¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


Apéndice 1. Preguntas y respuestas habituales acerca de la evolución

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APÉNDICE 1 PREGUNTAS Y RESPUESTAS HABITUALES ACERCA DE LA EVOLUCIÓN

«Evolución» se ha convertido en una palabra que podemos encontrar en muchos lugares. Suele aparecer en anuncios. Los humanos evolucionan, los frigoríficos evolucionan y el champú evoluciona. En anuncios como estos, la palabra «evoluciona» significa «mejora» o «se perfecciona». En coreano, la palabra para «evolución» deriva de un término chino compuesto de dos caracteres que significan, respectivamente, «progreso» y «convertirse». De modo que la definición coreana, muy literalmente, es «avanzar hacia delante».

A pesar del uso común en inglés de «evolucionado» para indicar «mejor» y «perfeccionado», en realidad, «evolución», como concepto fundamental de la biología moderna, no tiene sentido de direccionalidad. No implica perfeccionamiento o que las cosas se vuelvan mejores. La definición de «evolución» en la que los biólogos se han puesto de acuerdo es, sencillamente, «cambios en la frecuencia genética de una población durante un periodo de tiempo prolongado»[17]. La evolución significa cambio, no necesariamente progreso.

Echemos un vistazo con más detenimiento a la evolución.

LA TEORÍA EVOLUTIVA FUE SORPRENDENTE Y NO TAN SORPRENDENTE

Por un lado, la teoría evolutiva es bastante predecible y razonable. Por otro, también es sorprendentemente nueva. Como ocurre con la mayoría de los descubrimientos científicos, el descubrimiento mismo no tiene un gran impacto en nuestra vida. Considérese, por ejemplo, el debate sobre el geocentrismo frente al heliocentrismo. Puede que no tenga ninguna importancia para nuestra vida cotidiana que pensemos que el Sol gira alrededor de la Tierra o que la Tierra gira alrededor del Sol, pero es evidente que hay una diferencia muy grande.

Cuando se propuso por primera vez el heliocentrismo, el mundo reaccionó contra la idea, contra el cambio. Los europeos de aquel entonces consideraban que el mundo era estático, que no se movía. Se trataba de una narración idealizada de nuestro planeta como el centro del universo. Quizá esto era perfectamente compatible con la idea medieval de una vida establecida. Puesto que los humanos son la creación suma de este mundo —el mundo en el que vivimos, la Tierra—, también tiene que ser perfecto. Por lo tanto, la Tierra mantiene su lugar perfecto y el Sol, la Luna y las estrellas se mueven alrededor de la Tierra en busca de su lugar perfecto. Esta era la visión del geocentrismo. La propuesta del heliocentrismo de que es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol implicaba que la Tierra perfecta en la que viven los humanos, el centro del mundo, no es tan perfecta después de todo. Significaba que la Tierra ya no era el centro del universo. Era una idea peligrosa.

En su contexto, la teoría evolutiva comparte una cierta semejanza con el heliocentrismo: principalmente, de la misma manera que el heliocentrismo proponía que la Tierra no es el centro del universo, la teoría evolutiva propone que los humanos no son el centro del mundo. Galileo Galilei, que combatió la idea de que el mundo en el que habitamos era el centro del universo, fue torturado por la Inquisición. Asimismo, Charles Darwin, que sugirió que los humanos no son la cima perfecta de todas las formas de vida y creados por la divinidad, sufrió numerosas críticas y ataques a su saber científico. La teoría de Darwin de la selección natural sacudió las raíces de la visión del mundo medieval que se tenía en Europa. No es extraño que Charles Darwin dudara durante mucho tiempo —veintitrés años— antes de publicar su libro El origen de las especies (1859).

