¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


1. ¿Somos caníbales?

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1 ¿SOMOS CANÍBALES?

En la película El silencio de los corderos (1991), protagonizada por Anthony Hopkins y Jodie Foster, Hopkins interpreta a Hannibal el Caníbal. Esta es una de las pocas ocasiones en las que compré una entrada de cine y después, a media película, me fui. Al entrar, tenía una vaga idea del argumento. Me repugnaba un poco el tema, pero pensé que podría soportarlo. Es evidente que sobreestimé mis agallas, así que me fui después de ver demasiadas escenas horripilantes.

Por esto resulta bastante irónico que algunos años más tarde se me conociera como la «experta en caníbales», aunque fue por un periodo breve de tiempo. Era la primavera de 2007. Alguien me telefoneó a mi despacho.

—Hola, soy fulano de tal [no recuerdo su nombre], de Hollywood, y trabajo para E! News. Tengo un par de preguntas para usted, puesto que es experta en canibalismo. Si alguien inhala las cenizas de otro, ¿diría usted que eso es canibalismo?

—¿Eh?

—Ayer, Keith Richards, de The Rolling Stones, dijo que había esnifado las cenizas de su padre. Usted sabe quiénes son The Rolling Stones, ¿verdad? De modo que necesito la opinión de un experto. Después de acudir a Google y escribir «canibalismo», su nombre apareció el primero de la lista. ¡No sabía que teníamos a una experta en caníbales tan cerca! Me alegra mucho conocerla.

Me morí de vergüenza al descubrir que mi nombre aparecía entre los primeros resultados en una búsqueda así.

Impartí una clase sobre el canibalismo en un par de ocasiones, sobre todo porque algunos estudiantes estaban interesados en el tema. No tardó en aparecer una reseña en la revista Chronicle of Higher Education. Los colegas empezaron a burlarse de mí llamándome «profesora caníbal». Algunos me enviaron recortes de periódico sobre canibalismo. En aquella época había en marcha un proceso judicial relacionado con el canibalismo en Alemania que yo había usado como ejemplo en mi curso. Parece ser que alguien en Alemania publicó anuncios para reclutar a personas dispuestas a ser comidas, y a continuación mató y se comió a los que respondieron, después de firmar un contrato con ellos.

Dada mi aversión a la idea del canibalismo en general y que mi conexión con el tema era muy tenue, se comprende que me perturbara recibir esta llamada de un periodista de Hollywood. Cuando contesté, primero pensé que se trataba de una broma, pero seguí adelante y di mi opinión experta, a pesar de todo. El canibalismo depende de cómo se defina. En algunas culturas, absorber las cenizas de los antepasados es una costumbre para mostrar respeto por los muertos; los yanomamis, por ejemplo, son conocidos por este comportamiento. Muchos antropólogos clasificarían esta práctica como una forma de canibalismo. No hay manera de saber si Keith Richards se dispuso a inhalar las cenizas de su padre por un respeto comparable al de los yanomamis o si su acto de esnifar fue categóricamente lo mismo que consumir. Mi entrevista con el reportero se publicó tanto en papel como en la red, y algunos de mis amigos me llamaron, deslumbrados por que mi nombre apareciera en el mismo párrafo que el del legendario guitarrista.

El supuesto relato sobre Keith Richards plantea una pregunta muy interesante acerca de la misma naturaleza humana: ¿somos caníbales? Los humanos son omnívoros extremos; decir que no hay nada en la Tierra que los humanos no coman sería solo una pequeña exageración. Pensar que existe una tribu en algún lugar de la Tierra que sirve regularmente a otros humanos de menú a la hora de comer podría no ser algo exagerado. Vemos a menudo películas que presentan a personas que se pierden en la jungla, son capturados por caníbales y después escapan de forma espectacular justo antes de ser cocidos o asados. Cuando alguien pregunta: «¿Quiénes son los caníbales?», la mayoría de la gente contesta algo relacionado con gentes «primitivas» que viven en la jungla. A menudo pensamos que nosotros, personas civilizadas, nunca podríamos ser caníbales, pero que quizá en una tierra lejana haya salvajes, inferiores a nosotros, que tengan hábitos alimentarios tan sorprendentes como el canibalismo.

