Nora

Nora


Capítulo 32

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Las piernas, impulsadas por una desesperación sin nombre, se dirigieron al único lugar que podía serle de consuelo: el remanso junto al arroyo, testigo de la consumación del amor de ambos. Lanzarse bajo la cascada, dejarse arrastrar lejos por el ímpetu del agua, era el único fin que su corazón herido contemplaba.

Charles no la perdonaría. Por despreciar su proposición; por mentirle. No, por mentirle no, por ocultarle la verdad. Era cuestión de semántica. ¡No, era cuestión de egoísmo!

Se dejó caer de rodillas sobre el césped, al límite del arroyo para que sus lágrimas se mezclaron con él, así tendrían una razón de ser. Porque otra no encontraba. Lo que la quebraba en mil pedazos, lo que la desgarraba por dentro era la consecuencia de sus decisiones. Recordó las palabras de la pequeña Dorothy, aquellas que la abuela Sandra le había enseñado: La verdad le gana a la promesa.

¡Cuán ciertas eran! Dolorosamente ciertas.

No había cumplido la promesa hecha en nombre de Elisa. Traicionó la memoria de su hermana por amor, creyendo que el sentimiento justificaba todo. Pero no. La verdad siempre encuentra el camino hacia la luz, a la superficie. La verdad le ganaba, inclusive, a las promesas rotas, a las silenciadas.

—¿Nora?

La voz de Charles formó parte de la melodía de la cascada. Enloquecer era un paso más que lógico. Enloquecería por no tenerlo. Al no poderlo amar. Enloquecería y, con el tiempo, moriría.

—¿Nora?

Volvió a oír a pesar de la intensa sonoridad de su llanto. ¿Acaso...? Se volvió. Sí, era Charles, con el pecho agitado y los cabellos arremolinados producto de una carrera veloz que había seguido los pasos de su amada.

—No, Charles... márchate, por favor. ¡Aléjate de mí! —La angustia le quebró la voz.

—¿Qué clase de absurdo pedido es ese? ¿Qué está sucediendo, Nora? Explícamelo...

Antes de que pudiera acercarse, Nora se incorporó decidida a dar cuanto paso fuese necesario para alejarse de él.

—No puedo casarme contigo, Charles... No, tú... tú no puedes casarte conmigo.

—¿De qué hablas, mi amor? Ven aquí, no huyas de mí.

Los pasos de Nora terminarían por hacerla caer al agua y ella no era consciente. Estaba fuera de sí, en un ataque de nervios y lágrimas que Charles no podía entender.

—No huyo de ti, jamás lo haría... ¡Huyo de mí! ¡De mis promesas, de mis mentiras… De mi maldita hipocresía, Charles! No hay honor alguno en mí, te oculté la verdad.

—¿Verdad? Nora... ¿qué verdad? —No le importaba esa verdad, lo único que le importaba era su seguridad. La desatención de Nora ante sus breves cuestionamientos le dio la oportunidad que buscaba, tomarla de los brazos para atraerla hacia él, lejos del arroyo... cerca de su corazón.

—¡Suéltame, suéltame! No te merezco, no merezco tu amor, tus caricias... tus besos.

—Déjame a mí decidirlo, ¿te parece? —La sostuvo con fuerza, y la cercanía de cuerpos propició el encuentro de miradas. La luz de la luna fue cómplice, no podían escapar de lo que sus ojos confesaban—. Habla conmigo, Nora. Se nos dan bien las palabras entre nosotros, ¿no lo crees? —Sabía domar a la fiera que la mujer que amaba tenía dentro, había pensado que la conocía en todas sus facetas. En ese instante descubrió que no, se hallaba frente a una nueva. Una que amaría también, no lo dudaba. Nora asintió mientras se refugiaba en su pecho—. Dime, ¿por qué no quieres ser mi esposa?

—Porque no puedo serlo... no es lo correcto.

—¿Qué no es lo correcto?

—¡Volver a repetir la historia de tu familia! ¡Eso no es lo correcto!

Una excusa para nada esperada. Tan inesperada que le arrancó las palabras de la garganta a Charles. ¿Cómo demonios habían tomado ese camino? ¿Historia familiar?

Nora deshizo el abrazo, se valió del desconcierto para conseguirlo.

—No llegué a América movida por los deseos de nuevas oportunidades... no, vine aquí en tu búsqueda —Se corrigió en función de los acontecimientos relegados al olvido—, en busca de tu padre. ¡Charles Miler! Atravesé el océano con ese nombre atesorado en los labios. —La inexpresión en el rostro de Charles la obligó a continuar. Se arrancaría las espinas, la piel, el corazón después de tantos años, de tanta duda y espera—. La decepción de saberlo muerto menguó mis fuerzas, tan solo tenía quince años; como dice la señora Grant... era una niña. Hasta que supe de tu existencia, y te convertiste en mi mayor anhelo. ¡Debía buscarte para compartir contigo la verdad que guardaba en mis maletas!

