Origin

Origin


Capítulo 1

Página 3 de 34

CAPÍTULO 1

KATY

Volvía a estar en llamas. Era peor que cuando me puse enferma por la mutación, o cuando me rociaron ónice en la cara. Las células mutadas de mi cuerpo rebotaban como si estuvieran tratando de desgarrar mi piel para liberarse. Tal vez estuvieran haciéndolo. Sentía como si estuvieran partiéndome por la mitad. Mis mejillas estaban cada vez más húmedas.

Me di cuenta lentamente de que eran lágrimas.

Lágrimas de dolor y de ira; una furia tan potente que notaba un sabor como de sangre en la parte posterior de la garganta. O tal vez era sangre realmente. Tal vez estaba ahogándome en mi propia sangre.

Mis recuerdos después de que las puertas se hubieran cerrado estaban borrosos. Las palabras de despedida de Daemon me perseguían cada momento que pasaba despierta. «Te quiero, Katy. Siempre te he querido y siempre te querré». Las puertas se habían cerrado con un ruido sordo, y me quedé a solas con los Arum.

Creo que trataron de comerme.

Todo se había vuelto negro, y después había despertado en ese mundo donde dolía respirar, aunque evocar su voz y sus palabras aliviaba parte del tormento. Pero entonces recordé la sonrisa de Blake al marcharse mientras sujetaba el collar de ópalo (mi collar de ópalo, el que Daemon me había dado justo antes de que sonaran las sirenas y las puertas comenzaran a cerrarse), y mi ira se intensificó. Me habían capturado, y no sabía si Daemon había conseguido salir de allí con los demás.

No sabía nada.

Me obligué a abrir los ojos y pestañeé ante las penetrantes luces que brillaban sobre mí. Durante un momento no pude ver nada a causa de su resplandeciente fulgor. Todo estaba rodeado por un aura, pero finalmente se disipó, y vi un techo blanco detrás de las luces.

—Bien. Estás despierta.

A pesar del palpitante ardor, mi cuerpo se puso rígido ante el sonido de la voz masculina desconocida. Intenté mirar hacia el lugar de donde provenía, pero el dolor me atravesó el cuerpo de arriba abajo, haciéndome retorcer los dedos. No podía mover el cuello, los brazos ni las piernas.

Un terror helado inundó mis venas. Tenía bandas de ónice alrededor del cuello, las muñecas y los tobillos que me mantenían sujeta. Mi pánico estalló, apoderándose del aire de mis pulmones. Pensé en los cardenales que Dawson había visto alrededor del cuello de Beth, y me recorrió un escalofrío de repulsión y miedo.

El sonido de unas pisadas se aproximó, y un rostro inclinado hacia un lado apareció en mi campo de visión, bloqueando la luz. Era un hombre mayor, tal vez cerca de los cincuenta, con pelo oscuro veteado de gris y muy corto. Llevaba un uniforme militar de color verde oscuro, y en él había tres filas de insignias de colores sobre la parte izquierda del pecho y un águila en la derecha. Incluso con la mente nublada por el dolor y la confusión, sabía que se trataba de un tipo importante.

—¿Cómo te encuentras? —inquirió con voz firme.

Pestañeé lentamente, preguntándome si el hombre estaba hablando en serio.

—Me… Me duele todo —grazné.

—Son las bandas, pero creo que eso ya lo sabes. —Hizo una seña hacia algo o alguien que se encontraba detrás de él—. Tuvimos que tomar ciertas precauciones cuando te transportamos.

¿Transportarme? Mi ritmo cardíaco aumentó mientras lo miraba fijamente. ¿Dónde demonios me encontraba? ¿Seguía estando en Mount Weather?

—Soy el sargento Jason Dasher. Voy a liberarte para que hablemos y puedan ocuparse de ti. ¿Ves los puntos oscuros en el techo? —me preguntó. Seguí su mirada y vi las manchitas casi invisibles—. Son una mezcla de ónice y diamante. Ya sabes lo que hace el ónice y, si te enfrentas a nosotros, la habitación se llenará de él. Cualquier resistencia que hayas podido desarrollar no te servirá de ninguna ayuda aquí.