Volveré a la cuestión de si realmente son caníbales. Hablemos primero de otro grupo que algunos antropólogos sospechan que era caníbal. Dicho grupo es muy importante en las discusiones de canibalismo en las poblaciones humanas modernas. Resulta interesante saber que este grupo no vivía en un lugar lejano ni ocupa un punto muy remoto en el tiempo. Se trata del linaje de humanos modernos (Homo sapiens), ahora extinguido, conocido como los neandertales.

¿NUESTROS PARIENTES CANÍBALES?

Krapina, en Croacia, es un yacimiento rupestre excavado a principios del siglo XX. La cueva de Krapina es famosa porque allí se encontraron enterrados docenas de neandertales. Entre los restos había muchas mujeres jóvenes y niños, y todos ellos compartían algunas características intrigantes. En primer lugar, ninguno de los individuos eran un espécimen completo; solo había fragmentos de cada uno. En particular, había menos huesos faciales y craneales de lo que cabría esperar. Además, los huesos tenían marcas de cortes peculiares. ¿Qué significaba esto?

Los paleoantropólogos interpretaron todo esto como una prueba de canibalismo. A principios del siglo XX imaginábamos a los neandertales como salvajes brutales, violentos y bárbaros. Algunos de los lectores que lean esto ahora mismo pueden tener todavía esta impresión tosca de nuestros antepasados: peludos, encorvados y de baja estatura, con una tendencia violenta, algo parecido a los simios que viven en la jungla africana. Esta impresión negativa creó un sesgo en favor de la «evidencia» de que los neandertales eran caníbales, lo que se convirtió en una opinión generalizada en la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX las cosas empezaron a cambiar. Algunos antropólogos expresaron la opinión de que nunca había habido caníbales, ni neandertales ni de otro tipo. Después, en la década de 1980, Mary Russell publicó un interesante estudio. Russell, entonces antropóloga en la Universidad Case Western, había descubierto una manera nueva e ingeniosa de probar si los neandertales habían sido efectivamente caníbales.

Russell sabía que muchos paleoantropólogos suponían que los neandertales realmente se mataban entre sí y se comían unos a otros, y por lo tanto se dieron prisa en atribuir las marcas de cortes en los fósiles al proceso de sacrificarlos. Pero ¿acaso era posible otra explicación? Russell planteó la hipótesis de que podría haber una explicación alternativa para las marcas: un «entierro secundario». En un sepelio secundario, una persona muerta y enterrada es exhumada tras un cierto tiempo para limpiarle los huesos y después se vuelve a enterrar. En determinadas partes de Corea, hasta hace poco se practicaban entierros secundarios. La limpieza de los huesos para su entierro era asimismo una práctica antigua observada en algunas culturas polinesias y americanas nativas. En estos casos de segundo entierro ritual, las marcas de cortes no proceden del sacrificio, sino de la limpieza detallada y del segundo entierro de los huesos.

Para comprobar si un segundo entierro podía explicar la prueba encontrada en la localidad neandertal de Krapina, Russell reunió información de marcas de cortes de localidades arqueológicas con restos confirmados de matanzas y de otras localidades confirmadas como lugares de entierros secundarios. Primero, recolectó huesos con marcas de cortes de cacerías y matanzas de grandes presas del Paleolítico superior. Después, examinó los huesos de un osario de americanos nativos con marcas de cortes evidentes de entierros secundarios. Comparó las marcas de cortes de estas dos localidades distintas con las de la localidad neandertal de Krapina.

Como el lector ya habrá adivinado, las marcas de cortes de la cueva de Krapina resultaron ser muy diferentes de las marcas de matanzas de restos de animales y más parecidas a las de las localidades de entierros secundarios. En particular, las marcas de cortes de Krapina se hallaban al final de los huesos. Este patrón era muy similar al de las marcas hechas en los entierros secundarios de los americanos nativos, y era evidente que dichas marcas no eran del tipo que se produciría al cortar carne para su consumo.