La idea de Darwin (que los humanos se adaptan como todos los demás organismos) desafiaba la convicción tradicional de que los humanos se hallaban en el centro del mundo, al proponer que también formaban parte de la naturaleza. Aceptar esta idea significaba reconocer que todos los seres, incluso los animales, cambian a lo largo del tiempo; y que no hay animales, ni siquiera los humanos, que sean creaciones perfectas del Dios cristiano. Aunque el concepto de un cambio de este tipo era difícil de aceptar por muchos, es compatible con la filosofía oriental. Quizá esta sea la razón por la que la oposición a la evolución no ha sido tan fuerte en Asia.

GENERALIDADES SOBRE LA EVOLUCIÓN

Hay dos conceptos básicos sobre los cuales se fundamenta la evolución. Primero: la evolución necesita materia prima, que es la variación genética en forma de mutaciones. Cuando aparece algo diferente de los genes existentes (una novedad), se convierte en una variación en el acervo génico. Veamos un ejemplo sencillo: en una población en la que todos tienen orejas redondeadas, se produce una mutación cuyo resultado son orejas puntiagudas, como las que imaginamos que tiene un elfo. Antes solo había una versión de la forma de las orejas, que era redondeada, pero ahora hay dos versiones para el rasgo de la forma de la oreja: redonda y puntiaguda.

Segundo: la variación morfológica está relacionada con la variación reproductiva. Continuando con el mismo ejemplo, si la capacidad para producir descendientes es la misma para los individuos de orejas puntiagudas que para los de orejas redondeadas, no habrá preferencia evolutiva de una oreja en relación con la otra. Pero si los individuos con orejas puntiagudas tienen una probabilidad mayor de dejar descendientes que los individuos de orejas redondeadas, a medida que pase el tiempo habrá un mayor número de individuos con orejas puntiagudas. Así, la frecuencia del gen de la mutación que produjo orejas puntiagudas aumentará. No se trata del número absoluto de individuos en un momento dado, sino de la prevalencia relativa —la «cuota de mercado»— de un gen concreto que conduce a un rasgo concreto. La evolución es fundamentalmente un concepto de población, y es un concepto relativo.

¿Cómo pueden los individuos tener diferentes probabilidades de producir descendientes? Un individuo que esté mejor adaptado al ambiente y tenga una mayor probabilidad de sobrevivir hasta la edad adulta tiene también una mayor probabilidad de dejar más descendientes que un individuo que muera antes de llegar a adulto. Esta distinción es el principio que hay detrás de la «selección natural», el mecanismo evolutivo más conocido que propuso Darwin.

A veces, un rasgo que no tiene ventajas para la supervivencia, o incluso parece que es perjudicial para la supervivencia, es seleccionado por el sexo opuesto y hace que su frecuencia aumente en las generaciones siguientes. A este fenómeno se lo denomina «selección sexual». El ejemplo mejor conocido es la cola del pavo real. La cola larga y brillante de un pavo real no ayuda a la supervivencia, y a veces puede ser un perjuicio. Su longitud es difícil de manejar cuando se necesita agilidad para escapar de un depredador y su color brillante atrae la atención y advierte de la presencia del ave. Cabría esperar que una característica aparentemente inútil y potencialmente dañina no ayudara al individuo a sobrevivir y a dejar descendientes, y, por lo tanto, que desapareciera rápidamente del acervo génico. Pero no es esto lo que ocurrió. Todos los pavos reales poseen este rasgo «extraño» de una cola grande y llamativa.

Darwin propuso el concepto de selección sexual para explicar esta situación aparentemente paradójica. Por alguna razón, las pavas reales seleccionan a los pavos reales con la cola más llamativa para aparearse y poner los huevos. Quizá las colas más vistosas son una señal de buena salud. O quizá las colas más espectaculares demuestran la valentía y capacidad de cualquier macho de pavo real que sobreviva a la depredación a pesar de su cola incómoda. Fue la elección enigmática por parte de las hembras lo que seleccionó la cola vistosa.

