¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


Epílogo 1. Preciosa humanidad

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EPÍLOGO 1 PRECIOSA HUMANIDAD

En agosto de 2014, un lector habitual publicó en mi página de Facebook una invitación para que yo participara en una «carrera de relevos de gratitud». Entonces estaba de moda. Una persona publica tres cosas de las que estar agradecida y después nombra a la siguiente persona que continuará. Naturalmente, intenté pensar en cosas de las que estar agradecida que ocurrieron durante la evolución humana. Y pronto me di cuenta de que no era una tarea fácil. Había muchas cosas de las que los humanos podíamos estar agradecidos, pero todas están en conexión con otras cosas. De modo que empecé a hacer una lista.

En el primer lugar de la lista figuraba andar erguidos. Cuando empezamos a andar sobre dos piernas, nuestros brazos quedaron libres para elaborar utensilios y para transportar cosas y bebés (no podemos olvidar a los bebés). Las nuevas madres homininos ya no tenían pelaje para que los bebés se agarraran. Los brazos de la madre sostenían a los bebés de manera apretada y firme a lo largo de distancias extensas. Pero el bipedismo tenía un precio: el dolor de la parte baja de la espalda se convirtió en un problema común. Los que tenemos experiencia sabemos demasiado bien que cuando la parte baja de la espalda nos duele, no hay otra cosa que hacer que acostarse y permanecer inmóvil. También hubo otro precio: un corazón sobrecargado de trabajo. El corazón tiene que enviar un gran volumen de sangre a la parte alta del cuerpo, contra la gravedad. Su estrés es crónico.

La segunda cosa de mi lista de las que estar agradecidos era nuestro gran cerebro. Nuestro gran cerebro es literalmente nuestro homónimo: Homo sapiens recibe esta denominación y está definido por nuestra inteligencia. Tener un cerebro grande es importante para nuestra identidad como humanos. Con un cerebro grande y el conocimiento contenido en él, los homininos podían procesar una cantidad asombrosa de información, principalmente (al principio) para procurarse mucha grasa y proteína animal, que eran importantes en un ambiente siempre competitivo y cada vez más riguroso. El cerebro grande permitió asimismo que los homininos forjaran y mantuvieran innumerables relaciones sociales beneficiosas. Pero para dar a luz a bebés homininos equipados con un cerebro mayor que nuestra anchura pélvica, las madres han tenido que soportar un dolor terrible. Además, cada parto está acompañado de un riesgo de mortalidad que se añade al dolor insoportable.

Tercero, incluí agradecer nuestra longevidad. Los homininos que vivían más podían ver el nacimiento de sus nietos. Con la ayuda de las abuelas, los homininos podían dedicarse entonces a cuidar de dos o tres hijos al mismo tiempo: una hazaña antes imposible para una especie cuyos hijos exigen una inversión muy grande de sus progenitores desde el momento en que nacen. Con tres generaciones superpuestas, se podía almacenar más información para transmitírsela a la siguiente. Sin embargo, la continuación de esta tendencia de la longevidad ha conducido en la actualidad a una situación en la que tenemos más ancianos y menos jóvenes que cuiden de ellos, lo que supone una enorme carga económica para la sociedad.

Cuando pensé en las dos cosas siguientes en mi lista (la agricultura y la domesticación animal) me sentí deprimida y, quizá, no tan agradecida. Sí, los humanos se hicieron «libres», en el sentido de que ya no tenían que depender totalmente de sus habilidades para recolectar o del entorno para adquirir comida y, de hecho, podían producir tanto alimento como quisieran, incluso un excedente. La productividad aumentó, las poblaciones experimentaron explosiones demográficas y las civilizaciones se expandieron. Sin embargo, al mismo tiempo, la producción de excedentes alimentarios condujo a la privatización de la propiedad y se empezaron a desarrollar estructuras de clase, al igual que guerras en las que los humanos se mataron entre sí en gran número por primera vez en la historia humana. Además, al abandonar las gentes su conocimiento generacional de la ecología y del respeto por la naturaleza, años de fracasos en las cosechas provocaron hambrunas masivas. El paso relacionado de que los humanos y sus animales domésticos vivían en proximidad preparó el ambiente perfecto para que las enfermedades infecciosas saltaran de las especies animales a los humanos, y algunas se convirtieron en enfermedades virulentas con resultados fatales. Las poblaciones con densidad elevada pronto se hicieron vulnerables a enfermedades epidémicas. El precio que pagamos fue muy alto por la recompensa de la civilización.

Al seguir bajando por la lista de la gratitud, no pude dejar de sentir la gravedad de lo que estos logros han costado a la humanidad. Quizá no había nada en la evolución humana a lo que pudiéramos estar agradecidos y que no tuviera consecuencias negativas. ¿Podría ser que gratitud y resentimiento fueran de la mano, como dos caras de la misma moneda? Entonces me di cuenta de algo. Quizá el precio pagado era tan alto por lo precioso que era lo que habíamos obtenido. Nada en la evolución humana ha ocurrido de manera completamente gratuita. Nuestra situación actual es un resultado del elevado precio que pagamos a lo largo de nuestra historia. Y el progreso humano es realmente precioso.

Sin embargo, debemos recordar que otros pagaron también el precio por nosotros. No es ninguna exageración decir que todos los organismos de la Tierra están pagando por nosotros. Si extendiéramos nuestra invitación a participar en la carrera de relevos de gratitud a lo que Shin-Young Yoon llamó «los que desaparecieron»[16], podrían negarse respetuosamente a ello. Para ellos, la gratitud es un lujo inimaginable, un lujo que no pueden permitirse cuando se enfrentan al más formidable depredador del planeta: el ser humano.

Nos hemos convertido en el ser vivo más fuerte y más peligroso de este mundo. Ya es hora de que nos responsabilicemos del mundo que desaparece porque paga el precio por nosotros. Actuemos.

 

SANG-HEE LEE  

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