Es fácil comprender este contraste si pensamos en el proceso mismo del entierro secundario. Normalmente, cuando se produce un entierro secundario, el cuerpo se halla descompuesto de manera sustancial y los huesos pueden limpiarse usando un simple cuchillo. Por lo general, la mayor parte de la limpieza ha de hacerse en los extremos de los huesos largos (donde se hallan las articulaciones), lo que provoca una concentración de las marcas de corte en estos puntos. En cambio, los cortes hechos para descarnar dejan marcas en la parte central de los huesos, porque la carne (el músculo) ha de cortarse y separarse del hueso para su consumo, y la parte media es donde está fijado el músculo. El estudio de Russell demostró que las marcas de cortes en los neandertales correspondían con toda probabilidad a prácticas funerarias, no a extracción de carne. Por lo tanto, las marcas de cortes de la cueva de Krapina no podían emplearse como prueba de canibalismo en los neandertales.

¿SE HA INTERPRETADO MAL A TODOS LOS «CANÍBALES»?

En la década de 1980, cuando Russell publicó su investigación sobre los neandertales de Krapina, la idea de que no hay caníbales (y de que casi con seguridad nunca los hubo) se iba extendiendo poco a poco entre los antropólogos. Algunos aducían que la idea del canibalismo era solo una mala interpretación o un prejuicio. En realidad, el uso mismo del término «caníbal» es el resultado de una interpretación errónea por parte de Cristóbal Colón. Al llegar a las Antillas en el siglo XV, creyó equivocadamente que había desembarcado en la India y que las gentes que encontró allí eran mongoles, a los que se conocía de manera general como «descendientes del Kan». Así, los llamó «canibas»[2]. Después envió una misiva a Europa en la que decía que «los canibas comen personas».

El relato de Colón se extendió con rapidez por toda Europa y los «canibas» pasaron a llamarse «caníbales» casi en todas partes. Los europeos quedaron fascinados al descubrir que los caníbales, que hasta entonces solo habían existido en leyendas y mitos, eran reales. Los países europeos empezaron a competir entre sí para conseguir colonias y enviaron misioneros, exploradores y antropólogos para que recopilaran narraciones sobre caníbales de lugares lejanos y las publicaran en artículos o libros como una forma de entretenimiento popular. El canibalismo se convirtió en una de las características necesarias de los «pueblos primitivos»[3].

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX había surgido un relato muy diferente. El escrutinio detallado de los libros e informes sobre caníbales reveló que muchos de los relatos acerca de ellos no tenían una base sólida. Numerosos «informes» resultaron ser solo rumores. William Arens, un antropólogo de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, examinó en detalle todos los informes sobre caníbales y propuso una explicación del origen de los rumores de su existencia en su libro The Man-Eating Myth (1979). Dicho origen era a menudo el testimonio registrado de algún miembro de un grupo indígena vecino o competidor que les contaba a los curiosos viajeros europeos dónde se podían encontrar «caníbales». El testimonio solía ser del tipo: «Nosotros no hacemos estas cosas, pero las gentes que viven al otro lado del bosque son caníbales despiadados. A mí casi me capturan y me comen, pero escapé valientemente». En realidad, ningún europeo que escribiera acerca de caníbales durante los primeros periodos coloniales fue un testigo directo de tales comportamientos.

El examen detallado de Arens de estas declaraciones hizo que el gremio sospechara que no existía base antropológica alguna para afirmaciones de canibalismo histórico, al menos como parte de una dieta regular y normal. Pero ¿podemos concluir que nunca ha habido ningún tipo de canibalismo en la historia humana? No necesariamente. En realidad, se sabe que determinadas poblaciones de humanos, aunque pocas y muy separadas entre sí, han desarrollado un comportamiento caníbal. La más notables es la de los fore de Papúa Nueva Guinea. El pueblo fore era desconocido en el mundo exterior hasta que algunos funcionarios australianos llegaron a la isla de Papúa Nueva Guinea en la década de 1940 para realizar un censo de sus habitantes. En la década siguiente, los australianos ya habían construido en la región un puesto de vigilancia y pistas para vehículos. Poco después, empezaron a llegar también antropólogos y misioneros.

