¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


21. Siete mil millones de humanos, ¿una única raza?

Página 24 de 32

21 SIETE MIL MILLONES DE HUMANOS, ¿UNA ÚNICA RAZA?

Uno de los conceptos más sensibles y debatidos en antropología es la raza. El lector puede pensar que, como sociedad, ya hemos decidido que todos los humanos del mundo pertenecen a una única raza y que la raza no es más que un concepto racista sin mérito. Caso cerrado. Pero, en realidad, el caso se halla lejos de estar cerrado. El tema se debate todavía acaloradamente y la investigación continuada no ha ayudado a cerrar la brecha entre las diferentes posturas. Nuestra concepción de los siete mil millones de humanos (y suma y sigue) en esta Tierra está experimentando una revisión completa.

No está claro cuándo y dónde se originó el concepto de raza. Hay una larga historia entre los grupos humanos de referirse a los miembros del propio grupo como «humanos» y a los miembros de un grupo externo como «bárbaros» no humanos. La evidencia de esta práctica se ha encontrado en todo el mundo en la historia escrita, e incluso en poblaciones sin historia escrita.

El concepto moderno de raza tal como se suele usar en la actualidad surgió en los últimos dos siglos. Los europeos exploraron el mundo en los siglos XV y XVI, «descubrieron» el Nuevo Mundo y lo «colonizaron». Cuando Darwin publicó su libro El origen de las especies en 1859, ya se sabía ampliamente en Europa que había gentes que vivían en África, el Sudeste Asiático, Australia y las Américas que tenían un aspecto diferente al de los europeos. Los europeos debatieron acerca de si estas otras gentes podían considerarse completamente «humanas». Hablando de manera general, los europeos acordaron el uso de tres categorizaciones raciales: blancos (europeos), negros (africanos) y amarillos (asiáticos), y los pueblos indígenas fueron clasificados en diferentes categorías raciales: malayos, americanos nativos, etcétera.

En los siglos XIX y XX se debatió el significado biológico de la raza. La posición más extrema era la de que una raza diferente constituía una especie diferente y, por lo tanto, había tres especies diferentes de humanos en el mundo. Esta idea implicaba que las personas de razas diferentes a la de los europeos/blancos no eran humanas y, por tanto, que estas razas diferentes no deberían poder tener hijos entre sí (ignorando convenientemente los muchos niños interraciales que resultaron de los apareamientos de muchos dueños de plantaciones con sus esclavas africanas, a las que forzaron).

A medida que más europeos visitaban más lugares del mundo, la gama de variación en las diferentes gentes que encontraban aumentó exponencialmente. Algunas personas empezaron a preguntarse si quizá habría más de tres razas. Si era así, ¿cuántas más? ¿Cinco? ¿Siete? A principios del siglo XX, el auge de la eugenesia y el interés por la pureza racial hicieron que algunos investigadores europeos se impusieran como misión averiguar con certeza cuántas razas había en el mundo.

NO HAY RAZAS, SOLO HUMANOS

Al final, los esfuerzos de los investigadores para delinear grupos diferentes de distintas razas resultaron infructuosos. El argumento según el cual la raza es un concepto biológico al igual que la especie no tiene evidencia convincente que lo respalde. Es necesario que tengan lugar periodos extremadamente largos de aislamiento durante los cuales diferentes presiones selectivas actúen sobre segmentos diferentes de una población con el fin de que surjan nuevas especies. ¿Cuánto tiempo ha de durar este aislamiento? Consideremos el caso de los aborígenes australianos. Los humanos modernos llegaron por vez primera a Australia hace más o menos 60 000 años. Y hasta la llegada de los holandeses en el siglo XVII, los aborígenes estuvieron en gran medida aislados durante 50 000 o 60 000 años[14].