¿La habitación entera? En Mount Weather tan solo había sido una rociada en la cara, no un chorro infinito.

—¿Sabías que los diamantes tienen el mayor índice de refracción de la luz? Aunque no posee los mismos efectos dolorosos del ónice, en cantidades lo suficientemente grandes, y cuando hay ónice presente, tiene la habilidad de drenar a los Luxen, dejándolos incapaces de acceder a la Fuente. Tendrá el mismo efecto sobre ti.

Estaba bien saberlo.

—Esta habitación está equipada con ónice como medida de seguridad —continuó, volviendo a fijar sus ojos de un marrón oscuro en los míos—, por si acaso fueras capaz de acceder a la Fuente de algún modo o atacaras a algún miembro de mi personal. Con los híbridos nunca sabemos cuál es el alcance de vuestras habilidades.

En ese momento dudaba que fuera capaz de sentarme sin ayuda, y mucho menos ponerme en plan ninja con nadie.

—¿Lo comprendes? —Levantó la barbilla mientras esperaba a que contestara—. No queremos hacerte daño, pero te neutralizaremos si supones una amenaza. ¿Lo comprendes, Katy?

No quería responder, pero sí quería liberarme de las malditas bandas de ónice.

—Sí.

—Bien. —Sonrió, pero se trataba de una sonrisa ensayada y no muy amistosa—. No queremos que sufras, Dédalo no consiste en eso. Se aleja mucho de lo que somos. Tal vez no te lo creas ahora mismo, pero esperamos que llegues a entender cuáles son nuestros objetivos. La verdad de lo que somos y de lo que son los Luxen.

—Es difícil de creer… ahora mismo.

El sargento Dasher pareció comprender lo que decía y estiró el brazo por debajo de la fría mesa. Se produjo un ruidoso sonido metálico y las bandas se levantaron por sí solas, deslizándose hasta liberar mi cuello y mis tobillos.

Soltando aliento trémulamente, levanté con lentitud mi brazo tembloroso. Tenía partes completas de mi cuerpo entumecidas o hipersensibles.

Colocó una mano sobre mi hombro y me encogí.

—No voy a hacerte daño —aseguró—. Solo voy a ayudarte a sentarte.

Teniendo en cuenta que no tenía demasiado control sobre mis miembros, no estaba en condiciones de protestar. El sargento me puso erguida en unos segundos. Me aferré a los bordes de la mesa para mantenerme estable y tomé aliento varias veces. La cabeza me colgaba del cuello como un fideo mojado, y el pelo se deslizó por encima de mis hombros, ocultando la habitación durante un momento.

—Probablemente te sientas un poco mareada. Se te pasará.

Cuando levanté la cabeza vi a un hombre bajito y parcialmente calvo vestido con una bata de laboratorio blanca que permanecía junto a una puerta de un negro tan brillante que reflejaba la habitación. Sujetaba en la mano un vaso de papel y lo que parecía un manguito para la presión arterial en la otra.

Lentamente, mis ojos recorrieron la habitación. Me recordaba a una consulta de médico extraña, y estaba equipada con mesitas con instrumentos sobre ellas, armarios y unas mangueras negras enganchadas a la pared.

Cuando el sargento le indicó con un gesto que avanzara, el hombre de la bata se acercó a la mesa y me llevó el vaso a la boca cuidadosamente. Bebí con avidez. El frescor alivió el dolor de mi garganta, pero bebí demasiado rápido y acabé con un ataque de tos ruidosa y dolorosa.

—Soy el doctor Roth, uno de los médicos de la base. —Puso el vaso a un lado y metió la mano en su chaqueta para sacar el estetoscopio—. Solo voy a escuchar tu corazón, ¿de acuerdo? Y después voy a tomarte la presión sanguínea.