Los extranjeros tomaron nota inmediatamente de las costumbres culturales de los fore, incluida la de que se comían a sus muertos. Al considerarse que eran caníbales, se los presionó para que abandonaran este comportamiento. Sin embargo, el canibalismo de los fore era muy ritual, relacionado con sus prácticas funerarias insólitas, que implicaban el consumo parcial de los parientes muertos. Entre los fore, cuando fallecía un familiar, el cuerpo del muerto era limpiado por sus parientes de la línea materna mediante un proceso único que todavía no se ha apreciado en ninguna otra población humana. Puede resultar un poco sangriento, pero permítaseme que lo describa.

Primero se cortaban las manos y los pies del muerto; después, se descarnaban los brazos y las piernas para obtener la carne. A continuación, se extraía el cerebro, se abría el estómago y se sacaban los intestinos. Siguiendo estos pasos, a los familiares varones se les daba la carne de los músculos para su consumo, mientras que las mujeres consumían el cerebro y los intestinos. Además, durante este proceso de limpieza, a los niños que lo observaban se los animaba a participar en este ritual de honrar a los muertos.

Aunque en el pasado este ritual estaba muy extendido, los fore ya no lo practican. Pero la pregunta sigue ahí: ¿por qué razón hacían algo considerado tan detestable para tantas otras personas? La respuesta radica en su particular sistema de creencias funerarias. Al interiorizar a los muertos, los fore creían que sus familiares muertos volverían a formar parte de los vivos y continuarían existiendo en la aldea. Esto puede parecer excéntrico para algunos, pero la creencia misma no es tan insólita. En realidad, muchas otras culturas y religiones tienen una versión parecida de esta práctica. Por ejemplo, los yanomamis de la Amazonia mezclan las cenizas incineradas de sus difuntos en unas gachas y toda la gente de la aldea (que también son parientes) las consumen. Además, la eucaristía o comunión de los cristianos se basa en la creencia de que se está devorando (metafóricamente) la carne y la sangre del Salvador, Jesucristo. Todas estas prácticas culturales transmiten el mismo mensaje: «Haced esto en recuerdo de…». Por lo tanto, no es raro descubrir que detrás del canibalismo sangriento de los fore hay un amor por la familia que todos compartimos.

Desde luego, no todo el comportamiento caníbal tiene que ser afectuoso. Un cierto canibalismo se origina a partir de los conflictos. Beberse la sangre o comerse el corazón de un enemigo capturado durante la guerra es uno de esos ejemplos de canibalismo malicioso. Aquí, el objetivo es erradicar a los enemigos al consumirlos. Es notable que tales actos se describan únicamente en documentos históricos; no hay relatos de testigos de una práctica tal en la historia moderna.

Ya sea que la práctica esté motivada por el amor o por el odio, una cosa está clara acerca del canibalismo entre humanos: no hay ninguna población humana que se coma a otros de la misma especie como parte de una dieta regular. En otras palabras, comerse a otro humano nunca forma parte del repertorio de comportamientos normales. Los casos que he expuesto son todos ellos ejemplos de comportamiento ritual simbólico o de un hábito cultural ocasional, pero no son realmente canibalismo. La conducta caníbal se origina no a partir del hambre, sino del amor o del odio (ambas emociones humanas), expresados mediante un comportamiento ritualizado.

QUIZÁ EXISTA UN COMPORTAMIENTO CANÍBAL, PERO NO EXISTEN CANÍBALES

Volvamos a la paleoantropología. Aplicando el ingenioso método de Mary Russell, los arqueólogos y paleoantropólogos que buscaban comportamientos caníbales en el pasado decidieron revisitar otros restos descubiertos utilizando la misma comparación cruzada de marcas de cortes en huesos. En 1999, se encontraron marcas de cortes caníbales (cortes en la parte media de los huesos, en lugar de en sus extremos) en restos de neandertales descubiertos en Moula-Guercy, Francia. Marcas de cortes aparentemente caníbales se hallaron también en Atapuerca, una localidad del Pleistoceno medio (hace entre 120 000 y 780 000 años) situada en España que era anterior al inicio de la ocupación por neandertales. Y también se encontraron marcas de cortes similares en huesos humanos descubiertos en localidades de antiguos americanos nativos en Estados Unidos.

