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Comían separados, aunque compartieran la mesa del comedor. Él había intentado iniciar una conversación, pero ella le había ignorado…, aunque había aceptado el pan de centeno con jamón y queso suizo que él le había ofrecido. Limpió hoscamente las migas de su plato.

Los pasadores de la puerta de entrada cliquetearon. Ael

agarró con rapidez el cuchillo de untar la mantequilla, y al mismo momento se sintió el mayor estúpido del mundo. Las bisagras chirriaron. Los ojos de Emde se abrieron horrorizados; ahogó un grito.

—¡Hola a todos!

Ael dejó escapar el aliento en un resoplido de alivio.

—¡Por el amor de Dios, Uwef, podía haber llamado! Ha estado a punto de provocarle a Emde un ataque cardíaco.

El viejo dejó caer una bolsa de papel marrón en el vestíbulo, contempló con desagrado las piezas de la jardinera, y pasó por encima de ellas hacia la silla de Emde. Se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

—Lamento terriblemente eso, muchacha —dijo con suavidad—. Lo último que deseo en la vida es asustar de muerte a la mejor cocinera de la ciudad.

Ella aferró su mano.

—¿Cómo está? ¿Le han hecho daño? ¿Tiene hambre?

—Estoy bien. No me han hecho daño. Sí tengo hambre. —Sonrió—. Pero no se mueva, sé dónde está todo. —Se dirigió a la cocina.

—¿Retiraron las acusaciones? —preguntó Ael.

—Nunca llegaron a formularlas. —La puerta de la nevera resonó al cerrarse; se oyó ruido de desenvolver papeles. El pop de una lata de cerveza al ser abierta fue acompañado por un suspiro de satisfacción—. Parece que me agarraron por orden de alguien de la Coalición, y cuando ésa se disolvió, bien, empezaron a murmurar hums y hams y dijeron que me dejarían salir si prometía irme directamente a casa. Hablando de lo cual, me marcharé de aquí pasado mañana. —Volvió al comedor llevando un plato donde había apilado una respetable montaña de bocadillos,

bretzels y encurtidos—. Me recogerán a las cero nueve cero cero en el tejado.

Ael se echó hacia atrás en su silla.

—Bien, es estupendo verle de nuevo por aquí sano y salvo, Uwef. —Hizo un gesto hacia Emde—. Ella estuvo a punto de comprar su libertad.

—Muy gentil de su parte. —Uwef le dirigió a Emde un guiño.

—Y también cierto —dijo Ael—. Y la cosa se hinchó hasta…

—Calla, Ael —Emde agitó las manos—. Uwef no quiere oír…

—Claro que quiero, muchacha. Si les he causado algún problema, deseo saberlo.

Ella lanzó a Ael una mirada de inseguridad.

—Díselo, Emde…, quizá pueda darte algunas ideas.

Ella bajó los ojos. Empezó a doblar su servilleta en cuadrados cada vez más pequeños, luego la desdobló de nuevo para poder volver a doblarla otra vez, y explicó el asunto del Mediador corrupto.

Uwef escuchó atentamente, manteniendo una expresión tranquila hasta que ella hubo terminado. Luego buscó detrás de su hombro, cogió una de sus trenzas y empezó a mordisquear su punta. La estuvo mordisqueando unos instantes hasta que la escupió.

—Bien, es un jodido hijoputa. He oído hablar de él…, no hay muchos funcionarios que se dediquen a ese tipo de cosas. Puedo decirle que nunca hubiera podido llevar adelante sus estúpidas amenazas, pero… —Inclinó la cabeza hacia un lado y estudió la palidez de Emde, sus atormentados ojos—. Pero supongo que eso no cambia nada de cómo se siente, ¿verdad?

Ella agitó la cabeza.

—Bien, entonces lo que haremos será darle una lección. —Llevó su cerveza al ordenador del apartamento—. Déjenme un par de minutos aquí, para que vea lo que podemos hacer.

—Muy bien. —Ael empezó a quitar la mesa y a llevar los platos a la fregadera. Emde seguía contemplando la mesa, con la barbilla apoyada entre las manos. No parecía darse cuenta de sus idas y venidas.

—¡Ajá! —dijo de pronto Uwef.

Ael, secándose las manos en un paño de la cocina, se inclinó sobre la encimera y miró hacia la sala de estar.

—¿Qué ha encontrado, Uwef?

El viejo sonrió lobunamente.