Di un saltito cuando colocó el frío diafragma contra mi piel. Después lo puso en mi espalda.

—Respira profundamente. —Lo hice y él repitió las instrucciones—. Bien. Extiende el brazo.

Lo obedecí y de inmediato reparé en el verdugón rojo que rodeaba mi muñeca. Tenía uno más en la otra mano. Tragué con fuerza y aparté la mirada, a unos segundos de perder los papeles por completo, sobre todo cuando mis ojos se encontraron con los del sargento. No eran hostiles, pero pertenecían a un extraño. Me encontraba completamente sola; con desconocidos que sabían lo que yo era y que me habían capturado con un propósito.

Mi presión sanguínea debía de estar por las nubes, porque el corazón me latía con fuerza, y la tensión que sentía en el pecho no podía ser buena. Mientras el manguito me apretaba, respiré profundamente varias veces y después pregunté:

—¿Dónde estoy?

El sargento Dasher unió las manos por detrás de su espalda.

—Estás en Nevada.

Me quedé mirándolo, y las paredes (completamente blancas, a excepción de esos puntos negros y brillantes) parecieron venirse abajo.

—¿Nevada? Eso… Eso está al otro lado del país. Es una zona horaria diferente.

Silencio.

Entonces lo comprendí. Se me escapó una risa estrangulada.

—¿Área 51?

Hubo más silencio, como si no pudieran confirmar la existencia de tal lugar. La maldita Área 51. No sabía si reír o llorar.

El doctor Roth me quitó el manguito.

—La presión sanguínea está un poco alta, pero era de esperar. Me gustaría hacerte un análisis más exhaustivo.

Imágenes de sondas y toda clase de cosas desagradables aparecieron en mi pensamiento. Me levanté de la mesa rápidamente y me alejé de los hombres, aunque mis piernas apenas podían sostener mi peso.

—No. No podéis hacerlo. No podéis…

—Sí podemos —me interrumpió el sargento Dasher—. Según la Ley Patriótrica, podemos arrestar, reubicar y detener a cualquiera, humano o no, que suponga un riesgo para la seguridad nacional.

—¿Qué? —Golpeé la pared con la espalda—. No soy una terrorista.

—Pero supones un riesgo —respondió—. Esperamos cambiar eso, pero, como puedes ver, perdiste tu derecho a la libertad en el momento en que sufriste la mutación.

Mis piernas cedieron y me deslicé por la pared hasta quedar sentada sobre el suelo.

—No puedo… —Mi cerebro no quería procesar nada de lo que estaba sucediendo—. Mi madre…

El sargento no dijo nada.

Mi madre… Dios mío, mi madre debía de estar volviéndose loca. Estaría aterrorizada y devastada. Jamás lo superaría.

Presioné las manos contra mi frente y cerré los ojos.

—Esto no está bien.

—¿Qué pensabas que pasaría? —me preguntó Dasher. Abrí los ojos, respirando entrecortadamente—. Cuando te infiltraste en una instalación del Gobierno, ¿creíste que podrías salir de allí y todo estaría bien? ¿Que no habría consecuencias para tales acciones? —Se agachó delante de mí—. ¿O es que pensabas que un grupo de chiquillos, alienígenas o híbridos, serían capaces de llegar tan lejos como lo hicisteis sin que nosotros lo permitiéramos?

Notaba todo el cuerpo frío. Buena pregunta. ¿En qué estábamos pensando? Habíamos sospechado que podía tratarse de una trampa. Prácticamente me había preparado para ello, pero no podíamos marcharnos y dejar que Beth se pudriera allí dentro. Ninguno de nosotros podía hacerlo.

Observé fijamente al hombre.

—¿Qué pasó con… con los demás?

—Escaparon.

Me invadió el alivio. Al menos, Daemon no se encontraba atrapado en algún sitio. Eso me proporcionaba algo de consuelo.