Darwin propuso la selección sexual como parte de su teoría de la selección natural. Ya sea natural o sexual, la premisa básica de la selección es la misma. Un individuo con un rasgo ventajoso es seleccionado entre aquellos individuos que muestran variaciones de los rasgos que pueden ser seleccionados a favor o en contra. El agente de la selección puede hallarse en la naturaleza o en el sexo opuesto. Darwin sintetizó y desarrolló la selección natural y la sexual, y las publicó como los mecanismos principales en la teoría de la evolución. La teoría de Darwin se desarrolló antes de que tuviéramos ningún conocimiento de la biología celular, la herencia y la genética; infirió y dedujo su marco teórico simplemente observando los fenómenos naturales. ¡Qué increíble!

LA EVOLUCIÓN DE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

Hacia la década de 1960, unos cien años después de la publicación de la obra maestra de Darwin, El origen de las especies, la selección natural perdió por un tiempo su capacidad explicativa en el campo de la ciencia evolutiva. La duda surgió de la situación, aparentemente paradójica, de que muchas mutaciones, que son el origen de la variación, no son afectadas por la selección. Las mutaciones ventajosas se extienden a todos los individuos de una población, lo que produce que no se den cambios en la variación y que las mutaciones perjudiciales sean eliminadas del acervo génico de la población; por lo tanto, tampoco cambian la variación. Las únicas mutaciones que permanecen no son ni beneficiosas ni perjudiciales, e incluso estas mutaciones se extenderán a todos los individuos de una población o serán eliminadas mediante procesos aleatorios a lo largo del tiempo. En otras palabras: las mutaciones que son importantes para la evolución o la selección no se observan, mientras que las mutaciones que se observan son neutras frente a la selección.

La teoría neutralista se basó de manera sistemática en esta idea y argumentaba que solo los procesos aleatorios a lo largo del tiempo o el tamaño de la población, no la selección, son los mecanismos básicos de la evolución (véase el capítulo 18). En consecuencia, se hicieron grandes progresos en genética de poblaciones, pero al mismo tiempo demasiado pocos investigadores prestaron atención al papel de la selección. En el siglo XXI, la selección se encuentra de nuevo en el centro de nuestra atención colectiva. La teoría ha efectuado un giro de 360 grados.

Los avances recientes en epigenética pronostican un nuevo capítulo en la evolución de la teoría evolutiva. El cambio habría hecho feliz a Jean-Baptiste de Lamarck. Lamarck proponía la herencia de los caracteres adquiridos. Habría explicado el largo cuello de la jirafa como el resultado de los esfuerzos del animal para alcanzar las hojas de las ramas más altas de los árboles. Esta explicación es diferente de la idea darwinista de la selección natural, que afirma que, entre muchas mutaciones accidentales, una en concreto causó un cuello largo y, debido a que este cuello largo era ventajoso en el ambiente, las jirafas que poseían la mutación del cuello largo dejaron más descendientes que las jirafas que carecían de dicha mutación. A lo largo de la vida, nuestro cuerpo cambia. Nuestros músculos pueden hacerse más grandes si hacemos ejercicio, y nuestro mentón puede hacerse más pequeño y delicado mediante cirugía plástica. Pero todos sabemos que los niños que nacen de personas con estos músculos agrandados o con estos rasgos delicados no heredarán los músculos grandes ni el mentón pequeño. La herencia de los caracteres adquiridos de Lamarck ha sido estigmatizada como la teoría equivocada, hasta ahora. Pero los rápidos avances que se han hecho en epigenética pueden demostrar que, después de todo, los caracteres adquiridos pueden heredarse.

PREGUNTAS COMUNES SOBRE EVOLUCIÓN

¿Cómo puede hablarse de evolución si no hay mejora?