Quizá esta sea la razón por la que a los aborígenes australianos se los suele describir como poseedores de un aspecto único. Los europeos que se toparon por primera vez con los aborígenes cuestionaron su humanidad y prohibieron los matrimonios mixtos. La historia demuestra que ni la ley ni la sensación de diferencia impidieron la mezcla: australianas y europeas dieron a luz a muchos niños fruto de uniones mixtas. Sin embargo, y hablando desde el punto de vista biológico, los miembros de especies diferentes no pueden tener una descendencia viable. Además, incluso si el cruce de dos especies diferentes pero muy emparentadas produce hijos, estos no serán fértiles. Un ejemplo popular es la mula, estéril, nacida de la unión entre una yegua y un asno. Si los aborígenes australianos fueran una especie realmente diferente de los europeos, los niños nacidos de su unión serían una quimera o estériles. Y no se da ninguna de estas dos situaciones. Si incluso un periodo de 60 000 años de aislamiento relativo no condujo a una nueva especie, entonces es muy improbable que se originara una nueva especie de un grupo de humanos en aislamiento.

Si una raza no es como una especie biológica, los investigadores deseosos de demostrar que las razas existen como categoría natural podrían considerar a continuación las subespecies, una subclasificación dentro de la misma especie. Una subespecie es una población que ha quedado aislada hasta el punto de que se halla en camino de convertirse en una especie diferente si continúa el aislamiento. A veces se definen las subespecies por compartir menos del 85 por ciento de sus genes con las demás subpoblaciones de su designación específica, con el fin de que se considere que están en camino de convertirse en una especie diferente.

La subespeciación es un concepto más bien abstracto y quizá vago. La condición para una subespecie, como para una especie completamente diferente, es el aislamiento prolongado. Es difícil establecer el nivel y la duración del aislamiento necesario para definir una subespecie, y suele ser poco claro dónde termina una subespecie y empieza una nueva especie. Además, aplicar el concepto de subespecie a los humanos es problemático. Los humanos nunca están aislados de los demás durante mucho tiempo; piénsese tan solo en todos los periodistas y fotógrafos que se dedican a buscar los grupos más aislados y después los dan a conocer al resto del mundo. Los humanos nunca han sido capaces de permanecer en un estado de aislamiento durante el tiempo suficiente como para ser compatibles con el concepto de subespecie. Se ha dicho que, desde el punto de vista genético, los humanos son similares en un 99,97 por ciento si se consideran todos los grupos, lo que nos hace una especie excepcional por estar estrechamente emparentados en comparación con otros animales.

Por último, existe un reto logístico simple a la hora de diagnosticar de manera clara si las diferencias entre las razas se encuentran al nivel de especies diferentes. ¿Cómo haríamos para demostrarlo? ¿Intentaríamos mezclar parejas aleatorias de humanos solo para ver si pueden cruzarse? Por supuesto, esto no es factible desde el punto de vista ético, y también sería increíblemente costoso. Dicha manipulación es, además, cuestionable a nivel moral cuando se refiere a especies estrechamente emparentadas con los humanos. Por ejemplo, ¿podríamos intentar cruzar a un humano con un chimpancé, solo para ver si pertenecen a especies diferentes? En la década de 1920, durante una época muy oscura para la historia de las ciencias biológicas, un investigador, Ilya Ivanovich Ivanov, intentó crear tal animal, un «humancé».

En la actualidad, podemos determinar el parentesco entre especies mediante una comparación morfológica y genómica, sin recurrir a métodos tan toscos. Si dos poblaciones pertenecen a la misma especie, comparten el mismo acervo génico y, en consecuencia, parecerán similares. Podemos ver de lejos si estamos contemplando a un humano o un animal no humano. Aunque todos somos distintos en nuestro aspecto, los humanos compartimos determinados rasgos que nos diferencian de otros animales, y lo sabemos casi de forma intuitiva.

¿Y qué ocurre si dos poblaciones se separan y el estado de aislamiento continúa durante un largo periodo de tiempo, lo que en último término conduce a una separación de los acervos génicos? A medida que pasa el tiempo, los miembros de las dos poblaciones empezarán a tener un aspecto diferente. Puesto que las poblaciones no intercambian genes, las diferencias se acumulan. Al persistir esta situación, las dos poblaciones se convierten en subespecies diferentes y, finalmente, en especies diferentes. Esta es la razón por la que podemos reconocer especies diferentes por su distinto aspecto en el seno de los grupos. Sin embargo, el problema es que no hay manera de decir cuánta diferencia tiene que haber para que una especie sea diferente de otra. Una de las preguntas clásicas en paleoantropología es: «¿Son estos dos especímenes fósiles demasiado diferentes para pertenecer a la misma especie?». Lo que percibimos que es diferente (por ejemplo, el color de la piel) puede ser, o no, lo bastante sustancial para indicar especies diferentes.