—Para ser sincero, solo necesitábamos capturar a uno de vosotros. O a ti o a la persona que te mutó. Tener a uno de vosotros atraerá al otro. —Hizo una pausa—. Ahora mismo, Daemon Black ha desaparecido de nuestro radar, pero imaginamos que no permanecerá así durante mucho tiempo. Hemos aprendido de nuestros estudios que el lazo entre un Luxen y la persona a la que muta es bastante intenso, en especial entre un varón y una mujer. Y según nuestras observaciones, vosotros dos estáis extremadamente… unidos.

Mi alivio se estrelló y ardió en toda su llameante gloria, y el miedo me apresó. No serviría de nada fingir que no tenía ni idea de qué hablaba, pero nunca confirmaría que se trataba de Daemon. Jamás.

—Sé que estás asustada y enfadada.

—Sí, siento las dos cosas con fuerza.

—Es comprensible. No somos tan malos como piensas, Katy. Teníamos todo el derecho a emplear métodos letales cuando te atrapamos. Podríamos haber liquidado a tus amigos, pero no lo hicimos. —Se levantó y volvió a unir las manos—. Comprobarás que nosotros no somos el enemigo aquí.

¿Que no eran el enemigo? Claro que eran el enemigo, una amenaza mayor que un ejército entero de Arum, ya que tenían al Gobierno entero respaldándolos. Podían secuestrar personas y llevárselas lejos de todo (sus familias, sus amigos, su vida), y salirse con la suya.

Estaba bien jodida.

Mientras la situación calaba de verdad, mis tenaces esfuerzos por mantener la compostura flaquearon un poco y después se desmoronaron por completo. Un intenso terror me golpeó como un látigo y se convirtió en pánico, creando un desagradable revoltijo de emociones impulsadas por la adrenalina. El instinto me dominó; la clase de instinto con la que no había nacido, sino que había sido formado por aquello en lo que me había convertido después de que Daemon me curara.

Me puse en pie de un salto. Mis músculos doloridos gritaron en señal de protesta, y la cabeza me dio vueltas por el movimiento repentino, pero me mantuve en pie. El doctor se movió a un lado, empalideciendo mientras buscaba la pared con la mano. El sargento ni siquiera pestañeó. No le daba miedo mi ira.

Acceder a la Fuente debería haber sido fácil considerando todas las emociones violentas que bullían en mi interior, pero no sentí la descarga de adrenalina (como la que sientes cuando estás en una montaña rusa muy alta), ni siquiera la electricidad estática que se arremolinaba sobre mi piel.

No había nada.

A través de la neblina de terror y pánico que nublaba mis pensamientos se filtró una pizca de realidad, y recordé que no podía utilizar la Fuente allí.

—¿Doctor? —dijo el sargento.

Necesitaba un arma, así que pasé junto a él a toda velocidad y me dirigí a la mesa con los pequeños instrumentos. No sabía qué es lo que haría si lograba salir de aquella habitación. La puerta tal vez estuviera cerrada. No estaba pensando más allá de aquel preciso segundo, simplemente necesitaba salir de allí. Y pronto.

Antes de que pudiera alcanzar la bandeja, el doctor golpeó la pared con la mano. A continuación oí un horrible y familiar sonido de aire liberado en una serie de pequeñas ráfagas. No hubo ninguna otra advertencia. Ningún olor. Ningún cambio en la consistencia del aire.

Pero aquellos puntitos del techo y las paredes habían liberado ónice vaporizado, y no había forma de escapar de él. El horror me ahogó. Se me escapó el aire de los pulmones mientras un dolor ardiente comenzaba en mi cuero cabelludo y se extendía por todo mi cuerpo. Un fuego recorrió mi piel como si me hubieran empapado de gasolina para después prenderme en llamas. Mis piernas cedieron y mis rodillas golpearon el suelo de baldosas. El aire lleno de ónice me rasgaba la garganta y me quemaba los pulmones.