—¿Verdad? No sé cuál es el significado de esa palabra en tu diccionario, mi amor, pero en el mío no se corresponde con nada de lo que me vayas a confesar.

Era dueño de su historia, decisiones, con sus victorias y errores. Si existía un engaño detrás de Nora, no tendría mayor relevancia que la de un equívoco que podía ser desterrado por el amor que se profesaban.

—¡Tendrá el mismo significado para ti cuando descubras tu legítima identidad!

Charles se echó a reír. Una risa nerviosa, no podía ser de otra manera. Nora encontraba en cada palabra la excusa perfecta para dar otro paso lejos de él.

—Conozco mi verdadera identidad... Charles Miler, hijo de Charles Miler.

—No, Miler no... ¡Gordon! El apellido de tu padre, el que le fue robado, al igual que toda su historia, es Gordon, heredero del marquesado de Aberdeen.

Otra risa. ¡¿Qué restaba por hacer ante semejante acto de insania?!

—Cariño, creo que mis exigencias te han agotado hasta el punto del delirio. Lo reconozco, es mi culpa.

—No, Charles... no es delirio, aunque suene a ello. Me dijiste que tu abuela no solía hablar de su esposo, y que, por respeto a su dolor, nunca indagaron sobre él. ¿Alguna vez te mencionó su nombre?

Charles intentó hacer memoria.

—Christopher... creo que su nombre era...

—Lord Christopher Gordon —lo interrumpió, decidida a escupir la información que atesoraba de años—, marqués de Aberdeen. Lord Christopher Gordon y Anastasia Miler contrajeron matrimonio en 1803 —recitó de memoria—, ese mismo año, el futuro marqués se suma a las líneas del ejército para enfrentarse a Napoleón. Se marcha sin saber que su esposa, una mujer despreciada por la nobleza debido a la simpleza de sus orígenes, estaba esperando un hijo: tu padre. Ambos son engañados, a ella le mienten diciendo que su esposo murió en batalla, y a él lo engañan con la muerte de su mujer e hijo en plena situación de parto. Charles Miler, nacido en 1804 en Eastbourne, Inglaterra, es registrado bajo el apellido materno, y meses después viaja a américa con su madre bajo la coacción del marqués de turno, tu bisabuelo. ¿Comprendes la magnitud de lo que te estoy diciendo, Charles?

Estaba aturdido, no por lo oído, sino por la manera en que su cabeza procesaba el relato. Demasiado, se dejó caer en una de las rocas que solía utilizar como elemento de descanso.

—¿Lo comprendes, Charles? —insistió, temía que la vorágine de su narración lo confundiera.

—Eso intento, Nora... comprender.

—¡Tú eres el verdadero heredero! ¡No Simon Gordon! ¡Tú!

—Espera, espera... ¿quién demonios es Simon Gordon?

—El segundo hijo de tu abuelo, fruto de su matrimonio con Lady Stanmore en 1806, un enlace que no tuvo ni tiene validez, ya que el anterior matrimonio nunca fue anulado legalmente, solo fue desterrado a base de mentiras.

—¿Y Simon Gordon vive? ¿Es el actual marqués de…? —No lo recordaba, ni le interesaba hacerlo.

—¡De Aberdeen! Sí, en el presente, es el poseedor del título, uno que te pertenece a ti. ¿Ahora entiendes por qué no puedo ser tu esposa?

—No, sinceramente no. —Las normas de la nobleza no le quitaban el sueño. Si no fuese por las amistades que poseía en Inglaterra, las detestaría con todas sus entrañas.

—No soy una dama, Charles... mi apellido, quien soy, no vale un céntimo. Solo soy una huérfana que aceptó las migajas de un vicario. Casarte conmigo es el equivalente a despreciar tu título, repudiar a la nobleza, atacarla, menospreciarla... Es repetir lo que ha hecho tu abuelo, y sus consecuencias… —Podía extenderse hasta el infinito con apreciaciones similares. Se detuvo para no dañarse más de lo necesario.

—¡Y qué rayos me importa a mí la nobleza! ¡Me importas tú, Nora!

—Lo dices sin pensar, Charles, cuando caigas en cuenta de lo que esto significa...

—No, no, no... No analices los hechos por mí, creo que me he ganado el poder de hacerlo sin tu ayuda. —La roca dejó de brindarle descanso; de nada servía, su cuerpo estaba siendo gobernado por furiosos sentimientos. Caminó de un lado al otro, torturando a Nora con su andar silencioso y sus profundas exhalaciones—. Necesito una parte del relato que no me has contado... el único fragmento que pasaste por alto. ¿Cómo llegaste a mí? El porqué ya lo sé, me interesa lo otro. —Le reclamó y puso fin a la endemoniada caminata justo frente a ella.

