'Non sufficit orbis': Sánchez, Sumar y el futuro de la izquierda

'Non sufficit orbis': Sánchez, Sumar y el futuro de la izquierda

www.eldiario.es - Elizabeth Duval, Iker Rioja Andueza, Iñigo Sáenz De Ugarte, José Enrique Monrosi, Alberto Ortiz, Aitor Riveiro

Hay Gobierno y habrá legislatura. El aplauso tras los 179 votos era un clamor y era de incredulidad: normal, habida cuenta de la caída en poder autonómico y local para la izquierda que supusieron las últimas elecciones autonómicas y municipales. La formación de Gobierno copará los titulares de los próximos días, como ya lo ha venido haciendo la especulación sobre ministrables. Como no podemos ocuparnos de lo que aún desconocemos y como lo obvio ya se sabe, intentemos ir un poco más allá; partamos de algunas constataciones que se han hecho evidentes estos días.

La primera: que, en el pleno de investidura, vimos a un Pedro Sánchez crecido, capaz de cavar perfectamente la zanja entre dos imágenes-espejo de democracia y de barbarie, de lleno instalado en el mismo discurso en el cual el PSOE lleva años insistiendo y en el que también centró, no sin éxito, su campaña. En los discursos de Sánchez, el PSOE, el Gobierno y él encarnan baluarte y progreso, dique de contención y escudo contra el ascenso global de la extrema derecha. Se leía hoy en Twitter: “Es presidente. Es leyenda. Es España”. Para la suerte de Sánchez, non sufficit orbis: ni el mundo ni caer siempre de pie bastan. Es probable, a poco que se tenga sangre en el cuerpo y se oiga a Abascal en la tribuna del Congreso, que a cualquiera le entren ganas de darle la razón al discurso del presidente: alguna necesidad de poner pie en pared hay cuando el líder de la ultraderecha se hace el amordazado y compara directamente a Sánchez con Hitler, llegando a afirmar, sin rastro de ironía, que más honesto con sus electores era “el socialista alemán” (¡guau!) que “el socialista español”, porque al menos el primero (el nazi) había prometido lo que luego llevó a cabo.

Sería un error ceder a ese impulso y comprar esa brecha, tal y como sería un error pensar, por más que merezca el apoyo de cualquier demócrata, que Massa encarna en Argentina un proyecto capaz de resolver los agravios que hacen que surja en la arena política una figura como Milei. Esas necesidades existen aquí y allí más allá de la respuesta o de una amenaza concreta. No se trata de impedir que ellos lleguen, sino de atajar los malestares por los que surgen. En Argentina, nutriéndose de la inestabilidad monetaria, de la desconfianza en la política y en la corrupción, de un sistema desestabilizado o de la soberanía vendida. ¿Por qué encarna hoy Pedro Sánchez lo que encarna? Los motivos son varios. El primero, porque agitó España en su día algo así como el 15M, y porque Podemos estuvo a punto de superar al PSOE en su peor momento en unas elecciones, las primeras generales a las que se presentaba; el segundo, precisamente porque Podemos no lo consiguió, y sus propias dinámicas internas llevaron a la autodestrucción del espacio que, por sus fracasos y profecías autocumplidas, fue incapaz de contentarse a sí mismo, de ser suficiente.

Sánchez, tiempo atrás, había sido el candidato de la derecha del PSOE frente a Eduardo Madina y Pérez Tapias. Lo hizo con el apoyo absoluto de la misma Susana Díaz a la cual luego se enfrentó: la federación andaluza de los socialistas le otorgó, en las primarias que lo encumbraron, 17.266 votos frente a los 6.487 y 4.316 de sus contrincantes. Por aquel entonces, Sánchez representaba el establishment socialista, una apuesta de continuidad posterior a Rubalcaba; la misma apuesta que representó cuando, en febrero de 2016, Pedro Sánchez y Albert Rivera firmaron un pacto sin mayorías para constituir un Gobierno “reformista” socioliberal. La ruptura no llegaría hasta la repetición electoral, la dimisión de Sánchez dentro del PSOE, la crisis de autoridad del Comité Federal y la aventura al recorrer toda España en un coche.

¿Cómo reconciliar a ambas figuras? La mayor astucia de Sánchez, y lo que da origen a su leyenda, es haber sabido, tras las dos derrotas de Podemos (y Unidas Podemos) en 2015 y 2016 –derrotas sólo medidas según sus expectativas: según otra forma de verlo, los mejores resultados que jamás haya cosechado el “espacio del cambio”–, que toda esa energía podía ser capturada, canalizada y transformada; que España había cambiado y que los votos, en el fondo, no son patrimonio de nadie. Copió la táctica y el personalismo, copió discurso al mismo tiempo que vendía moderación, y desplegó su voluntad de convertir a todo partido que no fuera el suyo en una fábrica de ideas. Si de Más Madrid suenan las melodías de trabajar menos y vivir mejor, serán melodías incorporables al PSOE. Si, después, el Ministerio de Trabajo de Yolanda Díaz lleva a cabo algunas de las medidas mejor valoradas de la legislatura, serán por obra y gracia de lo que el Gobierno hizo conjuntamente y en un nosotros de agenda reformista —nunca modernizadora, nunca transformadora: sólo reformista—. Sánchez, poder mediante y gracias al poder, logra cimentar una casa común: desde el liberalismo importado de Bruselas de Nadia Calviño hasta el discurso en la investidura de Patxi López: un PSOE capaz de ser más feminista, más ecologista, más antifascista y más social que nadie.

Es una posición complicada para Sumar, más aun sin un Ciudadanos con el que el PSOE pudiera intentar alternar una geometría variable –rol que como máximo podrán llegar a jugar Junts y el PNV, y con un timbre muy distinto–: ¿cómo construir un espacio propio y qué queda del espacio del cambio cuando la máxima aspiración del PSOE es absorber sus fuerzas, desactivándolas e incorporándolas en una casa común? Para intentar zafarse no basta con la reivindicación de las diferencias, ni tampoco con recuperar ninguna presunta estrategia del ruido, ni imitar las formas o moverse al tempo del PSOE.

Porque el problema auténtico es que el semblante que ha construido Pedro Sánchez de sí mismo –esa figura como encarnación de la izquierda, del progresismo, hasta de la democracia frente a la barbarie–, por circunstancial o engañoso que sea, es creído y creíble para una gran cantidad de ciudadanos. Las circunstancias son perfectas para que la ilusión permanezca. Y no hay nada tan imposible como desactivar un mito. El PSOE lo sabe y lo entiende: por eso le recuerda a Yolanda Díaz, cuando ella busca salirse de la esquinita izquierda del tablero y reivindicar lo que Sumar tiene y aquello de lo que el PSOE carece, el respeto que les tiene a los “partidos comunistas de su espacio” –con un plural que empequeñece– y la contribución de la herencia comunista a la democracia: con tal de arrinconarla. Quizás la única escapatoria para mantener algún canal alternativo abierto sea volver a jugar en otro tablero, distinto a aquel donde el PSOE siempre gana. Pero ese tablero, me temo, aún no se ha inventado. Y en esas estamos.

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