Actualmente, nadie piensa que razas diferentes sean especies diferentes. Los humanos poseen rasgos que varían a lo largo del globo, pero la variación se distribuye de tal manera que no pueden definirse razas diferentes. Algunos rasgos se ajustan a las distribuciones geográficas. Por ejemplo, los asiáticos tienen una frecuencia más elevada de incisivos en forma de pala o cuchara. Pero otros rasgos se distribuyen con independencia de las agrupaciones geográficas, o bien se dan a lo largo de un espectro continuo tal que no puede haber divisiones claras. Por ejemplo, el color de la piel varía de una manera muy gradual. No podemos trazar una línea neta y clara que separe la piel «blanca» de la piel «negra». Para tomar otro ejemplo: algunas personas pueden notar el sabor de la feniltiocarbamida (PTC), una sustancia química muy amarga, y otras no, pero ni los que lo notan ni los que no lo hacen se ajustan a ninguna de las clasificaciones raciales tradicionales. Los antropólogos han alcanzado el consenso de que la raza no es un concepto biológico, sino histórico, cultural y social.

NEANDERTALES, ABORÍGENES Y LA CUESTIÓN DE LA ESPECIE

Aplicar esta idea al debate sobre el origen de los humanos modernos plantea una cuestión interesante: ¿Qué diferencias había entre el aspecto de los neandertales y el de los europeos del Paleolítico superior (los que se considera que fueron los primeros humanos modernos en Europa)? ¿Tenían aspectos demasiado diferentes para ser considerados la misma especie? ¿Y qué ocurre si su aspecto era diferente, pero el nivel de diferencia se hallaba dentro de la gama que cabe esperar para una especie única? Entonces no habría razón para clasificarlos como especies diferentes. Podemos idear maneras para medir la diferencia con rigor cuantitativo, pero sigue en pie la pregunta: ¿Qué diferencia tiene que haber para que se trate de especies diferentes? Comparar a los neandertales con los humanos modernos no es una excepción.

Además, cuando se compara a los neandertales con los humanos modernos, la primera cosa que hemos de decidir es qué población de humanos modernos consideraremos. Y este no es un problema sencillo. ¿Deberían los humanos modernos que se vayan a comparar con los neandertales incluir muestras representativas de los principales continentes (Europa, Asia, África, Australia y las Américas)? ¿Cómo se puede definir una muestra representativa?

Esta cuestión se debatió formalmente hace algún tiempo. En la década de 1980, dos rivales (Christopher Stringer, del Museo Británico de Historia Natural, y Milford Wolpoff, de la Universidad de Michigan) intercambiaron opiniones acerca de la definición de los humanos modernos. Aduciendo que el debate sobre los orígenes de los humanos modernos necesitaba una definición precisa de su morfología, Stringer enumeró los rasgos que podían utilizarse para identificar a los humanos modernos. En otras palabras, propuso las condiciones para ser humano. Excepto que había un problema: aplicar estas «condiciones» excluía a una fracción significativa de humanos modernos: los aborígenes australianos. ¿No eran estos también humanos? Wolpoff argumentó en contra de tal lista debido a sus propiedades exclusivas y a sus implicaciones racistas. Todas las poblaciones humanas vivas en la actualidad son claramente humanos modernos. Cualquier lista de rasgos humanos debería incluir a todos los humanos vivos en la actualidad, o al menos a la mayoría de ellos.

¿Qué fue lo que incitó un intercambio tan absurdo? Volvamos a la idea de la «definición de humanos modernos». Tal como se mencionó anteriormente, los aborígenes australianos tienen un aspecto diferente. Esta apariencia distinta no es sorprendente, considerando la larga historia de aislamiento, quizá de hasta 60 000 años. Si incluimos a los aborígenes australianos bajo el paraguas de Homo sapiens, ¿no deberíamos incluir a otros humanos (así como a homininos extintos) que también tienen un aspecto diferente al nuestro?