—No lo he pasado por alto, ya conoces el fragmento de mi vida que me trajo hasta a ti.

—Quiero oírlo de nuevo... ¡Quiero oírlo!

¿Estaba enojado? Sí, lo estaba. Enfurecía por ese trozo de relato que no tenía mayor importancia.

—Comencé a trabajar en las oficinas de Miler & Miler en Nueva York gracias a la relación del matrimonio Clark con Carrington.

—¿Y luego? —La ansiedad de Charles era incontenible.

—Luego, al cabo de dos años, viajé a Boston para desarrollar allí mis funciones de correctora...

—¿Y?

—Y… y ahí, por primera vez, supe de ti —titubeó. ¿Qué más contarle?

—Sigue, Nora... no te detengas. —La distancia que se interponía entre los cuerpos se transformaba, segundo a segundo, en un incordio que debía ser anulado.

—Comenzamos nuestro intercambio de correspondencia. —Los dedos de Nora se entrelazaban y retorcían, víctimas colaterales de su nerviosismo.

—Cierto, nuestras cartas... ¿Cómo olvidarlas? Continúa, por favor. —Dio un paso hacia ella.

—Tú requerías de un asistente, y me ofreciste el puesto.

—Debemos culpar a Ambrosee, si no se hubiese marchado, seguirías en Boston.

—Pero se marchó, y yo atravesé el país por ti...

—Porque querías contarme esta... esta historia de nobles, plebeyas, matrimonios y legados. —Avanzó, los cuerpos se rozaron. Las manos se encontraron. Charles se quitó los guantes para que las pieles estuvieran en contacto.

—¡Sí, así es!

—Sin embargo, no lo hiciste, ¿por qué, Nora? Dímelo.

Las lágrimas recuperaron el terreno perdido.

—Porque no pude, porque me enamoré de ti... —Los gimoteos no tardaron en acompañarla—. Creo que me enamoré de ti desde antes, me enamoré de tus palabras, tus ideas, y cuando arribé aquí, ya estaba rendida a tus pies.

—Lo estabas... yo también lo creo —intentó hacer de la confesión un episodio memorable, de esos que recordarían con alegría en el futuro. Lo consiguió, la hizo sonreír. Apartó las lágrimas de sus mejillas—. Es posible que yo también me encontrara en la misma situación, pero me reservo el derecho de confesión, no quiero que los Grant bromeen con ello.

—Estoy segura de que lo harán, en especial Louis.

—No, no él. El vivillo lo supo de inmediato... ¿Me amas, Nora?

—Sabes que sí, Charles. Te amo demasiado, tanto que te he mentido para no perderte.

—Bueno, yo no lo llamaría «mentir»; en todo caso, omitiste una verdad. —Nora rio, había intentado convencerse con ese argumento minutos atrás. Charles la tomó de la barbilla para alzar el rostro hacia él—. Una verdad que no me interesa, que no forma parte de mi vida, me agrada ser Charles Miler, y si lo que me has contado es cierto, reniego del apellido Gordon con todo lo que conlleva. ¡Al diablo ellos! Tengo mi legado, uno que he forjado, que me hace sentir orgulloso y que quiero compartir contigo.

—Pero, Charles... —La silenció con un beso.

—Nada de Charles, nada de tonterías de clases sociales... te olvidas donde estamos, Nora. ¡Estamos muy lejos de Inglaterra!

—Lo sé, y me encantaría arrancar de mi vida los años allí vividos e iniciar la cuenta desde cero, aquí contigo.

—¡Pues, hazlo! Nadie te lo impide.

—Sí, la búsqueda de justicia lo hace… —Le relató el resto, la carta de su hermana, lo sucedido con ella.

La historia de Elisa, su muerte, la situación abusiva de Lord Simon Gordon, envenenó la sangre de Charles de igual manera en que lo había hecho con la de Nora. No podría permitir que el mal nacido se saliera con la suya.

—Es mi tiempo de hacer promesas, cariño. —Charles no descansaría hasta darle la paz merecida a la memoria de la hermana de Nora—. Prometo que el marqués de Aberdeen pagará por lo hecho.

—¿Cómo?

—Eso no importa de momento, importa que confíes en mi palabra. ¿Lo harás?

—Por supuesto que sí, Charles. Contigo aprendí a confiar.

—Entonces, vuelvo a preguntar... —Las manos se entrelazaron, los labios se rozaron. Apoyó la frente en la de Nora—. ¿Me harás el honor de convertirte en mi esposa?

—Oh, Charles... —Lloraba una vez más, sin embargo, en esa ocasión, eran lágrimas de felicidad.

—Por favor, aparta de tu cabeza esa absurda idea de nobles y plebeyas. ¡Ámame! ¡Acéptame como tu esposo!

Lo amaba, lo aceptaba, merecía su amor. Y juntos, se lo gritarían al mundo entero.

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