Me aovillé y arañé el suelo con los dedos, con la boca abierta en un grito silencioso. Mi cuerpo se movía en espasmos incontrolables mientras el ónice invadía cada célula. No había fin. No había ninguna esperanza de que Daemon encontrara una manera de apagar el fuego, y repetí su nombre en silencio una y otra vez, pero no hubo respuesta alguna.

No había ni habría nada, excepto dolor.

DAEMON

Treinta y una horas, cuarenta y dos minutos y veinte segundos habían pasado desde que se cerraron las puertas y separaron a Kat de mí. Treinta y una horas, cuarenta y dos minutos y diez segundos desde la última vez que la había visto. Durante treinta y una horas y cuarenta y un minutos, Kat había estado en las manos de Dédalo.

Cada segundo, cada minuto y cada hora que pasaba me volvían loco.

Me habían encerrado en una cabaña individual, que era realmente una celda equipada con todo lo que podría cabrear a un Luxen, pero eso no me había detenido. Había mandado volando esa puerta y a los Luxen que me custodiaban hasta otra maldita galaxia. Una furia amarga me inundó, cubriendo de ácido mi interior mientras aumentaba de velocidad, volando junto a la hilera de cabañas, evitando el grupo de casas y dirigiéndome directamente a los árboles que rodeaban la comunidad Luxen oculta bajo las sombras de Seneca Rocks. Cuando no llevaba ni medio camino, vi un borrón blanco que corría como un rayo hacia mí.

¿Querían tratar de detenerme? Pues no iba a pasar.

Me paré en seco, y la luz pasó junto a mí zumbando y después dio media vuelta. El Luxen tenía forma humana y se encontraba justo enfrente de mí, tan brillante que iluminaba los oscuros árboles tras él.

«Solo estamos tratando de protegerte, Daemon».

Todos, incluidos Dawson y Matthew, habían pensado que dejarme fuera de combate en Mount Weather y después encerrarme me protegería. Tenía un asunto pendiente con ellos de un tamaño colosal.

«No queremos hacerte daño».

—Es una lástima. —Hice crujir mi cuello. Detrás de mí estaban reuniéndose unos cuantos más—. Yo no tengo ningún problema en haceros daño a vosotros.

El Luxen que tenía enfrente extendió los brazos.

«No tiene por qué ser de este modo».

No había ningún otro modo. Dejar que mi forma humana se desvaneciera era como si me pusiera una ropa demasiado ajustada. Un resplandor rojizo tiñó la hierba como si fuera sangre.

«Acabemos con esto».

Ninguno de ellos dudó.

Yo tampoco.

El Luxen se lanzó hacia delante, un borrón de miembros brillantes. Me colé bajo sus brazos y emergí detrás de él. Le sujeté los brazos y estampé el pie en su espalda inclinada. Apenas había derribado a aquel Luxen cuando otro tomó su lugar.

Lanzándome hacia un lado, esquivé por los pelos al que corría hacia mí y después me agaché, evitando por muy poco un pie con mi nombre escrito en él. Agradecí el aspecto físico de la lucha. Vertí hasta el último gramo de furia y frustración en cada puñetazo y patada, y vencí a tres más de ellos.

Un estallido de luz cortó las sombras, directamente en mi dirección. Me agaché y golpeé el suelo con un puño. La tierra voló hasta el cielo cuando una onda expansiva se extendió hacia fuera, atrapando al Luxen y lanzándolo al aire. Di un salto y lo atrapé, mientras una luz intensa y resplandeciente brotaba de mí, convirtiendo la noche en día por un momento.

Giré y lo lancé como un disco.

Golpeó un árbol y cayó al suelo, pero se puso en pie rápidamente. Salió disparado, seguido por una luz blanca con un matiz azulado, como la cola de un cometa. Me lanzó una bola de energía con una fuerza casi nuclear y soltó un rugido de batalla inhumano.

Ah, ¿así que quería jugar a eso?

Me hice a un lado, y la bola pasó junto a mí, chisporroteando. Recurriendo a la Fuente, me incliné hacia atrás y dejé que el poder creciera. Golpeé el suelo con el pie, creando un cráter y otra onda expansiva, que desequilibró al Luxen. Lancé el brazo hacia delante y liberé la Fuente, que voló desde mi mano como una bala, golpeándolo directamente en el pecho.

