¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


4. Los bebés con un cerebro grande causan un gran dolor a las madres

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4 LOS BEBÉS CON UN CEREBRO GRANDE CAUSAN UN GRAN DOLOR A LAS MADRES

«Corazón de madre» es una canción coreana que se suele cantar en mayo, con ocasión del día de la Madre, y que incluye el siguiente verso: «Olvidaste todo el dolor cuando diste a luz». El parto está acompañado del mayor y más prolongado dolor que muchas mujeres experimentarán a lo largo de su vida. Antes del progreso de la medicina moderna, el parto era el mayor riesgo para la supervivencia de una mujer joven. Muchas morían durante el parto; otras muchas, después de un alumbramiento difícil, debido a hemorragias o infecciones.

Incluso con el advenimiento de progresos importantes en la medicina moderna y en los hospitales modernos, las madres de hace una o dos generaciones todavía podían mirar sus zapatos antes de tenderse en el lecho del parto y preguntarse: «¿Viviré para poder llevarlos de nuevo?». Afortunadamente, hoy en día, en nuestras sociedades modernizadas, es mucho más raro que las mujeres mueran de parto, y con los analgésicos suministrados directamente en la médula espinal, también pueden parir sin sentir toda la intensidad de los dolores del parto. Pero el parto todavía puede provocar temor y preocupación en las mujeres.

Esto es extraño, puesto que desde una perspectiva evolutiva, tener muchos hijos es una señal de una vida de éxito. En la mayor parte del reino animal, los seres vivos atraviesan la infancia y la juventud y empiezan a reproducirse tras alcanzar la edad madura. Después de haber sobrevivido a numerosos peligros durante periodos vulnerables, un adulto sano se dedicará a la reproducción como parte de un ciclo biológico natural. Quizá esta es la razón por la que, para muchos animales, el nacimiento sea algo sin importancia. Los humanos son la excepción; para nosotros, el parto es un asunto importante y presenta un serio peligro. ¿Cómo llegó a ser así?

CEREBRO MAYOR, CANAL MENOR

Los recién nacidos no humanos tienen por lo general una cabeza que no es mayor que el canal del parto de su madre. Esto significa que dar a luz a través del canal del parto no es una tarea muy difícil. Sin embargo, para los recién nacidos humanos eso ya es otro cantar. El proceso de nacer resulta mucho más difícil porque nuestro cerebro grande tiene que pasar a través de un canal pélvico reducido.

Veámoslo con mayor detalle. Los primeros homininos de hace entre 4 y 5 millones de años se parecían mucho a simios en cuanto a la morfología. El tamaño de su cerebro era parecido al de los chimpancés: unos 450 centímetros cúbicos. La única diferencia potente era que los primeros homininos caminaban erguidos. A medida que pasó el tiempo, el tamaño del cerebro de los homininos creció. Así, hace 2 millones de años, el cerebro alcanzó el doble de su tamaño: 900 centímetros cúbicos; el cerebro de los neandertales superaba en tamaño al de los humanos modernos; y los especímenes fósiles de hace 10 000 años presentaban un tamaño cerebral parecido al nuestro: 1400 centímetros cúbicos. En cambio, el tamaño general de nuestro cuerpo no ha cambiado mucho durante los últimos 2 millones de años.

Cuando el cerebro continuó aumentando de tamaño pero el del cuerpo permaneció relativamente igual, surgieron varios problemas. Para parir un bebé de cerebro grande, es deseable una pelvis lo más ancha posible. Una pelvis ancha significa un canal del parto ancho. Sin embargo, para una buena locomoción bípeda es mejor tener una pelvis estrecha. Al andar, las piernas han de moverse o balancearse de un lado para otro, hacia delante y hacia atrás. Las piernas que están muy separadas producen un efecto de anadear, que no es eficiente desde el punto de vista energético.

Los humanos tenían que elegir entre el bipedismo y el parto, y parece ser que elegimos el bipedismo; nuestra pelvis no ha aumentado realmente de tamaño a lo largo de los últimos 2 millones de años de evolución humana, mientras que el tamaño de nuestro cerebro ha aumentado de 900 a 1400 centímetros cúbicos de media. En consecuencia, las madres tienen la tarea nada envidiable de forzar a salir a un bebé de cerebro grande a través de un estrecho canal del parto. El precio de nuestra movilidad erguida es el proceso de parto más difícil del reino animal.

Dada esta dificultad, es sorprendente que el alumbramiento humano haya tenido lugar con éxito durante milenios. Para dar a luz a un bebé con un cerebro mayor que el canal del parto, la pelvis de la mujer ha de reblandecerse en sus articulaciones, de modo que pueda acomodar la anchura adicional. La separación y ampliación de las articulaciones las provoca una hormona llamada «relaxina» y este reblandecimiento se produce en todas las articulaciones del cuerpo de la mujer, no solo en la pelvis. Pero incluso con las articulaciones ampliadas, el canal del parto sigue siendo más pequeño que el cerebro del bebé, como prueban el riesgo y el dolor todavía considerables del parto.