El descubrimiento americano dio origen a un acalorado debate acerca de las implicaciones del comportamiento caníbal histórico. Que los ancestros indígenas de los americanos nativos fueran caníbales era una cuestión sensible, pues implicaba tensiones emocionales y políticas no resueltas entre los nativos (indios norteamericanos) contemporáneos y los considerados descendientes de europeos que se apoderaron por la fuerza de las tierras indígenas mediante la conquista y el genocidio. Las comunidades de americanos nativos se tomaron muy a pecho la acusación de canibalismo ancestral. El debate tomó tintes políticos al considerar caníbales a los americanos nativos, en lugar de centrarse en los datos empíricos.

Entonces, en 2001, se presentaron pruebas fundamentales que parecían zanjar el debate. Una proteína que se encuentra únicamente en la piel humana se descubrió en heces humanas fosilizadas (coprolitos) en Anasazi, una paleolocalidad de Colorado. Se consideró que la prueba fósil era una pistola humeante, pues indicaba que, en algún momento, alguna forma de canibalismo se había tenido que dar en este lugar.

Sin embargo, hemos de tener presente que la evidencia de un comportamiento caníbal no demuestra la existencia de caníbales. Como en el ejemplo de los fore y de otros pueblos, es evidente que a lo largo de la historia humana han existido rituales caníbales. Las marcas de cortes encontradas en yacimientos incluso más antiguos de Francia y España, así como en otras localidades paleoindias, podrían ser también pruebas de tales comportamientos.

Además, en nuestra época hay ejemplos ocasionales de comportamientos caníbales aceptables bajo circunstancias extremas. Un ejemplo famoso es el del equipo de rugby uruguayo que se perdió después de que su avión se estrellara en los Andes en 1972 y cuyos componentes sobrevivieron gracias a que se comieron los cuerpos muertos de sus colegas. Este incidente se convirtió en el argumento de la película Supervivientes de los Andes (1976). Y, desde luego, miembros de la Expedición Donner sobrevivieron al alimentarse de sus compañeros fallecidos después de quedar atrapados en Sierra Nevada durante cuatro meses. A estas personas, que tuvieron que sobrevivir en circunstancias extraordinarias y excepcionales, ¿podemos llamarlas «caníbales»? Si los mineros chilenos que quedaron atrapados en una mina hundida en 2010 se hubieran visto obligados a recurrir a medidas tan extremas, dudo que los estuviéramos midiendo con una regla ética y los consideráramos caníbales.

De la misma manera, los fósiles de homininos del pasado exigen de nosotros una interpretación más creativa e imaginativa. ¿Podrían haberse comido a sus compañeros homininos para recordarlos? ¿O, quizá, para ejecutar una venganza durante la guerra? ¿O como la última medida extrema para sobrevivir bajo las circunstancias extraordinariamente rigurosas que soportaron durante el Pleistoceno (conocido también como la Edad de Hielo)?

No podemos hacer suposiciones acerca de nuestro pasado más allá de las conclusiones que los datos arqueológicos y paleoantropológicos respaldan. En efecto, existen pruebas de comportamiento caníbal antiguo…, pero no podemos llamar «caníbales» con seguridad a los que se comportaron así.

ANEXO: KURU, LA EXTRAÑA ENFERMEDAD DE LOS FORE

Una razón por la que el canibalismo de los fore se conoció ampliamente fue la aparición de una extraña enfermedad en la década de 1950. Al enterarse de la propagación de una dolencia desconocida entre los fore, Australia envió un equipo de investigadores médicos que informaron que las mujeres afectadas se quejaban de que se sentían muy débiles y no podían mantenerse de pie; solo podían permanecer echadas en la cama y comían muy poco. A medida que la enfermedad progresaba, los individuos aquejados experimentaban temblores y convulsiones en todo el cuerpo y al final morían. Debido a los temblores, se denominó a la enfermedad kuru, que significa «tembloroso» en el lenguaje indígena. Había quien la denominaba también «enfermedad de la risa» porque algunos pacientes sufrían unos ataques de risa imparable.