Cayó al suelo, vivo pero retorciéndose.

—¿Qué crees que estás haciendo, Daemon?

Me volví ante el sonido de la voz firme de Ethan Smith. El anciano, en su forma humana, permanecía a unos metros de distancia, entre los caídos. Mi cuerpo tembló por el poder que aún no había utilizado.

«No deberían haber tratado de detenerme. Ninguno de vosotros deberíais haber tratado de detenerme».

Ethan unió las manos frente a él.

—No deberías estar dispuesto a arriesgar a tu comunidad por una chica humana.

Había muchas probabilidades de que fuera a darle una buena tunda.

«Jamás voy a hablar contigo de ella».

—Somos de los tuyos, Daemon. —Dio un paso hacia delante—. Tienes que permanecer con nosotros. Ir detrás de esa humana tan solo…

Extendí el brazo y cogí por el cuello al Luxen que se había acercado a mí sigilosamente. Me volví hacia él y ambos recuperamos la forma humana. Sus ojos se llenaron de terror.

—¿En serio? —gruñí.

—Mierda —murmuró.

Lo alcé por los aires y después lancé contra el suelo a ese estúpido. La tierra y la roca volaron por los aires mientras me enderezaba, volviendo a mirar a Ethan. El anciano palideció.

—Estás luchando contra tu propia clase, Daemon. Eso es imperdonable.

—No estoy pidiéndote tu perdón. No estoy pidiéndote una mierda.

—Serás desterrado —me amenazó.

—¿Sabes qué? —Retrocedí mientras miraba al Luxen del suelo, que había comenzado a moverse—. No me importa.

La furia manó de Ethan, y la expresión calmada y casi dócil de su rostro se desvaneció.

—¿Crees que no sé lo que le hiciste a esa chica? ¿Lo que tu hermano le hizo a la otra? Los dos os lo habéis buscado. Por eso no nos mezclamos con ellos. Los humanos no ocasionan más que problemas. Vas a traernos problemas, vas a conseguir que nos vigilen de cerca. No necesitamos eso, Daemon. Estás arriesgando demasiado por una humana.

—Este es su planeta —dije, sorprendiéndome a mí mismo con la declaración, aunque era cierta. Kat lo había dicho antes, y repetí sus palabras—. Nosotros somos los invitados aquí, colega.

Ethan entrecerró los ojos.

—Por ahora.

Incliné la cabeza hacia un lado ante esas dos palabras. No había que ser un genio para darse cuenta de que era una advertencia, pero por el momento esa no era mi prioridad. Mi prioridad era Kat.

—No me sigáis.

—Daemon…

—Lo digo en serio, Ethan. Si tú o cualquier otro venís detrás de mí, no seré tan blando como ahora.

El anciano hizo una mueca.

—¿Realmente se merece todo esto?

Un escalofrío me recorrió la columna. Sin el apoyo de la comunidad Luxen, estaría solo y no sería bien recibido en ninguna de sus colonias. Las noticias viajaban rápido; Ethan se aseguraría de ello. Pero no dudé ni por un momento.

—Sí —repliqué—. Se merece todo esto y más.

Ethan inhaló bruscamente.

—Has terminado aquí.

—Así es.

Me volví y eché a correr entre los árboles, en dirección a mi casa. Mi cerebro iba a toda velocidad. No tenía ningún plan. No tenía nada concreto, pero sabía que iba a necesitar unas cuantas cosas. Dinero era una de ellas. Y un coche: correr todo el camino hasta Mount Weather no era una opción. Iba a ser difícil volver a mi casa, porque sabía que Dee y Dawson estarían allí y tratarían de detenerme.

Tal como estaban las cosas, que lo intentaran.