—Creo que lo tenemos resuelto.

—¿Sí? ¿Qué es lo que tiene en mente?

—Vengan a mirar…, pero permanezcan fuera del radio de la cámara.

Mientras Ael y Emde se acercaban, Uwef conectó el holófono y tecleó un número. Al cabo de un momento respondió una mujer. Dijo, con voz y rostro profesionalmente suave:

—Buenos días, y gracias por llamar. Uwef enarcó las cejas.

—Gracias a ti por responder, ricura. ¿Está B. E. en casa?

—¿Quién digo que le llama? —Sus dedos descansaban en el teclado de su ordenador, y cuando Uwef le dio su nombre fue pulsando las teclas—. ¿Puedo preguntarle cuál es el motivo de su llamada?

—No.

La muchacha perdió unos instantes su pose.

—¿Perdón?

—No, no puedes preguntarme cuál es el motivo de mi llamada. —Le dirigió una deslumbrante sonrisa—. Sólo pásamelo.

—Lo siento, señor, pero mis instrucciones son…

—Comprendo perfectamente, jovencita, pero el asunto es confidencial. Y también urgente. Y hasta creo que puedes llegar a decirle que potencialmente remunerativo. Así que transmítele todo esto, y déjale que él decida si desea hablar conmigo o no. —Le hizo un guiño—. De esa forma no desobedecerás sus órdenes, y él no perderá una ocasión interesante.

La mujer dudó visiblemente; lanzó una breve mirada por encima de su hombro derecho, pero no halló ninguna respuesta allí.

—Sí, señor. Déjeme poner su llamada en espera, sin embargo.

—Ricura, puedes tenerme esperando todo el tiempo que quieras.

La esfera quedó vacía, pero no antes de que ella sonriera. Las palabras: «Por favor, espere» se formaron en rojo en medio de la esfera. Una suave música de clavicordio brotó de los altavoces.

Uwef pulsó el botón de pausa de su propio holófono, luego se volvió a Emde y Ael.

—Todo va a ir sobre ruedas desde el momento en que coja la línea.

—¿Pero lo hará? —preguntó Emde.

—Sesenta contra cuarenta. —Alzó una mano con los dedos abiertos, y la agitó de lado a lado—. Pero esperemos a verlo.

Noventa segundos más tarde las palabras en letras rojas desaparecieron de la esfera, que parpadeó una vez, luego se enfocó en la aplastada nariz y los amplios pómulos de un negro de treinta y tantos años. Sus ojos castaños, muy grandes y de una sorprendente blandura, midieron a Uwef de una sola ojeada.

—Un mensaje más bien intrigante, señor Uwef Denoventi.

—Me pareció la única manera de llegar hasta usted, señor Bege Encuarenti. Disculpe mi intrusión, pero esa buena y vieja amiga Emde Ocincuenta me pidió que viera si podía regatear un poco con usted acerca de ese acuerdo que ustedes dos hicieron.

Bege parpadeó.

—¿Emde Ocincuenta? Me temo no reconocer el nombre.

—Bueno, ésa es una forma tan buena como otra cualquiera de empezar. Supongo que le sorprenderá a usted oír que hay un cierto dinero en la cuenta de su partido que en realidad debería estar en la cuenta de la señora Emde Ocincuenta.

—Cualquier dinero que haya en esa cuenta, amigo mío, pertenece enteramente al partido.

—¿Sabe?, de alguna forma imaginé que iba a decir usted eso, así que me tomé una pequeña libertad e hice algunas averiguaciones sobre su persona.

—¿Oh? —dijo el hombre sonriendo, y alzó una educada ceja.

—Oh. Debo decirle que me sentí impresionado. Tiene usted un archivo realmente criminal.

El Mediador frunció el ceño.

—Lo siento, tiene que haber algún error.

—Bueno, la verdad es que eso es exactamente lo que pensé yo, teniendo en cuenta el alto puesto que ocupa en su partido, pero de todos modos hice una rápida comprobación en los Bancos Judiciales. Siete arrestos. Su partido le necesita realmente, ¿eh? Lo que más despierta mi curiosidad, sin embargo, es saber cómo consiguió salirse usted de ese caso de violación infantil. Según los archivos, parece como si hubiera sido abierto y cerrado.

Los blandos ojos de gacela se endurecieron, llamearon y entrecerraron.

—¿Qué es esto? Nunca he sido arrestado en toda mi vida.