Esta pregunta es directamente relevante para los neandertales. Los neandertales tienen también un aspecto distinto, pero no tan diferente como para poder distinguir a un neandertal entre una multitud. En otras palabras: el aspecto de los neandertales se encuentra dentro de la gama de variación que vemos hoy en día entre los humanos. Entonces, la sugerencia es que debería incluirse a los neandertales con los humanos modernos. Además, investigaciones recientes demuestran que neandertales y humanos modernos se entrecruzaron y produjeron descendientes viables. En consecuencia, en las poblaciones humanas de todo el mundo hay presentes genes neandertales, ¿Sigue siendo correcto dividir estos dos grupos en especies diferentes? El debate sobre si hay que denominar a los neandertales Homo neanderthalensis u Homo sapiens neanderthalensis continúa.

¿SE ORIGINARON REALMENTE LOS HUMANOS TAN SOLO EN ÁFRICA?

El debate entre Stringer y Wolpoff se ha enfriado, pero provocó una discusión más fundamental, no sobre quién debería incluirse bajo el paraguas «humano», sino sobre el origen de la especie humana.

Considerando la enorme cantidad de variación humana, no puedo dejar de preguntarme si el modelo de sustitución completa, que postula que los humanos modernos se originaron en un momento del tiempo y un lugar concretos, y que sustituyeron a todos los demás, aún podría ser correcto.

Mi posición está representada por un modelo diferente. Creo que los humanos modernos no se originaron en un lugar, sino en diversos lugares; creo que los humanos modernos no aparecieron como una única población que después se extendió por el globo, sino como diferentes poblaciones en diferentes regiones que se encontraron unas a otras a medida que fueron desplazándose, y que se entremezclaron genéticamente, evolucionando como una especie. Y que este proceso dio como resultado la enorme cantidad de variación que vemos en la actualidad entre los humanos en lugares distintos, aunque todos son miembros de la especie Homo sapiens. Este modelo es el llamado «modelo de evolución multirregional», y lo propusieron en 1984 Milford Wolpoff, Xinzhi Wu, del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología (IVPP), y el malogrado Alan G. Thorne, de la Universidad Nacional Australiana. El argumento del modelo (que los neandertales y los humanos modernos interactuaron, se entrecruzaron mediante flujo genético y continuaron evolucionando como una única especie) también es compatible con la investigación reciente en genética.

Hasta ahora, hemos hablado de nuestros parientes ancestrales cercanos y alejados y de sus inicios y finales. Pero no tenemos información, ni siquiera básica, de la aparición del Homo sapiens. De todas las cuestiones y los problemas que hay que resolver en relación con la evolución humana, quizá los más interesantes y difíciles nos atañen a nosotros.

ANEXO: CIENCIA Y POLÍTICA

En la década de 1990, cuando estaba en su apogeo el debate sobre los orígenes de los humanos modernos entre los que proponían el modelo de sustitución completa y los del modelo de evolución multirregional, la situación acabó por convertirse en política (o quizá ya lo era). Los defensores de cada bando atacaban implícitamente al otro bando acusándolos de «racistas».

Los defensores del modelo de sustitución completa aducían que los humanos modernos se originaron en fecha reciente en África y, por lo tanto, que la enorme gama de variación que vemos entre pueblos diferentes tiene su origen en la evolución humana reciente; todos somos hermanos y hermanas bajo la piel.

Los del bando del modelo de evolución multirregional argumentaban que la especie humana no estaba dividida en razas diferentes, sino que había experimentado un intercambio genético y un entrecruzamiento constantes; hemos sido hermanos y hermanas durante muchísimo tiempo. También indicaban que originarse recientemente en África como una especie nueva y después extenderse por todo el mundo y sustituir a otros homininos sin entremezclarse implica que hubo un baño de sangre a escala mundial cuando los humanos condujeron a todos los demás a la extinción (un argumento que despierta temores racistas contra los africanos y colonialismo contra los pueblos indígenas).

Este intercambio tuvo lugar no en artículos publicados, sino en conferencias y conversaciones privadas, de forma extraoficial. El acalorado debate, que fue más allá del respaldo empírico de los datos y estuvo influido por la orientación y la sensibilidad política, revela que los estudiosos, que han sido adiestrados a enzarzarse en debates basados en la fría lógica y en datos firmes, todavía siguen siendo solo humanos.

 

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page