvió hacia mí, acercándose tanto que nuevamente no quedó ni un centímetro entre nosotros.

—Ha sido perfecto —murmuró adormilada.

Yo seguía incapaz de hablar. Solo Dios sabía lo que podría salir de mi boca en ese momento, así que besé su frente húmeda. Ella soltó un suspiro de satisfacción, y después se quedó dormida entre mis brazos. Antes me había equivocado.

No había un momento más perfecto y más precioso que este. Y quería una vida entera llena de momentos así.

KATY

Por la mañana nuestros brazos y piernas estaban entrelazados, y tenía la sábana enredada alrededor de las caderas, así que tuve que realizar unos cautelosos movimientos de ninja para librarme de Daemon. Estiré los brazos por encima de la cabeza y solté un suspiro de felicidad. Notaba un dolor placentero en el cuerpo.

—Hum, eso es sexy.

Abrí los ojos de golpe. Sobresaltada y expuesta, fui a coger la sábana, pero Daemon me atrapó la mano con la suya rápidamente. El fuego recorrió mi cara rápidamente mientras mi mirada impactaba contra la suya, color verde bosque.

—¿Qué? —murmuró perezosamente—. ¿Ahora te pones vergonzosa? No creo que tenga mucho sentido.

El calor se deslizó por mi garganta, y noté un hormigueo en la piel. La verdad era que algo de razón tenía. No había habido ningún tipo de vergüenza la noche anterior, pero aun así… La luz de las primeras horas de la mañana se derramaba por la ventana. Le arranqué la sábana de entre las manos y me cubrí.

Él hizo un mohín, y me parecía indignante que pudiera hacer eso y al mismo tiempo arreglárselas para parecer sexy.

—Estoy tratando de mantener el misterio —le dije.

Él se rio entre dientes, y el sonido profundo recorrió mi cuerpo. Me moví más cerca de él, que besó la punta de mi nariz.

—El misterio está sobrevalorado. Yo quiero conocer cada peca y cada curva tuya personalmente.

—Creo que eso ya lo hiciste anoche.

—Nah. —Negó con la cabeza—. Eso tan solo fue un saludo rápido. Quiero conocer tus sueños y tus esperanzas.

Me reí.

—Eso es ridículo.

—Es la verdad.

Entonces se volvió, se quitó la sábana de encima y puso los pies en el suelo.

Abrí mucho los ojos.

Desnudo como el día que había nacido, se puso en pie en un movimiento fluido, sin importarle en absoluto estar mostrando cada centímetro de su cuerpo. Alzó los brazos por encima de su cabeza mientras se estiraba. Su espalda se arqueó, y sus músculos se abultaron. Las líneas de sus caderas se tensaron, atrayendo mi atención durante demasiado tiempo como para ser decente.

Finalmente, me obligué a levantar la mirada, y nuestros ojos se cruzaron.

—¿Sabes? Hay algo que se llama «pantalones». Deberías probarlos.

Él me dirigió una mirada descarada mientras se daba la vuelta.

—Sería una lástima. Piensa que a partir de ahora podrás ver esto todos los días.

Mi corazón hizo una especie de danza frenética.

—¿Tu culo desnudo? Vaya. ¿Dónde hay que firmar?

Él volvió a reírse y desapareció dentro del baño, y yo cerré los ojos. ¿Cada día? ¿En plan para siempre? Pensar en ello hizo que el estómago se me agitara placenteramente, y no tenía nada que ver con su actual estado de desnudez. ¿Despertar junto a Daemon, dormir a su lado?

Abrí los ojos cuando oí que la puerta se abría de nuevo. Se estaba frotando los ojos, y yo volví a clavar la mirada en él, clavándola de verdad en lugares muy inapropiados. Era como cuando sabes que no deberías mirar algo y tus ojos se dirigen hacia allí automáticamente.

Él bajó el brazo.

—Creo que estás babeando un poco.

—¿Qué? No es verdad. —Pero tal vez lo estuviera haciendo, así que me cubrí la cara con la sábana—. Un caballero jamás debería señalar algo tan indecoroso.

—Yo no soy un caballero. —Se lanzó hacia delante y me arrebató la sábana. Yo me aferré a ella, pero el forcejeo juguetón no duró demasiado tiempo—. No puedes esconderte. Te he atrapado.

—Eres lo peor.

—Al menos yo no me pongo a babear. —Apartó la sábana hasta el otro lado de la enorme cama. Su lento escrutinio me hizo enroscar los dedos de los pies—. Vale, creo que ahora sí que estoy babeando.

Iba a arderme la cara antes del desayuno.

—Para.

—No puedo evitarlo. —Plantó una mano al otro lado de mis caderas y se inclinó hacia mí, acariciando mi barbilla con los dedos—. Ya te he limpiado las babas.

Me reí y le di un empujón en el pecho, duro como una roca.

—Tienes un exagerado sentido de la autoestima.

—Ajá. —Se apretó contra mí hasta que nuestros cuerpos quedaron encajados, con su muslo entre los míos. Apoyó el peso sobre los brazos mientras inclinaba la cabeza para rozar los labios contra los míos—. ¿Me das un beso?