Uwef se alzó elocuentemente de hombros.

—Eso no es lo que dicen los ordenadores. Amigo, deben mirarle a usted con microscopio cada vez que algún otro pervertido magrea a un niño. Ser capaz de permanecer en la política con la policía prácticamente viviendo con usted es algo que hace que me quite el sombrero. ¿Cómo lo consigue?

—¡Está usted loco, viejo! ¿Cuál es su juego?

Una ligera sonrisa cruzó el arrugado rostro del refugiado.

—Ningún juego en absoluto…, pero para convencerle de que no le estoy contando historias inventadas, ¿por qué no pide su propio archivo del Banco Judicial? Esperaré.

Ahora el hombre parecía cauteloso.

—De acuerdo. Espere.

La esfera restalló y quedó vacía. Uwef se estiró y bostezó y se agitó en el sofá hasta que encontró una postura cómoda.

Ael dijo:

—Uwef…

—Chist. Diez, nueve, ocho, siete…

La esfera parpadeó blanca, luego se enfocó. El hombre había envejecido cinco años.

—¿Qué demonios es esto? Me tienen fichado por… —Sus ojos se apartaron de la cámara—. Por atentado al pudor sobre un niño, por fabricación y distribución de productos farmacéuticos no autorizados, por asalto con intento de mutil… —Dio una palmada contra el sobre de su mesa—. ¿Qué significa todo esto?

—Apuesto a que ese ordenador escupe su nombre cada vez que algo emparentado con sus delitos ocurre en Hartford —dijo Uwef—. Deben interrogarle al menos dos veces al día. ¿Cómo puede soportarlo?

—¿Dijo usted «

Uwef Denoventi»?

—Ajá.

—¿De Florida?

—El mismo que viste y calza.

—Oh, Jesús. Esa…, la señora Emde Ocincuenta, ¿es amiga suya?

—Ajá.

El hombre se pasó una temblorosa mano por el rostro.

—Jesús María y José… Señor Uwef Denoventi, lo siento, yo no sab… —Se detuvo en seco y se irguió en su silla—. No, no me arrastraré. Pero tampoco soy estúpido. Ninguna persona en su sano juicio iría a por uno de sus amigos. Lamento todas las molestias que haya podido causar. El primer pago de su fianza será devuelto inmediatamente a su cuenta. ¿Está bien así?

—Creo que quedaría mejor con una disculpa personal.

Bege Encuarenti adoptó una expresión taciturna, pero tras considerarlo unos instantes dijo:

—Supongo que tiene razón. ¿Está ella ahí?

—Ajá. —Hizo una seña a Emde para que se pusiera al alcance de la cámara—. Ande, suéltelo.

El Mediador inclinó la cabeza en un ligero saludo.

—Señora Emde Ocincuenta, le ruego que acepte mis disculpas por todas las preocupaciones que haya podido causarle. Creo que, esto, el problema financiero ha quedado ya resuelto en lo que a mí respecta, lo cual significa que en estos mismos momentos su cuenta tiene que reflejar el abono correspondiente. No creo que necesitemos volver a ponernos en contacto de nuevo, pero si alguna vez surge la necesidad, tiene usted mi número. Por favor, llame con toda libertad. Buenos días, y no olvide ser prudente. —Hizo otra inclinación de cabeza, y adelantó una mano fuera de la cámara.

La esfera se desvaneció.

Uwef dio una palmada.

—¡Correcto!

Eso ya está resuelto. Pero déjeme decirle una cosa, Emde: lo que hizo usted fue una solemne tontería.

Nunca vuelva a mezclarse con ese tipo. No es que le hubiera hecho ningún daño excepto a su bolsillo, pero esa clase de individuos atraen a los escuchas como la mierda a las moscas. Y a veces a los fiscales les gusta tomarse su tiempo mientras sus casos se desarrollan ante sus ojos. Conocí a un tipo en Arkansas que, cuando finalmente lo cogieron, tenía cuatro años de llamadas telefónicas grabadas en cinta. Cuando cayó arrastró a ciento sesenta y ocho tipos más con él. —Agitó un dedo—. ¿Me ha entendido?

—Sí. —Cerró los ojos e inclinó la cabeza. Por un momento sus labios se movieron sin pronunciar ningún sonido. Luego alzó la barbilla—. Pero por usted, Uwef, volvería a hacerlo dentro de un minuto.

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