El kuru tiene un periodo de incubación muy largo, por lo general de entre cinco y veinte años, pero a veces llega hasta los cuarenta años. Por ejemplo, la última persona de la que se informó que tenía la enfermedad murió en 2005, pero se infectó en la década de 1960. Después del periodo de incubación, un paciente suele morir antes de que haya transcurrido un año desde la primera aparición de los síntomas. Durante los primeros meses del progreso de la enfermedad, los músculos se van relajando gradualmente y no pueden controlarse, lo que conduce a una lenta inmovilización. Cesan la función del lenguaje y los movimientos intestinales, y tragar comida o bebida se hace imposible. Al final, la muerte suele llegar debido a complicaciones secundarias por neumonía, inanición o infección por úlceras de decúbito.

Esta horrible enfermedad era todo un misterio para los médicos australianos. No parecía haber una razón identificable para su incidencia. Y entonces apareció Daniel Gajdusek, un miembro del equipo médico australiano. Tuvo noticias del kuru mientras investigaba enfermedades que parecen afectar de manera predominante a poblaciones indígenas que viven en áreas remotas. Mientras revisaba los informes acerca del kuru, Gajdusek leyó que los fore eran conocidos por sus prácticas caníbales. Se preguntó si habría una relación entre el kuru y el canibalismo. En particular, advirtió que las mujeres y los niños (que constituían la mayoría de los casos de kuru) se comían el cerebro de los muertos.

Gajdusek sospechó que el origen del problema residía en el tejido blando del cerebro. En un experimento, trasplantó tejido cerebral de un paciente que había muerto de kuru a un chimpancé. A los dos años, mostraba los mismos síntomas de la enfermedad del kuru. En ulteriores experimentos, Gajdusek desveló que el patógeno del kuru se halla localizado efectivamente en proteínas del cerebro denominadas «priones», y que se podía contraer la enfermedad al comer carne infectada. Los priones son proteínas mal plegadas que pueden inducir a otras proteínas normales a que se plieguen mal. La comunidad científica había conjeturado que las proteínas podían ser esta unidad de herencia, pero la teoría aún no se había demostrado empíricamente. La investigación que Gajdusek realizó sobre el kuru documentó por primera vez una enfermedad priónica.

El kuru forma parte de una clase de enfermedades que se sabe que afectan a otros mamíferos y a humanos y que causan una completa degeneración neurológica. A diferencia de las células cancerosas, que se multiplican de forma incontrolable mediante procesos de división celular regular, los priones transforman las células que hay a su alrededor. Desde entonces diversos estudios han descubierto varias enfermedades relacionadas con priones, como la enfermedad de las vacas locas o la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ), pero se considera la investigación de Gajdusek como la más revolucionaria en la historia de la medicina. A Gajdusek se le reconoció con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1976 por su descubrimiento de los priones.

Aparte de Gajdusek, nadie sospechaba que el kuru pudiera extenderse mediante canibalismo, porque, por lo general, los fore no se comían a los que habían muerto de enfermedades. Pero el kuru era un caso excepcional. Los fore creían que el kuru era una enfermedad de la mente, no del cuerpo, de manera que se comían a los que habían muerto de kuru. Entre los últimos años de la década de 1950 y los primeros de la de 1960, más de cien personas murieron de kuru (la persona mencionada anteriormente, que murió en 2005, fue el último paciente). Actualmente, los científicos sostienen la hipótesis de que la epidemia del kuru se inició con los rituales funerarios de una persona que debía de tener kuru, que era endémica de la población. La enfermedad se propaga no solo al comer el cerebro infectado, sino también al contacto con heridas abiertas: las mujeres que continuaban limpiando los cadáveres incluso después de haberse cortado durante el proceso probablemente se infectaron de esta manera, con lo que aumentó la tasa de contagio.

 

 

 

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