Yo lo agarré de los antebrazos y le di un besito rápido.

—Ahí tienes.

Él levantó la cabeza y frunció el ceño.

—Esa es la clase de beso que le darías a tu abuela.

—¿Qué? ¿Quieres uno mejor? —Estiré el cuello y lo besé de nuevo, algo más intensamente—. ¿Qué te ha parecido ese?

—Un asco.

—Eso no es muy amable.

—Vuelve a probar —dijo, y sus ojos se estrecharon en unas franjas perezosas.

El aire se me quedó atrapado en la garganta.

—No sé si te mereces un beso mejor después de haberme dicho que el último ha sido un asco.

Él hizo un movimiento verdaderamente extraordinario con las caderas, provocándome un gemido.

—Sí —dijo con suficiencia—. Me merezco otro beso.

Sí… sí que se lo merecía. Volví a besarlo, pero me contuve antes de que el beso pudiera convertirse en algo más profundo. Daemon frunció el ceño un poco más, y yo sonreí.

—Eso es todo lo que te mereces.

—No estoy para nada de acuerdo con eso. —Las puntas de sus dedos recorrieron mi brazo y mi caja torácica. El roce, ligero como una pluma, continuó por mi estómago y más hacia abajo. Durante todo el tiempo su mirada estuvo fija en la mía—. Vuelve a probar.

Como yo no me moví, hizo un movimiento ingenioso con los dedos que provocó que mi corazón me latiera con fuerza en el pecho. Levanté la cabeza, sintiéndome mareada y ligera. Rocé su boca con la mía y volví a besarlo, prestando especial atención a su labio inferior. Mientras comenzaba a alejarme, él me puso una mano sobre la nuca.

—No —dijo en voz baja—. Eso ha sido tan solo un poco mejor. Tal vez tenga que enseñarte.

Me estremecí ante el calor de su mirada. Mi cuerpo entero se tensó.

—Tal vez tengas que hacerlo.

Y lo hizo… Oh, Dios, vaya si lo hizo. La última noche había sido dulce, lento e impresionantemente perfecto, pero ahora era algo totalmente diferente, aunque me paraba el corazón del mismo modo. Había un matiz afilado de desesperación en cada beso, en cada roce. Se había forjado algo ardiente entre nosotros, que aumentaba con cada aliento que tomábamos. Daemon se movió sobre mí y después dentro de mí, convirtiendo el fuego lento en una tempestad que ardió hasta quedar fuera de control. Mis manos lo agarraron mientras la tensión que había en mi interior se desplegaba, y los contornos de su cuerpo se difuminaron cuando el poco control que le quedaba desapareció.

Ninguno de los dos se movió durante lo que pareció una eternidad. Nuestras caderas permanecieron presionadas firmemente juntas, y mi brazo rodeaba firmemente su cuello. Una de sus manos se encontraba sobre mi mejilla, y la otra, curvada alrededor de mi cintura. Incluso cuando se dio la vuelta para ponerse de lado, me llevó consigo. Tampoco tenía otra opción: no iba a soltarlo. No quería hacerlo. Quería poner el mundo en modo stop y quedarme allí con él, porque sabía que en el momento en que saliéramos de la cama nos aguardaba una realidad desconocida. Teníamos que tomar decisiones acerca de cosas serias. Teníamos que tomar decisiones tras las cuales no podríamos volver atrás.

Pero pensé en lo de despertar juntos cada mañana, para siempre. Sin importar a qué nos enfrentáramos, nos enfrentaríamos a ello juntos. Eso me hacía sentir preparada.

—¿En qué estás pensando, gatita? —preguntó, apartándome el pelo de las mejillas. Yo abrí los ojos y sonreí.

—Tan solo estaba pensando en las cosas que tenemos que decidir.

—Yo también. —Me besó—. Pero creo que antes de que podamos ponernos con ello tendríamos que ducharnos y vestirnos.

Me reí.

—Cierto.

—¿Te he dicho alguna vez que me encanta el sonido de tu risa? No importa. Voy a decírtelo otra vez. Me encanta el sonido de tu risa.

—Y a mí me encantas tú. —Presioné mis labios sobre los suyos y después me senté, llevándome la sábana conmigo—. Me pido primera para la ducha.

Daemon se incorporó sobre un codo.

—Siempre podemos hacerlo juntos.

—Sí, pero acabaríamos necesitando otra ducha después de la ducha. —Me envolví el cuerpo con la sábana y salí de la cama—. Enseguida vuelvo.

Él guiñó un ojo.

—Estaré esperando.

DAEMON

Si había dudado alguna vez de que Kat fuera la mujer perfecta, todas las dudas deberían haberse desvanecido en ese momento. Se duchó en menos de cinco minutos. Impresionante. Ni siquiera había pensado que aquello fuera humanamente posible; la idea de Dee de una ducha rápida eran quince minutos.