Después del parto, las articulaciones de las mujeres retornan en su mayor parte a su estado original, pero nunca se recuperan completamente. A menudo decimos que después del parto la ropa ya no se ajusta de la manera en que lo hacía. Esta es la razón: incluso si nuestro peso vuelve a su estado previo, la forma de nuestro cuerpo ha cambiado para siempre. Además, la pelvis de una mujer que da a luz múltiples hijos mostrará cicatrices de ensanchamientos y estrechamientos repetidos.

El alumbramiento también supone una experiencia traumática para los niños humanos. Antes de abordar la experiencia, única en su género, de los bebés humanos al nacer, consideremos primero la experiencia de una cría de primate. Una hembra de mono se pone en cuclillas cuando alumbra para conseguir que la gravedad la ayude. El feto, cuando entra en el canal del parto, mira hacia el ombligo de la madre. Por lo tanto, al nacer la cría, se encuentra naturalmente con la cara de su madre. La hembra, todavía en cuclillas, extiende los brazos, ayuda al recién nacido a salir de su cuerpo y lo sostiene cuando este ha abandonado el canal del parto. El bebé mono, con ayuda de su madre, le ve la cara por primera vez mientras esta lo sostiene en sus brazos y come su primera comida.

EL PARTO HUMANO: NO PUEDES HACERLO SOLA

El parto humano es muy diferente del nacimiento de otros primates; en realidad, ha dado literalmente un giro de 180 grados. Durante el alumbramiento humano, el útero se contrae y empuja al bebé de atrás a delante, pero el canal del parto que hay frente a este es demasiado estrecho en relación con el tamaño de su cabeza, de modo que el feto también ha de empujar hacia delante con toda su fuerza. Al tiempo que el feto empuja, gira el cuerpo para que se encaje en el canal del parto.

Karen Rosenberg, de la Universidad de Delaware, y Wenda Trevathan, de la Universidad Estatal de Nuevo México, han hecho gran parte de la investigación innovadora sobre el parto humano. Sus estudios han demostrado que el feto entra de cabeza en el canal del parto. Como ocurre con otros primates, el feto suele entrar en el canal del parto con la cabeza encarada a la parte frontal de la madre. Debido a que el canal del parto es oval, tiene un eje largo. Y debido a que el canal es tan estrecho, en algún punto de su recorrido el feto ha de girar de manera que dicho eje esté alineado con el ancho de sus hombros. Un poco más abajo, el canal vuelve a cambiar de forma; esta vez, el eje largo del canal oval del parto en el punto medio es perpendicular al eje largo del canal del parto en el punto de partida. El feto gira el cuerpo una vez más para alinear el eje largo de su cabeza con el eje largo del canal del parto.

De ahí que, al nacer, el feto ya no está encarado a la madre; el bebé ha girado 180 grados para encararse a la espalda de la madre. Así, esta no puede tener contacto visual con su bebé al nacer ni puede extender los brazos y tirar ella misma del recién nacido como pueden hacerlo otras madres primates. Un momento de cálculo equivocado y el cuello del recién nacido se quebraría hacia atrás. Es necesario que este sea recibido por alguna otra persona, que se lo devolverá después a la nueva madre. En esencia, ha de estar presente alguna otra persona para ayudar a la nueva madre durante el parto humano.

Cuando una hembra animal nota los primeros dolores del parto, suele ir por su cuenta a un lugar seguro y tranquilo. Por lo general, es un lugar que ella ha preparado para aquel momento, como un cubil bajo tierra. Si alguien más se acerca a ella mientras está de parto, la hembra puede alarmarse e incluso matar al recién nacido: la soledad es absolutamente necesaria para las madres en el reino animal. Sin embargo, las mujeres que están de parto no quieren estar solas. De hecho, si a una mujer que está de parto se la deja sola, secreta cortisol, la hormona del estrés que impide que siga el parto, y a veces el alumbramiento se detiene. Una mujer que está de parto casi siempre ha de estar con alguien en quien confíe y de quien pueda depender. Quizá algunos de nosotros hayamos escuchado relatos de nuestra madre sobre alguna mujer que se puso de parto mientras trabajaba en el campo, que dio a luz a su bebé sola por completo y que después reanudó su tarea algunas horas más tarde. Definitivamente, esta es una historia que vale la pena contar…, ¡porque es muy rara!

En la larga senda de la historia humana, antes del auge del sistema hospitalario moderno, las que ayudaban al nacimiento de un niño solían ser la madre de la mujer, una hermana, una hija mayor u otra mujer de la misma familia que tenía mucha experiencia en partos. Estas mujeres de confianza permanecían con la madre que esperaba, la guiaban durante el parto y recibían al recién nacido, sosteniéndolo de manera que su cuello quedara protegido y, después, entregándoselo a la madre. Estas mujeres de la familia también recibían y cuidaban de la placenta (secundinas) que seguía al recién nacido, e incluso se ocupaban de que otras muchas cuestiones cotidianas siguieran adelante mientras la madre establecía los vínculos con su hijo. La naturaleza misma del alumbramiento humano supone otra confirmación de que los humanos han necesitado de otros desde el inicio mismo de nuestro linaje: somos animales sociales desde el momento de nacer.

