Nora

Nora


Capítulo 36

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Las despedidas fueron repletas de hasta luego. Ninguno de los Grant diría adiós. Pretendían volver a ver al matrimonio Miler, y esperaban que fuera más temprano que tarde.

Un carruaje se dispuso para ambos y, a diferencia del viaje que hizo Nora para llegar a él, optaron por recorrer el norte del país, terrenos que resultaban más seguros para el editor; donde no tenía tantos enemigos.

Estaban nerviosos por las expectativas, y lo sobrellevaron del modo que sabían: trabajando. En el interior del carruaje, y luego en el vagón personal de Miler, no hicieron más que leer y analizar manuscritos, tomar notas y dejar órdenes explícitas como para una década de publicaciones.

—Ya conocerás a la señora Saint Jordan, Charles. Espero que no la escuches… repito, que no la escuches.

Él carcajeó ante las inquietudes de Nora. Su flamante esposa había decidido, y a Charles le pareció una grandiosa idea, seguir con su puesto de asistente. No concebía, tras la independencia y la sensación de hacer algo de valor intelectual, retornar a una vida sin libros. Incluso, prometió, vería el modo de balancear las responsabilidades cuando los niños llegaran. Él no temía, sabía que Nora era capaz de manejar más de un plano, sin contar con que él no pretendía ser uno de esos padres que se desatendían de sus hijos. Los imaginaba correteando en la biblioteca mientras ellos intentaban cerrar las correcciones de algún libro. La idea le resultaba encantadora.

La primera parada fue Nueva York, donde fueron recibidos por los Clark y la señora Monroe. Cancelaron la reserva del hotel, pues Edward insistió en hospedarlos bajo su techo. Las noches que pasaron en esa casa fueron hermosas, Charles había olvidado lo mucho que disfrutaba de la nieve, de patinar en el hielo y de comer platos tan pesados que te hacían olvidar del frío.

—Y todavía nos queda Boston… —bromeó Nora, que estaba a sus anchas en ese clima invernal. Volvía a sus enaguas sin que la brotaran, a los guantes de piel, a los pesados abrigos y a la moda que siempre conoció y que, Charles debía admitir, le sentaba de mil maravillas.

La hizo ir de compras por las lujosas tiendas de Nueva York, joyas, telas, zapatos, cintas. Nora se negó a que le confeccionaran los vestidos allí, y le pidió que guardara todo aquello hasta llegar a Boston.

Las despedidas no se hicieron esperar, y marcharon a Boston, donde la señora Saint Jordan estaba feliz y ofendida en partes iguales. Feliz por el matrimonio, horrorizada ante la idea de que ese hombre sin escrúpulos permitiera a su esposa trabajar.

—¿Es que acaso pretende que te ganes tu asignación?

—No, señora Saint Jordan —bromeó Nora, con intención no solo de tomarle el pelo a su anterior casera, sino también a su marido—, lo que intenta es ahorrarse el sueldo de una asistente.

—¡Ay, Dios bendito, ya sabía yo que no debía dejarte sola! Las señoritas de ahora no saben elegir maridos. Se dejan ganar por lo apuesto…

—¿Me encuentra apuesto? —susurró Miler a su lado, haciéndola reír.

Clarise contenía las carcajadas y soportaba las indirectas que caían sobre ella. Aguardó a que la señora se distrajera para arrastrar a su amiga y esperar a que la pusiera al corriente de Amy, de su matrimonio y de la aventura de enfrentar al marqués de Aberdeen. Al falso…

—Tendré preparadas las sales para cuando la señora Saint Jordan se entere de que está tratando de avaro al verdadero marqués de Aberdeen —comentó Clarise, y escondieron las risas tras las tazas de té.

—No serán necesarias, ya sabemos que sus achaques son solo fingidos.

Una vez al tanto de las andanzas de las dos amigas en California, Clarise recibió el pedido de Nora:

—Confecciona mi ajuar, Clarise. He traído telas, cintas, hilos… pero también te doy el mando para comprar lo que necesites. No debería decir esto, es de mala educación… Me he casado con un hombre rico.

—¿Y piensas fundirlo? —La reprendió entre risas la señorita Eastwood.

—No, pienso usar mi asignación en tu boutique… y si esta horrible idea de convertir a una plebeya en marquesa funciona, diré a todo el mundo que mis diseños son de madame Eastwood la dueña de la mejor boutique de Boston, ¡de América!, ¡de Inglaterra!

La emoción hizo a Clarise romper la taza de té; no escuchó las quejas de la señora Saint Jordan, porque ambas muchachas se abrazaban y chillaban exaltadas como dos niñas en navidad.

 

Pasaron en Boston tres semanas de intenso trabajo. Frank Stean estaba feliz de saber que Nora seguiría cumpliendo con su tarea, pues descubrió que, firme y todo, era mucho más dócil que Charles Miler en persona. ¡Por Dios!, ese hombre era pura pasión y su temperamento podía volverse tormentoso cuando de asuntos importantes se hablaba. Solo Nora podía calmarlo, un poco, lo suficiente como para que las discusiones se dieran de manera civilizada.

El día del embarco llegó, y los Miler subieron al buque con sus equipajes repletos de lujos y miedos. La travesía era de algunas semanas y se dio con algo de nostalgia. La vida de ambos cambiaría por siempre.

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