Y entonces salió, con una toalla bien sujeta bajo los brazos, mientras se secaba el pelo mojado. Cuando miró hacia la cama, un bonito rubor reptó por sus mejillas.

Supongo que podría haberme puesto algo de ropa, pero entonces habría echado de menos ese rubor suyo.

Saqué las piernas de la cama y me levanté. Mientras pasaba junto a ella, le di un pellizquito en la mejilla sonrosada. Su cara ardió aún más, y me reí mientras ella murmuraba por lo bajo algo muy poco femenino.

El cuarto de baño estaba lleno de vapor. Me quedé bajo la ducha dejando que el agua me cayera sobre la cara, y pensé en la noche anterior, en esa mañana. Mis pensamientos viajaron aún más hacia atrás, hacia la primera vez que había visto a Kat saliendo por la puerta principal de su casa, en dirección a la mía para pedir indicaciones. Incluso si no hubiera querido admitirlo en ese momento, ahí fue cuando me clavó sus garras, y yo no quería sacármelas.

Llegado a ese punto, mi cerebro básicamente descargó un montón de tonterías sobre mí. Recordé momentos que casi había olvidado: Kat discutiendo conmigo sobre el parterre y negándose a ir conmigo al lago el día que Dee me escondió las llaves. Como si necesitara las llaves para ir a cualquier sitio. Incluso entonces, había estado buscando razones para pasar tiempo con ella. Había tantos momentos… Como cuando se puso en plan ninja con el Arum después del baile. Había arriesgado la vida por mí, incluso cuando yo no había sido más que un imbécil con ella. ¿Y la noche de Halloween? Habría muerto por Dee y por mí.

Yo habría muerto por ella.

¿Qué nos esperaba en el futuro? No solo quería saber dónde acabaríamos viviendo y toda esa mierda, sino que los dos habíamos sacrificado prácticamente todo por el otro, y seguiríamos haciéndolo. Siempre habría un paso más. Pensé en el viaje en coche hacia allí, cuando me había quedado mirando su mano izquierda.

Mi corazón hizo algo extraño dentro de mi pecho, una mezcla entre un encogimiento de pánico y un salto de emoción. Volví a meter la cabeza bajo el chorro de agua. Había algo formándose en mi pecho, acumulándose hasta que no hubo forma de negar lo que deseaba. Mis manos se cerraron en puños contra los azulejos.

Mierda.

¿En serio estaba pensando eso? Sí. ¿Realmente era eso lo que quería? Joder, sí. ¿Era probablemente la mayor locura que me hubiera planteado jamás? Definitivamente, sí. ¿Iba eso a detenerme? No. ¿Tenía la sensación de que iba a desmayarme? Solo un poquito.

Llevaba más de quince minutos en la ducha.

Menuda nenaza estaba hecho.

La sensación de pánico y emoción fue incrementándose mientras giraba los grifos para cerrar el agua. Mi mano tembló un poco, y mis ojos se estrecharon.

Realmente tenía que pensar en ello.

Sin embargo, ¿a quién pretendía engañar? Cuando mi mente se decidía por algo, eso era lo que hacía, y mi mente estaba decidida. No había forma de andarse con tiento. No tenía sentido esperar. Era lo correcto. Sentía que era lo correcto. Y eso era lo que importaba; lo único que importaba de verdad.

Estaba enamorado de ella. Siempre lo estaría.

Me envolví las caderas con una toalla y salí al dormitorio. Kat estaba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas. Llevaba vaqueros y su camiseta de «MI BLOG ES MEJOR QUE TU VLOG». Sí, eso básicamente lo decidía.

—Bueno, estaba pensando… —dije, y mi boca se movió antes de que mi cerebro pudiera controlarla—. Hay ochenta y seis mil cuatrocientos segundos en un día, ¿verdad? Hay mil cuatrocientos cuarenta minutos en un día.

Ella frunció el ceño.

—Vale. Me fiaré de tu palabra.

—Es cierto. —Me di un golpecito con el dedo en la cabeza—. Tengo mucho conocimiento inútil aquí dentro. Sin embargo, ¿estás siguiéndome? Hay ciento sesenta y ocho horas en una semana. Cerca de ocho mil ochocientas horas en un año, y ¿sabes qué?

Ella sonrió.

—¿Qué?

—Quiero pasar cada segundo, cada minuto y cada hora contigo. —Una parte de mí no podía creerse que algo así de cursi hubiera salido de mi boca, pero también era hermosamente cierto—. Quiero un año entero de segundos y minutos contigo. Quiero una década llena de horas, tantas que no sea capaz de sumarlas.

Su pecho subió bruscamente, y se quedó mirándome con los ojos muy abiertos.

Di un paso más y después me arrodillé frente a ella, con la toalla puesta. Probablemente debería haberme puesto unos pantalones.

—¿Quieres eso? —le pregunté.

Los ojos de Kat se encontraron con los míos, y respondió de inmediato.

—Sí. Quiero eso. Sabes que eso es lo que quiero.

—Bien. —Mis labios se curvaron hacia arriba—. Entonces, casémonos.

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