Origin

Origin


Capítulo 3

Página 5 de 34

CAPÍTULO 3

KATY

Me sorprendía que, con todas las vueltas que estaba dando mi cerebro, todavía fuera capaz de hacer algo normal como cambiarme de ropa; un par de pantalones de deporte negros y una camiseta gris de algodón. Todas las prendas me quedaban alarmantemente bien, incluida la ropa interior.

Como si supieran que iba a llegar.

Como si hubieran estado husmeando en mi cajón de la ropa interior para ver cuál era mi talla.

Me entraban ganas de vomitar.

En lugar de seguir pensando en eso, lo cual me llevaría sin duda a perder los estribos y acabar con la cara llena de ónice y agua helada otra vez, me concentré en mi celda. Ah, perdón. Mi «habitación», como me había recordado el doctor Roth.

Era del tamaño de una habitación de hotel, unos buenos treinta metros cuadrados más o menos. El suelo estaba cubierto de baldosas, frías bajo mis pies desnudos. No tenía ni idea de dónde se encontraban mis zapatos. Había una cama doble contra la pared, una pequeña mesita junto a esta, una cómoda y un televisor montado en la pared que había a los pies de la cama. En el techo estaban los temibles puntos negros del dolor, pero no había mangueras en esa habitación.

Y había una puerta frente a la cama.

Caminé hacia ella sigilosamente, coloqué la punta de los dedos sobre ella y la abrí con cautela, casi esperando que me cayera encima una red hecha de ónice.

No cayó nada.

Dentro había un baño pequeño con otra puerta al fondo, pero aquella estaba cerrada con llave.

Me di la vuelta y volví a la habitación.

El viaje hasta mi celda había sido rápido. Habíamos ido directamente desde la habitación donde había despertado hasta un ascensor que se había abierto justo enfrente de donde me encontraba. Ni siquiera había tenido oportunidad de mirar el pasillo para ver cuántas habitaciones había como aquella en la que me encontraba.

Seguro que había un montón.

Como no tenía ni idea de la hora que era, de si era de noche o de día, fui hasta la cama y aparté la manta marrón. Me senté y puse la espalda contra la pared, llevándome las piernas al pecho. Me tapé hasta la barbilla con la manta y me senté mirando la puerta.

Estaba cansada, agotada hasta la médula. Sentía los ojos pesados, y el cuerpo me dolía del esfuerzo de sentarme, pero la idea de quedarme dormida me asustaba. ¿Y si alguien entraba en la habitación mientras dormía? Era una preocupación muy real. La puerta se cerraba desde fuera, lo que significaba que estaba completamente a su merced.

Para no ceder ante el sueño, me concentré en el millar de preguntas que daban vueltas en mi cabeza. El doctor Roth había dicho de una forma muy misteriosa que los Luxen estaban detrás de la guerra que había comenzado hacía Dios sabe cuánto tiempo. Pero, aunque fuera así, ¿importaba eso ya? Creía que no. No cuando la actual generación de Luxen estaba tan alejada de lo que podían haber planeado sus antepasados. Honestamente, ni siquiera entendía por qué había sacado el tema. ¿Para mostrarme lo poco que sabía? ¿O había algo más? ¿Y qué pasaba con Bethany? ¿Realmente era peligrosa?

Negué con la cabeza. Aunque los Luxen hubieran comenzado una guerra cientos de años antes, si no miles, eso no significaba que todos fueran malos. Y si Bethany era peligrosa, probablemente tuviera algo que ver con lo que ellos le habían hecho. No iba a dejar que me embaucaran con sus mentiras, pero tenía que admitir que lo que habían dicho me perturbaba.

