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~ Capítulo 24 ~

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Aparte de su padre, nadie le había hablado nunca de aquella manera. Pero Russell mantuvo la calma y esperó a que el traductor adaptara, suavizándola, la dura perorata del alcalde. No le convenía tener un enfrentamiento con aquel hombre, entre otras cosas porque suponía ir contra las órdenes de Wellington. Así que se tragó su orgullo y respondió, escuetamente, pero con ánimo de contemporizar, que seguiría pensando cómo hacerles su presencia menos gravosa. La respuesta amistosa del coronel sirvió para que el alcalde bajara un poco el tono. Acordaron que a partir de ese día Russell le visitaría diariamente para analizar la situación juntos, y se despidieron hasta la tarde.

Russell se fue tenso, pero satisfecho consigo mismo. Había ejercitado el autocontrol y había conseguido tranquilizar los ánimos. Aunque no olvidaba las duras palabras del alcalde y sabía que se trataba de una tregua.

Al llegar a Gaztelu, Smith le anunció que, de nuevo, había alguien esperándolo. Esta vez se trataba de su amigo Daniel Cadoux. La alegría que sintió en un primer momento se ensombreció cuando lo vio cara a cara. Algo le pasaba. Sin embargo, cuando le preguntó qué le traía a aquellas horas tan tempranas y si se encontraba bien, Daniel hizo un gesto con la mano, como apartando físicamente la pregunta, y contestó con una sonrisa triste que había decidido pasar la mañana cabalgando y charlando con su buen amigo. Nada más.

Russell le conocía lo suficiente como para saber que siempre que eludía ese tipo de preguntas era porque había tenido algún conflicto amoroso. Supuso que la causa de su disgusto sería su amante en aquel momento, un sargento de su regimiento llamado Robert. Un vividor, golfo y poco de fiar, que estaba con él por interés, pero por el que Daniel bebía los vientos. Respecto a los otros ámbitos de su vida, Daniel no tenía secretos con él, sin embargo, jamás le hablaba de su vida amorosa. Russell respetaba su silencio en este tema e, internamente, lo agradecía, ya que le evitaba hablar de un tema espinoso, sobre el que no tenía prejuicios en contra (¿qué le importaba a él lo que cada cual hiciese con su cuerpo y sus afectos?), pero sobre el que prefería no expresarse públicamente. Sin embargo, en momentos como aquel, le apenaba no ayudar a su amigo a desahogarse. Para tranquilizar su mala conciencia se decía a sí mismo que, al fin y al cabo, también le ayudaba con su conversación y sus paseos.

Por desgracia, con todo lo que tenía que organizar, aquel día no podía dedicarle más que unos minutos. Daniel aceptó de buen grado la situación y le dijo que entonces iría a cabalgar solo. Se despidieron con un abrazo corto e intenso y con la promesa de encontrarse de nuevo cuando los acontecimientos se tranquilizaran. Russell partió a las posiciones de sus hombres en los montes y Cadoux volvió cabalgando a Vera. Nada extraño en principio, pero si alguien se hubiera fijado, habría observado que el hombre del uniforme verde cabalgaba de forma demasiado arriesgada.

 

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