 

Un carácter que aumenta de frecuencia a lo largo de la evolución resulta seleccionado definitivamente porque hace que se produzcan más descendientes con dicho carácter que con otros. Sin embargo, limitarse a ser seleccionado no significa que un rasgo sea por fuerza superior o mejor. Selectivamente ventajoso por la selección natural significa que el rasgo resultó ser adaptativo en un ambiente concreto. Con cambios en las condiciones circundantes, un rasgo selectivamente ventajoso puede resultar ser desventajoso en el nuevo ambiente y muchos individuos pueden morir sin dejar ningún descendiente. La selección sexual es incluso más difícil de explicar; en esencia, todo lo que sabemos es que los rasgos seleccionados resultan atractivos para las parejas potenciales. Un rasgo que antaño las parejas consideraron atractivo no tiene por qué seguir siéndolo siempre. Por lo tanto, la evolución no significa necesariamente progreso.

¿Dónde está el eslabón perdido?

 

Un concepto equivocado acerca de la evolución es la idea de un «eslabón perdido». El eslabón perdido fue un concepto popular que surgió en los primeros años de la teoría evolutiva. La idea básica era que, si de verdad había ocurrido la evolución, tenía que haber eslabones perdidos que ocuparan las brechas entre fósiles cuando estos se ordenaban según un cambio morfológico concreto. Esta postura afirma que los datos fósiles son irregulares y que la trayectoria del cambio es regular y lineal. Por lo tanto, puesto que no se han encontrado fósiles que ocupen los eslabones perdidos de la trayectoria evolutiva, la teoría de la evolución es cuestionable. La primera objeción obvia a este concepto es que los restos fosilizados son difíciles de encontrar, puesto que han de conservarse bajo un determinado conjunto de condiciones extraordinarias. Además, una serie de teorías que admiten la evolución, incluido el desarrollo del modelo del equilibrio interrumpido de Stephen Jay Gould y Niles Eldredge, aducen que los cambios no tienen lugar de manera gradual y regular, sino en acelerones concentrados seguidos de largos periodos de estasis. Hasta ahora, la idea del eslabón perdido ha demostrado ser poco convincente.

Si evolucionamos a partir de monos, ahora mismo tiene que haber monos que evolucionen para convertirse en humanos. ¿Dónde están?

 

Un momento; asegurémonos primero de estar en la misma página. Los humanos evolucionaron a partir de simios, no de monos; puede parecer que se trata de una pequeña distinción, pero es importante dejarlo claro. Muchas personas piensan que los chimpancés son monos. Los chimpancés son simios, no monos. La distinción más fácil entre simios y monos es si tienen cola o no. Los monos tienen cola; los simios, no. Tan simple como esto. Irónicamente, el último simio al que se le ha secuenciado el genoma es un gibón, cuyo nombre coreano se traduce como «mono de brazos largos». Como sea que algunos de nosotros seguimos denominando «monos» a los simios, la distinción continúa siendo difícil de comprender. Muy lamentable.

Pero tanto si la gente habla de monos como de simios, esta pregunta proviene de un error muy arraigado: la idea de que todos los organismos de este mundo evolucionan para alcanzar el lugar más elevado en la cadena biológica del ser, que en la actualidad ocupan los humanos. Según esta idea, todos los organismos pueden situarse en una secuencia ordenada por la distancia desde la parte superior, dispuesta en términos de semejanza, con los animales situados más arriba de la cadena más cercanos a los humanos, y los animales inferiores más alejados de los humanos. Asimismo, los animales «inferiores» siempre se esfuerzan por ser animales «superiores», y los humanos son el objetivo final previsto.

Según este razonamiento, persiste la idea de que existen simios, o incluso monos, que ahora mismo están esforzándose para convertirse en humanos. Pero los monos no son exactamente un cero a la izquierda en el desarrollo evolutivo; han tenido su propia y respetable historia evolutiva hasta el presente, ¿no le parece al lector? ¡Quizá no quieran convertirse en humanos! Bromas aparte, la práctica de disponer a todos los organismos en una secuencia lineal, situando a los humanos en un extremo y al resto de los animales ordenados según lo diferentes o similares que resultan en comparación con los humanos, está pasada de moda y ya no se reconoce en el campo de la biología moderna. Incluso el organismo más humilde (una tenia, pongamos por caso) es un triunfo evolutivo por el simple hecho de estar vivo hoy en día.

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