Mi cerebro siguió reflexionando acerca de más preguntas. ¿Cuánto tiempo tenían planeado mantenerme allí? ¿Qué pasaba con las clases? ¿Y mi madre? Pensé en Carissa. ¿La habían llevado a un lugar parecido? Todavía no tenía ni idea de cómo había acabado mutando, ni por qué. Luc, el híbrido adolescente absurdamente inteligente, e incluso aterrador, nos había ayudado a colarnos en Mount Weather y me había advertido de que tal vez nunca supiera lo que le había sucedido a Carissa. No sabía si podría vivir con eso. No saber jamás por qué había acabado en mi habitación y se había autodestruido no estaba bien. Y si terminaba como ella, o como los incontables híbridos que el Gobierno había secuestrado, ¿qué le pasaría a mi madre?

Sin respuestas para ninguna de estas preguntas, finalmente dejé que mi mente fuera a donde quería, a donde había estado tratando de evitar desesperadamente que fuera.

Daemon.

Mis ojos se cerraron mientras soltaba aliento. Ni siquiera tenía que tratar de verlo: recordaba su rostro perfectamente.

Sus anchos pómulos, labios gruesos y casi siempre expresivos, y esos ojos, esos preciosos ojos verdes que eran como dos esmeraldas pulidas, anormalmente brillantes. Sabía que mis recuerdos no le hacían justicia. Tenía esa belleza masculina que nunca antes había visto en la vida real, de la que solo había leído en los libros que me gustaban.

Dios, ya echaba de menos los libros.

En su auténtica forma, Daemon era extraordinario. Todos los Luxen eran sobrecogedoramente hermosos; al estar hechos de pura luz, resultaban fascinantes, era como mirar una estrella de cerca.

Daemon Black podía ser tan quisquilloso como un erizo tener un día muy malo, pero detrás de aquella armadura de espinas era dulce, protector e increíblemente desinteresado. Había dedicado la mayor parte de su vida a mantener a su familia y a los de su clase a salvo, enfrentándose continuamente al peligro sin pensar apenas en su propia seguridad. Me asombraba constantemente. Aunque no siempre había sido así.

Una lágrima involuntaria se derramó por mi mejilla.

Apoyé la barbilla sobre mis rodillas y me sequé la cara. Recé para que se encontrara bien… tan bien como pudiera estar. Para que Matthew, Dawson y Andrew lo mantuvieran bajo control. Que no lo dejaran hacer lo que sabía que quería hacer: lo mismo que haría yo si la situación fuera a la inversa.

Aunque quería (necesitaba) que me abrazara, aquel era el último lugar donde deseaba que estuviera. El último del mundo.

Con el corazón dolorido, traté de pensar en cosas buenas, cosas mejores, pero los recuerdos no eran suficiente. Había muchas posibilidades de que no volviera a verlo.

Las lágrimas se escaparon de mis ojos fuertemente cerrados.

Llorar no resolvería nada, pero era difícil contenerse estando tan exhausta. Mantuve los ojos cerrados, contando lentamente hasta que el nudo de emociones crudas y conflictivas volvió a descender por mi garganta.

Lo siguiente que supe fue que despertaba de golpe, con el corazón latiendo con fuerza y la boca seca. No recordaba haberme quedado dormida, pero debía de haberlo hecho. Noté un extraño hormigueo en la piel mientras respiraba profundamente. ¿Había tenido una pesadilla? No lo recordaba, pero tenía la sensación de que algo iba mal. Desorientada, aparté la manta y miré a mi alrededor, a la celda oscura.

Cada músculo de mi cuerpo se agarrotó cuando mis ojos distinguieron una sombra más oscura y gruesa en la esquina junto a la puerta. Se me erizó el vello del cuerpo. El aire se quedó atascado en mis pulmones, y el miedo clavó sus garras heladas en mi estómago, dejándome paralizada.

No estaba sola.

La sombra se apartó de la pared, avanzando rápidamente. Mi instinto gritaba que era un Arum, y traté de coger el colgante de ópalo a ciegas, pero me di cuenta demasiado tarde de que ya no lo tenía.

—Sigues teniendo pesadillas —dijo la sombra.

Ante el sonido de la familiar voz, el miedo dio paso a una furia tan potente que sabía a ácido de batería. Me puse en pie antes de darme cuenta.

—Blake —escupí.

Ir a la siguiente página

Report Page