LOS VERDADEROS INICIOS DE LA HUMANIDAD

¿Cuándo se inició en la historia evolutiva humana este alumbramiento «social» que requería que alguien estuviera con la mujer que iba a parir? En teoría, podríamos recopilar información procedente de pelvis de hembras y de recién nacidos fósiles para dar respuesta a esta pregunta: si la cabeza del recién nacido es demasiado grande para la pelvis y necesitó de la doble rotación durante el nacimiento, podemos inferir que el alumbramiento tuvo que ser social. Pero es sumamente difícil encontrar especímenes de este tipo, puesto que los recién nacidos rara vez se conservan como fósiles. Y las pocas pelvis fosilizadas de homininos son, por alguna razón, principalmente masculinas, lo que hace difícil obtener información sobre el parto. (Lucy, la hembra de Australopithecus afarensis, es un caso raro en extremo.)

En 2008, Marcia Ponce de León y Christoph Zollikofer, de la Universidad de Zurich, publicaron una nueva y valiosa investigación sobre este tema. Mediante el escaneo con tecnología de tomografía computarizada (TC) de un raro cráneo de neandertal recién nacido, descubrieron que los neandertales recién nacidos tenían que girar dos veces para que su gran cabeza pasara por el estrecho canal del parto. Los neandertales también tenían que pasar por un nacimiento muy difícil y doloroso. Esto significa que el origen de alumbramiento social se remonta, al menos, a hace 50 000 años.

Los neandertales no fueron los primeros ancestros de homininos que nacían con un cerebro grande. También en 2008, se publicó en la revista Science un artículo sobre la pelvis femenina de un espécimen de Homo erectus (una especie que vivió antes que los neandertales). La forma de dicha pelvis, descubierta en Gona, Etiopía, era sorprendentemente parecida a la de una hembra moderna. La forma del canal del parto, reconstruido a partir de la forma de la pelvis, era tan ancha (de lado a lado) como larga (de delante a atrás), y era muy diferente de la del Australopithecus afarensis (Lucy), nuestro pariente ancestral que vivió antes. La pelvis de Lucy era corta de delante a atrás, pero ancha de lado a lado, con un canal del parto plano y pequeño. A partir de estas comparaciones, el equipo de investigación llegó a la conclusión de que era muy probable que parir bebés de cráneo grande se iniciara con el Homo erectus, hace unos 2 millones de años.

Muchos rasgos son únicos de los humanos. Algunos se han convertido en los requisitos que buscamos para confirmar los homininos más antiguos. Quizá, ahora es el momento de añadir a esta lista de características exclusivamente humanas: «pertenecer a una sociedad desde el momento del nacimiento». El gran cerebro de los humanos es el verdadero sello distintivo de la humanidad, no porque signifique una gran inteligencia, sino porque hizo de la socialidad extrema un prerrequisito tan solo para nacer. Según esta consideración, el Homo erectus es el primer humano.

ANEXO: PARTO EN FAMILIA

Desde el advenimiento relativamente reciente del parto en un hospital, dar a luz ya no forma parte de la vida cotidiana. En la sociedad moderna, incluso un parto normal, sin cesárea, sigue teniendo lugar en un hospital. Pero el parto hospitalario equipado por completo con las medidas de higiene modernas suele ir en dirección contraria a nuestra historia evolutiva. Por ejemplo, las mujeres que van a parir suelen pasar un proceso más fácil si se hallan sentadas erguidas; de esta manera, el bebé nace en el sentido de la gravedad. Y, como se mencionó con anterioridad, cuando empieza el parto, las mujeres necesitan estar con alguien en quien confíen y de quien puedan depender. Sin embargo, en los nacimientos hospitalarios, a menudo las mujeres yacen tendidas y solo alumbran cuando todos los miembros de la familia se han marchado de la sala y los que quedan son un equipo médico rotativo que consiste en hombres (y, desde no hace mucho, mujeres) desconocidos pero clínicamente adiestrados. Al carecer de la presencia tranquilizadora de familiares, a menudo la mujer que va de parto se pone tensa y ansiosa, lo que puede hacer que las contracciones cesen y que al final necesite una cesárea de emergencia.

En respuesta a este ambiente contraevolutivo, cada vez más hospitales hacen que las mujeres que están de parto permanezcan sentadas, y se les permite que experimenten el nacimiento y la recuperación en una sala de partos familiar, con la presencia de miembros de su familia. Además, el número de mujeres que optan por tener a su hijo en casa, con los miembros de su familia y la ayuda de una comadrona, va también en aumento. Esta es una tendencia positiva que fomenta nuestra necesidad evolutiva de encontrarnos en un entorno familiar en nuestros momentos más vulnerables.

 

 

 

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