Pero, mientras llegaba hasta la cima de la colina rocosa y cogía velocidad, lo que había dicho Ethan apartó los planes de mi cabeza. «Los dos os lo habéis buscado». ¿Era así? La respuesta era simple y obvia. Tanto Dawson como yo habíamos puesto a las chicas en peligro solo por el hecho de estar interesados en ellas. Ninguno de nosotros había planeado que sufrieran ningún daño, ni que al curarlas las mutaríamos en algo que no era humano ni Luxen, pero los dos conocíamos los riesgos.

Especialmente yo.

Por eso había apartado a Katy al principio, por eso había hecho lo que podía para mantenerla alejada de Dee y de mí. En parte por lo que le había pasado a Dawson, pero también porque había demasiados riesgos. Y, sin embargo, había introducido a Kat de lleno en ese mundo. Prácticamente la había tomado de la mano y la había guiado directamente hacia él. Y eso la había metido en problemas.

No tenía que haber pasado de ese modo.

Si alguien tenía que haber sido capturado si las cosas iban mal en Mount Weather, era yo. No Kat. Nunca ella.

Maldiciendo en voz baja, llegué hasta un área de terreno iluminada por la plateada luz de la luna unos segundos antes de salir del bosque, y bajé la velocidad sin tener intención de hacerlo.

Mis ojos fueron directamente a la casa de Kat, y noté una presión que me aferraba el pecho.

La casa estaba oscura y silenciosa, como lo había estado los años antes de que ella se mudara. Sin vida, un cascarón vacío y oscuro más que una casa.

Me detuve junto al coche de su madre y solté aire de forma irregular, aunque no sirvió para aliviar la presión creciente de mi pecho. Sabía que me habían dado por desaparecido, y si el Departamento de Defensa o Dédalo estaban esperando a que llegara, podrían capturarme.

Si cerraba los ojos podía ver a Kat saliendo por la puerta principal, con esa maldita camiseta que decía «MI BLOG ES MEJOR QUE TU VLOG», y esos pantalones cortos… Esas piernas…

Había sido un auténtico gilipollas con ella, pero no se había alejado de mí. Ni por un segundo.

Una luz se encendió en mi casa. Un segundo después, la puerta se abrió y Dawson apareció allí. Soltó una maldición en voz baja que me llegó transportada por la brisa.

A decir verdad, Dawson tenía un aspecto mil veces mejor que la última vez que lo había visto. Las ojeras prácticamente habían desaparecido, y había recuperado parte de su peso. Como antes de que el Departamento de Defensa y Dédalo lo capturaran, sería casi imposible distinguirnos, de no ser por su pelo, más largo y desgreñado. Sí, tenía un aspecto de lujo. Había recuperado a Bethany.

Sonaba como un amargado, pero no me importaba.

En cuanto mis pies tocaron las escaleras, una onda sísmica salió de mí, resquebrajando el cemento de los escalones y haciendo crujir las tablas del suelo.

Mi hermano palideció y dio un paso hacia atrás. Una satisfacción enfermiza me invadió.

—¿No me esperabas tan pronto?

—Daemon. —La espalda de Dawson golpeó la puerta de entrada—. Sé que estás cabreado.

Otro estallido de energía salió de mí, golpeando el techo. La madera se rajó, y apareció una fisura que la atravesó por la mitad. La Fuente me llenó y mi visión quedó teñida de luz, volviendo el mundo blanco.

—No tienes ni idea, hermano.

—Queríamos mantenerte a salvo hasta que supiéramos qué hacer; cómo recuperar a Kat. Eso es todo.

Respiré profundamente mientras me acercaba a Dawson hasta quedar cara a cara con él.

—¿Pensabais que encerrarme en la comunidad era la mejor opción?

—Pensábamos que…

—¿Pensabais que podríais detenerme? —El poder salió disparado desde mi cuerpo, golpeando la puerta detrás de Dawson, sacándola de sus goznes y lanzándola al interior de la casa—. Reduciré el mundo a cenizas para salvarla.

Ir a la siguiente página

Report Page